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¿quién es rumsfeld?


[C.J. Chivers] Reacción de los marines: ¿quién es Rumsfeld?
Zagarit, Iraq. Hashim al-Menti sonrió tristemente al sargento de marines que estaba junto a él en su sillón. El sargento apareció en la oscuridad de la noche del miércoles, golpeando a la puerta de casa de Menti.
Cuando Menti abrió, un pelotón de soldados entró rápidamente, convirtiéndolo en un anfitrión involuntario.
Desde entonces los marines han estado en el tejado de su casa, vigilando rifle en mano los caminos donde los rebeldes han, a menudo, colocado bombas,
Menti había pasado el tiempo mirando televisión. Ahora había noticias. Hablaba un inglés chapurreado. "Rumsfeld se fue", le dijo al sargento, Michael A. McKinnon.
"Democracia", agregó, y levantó su pulgar. "Buena".
Los marines habían estado en patrulla de tejados durante varios días sin parar, persiguiendo a los rebeldes. Estaban absortos en los duros y aislados ritmos de la vida de la infantería.
No sabían nada de las noticias de la semana.
Ahora un iraquí cuya casa habían ocupado les contaba que Donald H. Rumsfeld, el ministro de Defensa y uno de los principales arquitectos de las políticas que los había llevado allá, había renunciado. "¿Se fue Rumsfeld?", preguntó el sargento. "¿En serio?"
Menti asintió. "Es mejor para Iraq", dijo. "Los iraquíes dicen que os agradecen".
El sargento subió a contárselo a los marines, del mismo modo que el día anterior les había contado que la Cámara de Representantes y el congreso estaban atravesando por un período de importantes cambios. Tambén había sido Menti el que se lo contó.
"Rumsfeld se marchó", dijo a los cinco marines repanchingados con sus rifles en el suelo gélido.
El soldado de primera clase James L. Davis Jr. levantó la vista, sin dejar de fumar. "¿Quién es Rumsfeld?", dijo.
Si la historia sirve de algo, muchos de los jóvenes que soportan las privaciones más duras y corren los riesgos más grandes de la guerra en Iraq se interesarán en la política y en los políticos más tarde, cuando sean mayores y recuerden sus períodos de combate.
Pero no todavía. Tradicionalmente las unidades de infantería de los marines han sido apolíticas, hasta el punto de adoptar un peculiar distanciamiento de la política actual en casa. Es un pilar de la cultura marcial del cuerpo: los que más tienen que perder, son los menos involucrados en la decisiciones que los envían donde van.
Rumsfeld puede haberse convertido en una de las figuras más polémicas en casa. Pero entre estos jóvenes marines arrastrándose en la guerra en la provincia de Anbar, eso no significa casi nada. Si hubiese sido otra baja, habría sido peor.
"Rumsfeld es el ministro de defensa", dijo el sargento McKinnon, respondiendo la pregunta del soldado Davis.
El soldado Davis simplemente lanzó un taco.
No sonó enrabiado o disgustado. En lugar de eso, pareció ser una exclamación sobre la irrelevancia de la noticia. El sargento podría haber contado al pelotón sobre el tiempo de ayer.
Otro marine, el soldado Patrick S. Maguire, dijo que las decisiones que importaban aquí, en la Compañía F, Segundo Batallón, eran mucho más importantes para ellos que las que tomaban el Pentágono en casa.
Hay preguntas peligrosas de todos los días: Cuándo salir de patrulla, cuándo volver, qué ruta tomar, qué armas llevar y, en este momento, cuánto duraría la guardia de cada uno, agachados en el tejado, aguantando el viento frío, expuestos al fuego de francotiradores.
Su abuelo peleó en Iwo Jima, dijo, y su padre fue marine en Vietnam. Este era su segundo período en Iraq. "Aquí", dijo, "alguien te apunta con el dedo, y te marchas".
"¿La cadena de mando?", agregó. "¿Sabes lo que yo sé? El jefe de mi batallón es el teniente coronel DeTreux. Eso es lo que sé".
Y así entre los marines y Menti y su familia, las dos reacciones a la noticia de la renuncia de Rumsfeld se convirtió en una escena surrealista.
Menti, 50, radiólogo de formación, pasó parte de la tarde tratando de transmitir la importancia de la noticia al joven sargento sentado junto a él en el sillón.
La guerra cambiaría pronto, dijo.
"Creo que en un año tú retornas a Estados Unidos", dijo.
El sargento estaba impertérrito.
"Esto es bueno para usted", dijo Menti. "¿No?"
Habló de los años de temor. Durante el régimen de Saddam Hussein, dijo, tenían miedo. Ahora, con las tropas estadounidenses y los insurgentes peleando en Anbar, todavía tenían miedo. Volvió a la noticia de la renuncia de Rumsfeld.
"La gente en Estados Unidos está muy feliz", dijo. "Lo vi en la televisión. Y yo estoy muy feliz. Gracias, pueblo norteamericano".
Apuntó a los marines frente a él, fumando, sentados en sus sillones, bebiendo su té dulde y fuerte. "Estos soldados en Iraq, ¿hacen la libertad?", preguntó.
"Sí", dijo el sargento McKinnon.
"¿Qué tipo de libertad?", preguntó.
Desde la noche anterior había estado hablando sobre las condiciones de vida en la provincia, cuando los marines golpearon a su puerta.
Casi no hay escuelas, dijo. Casi no hay medicinas. Hay pocas provisiones, y no hay electricidad, excepto la de los generadores. La lista seguía. No hay agua. No hay trabajo. Violencia. Secuestros. Decapitaciones. Explosiones.
Su cuñado fue secuestrado por rebeldes hace siete meses, dijo, y los insurgentes dejaron una nota diciendo que lo secuestraban por mostrar simpatía por las tropas estadounidenses. No lo han vuelto a ver.
En Bagdad, dijo, los escuadrones de la muerte financiados por Irán, estaban matando a ciudadanos sunníes. El país se estaba desmoronando.
"¿Le gusta la libertad?", le preguntó al sargento. "¿Este tipo de libertad? ¿De este modo?"
"No", dijo el sargento McKinnon.
"Creo que usted y yo mucha gente no queremos la libertad de esta manera", dijo. "Creo yo. Estoy seguro".
"Está mal que el ejército norteamericano haya venido aquí. Es algo malo".
Miró al sargento McKinnon, que es más joven que muchos de sus catorce hijos. Estaba tratando de soltarle la lengua.
"Si el ejército americano llegara aquí por tres meses, cuatro meses, estaría bien", dijo Menti. "Pero ya han pasado cuatro años".
Si no hubiera una presencia militar norteamericana en Iraq, dijo, no habría rebeldes. Los unos sirven como imán de los otros.
Menti habló al sargento como si este fuera un diplomático americano, como si él tuviera alguna influencia en las grandes expansiones de la política exterior norteamericana. El sargento siguió tranquilo y amable.
"No creo que se dé cuenta de que estamos tratando de que su país sea más seguro", le dijo al soldado Maguire.
"Creo que sí lo sabe, pero que mientras más tiempo nos quedemos aquí, más gente vendrá y será peor", replicó el soldado Maguire.
Subieron al tejado, a recoger sus pertrechos para la siguiente movida, para después del atardecer, para otra casa y otra noche de mirar hacia abajo los caminos, esperando ver aparecer a un rebelde con un bomba dentro del rango de un tiro de rifle.
El sargento McKinnons habló sobre el aislamiento del pelotón. "Sólo ayer me enteré de que el juicio de Saddam había terminado", dijo. "Otro iraquí me lo contó".
Se volcó a la tarea de organizar el apoyo de fuego de la noche.
En el tejado, el soldado Maguire meditó sobre la noticia. Lo que significara la renuncia de Rumsfeld, todavía no importaba aquí, y no los ayudaría a sobrevivir la noche.
Otro marine, el soldado Randall D. Webb, estaba escudriñando el tráfico con el vizor de su rifle, preocupado de que hubiesen sido detectados y que los insurgentes se enteraran pronto de que estaban allí.
"Creo que nos ven", dijo.
"Hombre, todos nos ven", dijo el soldado Maguire, encendiendo otro cigarrillo.

10 de noviembre de 2006
©new york times
©traducción mQh
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