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entre sacerdote y brujo


[Travis Fox] Haciendo trabajar los misterios del islam y la numerología.
N'djamena, Chad. A las nueve y media de la mañana, cuando Yagoub Ali Hamid sale de su casa de color amarillo pálido para cruzar por el arenoso patio que conduce a su oficina, el aire está todavía frío. Su túnica gris y azul, de cuadros escoceses, roza el suelo cuando sus negras sandalias se hunden en la tierra. El sonido de un generador al otro lado de la calle rompe la paz y tranquilidad de un domingo por la mañana.
En su polvorienta oficina, Hamid extiende una estera de oración en el suelo, coge una aguja de bambú y empieza a escribir sobre un loh, un trozo rectangular de madera con un asa en un extremo y dos agudas puntas en el otro.
"Alabada sea la Majestad de nuestro Señor".
Continúa pasando en limpio el capítulo Jinn del Corán, la sección del libro sagrado musulmán que trata de las criaturas invisibles conocidas como jinn, que en la cultura occidental engendraron la leyenda del genio de la botella. Canta en voz alta los versos mientras avanza en la madera.
Pero este no es un ejercicio religioso. Hamid es un faki, una mezcla únicamente africana entre un clérigo musulmán y un hechicero. La gente busca su ayuda para todo: para curar una tos, por ejemplo, o predecir el futuro. Los empleados del gobierno son clientes regulares, dice, especialmente cuando esperan ser ascendidos.
"Entre nosotros hay gente recta, y gente que es lo contrario".
Las palabras marcan el comienzo de un tratamiento de cuarenta días que Hamid preparó para ayudar a uno de sus pacientes que sufre de apoplejía. "Lo trataron en Egipto, en Sudán y en Camerún, pero sin resultados", dice Hamid. "Pero si me visitan a mí, resulta".
Coloca el loh sobre la estera y coge un libro, ‘El fuego como método para librarse del demonio', y lo sacude en el aire. Se fanfarronea sobre su tasa de resultados: "Si me traes a un loco, te juro que lo curo. Lo he hecho muchas veces".
A las diez menos cuarto, tres primos pasan por la cortina de cordones que separa la oficina de Hamid del patio y se sientan en un sofá. Hamid, pasando del árabe a la lengua tribal zaghawa, les pregunta a qué han venido. Alguien les robó 200 dólares, dice, y quieren que Hamid les ayude a recuperarlos.
"Confiamos en él porque cree en el Corán y se lo pedirá a Dios", dice Mahamat Khatir, 22, sentado entre sus dos primos. "El faki recuperará el dinero".
Mientras los jóvenes cuentan la historia, Hamid hurga entre libros y papeles, amontonados en el suelo y sobre una pequeña mesa. En la pared sobre él cuelga una fotografía de la Gran Mezquita en la Meca. Cinco minutos más tarde, encuentra lo que estaba buscando: cuentas de oración.
Hamid pregunta el nombre a cada uno -Segei Dermai, Mahamat Khatir y Bakhit Haran. Luego, basándose en una fórmula que asigna un número a cada letra, suma el total que representan sus nombres. Desliza las cuentas en la cuerda, contando: "Uno, dos, tres..." Hamid pregunta los nombres de sus madres y repite el proceso.
"Puedes encontrar muchas cosas si sabes el nombre de la madre de alguien", dice, sonriendo ampliamente.
Finalmente, los hombres entregan el nombre de la persona de la que sospechan que les ha robado el dinero. Utilizando los números asociados con todos esos nombres, Hamid dice que puede determinar si el acusado es en realidad culpable. Coge otro libro, ‘Tu futuro desconocido', y salta hasta una página llena de diagramas y cifras.
"Está todo aquí", dice, apuntando a la fórmula que dice que lo ayudará a determinar el significado de todos los números y nombres correspondientes.
Los primos dejan dos dólares en el suelo junto a Hamid y se levantan para marcharse. Hamid les dice que vuelvan al día siguiente con un viejo de la familia. Le preocupa que si entrega el nombre del ladrón a los jóvenes, estos puedan vengarse.
"Me preocupa que los chicos lo maten", dice Hamid. El reloj en la pared entona una melodía. Son las diez de la mañana.
Nuevamente solo, Hamid coge otro loh y empieza a escribir, esta vez grabando símbolos intercalados con letras árabes. Se guarda el secreto de su significado. "Es un secreto", dice.
Una hora y media más tarde, ha terminado cuatro maderos, por los dos lados. Acarrea agua desde el patio y vuelve a su oficina. Después de pasar la mañana escribiendo, recoge uno de los maderos y lo lava suavemente, dirigiendo cuidadosamente el agua entintada hacia un cubo azul encima de su esterilla de oración. El agua, ahora gris claro, es el siguiente paso en el tratamiento de su cliente.
"Le daré este agua para que se bañe", dice.
Al mediodía, su trabajo por el día ha terminado. Hamid cubre el cubo de agua y sale de la oficina para descansar antes de las oraciones del mediodía.

12 de febrero de 2007
15 de febrero de 2007
©washington post
©traducción mQh
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