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¿misión americana?


1[William Pfaff]
‘The Choice', de Zbigniew Brzezinski, es a primera vista un tour d'horizon de la política exterior en un año de elecciones, más sofisticado en enfoque y recomendaciones, y ciertamente más digno de un estadista en carácter que los escritos actuales de los partidarios de Bush. Es una expresión matizada de la convencional sabiduría de los expertos estadounidenses en política exterior, y una condena de la contraproducente arrogancia de la conducta de la administración Bush durante los dos años y medio últimos.
"La globalización, en esencia, quiere decir interdependencia global", escribe Brzezinski. Por eso, hoy la opción estadounidense es tratar de crear "un nuevo sistema global basado en intereses compartidos" o de "utilizar su poder soberano global en primer lugar para afianzar su propia seguridad". Lo último corre el riesgo de terminar en el "auto-aislamiento, una creciente paranoia nacional, y un aumento de la vulnerabilidad ante un virus anti-estadounidense que se extiende por todo el mundo". Incluso se corre el riesgo de que Estados Unidos se transforme en un estado policial.
Se puede pensar que hay otras posibilidades, más amplias, para un Estados Unidos que disfruta nerviosamente de su "momento unilateral" (como dicen los neo-conservadores), aunque se vea a sí mismo como "una nación indispensable... destacándose por sobre las otras porque ve más lejos" (como lo dijo el último demócrata que fue secretario de estado). Sin embargo, Brzezinski rechaza implícitamente la tesis de que Estados Unidos estaría mejor si modificara su idea de una misión nacional y el concomitante engrandecimiento del poder nacional en reconocimiento del buen sentido que se encuentra en el consejo de George Kennan, de que el hecho de que los estadounidenses "nos veamos como el centro de la ilustración política y como tutores de una gran parte del resto del mundo es completamente insensato, vano e indeseable". Kennan agregó que "este planeta no será gobernado nunca por un solo centro de poder político, cualquiera sea su poderío militar".[1]
El libro de Brzezinski necesita por eso ser examinado en dos niveles. El primero es el de las presuposiciones políticas dentro de las que fue escrito, sin duda compartidas hoy por la mayoría de los analistas y figuras políticas de la política exterior estadounidense. El segundo debería tomar en cuenta la escéptica perspectiva articulada por Kennan y poner en duda las presuposiciones ampliamente compartidas por funcionarios y expertos estadounidenses sobre la conveniencia o feliz inevitabilidad, y benéficas consecuencias de la hegemonía estadounidense global.

Después de la guerra fría, los estadounidenses pasaron por un período de incertidumbre acerca de lo que debería ser nuestra política exterior. No había una causa alrededor de la cual se pudiera movilizar a todo el país. Se desarrolló un cierto consenso de interés en los temas relacionados de la proliferación nuclear, la existencia de las así llamadas naciones parias -como Iraq y Corea del Norte-,y el problema que representaban países "frustrados" -como Somalia. Este consenso surgió en un contexto de ansiedad sobre la creciente hostilidad hacia Estados Unidos de los países musulmanes, coincidiendo con la idea de Samuel Huntington de que había una guerra de civilizaciones en camino. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 puso fin a esa incertidumbre. La administración Bush lanzó su ‘Guerra contra el Terror', que a pesar de que el presidente negara explícitamente que la culpa fuera del islam, fue amplia y emocionalmente vista como algo parecido a una guerra de civilizaciones, con los militantes fundamentalistas representando al islam y Estados Unidos (seguido a regañadientes por sus aliados tradicionales) como adalid del Occidente.
Muchos rechazan las proclamas maniqueas del presidente ("con nosotros o contra nosotros"), la hostilidad de la administración hacia las organizaciones internacionales, y su autoritario trato de los aliados. Brzezinski está muy consciente del temor, perdurable y curiosamente extendido, que causaron los atentados en Estados Unidos. Horribles como fueron, la reacción, dice, era irracional:

"¿En qué momento cruza una preocupación nacional justificable acerca de la seguridad nacional la línea que divide la prudencia de la paranoia? [...]En la era de la globalización, no son posibles ni la seguridad ni la defensa totales".

Sin embargo, fue una cuasi paranoia la que fue fomentada oficialmente después de los atentados contra las torres del Centro Comercial y el Pentágono, como también lo fue la elevación intelectualmente incoherente (como observa Brzezinski) que hizo el gobierno de Bush del terrorismo -una táctica o un método de combate que ha sido empleado en todas las épocas- a alturas metafísicas al definirlo como el Terror, un fenómeno que se esperaba que fuera dominado por Estados Unidos.
Brzezinski lamenta la resolución del gobierno de desconectar de sus raíces políticas e históricas la guerra que declaró . Escribe que:

La inclinación de Estados Unidos, en la primavera de 2002, de apoyar incluso las formas más extremas de represión de los palestinos como parte de la lucha contra el terrorismo es uno de los puntos en cuestión. La falta de voluntad para reconocer una conexión histórica entre el surgimiento del terrorismo anti-norteamericano y la participación de Estados Unidos en Oriente Medio hace mucho más difícil la formulación de una respuesta estratégica efectiva contra el terrorismo. Así, escribe, un impulso inicial de solidaridad con Estados Unidos, que encontró expresión en Europa y otros lugares justo después de los atentados, se fue desvaneciendo a medida que la administración revelaba su visión de la lucha y de la respuesta apropiada:

Culminando con la formulación del "eje del mal", la perspectiva estadounidense del terrorismo comenzó a ser vista cada vez más como divorciada del contexto político del terrorismo. El apoyo global casi unánime de que gozó Estados Unidos dio origen a un creciente escepticismo sobre las explicaciones oficiales de la amenaza común.
Junto con el trato que da la administración a sus supuestos aliados y sus ataques contra Naciones Unidas y otras instituciones internacionales, este escepticismo fue responsable del aislamiento internacional en que Estados Unidos se encontró a sí mismo para la época en que decidió invadir Iraq.
El aislamiento debe todavía ser superado. La ocupación de Iraq marcha mal y los mecanismos de transferencia de poder a un gobierno iraquí verdaderamente autónomo siguen siendo polémicos y son inestables, y el futuro de la ocupación y de Iraq mismo deviene cada vez más confuso y amenazante.

2
Brzezinski piensa que el problema práctico central de hoy en la comunidad internacional es esa condición de inestabilidad geopolítica, localizada en lo que ha decidido llamar ‘Balcanes Globales' (una formulación inventada sin duda para incorporarla al vocabulario reduccionista de los debates norteamericanos sobre asuntos exteriores, junto con el "choque de civilizaciones", el "fin de la historia", "Marte contra Venus" y "la vieja Europa contra la nueva" -todas ellas falsas). Los Balcanes Globales se extienden desde los países europeos de los Balcanes indudablemente inestables que emergieron de las guerras instigadas por los serbios después de la sucesión yugoslava (su actual inestabilidad se debe en gran parte al no resuelto problema del irredentismo albanés), Asia Central y Paquistán.
Dice que Estados Unidos debe estabilizar y pacificar esta región para organizarla eventualmente de manera cooperativa. En el pasado reciente,

"esta remota región pudo haber sido dejada a su propio destino. Hasta mediados del siglo pasado, la mayor parte de ella estuvo dominada por potencias imperiales y coloniales. Hoy, ignorar sus problemas y subestimar su potencial de disrupción global sería equivalente a declarar abierta la temporada para intensificar la violencia regional, la contaminación regional de los grupos terroristas y la competitiva proliferación de armas de destrucción masiva.
"¿Por qué es tan peligroso este área? Uno puede pensar que es porque Asia Central, musulmana y ex soviética, es vulnerable al mismo radicalismo religioso que fue responsable del surgimiento de Al Qaeda. Sin embargo, Brzezinski objeta sobre este punto, tachando de equivocada la interpretación estadounidense de que el "islam" posee o adquirirá alguna clase de unidad política significativa, aunque reconoce que la reacción estadounidense a los atentados terroristas de 2001 provocaron sentimientos de solidaridad entre los musulmanes de Asia y del Medio Oriente, especialmente sobre la cuestión palestina. Todo la cháchara sobre ‘el terrorismo de un alcance global' no puede borrar los orígenes nacionales de los terroristas, el foco específico de sus odios, o sus raíces religiosas".
La más importante contribución a la movilización islámica desde los años 1980 fue indudablemente el reclutamiento de musulmanes, por la CIA, para luchar contra los rusos en Afganistán, y más tarde de los serbios en Bosnia. Esto ayudó a radicalizar a los jóvenes musulmanes occidentalizados o parcialmente occidentalizados en la diáspora europea y estadounidense, tanto saudíes y como otros musulmanes árabes, en torno a temas religiosos del islam y al renacimiento político que ha estado en el aire desde principios del siglo 20.
La idea de un renacimiento a través de la restauración fundamentalista de una edad dorada es un tema común y recurrente de las sociedades coloniales y poscoloniales[2] No lleva a ninguna parte, ya que no ofrece una solución real a los problemas políticos y culturales de la sociedad musulmana. Como escribe Brzezinski, casi todas las sociedades religiosas "han experimentado sus propias versiones del sectarismo fundamentalista, aunque en cada caso la tendencia dominante ha ido en la dirección del pluralismo político, por medio de un reajuste progresivo entre lo secular y lo religioso".
Por tanto, dice Brzezinski, el principal efecto de la cuasi histeria sobre el fundamentalismo islamita que ha surgido en algunos círculos desde que el ayatola Khomeini apareciera en la escena internacional en 1979 ha sido complicar la interpretación estadounidense. Ha inspirado la creencia de que Estados Unidos puede y debe "hacer algo" sobre ese familiar fenómeno cultural de las sociedades socialmente atrasadas.

¿Por qué, entonces, son los Balcanes Globales una fuente de peligro? La inestabilidad y la corrupción en los estados aledaños de Rusia, incluyendo Ucrania y Bielorrusia, Chechenia en los Cáucasos, se derivan del antiguo control imperial ruso (y más tarde soviético) y no es evidente que Estados Unidos tengo mucho de bueno que ofrecer para resolverlas. El radicalismo musulmán en el Cáucaso, como en la ex Asia Central soviética y Afganistán, es parasitario del nacionalismo, y es reaccionario y aislacionista en carácter.
Hay ricas fuentes de energía en la región del Caspio, y Brzezinski observa que "el dominio estratégico del aérea, incluso si se encuentra encubierto por acuerdos de colaboración, constituye un recurso hegemónico global y decisivo" (aunque "vulnerable ante las diabluras rusas e iraníes"). La intervención política estadounidense en el aérea se inició con la administración de Clinton, aunque en qué contribuirá políticamente en una región que ha estado en gran parte bajo dominio ruso durante los dos últimos siglos todavía está por verse: uno pensaría que no es probable que aumente la estabilidad. Estados Unidos está, en teoría, comprometido con los principios de la economía de mercado y del libre comercio, que sostiene que el dominio político de una fuente de energía es menos importante que los mecanismos de mercado a la hora de unir a los productores del petróleo caspio, que debe ser vendido a consumidores occidentales que quieran comprar, un fenómeno que se hizo evidente en 1973 cuando fracasó el boycot de producción políticamente motivado por la OPEC. Sin embargo, en Washington, ante las seducciones de la hegemonía, la teoría no se impone siempre.
Turquía e Irán no son países inestables, incluso si se encuentran ambos en un período de fermento institucional. Afganistán no era inherentemente inestable antes de fines de los 1970 cuando un golpe de estado pro-soviético fue seguido en 1979 de una intervención rusa inducida por Estados Unidos (y por todos los que lo siguieron).[3] Afganistán había servido previamente como una amalgama de sociedades étnicas, organizadas tribalmente, con una economía agrícola de subsistencia, que sacaba provecho de su posición en las antiguas y esenciales rutas comerciales asiáticas, al tiempo que disputaba con Paquistán los territorios fronterizos de Patán. Actualmente parece no poseer ninguna vocación política ni económica en pro de la globalización y de la democracia de mercado, y Estados Unidos y la OTAN no están teniendo fortuna con la estabilización en esos términos.
Hasta la guerra de Afganistán, nada de lo que estaba ocurriendo en Asia Central amenazaba directa o indirectamente a Estados Unidos, que era en gran parte indiferente ante la región (e ignorante de ella). En el Asia Central ex soviética uno no tiene que vérselas con elites nacionales progresistas y sofisticadas del tipo que condujo a los dinámicos movimientos nacionales de los Balcanes europeos en el siglo 19, desequilibrando los sistemas imperiales de los otomanos y de los Habsburgo. Se trata de sociedades tradicionalmente nómadas que han sufrido los esfuerzos soviéticos más destructivos por modernizarlos. Un crítico puede poner en duda las ventajas netas de los esfuerzos estadounidenses de "consolidar [su] independencia" en un nuevo sistema global dirigido por Estados Unidos, como ha propuesto Brzezinski para los antiguos estados soviéticos de la Cuenca del Caspio.

3
En política internacional Brzezinski no ha sido nunca un guía particularmente bueno a la hora de hablar del futuro, pero es muy preciso al exponer lo que sabemos de cada una de las recientes fases de la evolución de la política estadounidense. Cuando se equivocó, se equivocó casi como todo el mundo de la comunidad política norteamericana más o menos de la misma manera. Antes en su carrera, a mediados de los años 1950, él y un colega tuvieron la desgracia de publicar un libro en el que sostenían que era imposible cambiar los estados de tipo soviético.[4] Esto fue en vísperas del Octubre Polaco y de la revuelta húngara de 1956.
A fines de los años 1960, cuando Rusia estaba compitiendo fuertemente con Estados Unidos en sus programas espaciales, y era común pensar en la Unión Soviética como una super potencia tecnológica, publicó otro libro en el que dijo que la Unión Soviética y Estados Unidos estaban evolucionando a lo largo de líneas que convergían hacia una nueva forma de super estado "tecnotrónico" en el que la ciencia y una industria avanzada dejaría a todo el mundo atrás, incluyendo a Europa Occidental y Japón.[5] Sabemos ahora que la brecha entre la industria soviética y occidental era entonces enorme, y se ha ido ampliando firmemente desde los años 1950. Europa Occidental estaba en medio de lo que los franceses llamaron Les Trente Glorieuses -las tres décadas de boom de la posguerra, que provocó un rápido crecimiento y enorme progreso en las condiciones de vida y en la industria de Europa Occidental.
Brzezinski está bien acompañado en sus errores, pero uno se pregunta si acaso sigue siendo confiable hoy cuando afirma que,

"El poder de Estados Unidos no tiene precedentes en su alcance militar global, en la importancia crucial de la vitalidad de la economía estadounidense para el bienestar de la economía mundial, en el innovador impacto del dinamismo tecnológico estadounidense, y en la atracción mundial que ejerce la cultura de masas estadounidense, multifacética y, a menudo, burda".

De hecho, el poderío militar terrestre estadounidense está actualmente atado a Iraq y Afganistán, sin asegurar la estabilidad en ninguno de los dos lugares, y un poder naval y aéreo que son irrelevantes para las frustraciones de Washington. La vitalidad de la economía estadounidense depende de la disposición asiática de financiar el déficit norteamericano.
Él dice que Europa Occidental carece de unidad para actuar políticamente y que "Japón, visto una vez como la segunda super potencia mundial, quedó fuera de la carrera". China, a pesar de su desarrollo económico, pasa por un período de incertidumbres políticas y de todos modos continuará siendo un país relativamente pobre en los años por venir. "Rusia ya no está en la pista". Agrega:

"El argumento de que el poder estadounidense es vital para la paz mundial se basa en un simple test hipotético: ¿Qué pasaría si el Congreso de Estados Unidos ordenara la retirada inmediata de sus tres cruciales zonas de despliegue: Europa, el Lejano Oriente y el Golfo Pérsico?"

Responde diciendo que el mundo "se zambulliría... casi inmediatamente en una caótica crisis política.". El resultado en Europa (que "no sin Estados Unidos no puede sentirse segura [...], no puede unirse contra Estados Unidos y no puede influir de manera significativa sobre Estados Unidos sin aceptar actuar en conjunto con Estados Unidos") sería una "carrera en tropel de algunos para re-armarse pero también para llegar a un acuerdo especial con Rusia". Europa volvería nuevamente a ser "vulnerable ante las rivalidades internas y las amenazas externas..." Toda la arquitectura política europea se vería en peligro. "Los tradicionales temores ante el poder alemán y las animosidades nacionales históricamente enraizadas serían rápidamente reanimadas".
"En el Lejano Oriente, estallaría probablemente una guerra en la península de Corea, mientras Japón iniciaría un fuerte programa de re-armamento, incluyendo armas nucleares. En el área del Golfo persa, Irán se haría dominante e intimidaría a los estados árabes adyacentes a que reconocieran su hegemonía".

En realidad, este es un aluvión de predicciones alarmantes. ¿Son convincentes? Ciertamente, una renuncia abrupta del compromiso de Estados Unidos con la defensa de los países miembros de la alianza militar de la OTAN en Europa del Este (y miembros prospectivos en los países que comparten fronteras con Rusia) causaría consternación porque sería interpretada como una invitación a demandas políticas o territoriales rusas sobre los países vecinos. Pero, ciertamente, esto no es de lo que habla Brzezinski.
De otro modo, ¿por qué se desplomarían, sin orden ni concierto, cincuenta años de unificación europea y paz si Estados Unidos decidiera "retirar" sus tropas de Europa? Washington ha ya anunciado su intención de retirar tropas de los Balcanes, el único lugar donde, en la actualidad, constituyen una importante presencia estabilizadora.
Estados Unidos también quiere reducir la cantidad y tamaño de sus bases en Alemania y otras parte de la "vieja" Europa, y los europeos que se muestran más alarmados son los tenderos y los empresarios que sirven a las bases estadounidenses. Brzezinski también sabe seguramente, como lo sabe Donald Rumsfeld (a pesar de sus amenazas el año pasado a Alemania), que Estados Unidos no va a cerrar sus bases en Europa Occidental ni dejará a la OTAN por mucho tiempo, a menos que se vea obligado a hacerlo, ya que las bases, que no son de gran relevancia para la seguridad de los europeos, son fundamentales para Estados Unidos. Son indispensables para las operaciones estratégicas norteamericanas en todo el Medio Oriente y Asia Central. Ser miembro de la OTAN permite a Estados Unidos reclamar una cuota de influencia política en los asuntos europeos. Washington insiste en que la OTAN es el modelo y la base potencial para una consolidación de las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea bajo el liderazgo general de Estados Unidos. Sin la OTAN, Estados Unidos, estrictamente hablando, no tiene más derecho a sus bases y tropas en Europa que Alemania o Francia para estacionar tropas y poseer bases militares en Estados Unidos.
La amenaza de Brzezinski de una "retirada rápida" de las tropas estadounidenses en Europa podría incluso ser saludada con alivio por algunos países, que no enfrentan ninguna amenaza militar exterior y donde las bases se han transformado cada vez más en fuente de malestar político. La política exterior estadounidense (incluso antes de la guerra contra el terrorismo) ha perdido mucho de la simpatía popular entre la opinión pública de Europa Occidental, que en general se oponía fuertemente, incluso en España, a la intervención estadounidense en Iraq el año pasado. No conozco a ningún observador europeo occidental serio que atribuya a la retirada de las tropas norteamericanas las serias consecuencias que describe Brzezinski. La retirada causaría a corto plazo polémica y algunos problemas prácticos; pero finalmente acarrearía una relajación de las tensiones existentes y, en mi opinión, un mejoramiento a largo plazo de las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea.

En lo que se refiere a la carrera europea por rearmarse: ¿contra quién? La resistencia europea ante las persistentes presiones estadounidenses para aumentar el gasto militar y adquirir nuevos equipos bélicos no es el resultado del pacifismo europeo (o su "cobardía" como dicen algunos neo-conservadores). Más bien, los europeos muestran poco entusiasmo a la hora de desempeñar un papel caro como ayudantes militares de Estados Unidos en empresas que sirven más los intereses y concepciones de la política exterior de Estados Unidos que los de Europa.
Europa Occidental necesita hoy (y en general tiene) fuerzas militares que le permitan hacer frente a los renovados problemas en los Balcanes, realizar intervenciones de paz del tipo que el Reino Unido está llevando a cabo en Sierra Leona, Francia en la Costa de Marfil y el Congo, e Italia en Albania (cuando la Albania post-comunista empezó a caer en manos de la mafia). Más allá de eso, los gobiernos europeos necesitan controlar su espacio aéreo y marítimo; y quieren conservar organizaciones militares profesionales básicas, habilidades y recursos que puedan ser desplegados rápidamente (hoy es difícil de imaginar) en alguna emergencia militar.
En lo que se refiere a la guerra contra el terrorismo, los servicios de policía y secretos de Europa la han conducido de manera muy exitosa, para ventaja estadounidense y europea. La OTAN cuenta ahora con seis mil soldados o fuerzas paramilitares en Afganistán, pero nada de lo que la mayoría de los europeos ha visto allá o en Iraq les inspira a pensar que unirse a nuevas intervenciones militares en otras partes del Oriente Medio o Asia mejoraría las cosas.
También para el caso de Asia se puede sostener que la retirada de las tropas y el cierre de las bases norteamericanas podrían a largo plazo tener un efecto constructivo para las relaciones de Estados Unidos con los países donde están estacionadas ahora, y donde provocan tensiones políticas. Las tropas estadounidenses en Corea del Sur son hoy más importantes como rehenes de Corea del Norte antes que como garantes de la paz. En Japón, las tropas norteamericanas son políticamente irritantes, y aunque ahorran a Japón la inconveniencia de tener una política de relaciones exteriores propia, no es esta una condición de la que se pueda esperar que dure indefinidamente mientras China desarrolla una política más activa (por más que sea una política esencialmente defensiva).

Aquí hay un problema fundamental. Brzezinski define a Estados Unidos como una "sociedad que está transformando al mundo, que es incluso revolucionaria por el impacto subversivo en las políticas internacionales basadas en la idea de soberanía". Al mismo tiempo, sostiene que un activismo norteamericano mundial e incluso la intervención militar son esenciales en su papel de "eje de la estabilidad global". La contradicción es obvia.
Sería difícil sostener que el activismo estadounidense ha tenido una influencia estabilizadora en América Latina desde los años 1950; en Vietnam en los 1960 y 1970; en Afganistán en los 1970; o en Irán antes de la expulsión del Sha hasta hoy. El tácito apoyo de Washington a los campamentos israelíes en territorios palestinos ha sido lo opuesto de estabilizador.
Uno puede hacer un comentario paralelo sobre el empuje de la administración de Clinton para globalizar el comercio y la inversión mundiales rompiendo las estructuras económicas y reguladoras existentes, substituyendo la producción orientada hacia la exportación por la agricultura de subsistencia y la industria artesanal en los países no occidentales. El efecto ha sido socavar las estructuras sociales establecidas y estimular la urbanización y la occidentalización. También ha tenido algunas consecuencias positivas, especialmente para los inversores occidentales, en cuyo nombre se adoptó esa política, así como sobre el desarrollo económico en una cantidad de países, con costes sociales (recién reconocidos ahora) considerables. También ha sido una fuerza profundamente desestabilizadora en muchas otras partes del mundo no occidental.

4El libro de Brzezinski es un trabajo que decepciona porque sus presuposiciones sobre la naturaleza de las relaciones internacionales contemporáneas, y sobre las exigencias y objetivos últimos de la política exterior estadounidense, no representan un reto fundamental para las de la administración estadounidense y de aquellos que apoyan su enfoque general. Una encuesta reciente y exhaustiva de la opinión pública estadounidense, realizada por Notre Europe, un grupo de estudio e investigación dirigido por Jacques Delors y apoyado en parte por la Comisión Europea concluye que los atentados de 2001 fueron un "momento clarificador" en la opinión pública estadounidense, produciendo una perceptible "convergencia a largo plazo de las opiniones de la elite de la política exterior estadounidense... basada en las estrategias de prevención y una ampliación democrática... a ambos lados de la línea política divisoria".[6]
Brzezinski observa que la seguridad que Estados Unidos había encontrado antes en el aislamiento geográfico y en la alianza con Europa Occidental, ya no existe. Las nuevas circunstancias y tecnologías son responsables de nuevas formas de inseguridad. Afirma que Estados Unidos está "condenado a ser el catalizador sea de una comunidad como de un caos global, por lo que los norteamericanos tienen una responsabilidad histórica única para determinar cuál de las dos se afirmará finalmente".

Si Estados Unidos trata de dominar el mundo, escribe, corremos el riesgo de un aislamiento destructivo de Estados Unidos de la comunidad internacional, y desorden en el extranjero. Si optamos por el "liderazgo", podemos estimular "la emergencia progresiva de una comunidad global de intereses cada vez más compartidos con Estados Unidos en el centro". Sus opiniones, sin embargo, asumen que el inevitable desarrollo de la comunidad internacional hacia instituciones (y valores) políticos y económicos tiene hoy su expresión más avanzada en la sociedad civil estadounidense y en la versión estadounidense del capitalismo mercantil.
Sin embargo, si un gobierno estadounidense rehúsa la responsabilidad de trabajar para promover este resultado, esto

"podría sumergir al mundo en una escalante anarquía, hecha más ominosa por la diseminación de armas de destrucción masiva".

Una cuestión central sobre la actual campaña política presidencial es si John Carry, y si tuviera éxito un nuevo gobierno demócrata, romperá o no con la política preventiva e intervencionista de Bush para "imponer la democracia" a través de un cambio de régimen, o si aunque reconsiderará la ambición hegemónica que subyace a esa política.
Brzezinski condena el método autoritario, el que, afirma, "terminará movilizando una oposición compensatoria". Para él, la tarea es "transformar cada vez más la posición dominante de Estados Unidos en la hegemonía co-optativa, en una en la que el liderazgo se ejerza más través de convicciones compartidas con aliados perdurables que por un dominio asertivo. "Está consciente de la reacción violenta contra el poder estadounidense; de ahí su énfasis en convertir a los clientes en aliados consensuales. Sin embargo, sostiene que "la aceptación del liderazgo estadounidense por otros es una condición sine qua non para evitar el caos". Esto es lo mismo que dar a la política de Bush un rostro humano.
Una formulación diferente de política nacional puede observar que mientras las relaciones internacionales no son nunca simples, y el poder es un ingrediente esencial de ellas, la justicia, tanto como la paz, sacan habitualmente provecho de una aceptación realista de los múltiples (aunque desiguales) centros de poder nacional, y de la inevitabilidad de conflictos de intereses y valores. La búsqueda de una hegemonía estadounidense global, como en la "derrota" del terrorismo y la "victoria" sobre el mal, es un simulacro ingenuo de utopías armadas serias que fueron la maldición del siglo 20. Uno puede incluso considerar, como se atrevió Kennan en 1951, cuando se intensificaba la guerra fría, que la cualidad y éxito nacionales son en última instancia determinados por la "distinción espiritual" del país -que no es un criterio citado muy a menudo en los debates sobre política exterior.

La última critica por hacer a la posición que Brzezinski comparte con muchos otros expertos en política exterior es que ignora o niega la importancia de lo que ha sido históricamente la principal fuerza en las relaciones internacionales: la afirmación competitiva de los intereses nacionales, fundada en valores y ambiciones divergentes entre las naciones, ciertamente incluyendo las democráticas.
Su argumentación da por sentado que tales diferencias encontrarán una resolución en alguna versión del fin de la historia, alcanzada a través de la convergencia con Estados Unidos. Brzezinski y aquellos que comparten sus puntos de vistas parece creer en lo que ha sido llamada la interpretación pelucona de la historia: que el propósito de la historia ha llevado a nosotros. La lucha por los intereses nacionales por otros estados produce el "caos global" contra el que advierte. Condoleeza Rice recurrió al mismo argumento en un discurso el año pasado en el Instituto Internacional de Estudios Internacionales, de Londres, diciendo que las políticas basadas en el poder son un camino hacia la guerra.
Esta posición rechaza tanto el punto de vista clásico de la historia occidental, que no es progresista, y la escuela realista de la filosofía política dominante en el pensamiento político occidental del pasado, que ha adoptado tradicionalmente una visión desengañada de la naturaleza humana y de las posibilidades políticas. La visión progresista es una manifestación de esperanza, o de fe. Equivale a una ideología que es teleológica en naturaleza. Niega la proposición de que la hegemonía produce un orgullo desmedido, llama la atención de Némesis, termina en la indigencia.
La idea de que Estados Unidos tiene una misión nacional ejemplar ha sido siempre central en el pensamiento y la retórica política estadounidenses. En la visión de Woodrow Wilson (y de muchos hoy en Estados Unidos) esta misión es de origen divino. Wilson (un respetado presidente para los neo-conservadores hoy tan demostrativamente laicos) sostuvo que la mano de Dios "nos ha traído hasta aquí" y que somos los instrumentos mortales de Su voluntad, una visión que ha encontrado eco repetidas veces en los discursos de George W. Bush. Este sentido de misión yace detrás de la pretensión estadounidense de desempeñar un papel excepcional en la comunidad internacional.
Brzezinski sostiene que la consecuencia práctica del rol de Estados Unidos en la seguridad global y su extraordinaria ubiquidad global es dar a Estados Unidos el derecho a buscar más seguridad que otros países. Necesita tropas con un capacidad de despliegue decisiva a nivel mundial. Debe incrementar su servicio secreto (antes que gastar recursos en una inmensa burocracia de seguridad interior) de modo que las amenazas a Estados Unidos puedan ser desbaratadas. Debe mantener una ventaja tecnológica completa sobre todos sus rivales potenciales... Pero también debería definir su seguridad en términos que ayuden a movilizar el interés propio de los otros. Esa tarea comprehensiva puede ser llevada a cabo de manera más efectiva si el mundo entiende que la trayectoria de la ambiciosa estrategia de Estados Unidos se dirige hacia una comunidad global de intereses compartidos.
Esta creencia de que Estados Unidos tiene una misión histórica única -haya sido o no un encargo divino- no está abierta a una refutación lógica. Pero hay que esperar que una política estadounidense que descansa en una ficción auto-indulgente termine mal.

Cada país tiene su propia "narrativa" en la que se cuenta a sí misma cuál es su lugar en el mundo contemporáneo. Estamos familiarizados con la narrativa estadounidense, comenzando con la City on a Hill y avanzando a través del Destino Manifiesto hacia la convicción de Woodrow Wilson de que estamos en el mundo "para mostrar a las naciones del mundo el rumbo que emprenderemos nosotros por el camino de la libertad... Era de esto de lo que soñábamos al nacer". La versión actual de la historia dice que este exaltado destino está fatídicamente amenazado por naciones parias con armas nucleares, por países frustrados, y por la amenaza del extremismo musulmán. Ha comenzado algo que se parece a la guerra de civilizaciones de Huntingon. La movilización nacional ha empezado. Nos esperan años de lucha.[7]
El aislamiento de Estados Unidos hoy es causado por el hecho de que sus alegatos sobre la amenaza del terrorismo le parecen a otros escandalosamente exagerados, y su reacción, como escribe Brzezinski, peligrosamente desproporcionada. La mayoría de las sociedades avanzadas han tenido, o tienen, sus guerras con el "terrorismo": los ingleses con el IRA, los españoles con los separatistas vascos de la ETA, los alemanes, los italianos, los japoneses con sus Brigadas Rojas, los franceses con terroristas palestinos y argelinos, los griegos, los latinoamericanos, y los asiáticos, todos con sus propias variedades de extremistas.
Los principales aliados de Estados Unidos ya no creen en su "narrativa" nacional. Han tratado de creer en ella, y se han comportado amablemente, a pesar del creciente escepticismo. Están alarmados por lo que ha ocurrido con Estados Unidos bajo la administración de Bush, y no ven que nada bueno sale de ahí. Están perplejos sobre lo impermeable que parecen ser los estadounidenses a la idea de que nuestro 11 de septiembre no fue el acontecimiento definitorio de una época, después de lo cual "nada será lo mismo". Tienden a pensar que lo mismo ha sido siempre lo mismo. Es Estados Unidos el que ha cambiado. Están preocupados de que los líderes estadounidenses parecen incapaces de entenderlo.
Cuando funcionarios y expertos en política exterior estadounidense viajaron a Europa diciendo que "todo ha cambiado", advirtiendo a los gobiernos aliados que debían "hacer algo" acerca de los sentimientos anti-norteamericanos desplegados el año pasado con motivo de la invasión de Iraq, la reacción habitual de Europa Occidental es asombrarse de la incapacidad estadounidense de darse cuenta de que la fuente del problema reside en cómo Estados Unidos se ha dirigido a sí mismo desde el 11 de septiembre. Piensan que este Estados Unidos cambiado es más bien una amenaza. Un banquero internacional irlandés me dijo recientemente que cuando los europeos proponen a los visitantes estadounidenses que las cosas también han cambiado en Europa como resultado directo de las políticas estadounidenses, "es como si no escucharan". Un escritor francés lo han dicho así: es como descubrir que un tío respetado, incluso querido, se ha vuelto esquizofrénico. Cuando lo visitas, sus palabras ya no guardan conexión con la realidad a su alrededor. Es inútil hablar con él. Los parientes, avergonzados, se muestran todavía más reluctante a tocar el tema, incluso entre ellos mismos.

Notas
[1] Richard Ullman, ‘The US and the World: An Interview with George Kennan', The New York Review, 12 agosto 1999.
[2] Véase Edmund Stillman y William Pfaff, ‘The Politics of Hysteria: the Sources of Twentieth-Century Conflict' (Harper and Row, 1964).
[3] Por la que Brzezinski mismo (que fue asesor de seguridad nacional para el presidente Carter) ha asumido responsabilidad, en una entrevista al semanario parisino Le Nouvel Observateur (15-21 enero, 1998). "La realidad, hasta ahora secretamente custodiada, es que fue el 3 de julio de 1979 cuando el presidente Carter firmó la primera directriz para prestar ayuda encubierta a los opositores al régimen pro-soviético de Kabul. Y ese mismo día, yo escribí una nota al presidente, en la que le explicaba que en mi opinión esa ayuda iba a provocar una intervención militar soviética... No los empujamos a intervenir, pero aumentamos conscientemente la posibilidad de que lo hicieran".
Esto impone una reflexión sobre la responsabilidad moral. Una iniciativa estadounidense, desarrollada con la intención de debilitar a la Unión Soviética, justamente la provocó bajo la forma de un golpe de estado palaciego en Afganistán, y luego Estados Unidos armó a la resistencia afgana contra los invasores. Esta resistencia liberó a Afganistán, y también contribuyó a "librar" a Estados Unidos de la amenaza soviética, que era la intención. Sin embargo, también debe decirse que los talibanes llegaron al poder en la confusión y los conflictos que siguieron a una guerra en cuyos orígenes Estados Unidos estuvo implicado y durante la cual Estados Unidos contribuyó al desarrollo del movimiento talibán.
[4] Carl J. Friedrich y Zbigniew K. Brzezinski, ‘Totalitarian Dictatorship and Autocracy' (Harvard University Press, 1956).
[5] Zbigniew K. Brzezinski, ‘Between Two Ages: America's Role in the Technetronic Era' (Viking, 1970).
[6] Timo Behr, ‘US Attitudes Towards Europe: A Shift of Paradigms?', Research and European Issues, No. 29 (noviembre 2003).
[7] Hay especulaciones en algunos círculos militares de que un ataque contra Estados Unidos por terroristas con armas de destrucción masiva podría algún día hacer necesaria la implantación de un gobierno militar en Estados Unidos. Véase General Tommy Franks, en una entrevista en (por increíble que parezca) la revista de estilo ‘Cigar Aficionado', del 21 de noviembre de 2003, publicada por la conservadora agencia de noticias de la red Newsmax.com

Libro comentado:
Zbigniew Brzezinski
The Choice: Global Domination or Global Leadership. Zbigniew Brzezinski, Basic Books, 242 pp., $25.00.

©new york review of books ©traducción mQh

10 marzo 2004"

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