orígenes de un caníbal
[Douglas E. Winter] Un monstruo que quiere justicia y venganza.
Cuando lo vimos por última vez en las novelas de Thomas Harris, el doctor Aníbal Lecter -psiquiatra clínico, cerebro criminal y macabro sibarita- estaba bailando con la ex agente del FBI, Clarice Starling en una terraza de Buenos Aires. El desconcertante final de ‘Aníbal el Caníbal' [Hannibal] (1999), que sugería que Clarice había sucumbido ante los químicos de Lecter, si no ante su encanto, fue descartado en la versión cinematográfica en favor de (¿nos atreveremos a decirlo?) una confección más digerible. Ahora Harris elude la disonancia de estos finales alternativos escribiendo una protosecuela llena de suspenso, ‘Hannibal Rising', un retrato del caníbal cuando era joven.
La novela también concluye la transformación de Lecter de némesis en antihéroe. Introducido por un personaje secundario en ‘El dragón rojo' [Red Dragon] (1981), luego llevado al centro del escenario como el maléfico tutor Starling en ‘El silencio de los corderos' [The Silence of the Lambs] (1988) y ‘Aníbal', Lecter suplanta al profesor James Moriarty como el popular y ficticio canalla. Con ojos de color granate, de seis dedos y más allá de todo diagnóstico, alcanzó la infamia por más de un crimen -quizás más famosamente por haber comido el hígado de un censista, con "habas y un gran Amarone". Encerrado en un hospital para dementes criminales, se convierte en la eminencia gris de los crímenes en serie y de la manipulación psicológica, capaz de hacer llorar a sus visitantes y de conducir al suicidio a otros reclusos. Su tenebrosa presencia estimuló los siniestros y cada vez más raros anti-misterios de Harris, cuyos detectives resolvían crímenes grotescamente violentos sólo dejando de lado la deducción y la ciencia forense para adoptar la demencia y lo inhumano.
Con ‘Hannibal Rising', Harris hurga profundamente en la historia de Lecter y desentierra una fundamental necesidad de justicia sólo insinuada en los libros anteriores. Presentada con una estructura serial conveniente, la historia empieza en los años treinta en Lituania, en el bucólico Castillo Lecter, hogar de los aristocráticos descendientes del caudillo militar de la Edad Media, Aníbal el Severo. Después de fugaces presentaciones de sus tocayos a los ocho y trece años, la novela se asienta para su acción central, cuando Aníbal Lecter tiene dieciocho -pero después de que su dulce infancia es ensangrentada y cicatrizada por la blitzkrieg de Hitler, la ocupación soviética y los miserables colaboracionistas lituanos que saquean la propiedad de la familia y matan a la adorada hermanita de Aníbal, Misha, para comérsela. "Su corazón murió con Mischa", se nos dice -pero entonces nació su apetito.
Huérfano y solo, Aníbal se convierte en pupilo de su tío, cuya encantadora mujer, Lady Murasaki, supervisa su domesticación en el París de posguerra, introduciéndolo al haiku, a la ópera y, por supuesto, a las artes culinarias, donde su educación demuestra ser transcendente: "Los mejores trozos del pescado son las mejillas. Lo mismo es verdad de muchos animales". Experto en anatomía -y arte, un elemento definitorio de las cuatro novelas de Lecter-, el precoz muchacho de dieciocho entra a la facultad de medicina, donde perfecciona su talento para el crimen. El hallazgo de una reliquia de la familia -una pintura saqueada- en una galería parisiense, reenvía a Aníbal al sitio del asesinato de su hermana, donde encuentra las placas de identificación de sus asesinos: esos carroñeros lituanos, ahora activos en una red de trata de blancas y mercado negro que va desde el bloque soviético hasta Canadá. La cacería empieza, y sus terribles y dramáticas muertes a manos de Aníbal lleva la historia a una conclusión igual de apropiada que anunciada.
La escritura de Harris es confiada, con elegantes giros de tiempos y puntos de vista; quizás es la trama concentrada o el estilo insistentemente visual que admite la inevitable adaptación al cine, pero simplemente en términos de oficio, ‘Hannibal Rising' es demostrativamente su mejor novela. Y hasta sus últimas páginas nos protege de las macabras frases ingeniosas que, demasiado a menudo, definen la persona cinemática de Lecter.
Luego la venganza lleva a Aníbal a Estados Unidos y su residencia en la Universidad John Hopkins; pero los fanáticos se alegrarán de saber que todavía quedan veinte años inexplorados, sus historias todavía desconocidas, hasta su fatídico encuentro con Will Graham, el técnico del FBI que lo llevó (aunque brevemente) a la justicia.
Esos veinte años representan todo un reto para Harris. En ‘Hannibal', un camillero observa que Lecter prefería víctimas meritorias, olvidando a los agentes que habían muerto cumpliendo su deber y el encuentro casi fatal de Graham con la cuchilla de linóleo de Lecter. En ‘Hannibal Rising', el castigo de Lecter es casi heroico: justificado, incluso perversamente honorable. Que sea ilegal y horrendo parece ser, en el contexto más amplio, casi trivial.
Pero la venganza es lo que agentes de policía y psiquiatras e incluso autores de reseñas bibliográficas llaman motivo, algo humano y explicable -a diferencia del Aníbal Lecter que cautivó primero nuestra imaginación. A medida que ‘Hannibal Rising' se acerca a su conclusión, el inspector de policía francés, Popil -que, como observa Lecter maliciosamente, "nunca sabrá nada sobre mis gustos"-, confirma lo que las novelas anteriores nos habían enseñado: "¿Qué es él ahora? No existe una palabra para ello. A falta de un término más apropiado, lo llamaremos monstruo". Sin embargo, conociendo su origen, Aníbal Lecter y su creador deben consideran el destino de otros muchos monstruos, reales e imaginados: "Mientras más sabemos sobre ellos, menos temibles nos parecen".
La novela también concluye la transformación de Lecter de némesis en antihéroe. Introducido por un personaje secundario en ‘El dragón rojo' [Red Dragon] (1981), luego llevado al centro del escenario como el maléfico tutor Starling en ‘El silencio de los corderos' [The Silence of the Lambs] (1988) y ‘Aníbal', Lecter suplanta al profesor James Moriarty como el popular y ficticio canalla. Con ojos de color granate, de seis dedos y más allá de todo diagnóstico, alcanzó la infamia por más de un crimen -quizás más famosamente por haber comido el hígado de un censista, con "habas y un gran Amarone". Encerrado en un hospital para dementes criminales, se convierte en la eminencia gris de los crímenes en serie y de la manipulación psicológica, capaz de hacer llorar a sus visitantes y de conducir al suicidio a otros reclusos. Su tenebrosa presencia estimuló los siniestros y cada vez más raros anti-misterios de Harris, cuyos detectives resolvían crímenes grotescamente violentos sólo dejando de lado la deducción y la ciencia forense para adoptar la demencia y lo inhumano.
Con ‘Hannibal Rising', Harris hurga profundamente en la historia de Lecter y desentierra una fundamental necesidad de justicia sólo insinuada en los libros anteriores. Presentada con una estructura serial conveniente, la historia empieza en los años treinta en Lituania, en el bucólico Castillo Lecter, hogar de los aristocráticos descendientes del caudillo militar de la Edad Media, Aníbal el Severo. Después de fugaces presentaciones de sus tocayos a los ocho y trece años, la novela se asienta para su acción central, cuando Aníbal Lecter tiene dieciocho -pero después de que su dulce infancia es ensangrentada y cicatrizada por la blitzkrieg de Hitler, la ocupación soviética y los miserables colaboracionistas lituanos que saquean la propiedad de la familia y matan a la adorada hermanita de Aníbal, Misha, para comérsela. "Su corazón murió con Mischa", se nos dice -pero entonces nació su apetito.
Huérfano y solo, Aníbal se convierte en pupilo de su tío, cuya encantadora mujer, Lady Murasaki, supervisa su domesticación en el París de posguerra, introduciéndolo al haiku, a la ópera y, por supuesto, a las artes culinarias, donde su educación demuestra ser transcendente: "Los mejores trozos del pescado son las mejillas. Lo mismo es verdad de muchos animales". Experto en anatomía -y arte, un elemento definitorio de las cuatro novelas de Lecter-, el precoz muchacho de dieciocho entra a la facultad de medicina, donde perfecciona su talento para el crimen. El hallazgo de una reliquia de la familia -una pintura saqueada- en una galería parisiense, reenvía a Aníbal al sitio del asesinato de su hermana, donde encuentra las placas de identificación de sus asesinos: esos carroñeros lituanos, ahora activos en una red de trata de blancas y mercado negro que va desde el bloque soviético hasta Canadá. La cacería empieza, y sus terribles y dramáticas muertes a manos de Aníbal lleva la historia a una conclusión igual de apropiada que anunciada.
La escritura de Harris es confiada, con elegantes giros de tiempos y puntos de vista; quizás es la trama concentrada o el estilo insistentemente visual que admite la inevitable adaptación al cine, pero simplemente en términos de oficio, ‘Hannibal Rising' es demostrativamente su mejor novela. Y hasta sus últimas páginas nos protege de las macabras frases ingeniosas que, demasiado a menudo, definen la persona cinemática de Lecter.
Luego la venganza lleva a Aníbal a Estados Unidos y su residencia en la Universidad John Hopkins; pero los fanáticos se alegrarán de saber que todavía quedan veinte años inexplorados, sus historias todavía desconocidas, hasta su fatídico encuentro con Will Graham, el técnico del FBI que lo llevó (aunque brevemente) a la justicia.
Esos veinte años representan todo un reto para Harris. En ‘Hannibal', un camillero observa que Lecter prefería víctimas meritorias, olvidando a los agentes que habían muerto cumpliendo su deber y el encuentro casi fatal de Graham con la cuchilla de linóleo de Lecter. En ‘Hannibal Rising', el castigo de Lecter es casi heroico: justificado, incluso perversamente honorable. Que sea ilegal y horrendo parece ser, en el contexto más amplio, casi trivial.
Pero la venganza es lo que agentes de policía y psiquiatras e incluso autores de reseñas bibliográficas llaman motivo, algo humano y explicable -a diferencia del Aníbal Lecter que cautivó primero nuestra imaginación. A medida que ‘Hannibal Rising' se acerca a su conclusión, el inspector de policía francés, Popil -que, como observa Lecter maliciosamente, "nunca sabrá nada sobre mis gustos"-, confirma lo que las novelas anteriores nos habían enseñado: "¿Qué es él ahora? No existe una palabra para ello. A falta de un término más apropiado, lo llamaremos monstruo". Sin embargo, conociendo su origen, Aníbal Lecter y su creador deben consideran el destino de otros muchos monstruos, reales e imaginados: "Mientras más sabemos sobre ellos, menos temibles nos parecen".
Libro reseñado:
Hannibal Rising
Thomas Harris
Delacorte
327 pp.
$27.95
15 de febrero de 2007
8 de febrero de 2007
©washington post
©traducción mQh
0 comentarios