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el psiquiátrico de bagdad


La guerra se cobra la cuenta en el Hospital Psiquiátrico de Bagdad.
[Erica Goode] Bagdad, Iraq. En otra época, en otro país, donde la violencia y el terror no acechaban en las calles de Bagdad, el doctor Amin Hussain podía practicar la psiquiatría del modo que había anhelado.
Todavía lo tiene en su memoria: las limpias salas del hospital, decoradas con gusto, las farmacias bien abastecidas, los brillantes equipos de laboratorio, las salas de consulta con gruesas moquetas, las residencias post-hospitalarias y los equipos de extensión que ayudan a los pacientes crónicos a restablecer sus vidas fuera del hospital.
Ha visto esas cosas personalmente. En 2005 pasó cinco meses en Inglaterra, donde estudió sobre la atención especializada de ancianos y observó trabajar a los psiquiatras.
Pero Hussain, que empezó en su profesión en una época en que los doctores iraquíes se encontraban entre los más sofisticados y calificados de Oriente Medio, está atrapado en un bucle temporal en un país asolado por la guerra donde el conocimiento y la sofisticación han sido superados abrumadoramente por una miseria del tercer mundo, y los equipos antiguos han hecho retroceder algunas terapias a la barbarie de ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’ [One Flew Over the Cuckoo’s Nest], a pesar de tener las mejores intenciones.
Trata a pacientes cuyas dolencias son a menudo iniciadas o empeoradas por el caos que los rodea, que atiborran su pequeño despacho en el hospital psiquiátrico Ibn Rushid en el centro de Bagdad, acompañados por sus madres y tías, esposas y hermanos.
La letanía de muerte y miseria que recitan ya no le conmueve.
"Estamos acostumbrados, y creo que nuestras emociones se congelaron", dice.
Además, sus propias experiencias no son muy diferentes. Como muchos otros iraquíes, sufre algunos de los síntomas de estrés traumática: insomnio, ansiedad, una tendencia a asustarse con los ruidos fuertes.
"Los embotellamientos del tráfico, que ya causan estrés, y de pronto algo explota", dice.
Cuando puede, escucha música que lo tranquiliza. Los viajes al campo de los que antes disfrutaba, ya no puede hacerlos. Los caminos son demasiado peligrosos.
Sin embargo, hace lo que puede para ayudar a sus pacientes. A algunos los trata con el reducido número de fármacos psiquiátricos a su disposición. A otros, a pacientes que tienen inclinaciones suicidas o que no responden a los fármacos, les prescribe terapia electro-convulsiva, administrada por una máquina que adquirió el hospital hace veinticinco años que, dice, "tiene problemas técnicos".
A veces los pacientes reciben Valium antes de los tratamientos. Pero debido a que no hay anestesista en el personal, las descargas se hacen sin anestesia, como se hacía hace décadas en Estados Unidos.
Hussain está muy consciente de que los medios a su disposición están lejos de lo ideal, que la manera en que el hospital aplica la terapia de electrochoques es "inhumana y peligrosa", que los pacientes no reciben la panoplia de programas y terapias especiales disponibles habitualmente en otros países.
"Me siento frustrado", dijo Hussain. "Me siento triste. Sé lo que hay que hacer, pero no puedo debido a las barreras y limitaciones. No tenemos los instrumentos, no tenemos las medicaciones".
A pesar de eso, dice, algunos pacientes muestran síntomas de mejoría.

Sólo cuatro de once psiquiatras siguen en Ibn Rushd; el resto se ha marchado al norte, al Kurdistán, donde el riesgo de ser secuestrado o asesinado es menor, o han abandonado el país.
El hospital psiquiátrico, uno de los dos que hay en Iraq, ofrece tratamientos breves. En el pasado, se lo consideraba una joya del sistema médico del país, renombrado por sus modernos tratamientos. Incluso llegaban pacientes de Siria y Jordania, y las 75 camas del hospital estaban siempre ocupadas. Especialistas de países occidentales visitaban el hospital para enseñar los últimos tratamientos.
Pero el Ibn Rushid ha compartido la misma fortuna que la arruinada ciudad a su alrededor, una decadencia que empezó con Saddam Hussein y se hizo cada vez más profunda desde 2003. Las paredes se están descascarando. Cortinas de encaje hechas jirones cubren las ventanas en los pasillos.
En la mañana, Hussain se ocupa de los pacientes en la clínica externa del hospital: una mujer que devino psicótica poco después de la entrada de los norteamericanos en Bagdad en 2003, convencida de que la alcanzaría una bala disparada desde el televisor; un chico de dieciocho que vio un video de celular en el que uno de sus mejores amigos era torturado y asesinado y se puso luego tan violento que su familia tenía que amarrarlo con una cuerda.
El psiquiatra escucha, levanta sus gafas para leer un expediente clínico, trata de sacar más información.
Su celular -equipado con una foto de Oprah Winfrey- suena constantemente. Empleados del hospital se hacen camino entre el enjambre de pacientes, pidiéndole que firme formularios y autorice tratamientos.
Evalúa cada caso durante unos minutos, escribe una receta u ordena un test, y sigue.

Khalida Ibrahim, asistente social del hospital, dijo que tratar a pacientes con lesiones psíquicas puede ser difícil, pero tratar de ayudar a pacientes deprimidos que perdieron a sus hijos, maridos, a veces a la familia entera, es demoledor, emocionalmente.
"A veces hablamos con ellos y tratamos de consolarlos, pero en nuestros corazones sentimos dolor, porque nosotros tenemos los mismos problemas", dijo. "Nosotros también hemos perdido a familiares, pero pretendemos que somos otros, ocultamos nuestros sentimientos y que sufrimos como ellos".
Considerando lo que los pacientes deben superar en sus vidas -atentados con coches bomba, asesinatos, enfrentamientos entre milicianos rivales y entre tropas iraquíes y norteamericanas-, las recaídas son frecuentes. No hay tiempo para recuperarse, dijo Hussain, y una vez que lo logran, "hay una nueva fuente de estrés, otra pena, otras pérdidas, y más violencia".
Una mañana hace poco, una niña de quince trajo a su madre, sobre la que dijo que se había hecho "adicta al whisky", a la sala de mujeres del hospital, un pabellón de cuartos apenas amoblados en el segundo piso. La madre y la hija se sentaron en las sillas de plástico de la pequeña oficina de la enfermera.
"Estoy aquí porque quiero que me traten, porque me quiero morir todo el tiempo", dijo Hana al-Dolaimi, la madre. "Quiero suicidarme".
La señora Dolaimi dijo que tenía una larga historia de problemas psiquiátricos, y que había mejorado, pero "debido a la violencia y a los desarrollos políticos, me derrumbé".
Su marido salió un día a visitar a su hermana en otra ciudad y nunca volvió. Cuando se enteró de que lo habían matado, no pudo ir a la morgue a identificar el cadáver.
"Tengo la presión alta, y me aterrorizaba ir allá", dijo.
Diez días después, tres pistoleros entraron a su casa en Bagdad, exigiendo dinero y preguntado si era chií o sunní.
"Les dije: ‘¿Qué les he hecho yo? Soy lo mismo que vuestras madres’", contó Dolaimi.
Ahora, agregó, "todo me pone triste. Ya no tengo casas. Ya no tengo a mi marido. Ha desaparecido todo lo que era bueno de mi vida".

Los pacientes que son admitidos en el hospital deben ser acompañados por un familiar, que debe estar con ellos permanentemente y mantenerlos tranquilos.
Las enfermedades mentales son muy mal miradas en Iraq, dijo la señora Ibrahim, la asistente social, y muchas pacientes que vienen a Ibn Rushid han sido golpeadas por maridos o familiares que pensaban que simplemente se estaban portando mal. En el pasado, dijo Hussain, los psiquiatras visitaban a los pacientes en sus casas, "pero hoy en día tenemos miedo de salir".
Hace unas semanas cayó un proyectil de mortero a unos metros del hospital. Un día, Hussain descubrió que era el único psiquiatra que había llegado al hospital. Los enfrentamientos en la ciudad habían impedido que los otros llegaran a trabajar. Otro día, llegó al hospital y no había nadie: los pacientes, asustados por los combates, se habían marchado a casa.
En el hospital Al Rashad, una instalación para mil pacientes de casos psiquiátricos crónicos en las afueras de Ciudad Sáder, quedó en el fuego cruzado entre los milicianos del Ejército Mahdi y las tropas iraquíes y norteamericanas.
De momento, ningún pistolero ha entrado a Ibn Rushid, aunque "lo esperamos en cualquier momento", dijo Hussain.
Después de que dos mujeres suicidas se hicieran volar en mercados de mascotas en el centro de Bagdad en febrero, matando al menos a noventa personas, y oficiales norteamericanos dijeran que las mujeres eran enfermas mentales, llegó al hospital un grupo de soldados norteamericanos e iraquíes, dijo Hussain. Le mostraron la fotografía de una mujer y le dijeron su nombre.
Reconoció a la mujer -él la había tratado- y entregó una copia de su expediente a los soldados. Pero dos semanas después, dijo, la paciente, que sufría de esquizofrenia, entró al hospital, viva, y aparentemente inocente.
Ahora el ministerio de Salud, que supervisa el sistema de hospitales públicos, ha determinado que los pacientes deben portar una foto actual y un carné de identidad, para impedir que se les sospeche de colaborar con los insurgentes, dijo Hussain.

Está siempre tratando de superarse. De noche, recorre la red en el ordenador en su casa -el hospital no tiene una conexión con internet- buscando información sobre las últimas teorías psiquiátricas y las últimas terapias. Dirige un boletín para internos psiquiátricos para discutir las investigaciones más recientes, y espera empezar un programa para pacientes de la tercera edad.
Hussain dijo que el hospital había pedido al ministerio de Salud que lo ayudara a superar la escasez de medicamentos, instrumentos y personal, pero de momento no ha cambiado nada.
Un plan del gobierno norteamericano de enviar equipos de psiquiatras, psicólogos y asistentes sociales iraquíes a Estados Unidos para que sigan cursos especializados ha provocado una gran excitación.
Pero el programa, que debía empezar en el otoño pasado, ha sido aplazado repetidas veces y hace poco se notificó a los participantes otro aplazamiento más.
Hussain veía las cosas de otro modo cuando decidió convertirse en psiquiatra en los años ochenta, fascinado por los síntomas psiquiátricos de los soldados que volvían de los distantes campos de batalla de la guerra Iraq-Irán.
Pero ahora una guerra diferente se ha instalado en su país, y sus pacientes, aunque no son soldados, son todos, de cierto modo, las bajas.
Podría marcharse de Iraq, pero no tiene intención de hacerlo, dijo. Adora su trabajo.
"Nadie me obligó a ser psiquiatra", dijo Hussain.

Anwar J. Ali contribuyó al reportaje.

23 de mayo de 2008
20 de mayo de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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