alejándose de las pandillas
Ante él hay dos docenas de adolescentes acusados de crímenes violentos y que se enfrentan a la perspectiva de ser juzgados como adultos y ser enviados a alguna prisión del estado.
Deras habla con seca monotonía, pero su mensaje se posa con un ominoso peso: Cede ante los jefes pandilleros u otros delincuentes y te pudrirás en la prisión o morirás joven.
Delgado, con el pelo corto y una camiseta de los Dodgers, Deras se ve más joven que sus 36 años. Es un consultor de pandillas de Comunidades en Escuelas [Communities in Schools], una organización sin fines de lucro de North Hills. Es un trabajo que todos los jueves en la tarde lo acerca al Centro de Detención Juvenil Barry J. Nidorf y más allá a las oscuras esquinas de las calles para aliviar las tensiones después de las balaceras, a encuentros de pandillas en los parques locales para negociar acuerdos de paz y a su iglesia pentecostal en Van Nuys, donde invita a los pandilleros a empezar una nueva vida.
En la época en que Mara Salvatrucha, o MS-13, había crecido dramáticamente y acaparado la atención de las autoridades de gobierno en todo Estados Unidos y América Central, policías, analistas y activistas de derechos humanos concuerdan en que mientras más programas como el de Deras enfaticen la intervención, más educación y entrenamiento serán necesarios para contrarrestar el azote de las pandillas.
Stephen C. Johnson, experto en América Central que estudia a la MS-13 en la conservadora Heritage Foundation, advirtió hace poco al Congreso que las campañas represivas de la policía e inmigración no podrán por sí solas frenar el crecimiento de una banda que cuenta ya con hasta 50 mil miembros en seis países.
"Estamos tratando de ofrecer más oportunidades y progreso social", dijo Johnson en una entrevista. "Si no lo hacemos, no tendremos suficientes cárceles".
Incluso el FBI, que ha desplegado unos 100 agentes en pesquisas sobre la MS-13 en todo el país, está buscando más allá de los juicios criminales. "La policía por sí sola no dará cuenta de las causas de esta pandilla", dijo Robert Clifford, director de la brigada del buró para la MS-13. "Tenemos que reducir el suministro de niños".
Entre otras cosas, dijo Clifford, cree que los agentes deben acercarse a los nuevos reclutas y a los más jóvenes en los márgenes de la pandilla para intervenir e inscribirlos en programas de ayuda. De otro modo, las detenciones y deportaciones los pueden empujar todavía más profundamente en el grupo. "Lo que estamos haciendo en realidad es re-abastecer y repoblar la banda", dijo.
En los suburbios de Maryland, Washington, donde los reclutamientos de la MS-13 han aumentado fuertemente en los últimos años, las autoridades respondieron inicialmente con tácticas policiales severas. Ahora están adaptando una serie de programas anti-pandillas, incluyendo un centro juvenil cerca del corazón del territorio de la MS-13 en el Parque de Langley.
Glenn F. Ivey, el fiscal electo del condado de Prince George, dijo que se necesita hacer más para contrarrestar el fuerte reclutamiento de la MS-13. "Hay un enorme agujero en eso que estamos tratando de tapar", dijo Ivey.
Maryland y otros estados están buscando en Los Angeles, que dio nacimiento a la MS-13 hace dos décadas y ha presenciado una fuerte disminución de la violencia de las pandillas desde principio de los años noventa.
Como con las campañas policiales, es difícil medir la efectividad de los programas de prevención e intervención. Algunos investigadores de pandillas se muestran escépticos y creen que los operadores anti-pandillas son demasiado amables con los delincuentes callejeros.
Pero entre los modelos que cita el ministerio de Justicia norteamericano como los más prometedores se encuentran programas como el de las Comunidades en Escuelas. En parte el programa es exitoso, dicen las autoridades del área de Los Angeles, debido a que Deras y otros antiguos pandilleros son capaces de quebrar los vínculos de lealtad que hace difícil que las bandas puedan ser accedidas desde fuera.
"Les dan esperanzas a estos niños", dijo Ken Kondo, portavoz del Departamento de Libertad Provisional del condado de Los Angeles. "Están teniendo un tremendo impacto aquí".
"Me Gustaba la Guerra"
En la espartana sala de visitas de la cárcel de Sylmar, rodeado de delincuentes juveniles -la mayoría de ellos con sus cabezas rapadas y varios con los tatuajes de la pandilla-, Deras ofrece su propia vida como una lección de la guerra, la violencia callejera y la redención.
Después de la muerte de su padre debido a un cáncer cuando él tenía 7 años, su madre lo crió en una plantación de café cerca de Santa Ana, una de las ciudades más grandes de El Salvador, donde limpiaba la casa del propietario. Cuando estalló la guerra civil en 1980, la zona se convirtió en un campo de batalla entre las fuerzas del gobierno y los insurgentes izquierdistas.
Deras recuerda haber admirado a los soldados del gobierno, que llevaban uniformes verdes norteamericanos y rifles M-16. Cuando lo expulsaron de una escuela católica a los 16 debido a una pelea, se enlistó en el ejército.
Fue incorporado a las fuerzas especiales y sus instructores eran también asesores militares norteamericanos. Se convirtió en riflero de una de las unidades de infantería más temidas y despiadadas del ejército salvadoreño, el Batallón Ramón Belloso.
Retrospectivamente, Deras cuenta a los chicos del reformatorio, se da cuenta de que sus comandantes lo manipularon.
"Había oficiales que me decían: ‘Mata a esa familia’", dice. "Y yo lo hacía, aunque no quería".
Sus compañeros de armas lo apodaron ‘Satán’, dice Deras, debido a que antes de una batalla practicaba magia negra, rituales mágicos en los que quemaba incienso, encendía candelas y echaba maldiciones a los enemigos. "Yo no quería herir a gente con mis armas. Quería dañarlos de otros modos", dice Deras.
En noviembre de 1989 fue herido en la espalda durante una sangrienta ofensiva en los suburbios de San Salvador. Fue enviado a casa a recuperarse. Su madre le imploró que no volviera a su unidad y lo convenció de que se marchara a vivir con parientes en el Valle de San Fernando, donde podía conseguir un buen trabajo y hacer algo con su vida. Dice que viajó en bus durante un mes y cruzó ilegalmente la frontera de Arizona. Poco después de llegar en marzo de 1990, obtuvo asilo político como ex combatiente de la guerra.
Pero Deras no estaba preparado para abandonar las peleas y se quiso entregar a la MS-13, que había sido formada por refugiados salvadoreños.
"Me gustaba la guerra", dice.
Tal como lo veía, la vida en la pandilla no era muy diferente a la del ejército. Estabas peleando junto con tus compatriotas, dice, sólo que esta vez los rivales eran pandillas callejeras mexicano-americanas.
A meses de su llegada se unió a la pandilla MS-13 que actuaba cerca de North Hills. Basándose parcialmente en su entrenamiento militar norteamericano, dice Deras, le mostró a los pandilleros cómo limpiar sus armas y dividirse en pequeños equipos cuando cometían sus crímenes.
"No quería ser nada más que un pandillero común y corriente", dice a los chicos del reformatorio. "Quería ser uno de los jefes".
Su carrera en la MS-13 fue sangrienta. En 1991, un amigo murió en sus brazos después de quedar herido en un callejón de Van Nuys. Al año después, en un pelea por territorios con otra banda, Deras fue pateado repetidas veces en la cara. Tuvo la boca cosida durante dos meses, dice, y perdió 15 kilos debido a que sólo podía tomar líquidos. Dice que cumplió períodos en la Cárcel del Condado -el más largo un año- por atraco a mano armada, robo de automóviles y posesión de armas.
Hacia 1992 era un dealer de la MS-13 cuando el crack de cocaína inundaba las calles y las pandillas usaban armas de alta tecnología, ayudando a subir a niveles récord el derramamiento de sangre en la ciudad.
Casi al mismo tiempo, el activista William ‘Blinky’ Rodríguez estaba tratando de organizar una tregua entre las decenas de pandillas callejeras latinas en todo el valle. La única banda que no participaba era la MS-13. Rodríguez, que ahora dirige el programa Comunidades en Escuelas del Valle, dijo que Deras era una de las pocas personas con poder para llevar a su pandilla a una cumbre de paz en el parque de Pacoima. Rodríguez invitó a Deras, y él aceptó.
Cuando varios cientos de miembros de las bandas en guerra se reunieron, Rodríguez les leyó de la Biblia y dijo que no quería que ellos terminaran como su hijo, que fue asesinado a los 16 por pandilleros en un tiroteo arbitrario mientras aprendía a conducir en coche en Sylmar.
Deras dijo que cuando oyó a Rodríguez leer de la Biblia, era como si le hubieran plantado una semilla.
Pero la semilla no floreció sino en 1998, cuando finalmente se dio cuenta del sin sentido de su vida. Empezó a ir a la iglesia.
Dijo que los miembros de la MS-13 aceptaron su cambio pero le hicieron una seria advertencia: Su conversión tenía que ser genuina y no solamente un truco para alejarse de la pandilla. "Si vas a hacerlo, hazlo bien", recordó que le dijo uno de los cabecillas.
Impresionado por la conversión de Deras, dijo Rodríguez, contrató al veterano de la MS-13 para que trabajara con otros miembros inactivos y ex miembros de la pandilla en el programa de Comunidades en Escuelas. Deras dijo que se ha convertido en un hombre de familia con seis hijos, incluyendo uno que nació en noviembre pasado.
Parado antes los adolescentes en el reformatorio, Deras dice que quiere ayudar a los que antes buscaba para matar. "No uso mis manos para llevar un arma o una lata de spray", dice.
Los peligros que enfrenta Deras se hicieron evidentes un domingo en la mañana cuando llegó a la iglesia de Van Nuys con dos miembros de la MS-13 -un joven de 23 que dijo que había cambiado su vida y otro, de 19, que insistió en que también quería hacerlo.
El feligrés más viejo, René ‘Demon’ Ramírez, llevaba una Biblia. Dijo que él se había finalmente alejado de la pandilla después de una bala le perforara las tripas hace dos años durante un tiroteo en la calle.
Después de entrar ilegalmente desde Guatemala con su madre cuando tenía 11, dijo Ramírez, se escapó de casa, se unió a la pandilla y cayó en la espiral cuesta abajo de las drogas, las detenciones y los intentos de suicidio. Ahora está trabajando, ayudando a mantener una familia, y lleva una bolsa de colostomía que dijo que lo mantenía concentrado en un futuro más allá de las pandillas.
"Mi guerra es espiritual", dijo Ramírez. "Pero sé que Dios me ayudará".
El chico de 19 llevaba un gorro de lana durante el servicio y pidió no ser identificado. Era más lento que los otros en cerrar los ojos y se unió a Deras y otros feligreses cuando alzaron sus brazos y cantaron himnos en español. Después dijo que todavía se reúne con miembros de la MS-13, pero que le gusta ir a los servicios dominicales.
"Cada vez que vengo", dijo, "algo de lo malo se va de mí".
Días después estaba fumando marihuana con otro pandillero mientras patrullaban el complejo de apartamentos Encino que los pandilleros consideran su territorio.
"Estos Tipos Están Muertos"
Para Deras, el trabajo no tiene un horario previsible o conveniente.
Una lluviosa tarde, después de salir del hospital donde estaba siendo tratado su hijo nacido prematuramente, recibió una llamada de una mujer a la que conocía de varios años pidiéndole ayuda. Es una miembro inactiva de la MS-13. Pero ahora, le dijo a Deras, los miembros de la MS-13 estaban amenazando a su hijo de 15, que se había unido a una pandilla rival.
Deras le aseguró que hablaría con los pandilleros de la MS-13. Pero también le dijo que tenía que hablar con su hijo. Poco después Deras estaba de vuelta en su oficina, con el chico sentado en el borde de su escritorio. Le preguntó al chico por qué se había unido a la banda.
Todos sus amigos eran pandilleros, respondió.
Deras le hizo ver un video con la dramatización del asesinato del hijo de Rodríguez. Después le enseñó fotos de pandilleros de expresión severa y le habló del precio que se paga en las pandillas.
"Todos estos tipos están muertos", dijo Deras. "Pensaban que eran duros".
Luego, Deras llevó al chico a su apartamento, donde lo esperaba su madre para recogerlo. En una entrevista posterior, Carol Peña, 31, dijo Deras, logró conectarse con su hijo. "Le dio algo en qué pensar", dijo ella. "Le impresionó el trabajo de Ernesto".
De vuelta en el reformatorio de Sylmar, los adolescentes están alineados en hileras de taburetes de acero inoxidable. Todavía seguían concentrados en su invitado. Desde que empezara Deras había pasado media hora.
Desafía a los chicos a pensar cuidadosamente sobre sus futuros. Controlen sus destinos, les dice, y podrán tener un hogar, una familia y un buen trabajo.
"Valéis más de lo que creéis", dice. "No queremos que vuestras vidas sean manipuladas por otros".
30 de diciembre de 2005
©http://www.latimes.com/news/local/la-me-gang26dec26,1,4023077,full.story?coll=la-headlines-california ">los angeles times
©traducción mQh
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