capitalismo, gentileza divina
[William Grimes] Renace vieja teoría sobre contribución del cristianismo al capitalismo.
Rodney Stark emerge balanceándose hacia la derecha del campanario de ‘The Victory of Reason’, su ardiente y polémico libro sobre el surgimiento del capitalismo. Stark, autor de ‘The Rise of Christianity’ y ‘One True God: Historical Conse-quences of Monotheism’, está hastiado y cansado de leer que la religión impidió el progreso científico y atrofió la libertad humana. Para aquellos que dicen que el capitalismo y la democracia se desarrollaron solamente después de que pensadores seculares encendieran la luz de la razón sobre el oscurantismo de la Edad Negra, tiene una respuesta de sólo una palabra: absurdo.
"El éxito de Occidente, incluyendo el surgimiento de la ciencia, descansó enteramente en fundamentos religiosos, y la gente que lo produjo eran cristianos devotos", argumenta en este provocador, exasperante y a veces desconcertante ejercicio revisionista. El capitalismo, y la revolución científica que lo inició, no emergió a pesar de la religión, sino debido a ella.
No debería sonar paradójico, dice Stark. A pesar de los predispuestos argumentos de los pensadores anticlericales de la Ilustración, el cristianismo, como única entre las religiones del mundo, concebía a Dios como un ser extremadamente racional que creó un mundo coherente cuyas operaciones internas podían ser descubiertas a través de la aplicación de la razón y la lógica. Consecuentemente, fue sólo en Occidente, antes que en Asia o en el Medio Oriente, que evolucionó la alquimia que se transformaría en química, y la astrología en astronomía.
Stark despacha los casos rápidamente. A gran velocidad proporciona unos tonificantes guantazos a la teoría de Max Weber de que la ética protestante de sacrificio y reinversión propulsó el capitalismo, señalando que el capitalismo estaba en pleno florecimiento en Italia siglos antes de la Reforma. Como reconoce Stark mismo, los historiadores han desmantelado hace tiempo la elegante y altamente influyente hipótesis de Weber, pero sin embargo vuelve a desmentelarla una vez más.
Los capítulos más convincentes de ‘The Victory of Reason’, describen los primeros meneos de la empresa de libre mercado y la experimentación científica en los estados monásticos que se extendieron por Europa occidental después del siglo 9. Fue durante la llamada Edad Negra que los monjes cristianos, despojándose de las "embrutecedoras garras de la represión romana y el equivocado idealismo griego", desarrollaron innovaciones como la noria, la herradura, el cultivo de peces, el sistema agrícola de tres campos, las gafas y el reloj. "Todos estos importantes desarrollos pueden ser trazados a la convicción exclusivamente cristiana de que el progreso es una obligación divina, vinculada al don de la razón", escribe Stark, que se ha descrito a sí mismo en entrevistas, sorprendentemente, como no religioso en un sentido convencional.
La teología cristiana, la que Stark elogia como en constante evolución, mantuvo el ritmo de los desarrollos económicos. Pensadores como San Agustín y Tomás de Aquino dieron su aprobación a la propiedad privada, el profit y el interés. En el siglo 13, Alberto Magnus escribió que un precio justo era simplemente "el valor de las mercaderías en el mercado al momento de la venta".
Aquinas imaginó el caso de un mercader de trigo que llegaba a un país asolado por la hambruna que sabe que un cargamento de otros mercaderes llegará pronto. ¿Está obligado moralmente a revelar ese hecho y por ello aliviar la presión sobre el precio de su trigo? En una conclusión digna de Adam Smith, Aquinas decidió que no lo estaba.
Stark propone al final de su libro una de las teorías más intrigantes. Observa que poco después de que el emperador romano Constantino se convirtiera al cristianismo en 312, empezó a colmar a la iglesia con dinero y privilegios, convirtiéndola en una carrera atractiva para las clases altas. La "iglesia de la piedad", dirigida por un clero dedicado, mal pagado y ascético, hizo lugar a la "iglesia del poder", que no era probable que se opusiera al desarrollo del comercio. Si hubiera prevalecido la iglesia piadosa, escribe, "probablemente el cristianismo habría continuado su denuncia de la usura y se habría opuesto al profit y al materialismo en general, del mismo modo que lo todavía lo hace el islam".
Stark tiene un estilo narrativo vigoroso y el don de las explicaciones clara. El ritmo es fluido, y la historia excitante, cuando describe la evolución de las ciudades-estado del norte de Italia y los grandes bancos italianos que ayudaron a acelerar el surgimiento del capitalismo en Flandes e Inglaterra. Los bancos no solamente prestaban dinero; también participaban en el comercio y la industria, reorganizando y gestionando a menudo industrias enteras, como la hilandería. Sus escuelas de ábaco, donde los estudiantes aprendían contabilidad, fueron los primeros programas de bachillerato.
A menudo la pugnacidad de Stark se lleva la mejor parte. Es ostentosamente desdeñoso de Grecia y Roma, a las que describe como tecnológicamente incompetentes, moralmente en quiebra (todos esos esclavos) y demasiado estúpidas como para desarrollar la música polifónica. También, los caminos romanos eran pésimos. Para recurrir a una de las formulaciones preferidas de Stark, tampoco Virgilio, Horacio y Eurípides valen tanto. Cuando describe a Grecia y Roma como "grandes civilizaciones" entre sarcásticas comillas, sabes que su argumento se ha convertido en una arenga.
Weber, al elaborar su tesis sobre la ética protestante, evitó uno de los problemas que trata Stark, pero que no llega a resolver. ¿Qué pasa entonces con España y Francia? Como dominios católicos, quedaron fuera del paradigma de Weber, pero no del de Stark. Stark argumenta que el cristianismo es necesario pero no suficiente para el desarrollo del capitalismo, que requiere libertades políticas para prosperar. Una vez que las ciudades-estado capitalistas de Italia perdieron sus libertades, se convirtieron en provincias atrasadas del capitalismo. De acuerdo, pero si el espíritu de libre indagación y la igualdad humana son inherentemente cristianas, ¿por qué se convirtieron España y Francia en estado despóticos en primer lugar? Y, ya lo que tratamos, ¿qué explica que tantos no-cristianos -chinos, judíos e indios, por ejemplo- hayan adoptado el comercio y la tecnología de manera tan brillante?
Stark da sus mejores golpes al principio. A la mitad del libro se pone simplemente a recontar la historia de la Revolución Industrial y del surgimiento del capitalismo empresarial en Estados Unidos. El argumento pierde un montón de fuerza, pero queda una última provocación. En una nota final, Stark mira hacia el futuro y ve a China triunfante, transformando económicamente a América Latina, Asia y África. La razón, y por ello el cristianismo, prevalecerá, porque es el pasaporte hacia la modernidad, escribe. Pero esa proposición requeriría un libro entero.
"El éxito de Occidente, incluyendo el surgimiento de la ciencia, descansó enteramente en fundamentos religiosos, y la gente que lo produjo eran cristianos devotos", argumenta en este provocador, exasperante y a veces desconcertante ejercicio revisionista. El capitalismo, y la revolución científica que lo inició, no emergió a pesar de la religión, sino debido a ella.
No debería sonar paradójico, dice Stark. A pesar de los predispuestos argumentos de los pensadores anticlericales de la Ilustración, el cristianismo, como única entre las religiones del mundo, concebía a Dios como un ser extremadamente racional que creó un mundo coherente cuyas operaciones internas podían ser descubiertas a través de la aplicación de la razón y la lógica. Consecuentemente, fue sólo en Occidente, antes que en Asia o en el Medio Oriente, que evolucionó la alquimia que se transformaría en química, y la astrología en astronomía.
Stark despacha los casos rápidamente. A gran velocidad proporciona unos tonificantes guantazos a la teoría de Max Weber de que la ética protestante de sacrificio y reinversión propulsó el capitalismo, señalando que el capitalismo estaba en pleno florecimiento en Italia siglos antes de la Reforma. Como reconoce Stark mismo, los historiadores han desmantelado hace tiempo la elegante y altamente influyente hipótesis de Weber, pero sin embargo vuelve a desmentelarla una vez más.
Los capítulos más convincentes de ‘The Victory of Reason’, describen los primeros meneos de la empresa de libre mercado y la experimentación científica en los estados monásticos que se extendieron por Europa occidental después del siglo 9. Fue durante la llamada Edad Negra que los monjes cristianos, despojándose de las "embrutecedoras garras de la represión romana y el equivocado idealismo griego", desarrollaron innovaciones como la noria, la herradura, el cultivo de peces, el sistema agrícola de tres campos, las gafas y el reloj. "Todos estos importantes desarrollos pueden ser trazados a la convicción exclusivamente cristiana de que el progreso es una obligación divina, vinculada al don de la razón", escribe Stark, que se ha descrito a sí mismo en entrevistas, sorprendentemente, como no religioso en un sentido convencional.
La teología cristiana, la que Stark elogia como en constante evolución, mantuvo el ritmo de los desarrollos económicos. Pensadores como San Agustín y Tomás de Aquino dieron su aprobación a la propiedad privada, el profit y el interés. En el siglo 13, Alberto Magnus escribió que un precio justo era simplemente "el valor de las mercaderías en el mercado al momento de la venta".
Aquinas imaginó el caso de un mercader de trigo que llegaba a un país asolado por la hambruna que sabe que un cargamento de otros mercaderes llegará pronto. ¿Está obligado moralmente a revelar ese hecho y por ello aliviar la presión sobre el precio de su trigo? En una conclusión digna de Adam Smith, Aquinas decidió que no lo estaba.
Stark propone al final de su libro una de las teorías más intrigantes. Observa que poco después de que el emperador romano Constantino se convirtiera al cristianismo en 312, empezó a colmar a la iglesia con dinero y privilegios, convirtiéndola en una carrera atractiva para las clases altas. La "iglesia de la piedad", dirigida por un clero dedicado, mal pagado y ascético, hizo lugar a la "iglesia del poder", que no era probable que se opusiera al desarrollo del comercio. Si hubiera prevalecido la iglesia piadosa, escribe, "probablemente el cristianismo habría continuado su denuncia de la usura y se habría opuesto al profit y al materialismo en general, del mismo modo que lo todavía lo hace el islam".
Stark tiene un estilo narrativo vigoroso y el don de las explicaciones clara. El ritmo es fluido, y la historia excitante, cuando describe la evolución de las ciudades-estado del norte de Italia y los grandes bancos italianos que ayudaron a acelerar el surgimiento del capitalismo en Flandes e Inglaterra. Los bancos no solamente prestaban dinero; también participaban en el comercio y la industria, reorganizando y gestionando a menudo industrias enteras, como la hilandería. Sus escuelas de ábaco, donde los estudiantes aprendían contabilidad, fueron los primeros programas de bachillerato.
A menudo la pugnacidad de Stark se lleva la mejor parte. Es ostentosamente desdeñoso de Grecia y Roma, a las que describe como tecnológicamente incompetentes, moralmente en quiebra (todos esos esclavos) y demasiado estúpidas como para desarrollar la música polifónica. También, los caminos romanos eran pésimos. Para recurrir a una de las formulaciones preferidas de Stark, tampoco Virgilio, Horacio y Eurípides valen tanto. Cuando describe a Grecia y Roma como "grandes civilizaciones" entre sarcásticas comillas, sabes que su argumento se ha convertido en una arenga.
Weber, al elaborar su tesis sobre la ética protestante, evitó uno de los problemas que trata Stark, pero que no llega a resolver. ¿Qué pasa entonces con España y Francia? Como dominios católicos, quedaron fuera del paradigma de Weber, pero no del de Stark. Stark argumenta que el cristianismo es necesario pero no suficiente para el desarrollo del capitalismo, que requiere libertades políticas para prosperar. Una vez que las ciudades-estado capitalistas de Italia perdieron sus libertades, se convirtieron en provincias atrasadas del capitalismo. De acuerdo, pero si el espíritu de libre indagación y la igualdad humana son inherentemente cristianas, ¿por qué se convirtieron España y Francia en estado despóticos en primer lugar? Y, ya lo que tratamos, ¿qué explica que tantos no-cristianos -chinos, judíos e indios, por ejemplo- hayan adoptado el comercio y la tecnología de manera tan brillante?
Stark da sus mejores golpes al principio. A la mitad del libro se pone simplemente a recontar la historia de la Revolución Industrial y del surgimiento del capitalismo empresarial en Estados Unidos. El argumento pierde un montón de fuerza, pero queda una última provocación. En una nota final, Stark mira hacia el futuro y ve a China triunfante, transformando económicamente a América Latina, Asia y África. La razón, y por ello el cristianismo, prevalecerá, porque es el pasaporte hacia la modernidad, escribe. Pero esa proposición requeriría un libro entero.
31 de diciembre de 2005
©http://www.nytimes.com/2005/12/30/books/30book.html?pagewanted=all
©traducción mQh
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