el día que empezó la guerra civil
[Louise Roug] Hace un año atentaron contra la Mezquita Dorada. Y estalló la barbarie chií.
Samarra, Iraq. La ciudad está tranquila. Sus habitantes duermen. Un minuto después de medianoche, el oficial de servicio en una pequeña base norteamericana en el centro de Samarra empieza su bitácora. Una solitaria ambulancia traslada a un niño enfermo, cruzando la fría noche de febrero. Entonces, a las 6:43 de la mañana, el sargento primero Christopher Gallas oye el sonido de dos explosiones. Cuatro minutos más tarde: "Unas unidades reportan que la cúpula principal de la Mezquita Dorada ha sido volada".
Gallas todavía no lo sabe, pero el ataque que oyó tendrá repercusiones en todo Iraq y el resto del mundo.
Las explosiones simultáneas de febrero pasado no se cobraron ninguna vida. Pero debido al ataque -la destrucción de un santuario musulmán chií en una ciudad árabe sunní-, miles de iraquíes han muerto en el frenesí de ‘venganza', quema de mezquitas y la ejecución pública de civiles.
Así empezó la guerra civil en Iraq.
El lunes, el aniversario del atentado de acuerdo al calendario lunar musulmán, funcionarios en Bagdad llamaron a recordar la destrucción del santuario durante quince minutos. En lugar de eso, las bombas hicieron añicos dos mercados bagdadíes frecuentados por vecinos chiíes, aumentando el número de víctimas de la guerra con 87 muertos.
Rabia No Contenida
Durante casi tres años tras la invasión norteamericana, los chiíes han soportado atentados con bomba y asesinatos a manos de insurgentes sunníes. Han enterrado a miles de sus muertos. Y los casos de represalias han sido limitados. Su clérigo más importante, el gran ayatollah Ali Sistani, predicaba la moderación.
Pero el 22 de febrero de 2006, los chiíes dejaron de escucharle.
La profanación de uno de sus santuarios más sagrados en Iraq fue casi inconmensurable. El vice-presidente iraquí, Abel Abdul Mehdi, chií, comparó su repercusión emocional con el efecto que tuvieron los atentados del 11 de septiembre de 2001 entre los norteamericanos.
Altos funcionarios norteamericanos describieron el atentado como un "crimen contra la humanidad".
El gobierno decretó rápidamente un toque de queda nacional. Tropas iraquíes y norteamericanas fueron sacadas a las calles, en gran parte para proteger a los sunníes de actos de represalia.
Pero la rabia no pudo ser contenida.
Hubo un Llamamiento
Al romper el día, un intérprete iraquí empleado por los norteamericanos fue el primero en llegar al santuario.
Fuad, apodado ‘Tigre', tiene madre chií y padre sunní. Él mismo es agnóstico. Pero esta mañana, al contemplar la Mezquita Dorada reducida a grises escombros, Fuad llora. Junto a él, un policía sunní de Samarra y fuerzas chiíes de Bagdad están llorando. Aunque Samarra es una ciudad predominantemente sunní, el santuario es una fuente de orgullo para ambas sectas.
Las explosiones sacan a las estrechas calles de Samarra a somnolientos iraquíes. Buscando la familiar imagen, no ven más que su bóveda otrora resplandeciente completamente destruida.
Un llamamiento emerge de los altavoces de la mezquita: Esto lo han hecho los judíos, la culpa la tienen los norteamericanos.
Hacia las 8:10, en el mercado cerca de la mezquita, se ha reunido una enorme multitud. La multitud crece. Algunos manifestantes arrojan piedras a los comandos iraquíes que revisan la zona y hay tiroteos esporádicos. Algunos de los hombres simplemente alzan sus libros sagrados, gritando una y otra vez: "Allahu akbar", Dios es grande.
No mucho después, una turba se dirige hacia la base norteamericana. En el portón, los soldados se preparan para defender el recinto, apuntado sus armas pesadas contra los hombres que avanzan contra ellos.
Pese a llamamientos de los altavoces, el impasse no dura demasiado. La turba se dispersa.
Ya no se trata de los norteamericanos.
Empieza la Matanza
En Ciudad Sáder, un enorme y paupérrimo barrio al este de Bagdad, milicianos chiíes se arman con rifles AK-47 y lanzagranadas y empiezan a dirigirse hacia el norte, hacia el centro sunní.
En otros lugares, los asesinos ya están buscando víctimas.
Khalil Duleimi, un clérigo sunní, es uno de los primeros en ser asesinado. Muere en la puerta de su mezquita al este de Bagdad, por las balas que le dispararon desde un coche en movimiento. En Basra, la ciudad sureña dominada por los chiíes, una turba saca de una cárcel a una docena de sunníes y los ejecuta.
Más de doce horas después de las explosiones, Gallas apunta otro incidente en Samarra. A las 7:10 de la tarde, al norte de un puesto de control norteamericano, secuestran a un equipo de televisión. Atwar Bahjat, hija de madre chií y padre sunní y una de las corresponsales más respetadas de Oriente Medio, ha viajado a su ciudad natal para informar sobre el atentado. Hombres armados la persiguen y la asesinan, junto a los miembros de su equipo.
Decenas de otros son asesinados ese primer día, y cientos más en los días posteriores.
Miembro de la Familia
El cisma entre chiíes y sunníes se remonta al siglo siete y a una disputa sobre el legítimo heredero del profeta Mahoma. Doscientos años después, un califa sunní preocupado por una posible insurrección chií llevó a Samarra a dos chiíes que eran descendientes directos del profeta, Ali Hadi y Hasan Askari, donde murieron cuando estaban bajo arresto domiciliario, posiblemente envenenados por el califa. El santuario alberga sus tumbas.
Durante los últimos días del Imperio Otomano, los obreros construyeron una bóveda dorada sobre el santuario, que fue completado en 1905. Durante los siguientes cien años, los rayos del sol ocultándose se reflejaban en la cúpula dorada.
Los habitantes de la ciudad tenían al santuario como miembro de la familia, como a un padrino; lo saludaban al pasar. Los niños gritaban "Salaam aleikum", la paz sea contigo, a su techo dorado.
"¡Policía, Policía!"
Para destruir la bóveda se requería crueldad, un plan bien aceitado y montones de explosivos. El santuario estaba cercado por una muralla de un metro de grosor y casi tres metros de alto. Las puertas se cerraban a las cinco de la tarde. Nueve guardias de seguridad contratados por las autoridades sunníes que dominan la ciudad, patrullaban el patio y los edificios.
Desde un hotel al otro lado de la calle, un equipo de vigilancia compuesto por cuatro agentes, custodiaban la mezquita. Otros seis agentes estaban de servicio en una comisaría al lado de la mezquita. Un batallón de Bagdad estaba estacionado a menos de cien metros del lugar. Una compañía de tropas norteamericanas ocupaban una base a unos quinientos metros más abajo en la calle.
De acuerdo a documentos militares norteamericanos que reconstruyen el atentado, el 21 de febrero cuatro hombres armados entraron al complejo del santuario a las ocho de la tarde por una puerta adyacente de una escuela islámica.
Los pistoleros llevan uniformes de comandos policiales y máscaras negras. Sin disparar un tiro, dominaron a los nueve guardias, los amarraron y les robaron su dinero y armas. También se llevaron las llaves del complejo. En la noche, los hombres colocaron grandes cantidades de explosivos en la muralla que sostenía a la bóveda y debajo de la cúpula misma. Se retiraron sin ser observados por nadie antes del amanecer.
Poco después, un teniente de policía de la comisaría al otro lado de la calle, oyó que alguien gritaba: "¡Policía, policía!" Desde el techo de su edificio, el teniente podía ver a los guardias encerrados en el patio del recinto.
Gritando, los guardias explicaron lo que había pasado. Los agentes rompieron la puerta que llevaba al patio mientras el teniente pedía refuerzos, creyendo que el ataque era inminente. Estaba hablando por teléfono cuando oyó la primera explosión. Seis segundos más tarde, la segunda explosión echó por tierra lo que quedaba de la bóveda.
En la confusión, los guardias de seguridad huyeron. Nunca más se les volvió a ver.
Se Descubre la Trama
Tropas norteamericanas prepararon un informe preliminar. De acuerdo al informe, investigadores norteamericanos creen que al menos uno de los guardias colaboró con los atacantes, dejando entrar al recinto a los cuatro hombres. El informe también descubrió que tres de los nueve guardias eran insurgentes.
Días después del atentado, los iraquíes se encargaron formalmente de la investigación.
En junio, el asesor de seguridad nacional iraquí, Mowaffak Rubaei, dijo a periodistas que las fuerzas de seguridad habían arrestado a un tunecino, Fahker Mohammed Ali, después de una balacera en un puesto de control al norte de Bagdad.
Rubaie dijo que Ali había confesado su participación en el atentado, revelando una conspiración de Al Qaeda durante el interrogatorio.
Ali dijo a los detectives que Haytham Badru, un iraquí de una importante tribu sunní en Samarra, planificó el atentado con otros siete: cuatro saudíes, dos iraquíes y él mismo. Badri, jefe de la célula local de Al Qaeda, mató personalmente a Bahjat, la periodista de televisión, y a los miembros de su equipo, dijo Rubaie.
Hoy, Ali está en el corredor de la muerte en Bagdad, condenado por el atentado. Badri no ha sido capturado. Tampoco ninguno de sus supuestos nueve cómplices.
De acuerdo al gobierno, el caso ha sido resuelto.
Santuario en Peligro
En el pasado, una deslumbrante cúpula relucía en la ciudad sunní de Samarra, marcando el legado histórico y religioso de Iraq. Hoy, los iraquíes proyectan sus temores y sospechas en el escombro: los chiíes creen que los sunníes destruyeron la cúpula; los sunníes dicen que la investigación fue una conspiración chií.
El primer ministro iraquí Nouri Maliki, chií, dice que la reconstrucción será una parte integral de la reconciliación entre sunníes y chiíes. Naciones Unidas, el gobierno iraquí y las autoridades religiosas chiíes han prometido destinar dinero para la reconstrucción de la cúpula. Funcionarios iraquíes dicen que se han reservado cincuenta millones de dólares para las obras. Pero los chiíes quieren que el trabajo sea hecho por chiíes, y los sunníes se muestran reluctantes a ceder su control del santuario. Y en un país destrozado por una guerra civil religiosa, los chiíes ya no pueden desplazarse por zonas sunníes sin correr serios riesgos.
Legisladores chiíes aprobaron la fundación de una nueva unidad militar llamada Brigada de los Dos Santos para proteger las obras, obreros y peregrinos en el traicionero tramo de 97 kilómetros de carretera entre Bagdad y Samarra. Los sunníes consideran la nueva unidad como una provocación. Por su parte, los norteamericanos temen que la unidad se convierta en una herramienta sectaria o en un blanco.
Así, el santuario sigue siendo un rehén de las sectas en conflicto en el país, y la cúpula, un cráter.
Fuad, el intérprete que fue uno de los primeros en ver la devastación, piensa que Al Qaeda es responsable del atentado. Pero también culpa al gobierno chií y a los jefes militares norteamericanos por no reconocer lo que estaba en juego en la antigua ciudad a orillas del río Tigris.
"No pensaron que Samarra fuera una ciudad estratégica", dice. "Pero lo era".
Gallas todavía no lo sabe, pero el ataque que oyó tendrá repercusiones en todo Iraq y el resto del mundo.
Las explosiones simultáneas de febrero pasado no se cobraron ninguna vida. Pero debido al ataque -la destrucción de un santuario musulmán chií en una ciudad árabe sunní-, miles de iraquíes han muerto en el frenesí de ‘venganza', quema de mezquitas y la ejecución pública de civiles.
Así empezó la guerra civil en Iraq.
El lunes, el aniversario del atentado de acuerdo al calendario lunar musulmán, funcionarios en Bagdad llamaron a recordar la destrucción del santuario durante quince minutos. En lugar de eso, las bombas hicieron añicos dos mercados bagdadíes frecuentados por vecinos chiíes, aumentando el número de víctimas de la guerra con 87 muertos.
Rabia No Contenida
Durante casi tres años tras la invasión norteamericana, los chiíes han soportado atentados con bomba y asesinatos a manos de insurgentes sunníes. Han enterrado a miles de sus muertos. Y los casos de represalias han sido limitados. Su clérigo más importante, el gran ayatollah Ali Sistani, predicaba la moderación.
Pero el 22 de febrero de 2006, los chiíes dejaron de escucharle.
La profanación de uno de sus santuarios más sagrados en Iraq fue casi inconmensurable. El vice-presidente iraquí, Abel Abdul Mehdi, chií, comparó su repercusión emocional con el efecto que tuvieron los atentados del 11 de septiembre de 2001 entre los norteamericanos.
Altos funcionarios norteamericanos describieron el atentado como un "crimen contra la humanidad".
El gobierno decretó rápidamente un toque de queda nacional. Tropas iraquíes y norteamericanas fueron sacadas a las calles, en gran parte para proteger a los sunníes de actos de represalia.
Pero la rabia no pudo ser contenida.
Hubo un Llamamiento
Al romper el día, un intérprete iraquí empleado por los norteamericanos fue el primero en llegar al santuario.
Fuad, apodado ‘Tigre', tiene madre chií y padre sunní. Él mismo es agnóstico. Pero esta mañana, al contemplar la Mezquita Dorada reducida a grises escombros, Fuad llora. Junto a él, un policía sunní de Samarra y fuerzas chiíes de Bagdad están llorando. Aunque Samarra es una ciudad predominantemente sunní, el santuario es una fuente de orgullo para ambas sectas.
Las explosiones sacan a las estrechas calles de Samarra a somnolientos iraquíes. Buscando la familiar imagen, no ven más que su bóveda otrora resplandeciente completamente destruida.
Un llamamiento emerge de los altavoces de la mezquita: Esto lo han hecho los judíos, la culpa la tienen los norteamericanos.
Hacia las 8:10, en el mercado cerca de la mezquita, se ha reunido una enorme multitud. La multitud crece. Algunos manifestantes arrojan piedras a los comandos iraquíes que revisan la zona y hay tiroteos esporádicos. Algunos de los hombres simplemente alzan sus libros sagrados, gritando una y otra vez: "Allahu akbar", Dios es grande.
No mucho después, una turba se dirige hacia la base norteamericana. En el portón, los soldados se preparan para defender el recinto, apuntado sus armas pesadas contra los hombres que avanzan contra ellos.
Pese a llamamientos de los altavoces, el impasse no dura demasiado. La turba se dispersa.
Ya no se trata de los norteamericanos.
Empieza la Matanza
En Ciudad Sáder, un enorme y paupérrimo barrio al este de Bagdad, milicianos chiíes se arman con rifles AK-47 y lanzagranadas y empiezan a dirigirse hacia el norte, hacia el centro sunní.
En otros lugares, los asesinos ya están buscando víctimas.
Khalil Duleimi, un clérigo sunní, es uno de los primeros en ser asesinado. Muere en la puerta de su mezquita al este de Bagdad, por las balas que le dispararon desde un coche en movimiento. En Basra, la ciudad sureña dominada por los chiíes, una turba saca de una cárcel a una docena de sunníes y los ejecuta.
Más de doce horas después de las explosiones, Gallas apunta otro incidente en Samarra. A las 7:10 de la tarde, al norte de un puesto de control norteamericano, secuestran a un equipo de televisión. Atwar Bahjat, hija de madre chií y padre sunní y una de las corresponsales más respetadas de Oriente Medio, ha viajado a su ciudad natal para informar sobre el atentado. Hombres armados la persiguen y la asesinan, junto a los miembros de su equipo.
Decenas de otros son asesinados ese primer día, y cientos más en los días posteriores.
Miembro de la Familia
El cisma entre chiíes y sunníes se remonta al siglo siete y a una disputa sobre el legítimo heredero del profeta Mahoma. Doscientos años después, un califa sunní preocupado por una posible insurrección chií llevó a Samarra a dos chiíes que eran descendientes directos del profeta, Ali Hadi y Hasan Askari, donde murieron cuando estaban bajo arresto domiciliario, posiblemente envenenados por el califa. El santuario alberga sus tumbas.
Durante los últimos días del Imperio Otomano, los obreros construyeron una bóveda dorada sobre el santuario, que fue completado en 1905. Durante los siguientes cien años, los rayos del sol ocultándose se reflejaban en la cúpula dorada.
Los habitantes de la ciudad tenían al santuario como miembro de la familia, como a un padrino; lo saludaban al pasar. Los niños gritaban "Salaam aleikum", la paz sea contigo, a su techo dorado.
"¡Policía, Policía!"
Para destruir la bóveda se requería crueldad, un plan bien aceitado y montones de explosivos. El santuario estaba cercado por una muralla de un metro de grosor y casi tres metros de alto. Las puertas se cerraban a las cinco de la tarde. Nueve guardias de seguridad contratados por las autoridades sunníes que dominan la ciudad, patrullaban el patio y los edificios.
Desde un hotel al otro lado de la calle, un equipo de vigilancia compuesto por cuatro agentes, custodiaban la mezquita. Otros seis agentes estaban de servicio en una comisaría al lado de la mezquita. Un batallón de Bagdad estaba estacionado a menos de cien metros del lugar. Una compañía de tropas norteamericanas ocupaban una base a unos quinientos metros más abajo en la calle.
De acuerdo a documentos militares norteamericanos que reconstruyen el atentado, el 21 de febrero cuatro hombres armados entraron al complejo del santuario a las ocho de la tarde por una puerta adyacente de una escuela islámica.
Los pistoleros llevan uniformes de comandos policiales y máscaras negras. Sin disparar un tiro, dominaron a los nueve guardias, los amarraron y les robaron su dinero y armas. También se llevaron las llaves del complejo. En la noche, los hombres colocaron grandes cantidades de explosivos en la muralla que sostenía a la bóveda y debajo de la cúpula misma. Se retiraron sin ser observados por nadie antes del amanecer.
Poco después, un teniente de policía de la comisaría al otro lado de la calle, oyó que alguien gritaba: "¡Policía, policía!" Desde el techo de su edificio, el teniente podía ver a los guardias encerrados en el patio del recinto.
Gritando, los guardias explicaron lo que había pasado. Los agentes rompieron la puerta que llevaba al patio mientras el teniente pedía refuerzos, creyendo que el ataque era inminente. Estaba hablando por teléfono cuando oyó la primera explosión. Seis segundos más tarde, la segunda explosión echó por tierra lo que quedaba de la bóveda.
En la confusión, los guardias de seguridad huyeron. Nunca más se les volvió a ver.
Se Descubre la Trama
Tropas norteamericanas prepararon un informe preliminar. De acuerdo al informe, investigadores norteamericanos creen que al menos uno de los guardias colaboró con los atacantes, dejando entrar al recinto a los cuatro hombres. El informe también descubrió que tres de los nueve guardias eran insurgentes.
Días después del atentado, los iraquíes se encargaron formalmente de la investigación.
En junio, el asesor de seguridad nacional iraquí, Mowaffak Rubaei, dijo a periodistas que las fuerzas de seguridad habían arrestado a un tunecino, Fahker Mohammed Ali, después de una balacera en un puesto de control al norte de Bagdad.
Rubaie dijo que Ali había confesado su participación en el atentado, revelando una conspiración de Al Qaeda durante el interrogatorio.
Ali dijo a los detectives que Haytham Badru, un iraquí de una importante tribu sunní en Samarra, planificó el atentado con otros siete: cuatro saudíes, dos iraquíes y él mismo. Badri, jefe de la célula local de Al Qaeda, mató personalmente a Bahjat, la periodista de televisión, y a los miembros de su equipo, dijo Rubaie.
Hoy, Ali está en el corredor de la muerte en Bagdad, condenado por el atentado. Badri no ha sido capturado. Tampoco ninguno de sus supuestos nueve cómplices.
De acuerdo al gobierno, el caso ha sido resuelto.
Santuario en Peligro
En el pasado, una deslumbrante cúpula relucía en la ciudad sunní de Samarra, marcando el legado histórico y religioso de Iraq. Hoy, los iraquíes proyectan sus temores y sospechas en el escombro: los chiíes creen que los sunníes destruyeron la cúpula; los sunníes dicen que la investigación fue una conspiración chií.
El primer ministro iraquí Nouri Maliki, chií, dice que la reconstrucción será una parte integral de la reconciliación entre sunníes y chiíes. Naciones Unidas, el gobierno iraquí y las autoridades religiosas chiíes han prometido destinar dinero para la reconstrucción de la cúpula. Funcionarios iraquíes dicen que se han reservado cincuenta millones de dólares para las obras. Pero los chiíes quieren que el trabajo sea hecho por chiíes, y los sunníes se muestran reluctantes a ceder su control del santuario. Y en un país destrozado por una guerra civil religiosa, los chiíes ya no pueden desplazarse por zonas sunníes sin correr serios riesgos.
Legisladores chiíes aprobaron la fundación de una nueva unidad militar llamada Brigada de los Dos Santos para proteger las obras, obreros y peregrinos en el traicionero tramo de 97 kilómetros de carretera entre Bagdad y Samarra. Los sunníes consideran la nueva unidad como una provocación. Por su parte, los norteamericanos temen que la unidad se convierta en una herramienta sectaria o en un blanco.
Así, el santuario sigue siendo un rehén de las sectas en conflicto en el país, y la cúpula, un cráter.
Fuad, el intérprete que fue uno de los primeros en ver la devastación, piensa que Al Qaeda es responsable del atentado. Pero también culpa al gobierno chií y a los jefes militares norteamericanos por no reconocer lo que estaba en juego en la antigua ciudad a orillas del río Tigris.
"No pensaron que Samarra fuera una ciudad estratégica", dice. "Pero lo era".
roug@latimes.com
Raheem Salman en Baghdad contribuyó a este reportaje.
18 de febrero de 2007
13 de febrero de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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