no al servicio militar obligatorio
Las fuerzas armadas no logran cumplir su meta de 80 mil reclutas anuales. Pero el servicio militar obligatorio no es la solución.
Hay muchas razones por las que nos entristece oír que el representante Charles Rangel, de Nueva York, piense volver a presentar su proyecto anual reintroduciendo el servicio militar obligatorio cuando los demócratas tomen el control de la Cámara en enero. No nos gusta el servicio militar obligatorio. Y en este caso particular, con el servicio militar obligatorio tampoco se lograrán las cosas que Rangel dice que quiere.
Rangel quiere volver a llenar un ejército que se encuentra en condiciones críticas, hacer que las fuerzas armadas sean en general más equitativamente representativas de la sociedad estadounidense, y encontrar una manera de impedir que futuros presidentes se embarquen en aventuras militares mal concebidas. Son objetivos loables, pero no se lograrán reintroduciendo en el país el servicio militar obligatorio.
Incluso si el servicio militar fuera una buena idea, sería políticamente imposible de alcanzar. Los miembros del Congreso están conscientes de que los electores se oponen a él. Esta Casa Blanca no ha querido nunca pedir al pueblo americano otra cosa que aprobar más recortes a los impuestos; difícilmente va a apoyar algo tan difícil e impopular como el servicio militar obligatorio.
Pero también la idea es errónea. Debido a precaria situación en Iraq, el ejército en realidad tiene problemas para lograr su cuota anual de 80 mil reclutas. Sin embargo, los jefes militares también se oponen a la conscripción obligatoria. Creen que es imposible armar un ejército altamente profesional obligando a la gente a servir contra su voluntad, y tienen razón.
El servicio obligatorio no demostraría a la gente joven que todos debemos poner de nuestra parte. Es mucho más probable que los convenza de que se exigen sacrificios sobre todo a los que son demasiado pobres como para evitarlos. La fuerza voluntaria en Iraq ha sido una muestra mucho más verosímil de Estados Unidos que la fuerza armada que se armó con la última conscripción obligatoria, que terminó en 1973, antes del fin de la Guerra de Vietnam. Los ricos y los conectados podían conseguir aplazamientos o destinaciones más seguras, y muchos lo hicieron. Mientras que en la fuerza actual abundan los desprivilegiados, al menos están por ahí por su propia voluntad.
El problema con el servicio militar obligatorio no reside en el hecho de que exija de los jóvenes que pasen algún tiempo contribuyendo al bienestar del país antes de embarcarse en sus carreras definitivas. Nos hubiese gustado que el presidente hubiese llamado a hacer esos sacrificios después del 11 de septiembre de 2001, cuando muchos estadounidenses estaban ansiosos por contribuir.
Para esos jóvenes que no son motivados por el patriotismo ni impulsados por motivos económicos a ingresar a las fuerzas armadas, deberían existir otras opciones para el servicio nacional -como el AmeriCorps. Esos programas necesitan dinero y atención. Algunos de los candidatos potenciales para presidente en 2008 han dicho que Estados Unidos debería exigir a todos los jóvenes que dediquen uno o dos años al servicio después de la secundaria o de la universidad, y esa idea debería ser discutida durante la campaña electoral.
Pero la urgencia de las actuales necesidades del ejército exige otra solución. Las fuerzas armadas conocen muchas maneras de alcanzar sus objetivos, aparte de la conscripción general. Después de todo, la cuota anual de 80 mil reclutas es apenas una gota en el océano que forman los 60 millones de estadounidenses entre 18 y 35 años. Forzar el tema, con el servicio militar obligatorio, no es la solución.
Rangel quiere volver a llenar un ejército que se encuentra en condiciones críticas, hacer que las fuerzas armadas sean en general más equitativamente representativas de la sociedad estadounidense, y encontrar una manera de impedir que futuros presidentes se embarquen en aventuras militares mal concebidas. Son objetivos loables, pero no se lograrán reintroduciendo en el país el servicio militar obligatorio.
Incluso si el servicio militar fuera una buena idea, sería políticamente imposible de alcanzar. Los miembros del Congreso están conscientes de que los electores se oponen a él. Esta Casa Blanca no ha querido nunca pedir al pueblo americano otra cosa que aprobar más recortes a los impuestos; difícilmente va a apoyar algo tan difícil e impopular como el servicio militar obligatorio.
Pero también la idea es errónea. Debido a precaria situación en Iraq, el ejército en realidad tiene problemas para lograr su cuota anual de 80 mil reclutas. Sin embargo, los jefes militares también se oponen a la conscripción obligatoria. Creen que es imposible armar un ejército altamente profesional obligando a la gente a servir contra su voluntad, y tienen razón.
El servicio obligatorio no demostraría a la gente joven que todos debemos poner de nuestra parte. Es mucho más probable que los convenza de que se exigen sacrificios sobre todo a los que son demasiado pobres como para evitarlos. La fuerza voluntaria en Iraq ha sido una muestra mucho más verosímil de Estados Unidos que la fuerza armada que se armó con la última conscripción obligatoria, que terminó en 1973, antes del fin de la Guerra de Vietnam. Los ricos y los conectados podían conseguir aplazamientos o destinaciones más seguras, y muchos lo hicieron. Mientras que en la fuerza actual abundan los desprivilegiados, al menos están por ahí por su propia voluntad.
El problema con el servicio militar obligatorio no reside en el hecho de que exija de los jóvenes que pasen algún tiempo contribuyendo al bienestar del país antes de embarcarse en sus carreras definitivas. Nos hubiese gustado que el presidente hubiese llamado a hacer esos sacrificios después del 11 de septiembre de 2001, cuando muchos estadounidenses estaban ansiosos por contribuir.
Para esos jóvenes que no son motivados por el patriotismo ni impulsados por motivos económicos a ingresar a las fuerzas armadas, deberían existir otras opciones para el servicio nacional -como el AmeriCorps. Esos programas necesitan dinero y atención. Algunos de los candidatos potenciales para presidente en 2008 han dicho que Estados Unidos debería exigir a todos los jóvenes que dediquen uno o dos años al servicio después de la secundaria o de la universidad, y esa idea debería ser discutida durante la campaña electoral.
Pero la urgencia de las actuales necesidades del ejército exige otra solución. Las fuerzas armadas conocen muchas maneras de alcanzar sus objetivos, aparte de la conscripción general. Después de todo, la cuota anual de 80 mil reclutas es apenas una gota en el océano que forman los 60 millones de estadounidenses entre 18 y 35 años. Forzar el tema, con el servicio militar obligatorio, no es la solución.
21 de noviembre de 2006
©new york times
©traducción mQh
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