boda con secuestro
[Craig S. Smith] En Kirguizistán los secuestros a menudo violentos son un rito de matrimonio.
Bishkek, Kirguizistán. Cuando Ainur Tairova se dio cuenta de que iba en camino a su boda, empezó a estrangular al chofer.
Debía casarse con un hombre al que había conocido el día anterior, y brevemente. Varias de sus amigas la subieron embaucada a un coche; recogieron al pretendiente y se dirigieron a su casa.
Sabía que una vez allá, las posibilidades de salir de ahí antes de medianoche serían escasas, y al amanecer, de acuerdo a las costumbres locales, tendría que aceptar ser su esposa o salir de ahí como una mujer manchada.
"Le dije que no quería salir con nadie", dijo Tairova, 28. "Así que decidió secuestrarme al día siguiente".
Esos secuestros son comunes aquí. Más de la mitad de las mujeres casadas de Kirguizistán fueron atrapadas en la calle por sus maridos en una costumbre conocida como ala kachuu, que se traduce gruesamente como "agarra y corre". En su forma más benigna, es una especie de fuga, en el que un hombre se escapa con una amiga consintiente. Pero a menudo es algo más violento.
Sondeos recientes sugieren que la tasa de secuestros ha crecido firmemente en los últimos 50 años y que al menos un tercio de las novias de Kirguizistán son raptadas contra su voluntad.
La costumbre antedata la llegada del islam en el siglo 12 y se originó entre las tribus que alguna vez merodeaban en la región, que robaban regularmente caballos y mujeres a sus rivales cuando escaseaban unos u otras. Se practica en grados diversos en toda Asia Central, pero es más dominante aquí en Kirguizistán, un país pobre y montañoso que durante cuatro décadas fue un patio trasero de la Unión Soviética y ha vivido hace poco disturbios políticos en los que las protestas de las masas obligó a renunciar al presidente.
Los hombres del Kirguizistán dicen que roban mujeres porque es más fácil que el cortejo y más barato que pagar el normativo precio de la novia', que puede llegar a unos 800 dólares más una vaca.
A menudo son familiares y amigos los que presionan a un novio reluctante, lubricado con vodka y cerveza, para que lleve a cabo un secuestro.
Un documental del 2004 del cineasta canadiense Petr Lom muestra a una familia kirguiz -hombres y mujeres- discutiendo un plan de secuestro como si estuvieran preparando el secuestro de una yegua chúcara. La película sigue a los hombres de la familia cuando recorren la ciudad buscando a la chica que quieren secuestrar. Como no la encuentran, secuestran a otra cualquiera.
Talant Bakchiev, 34, estudiante en la universidad en Bishkek, la capital, dijo que no hace mucho tiempo ayudó a secuestrar una novia para su hermano. "Los hombres roban mujeres para demostrar que son hombres", dijo, mostrando al sonreír una hilera de dientes recubiertos de oro.
Una vez una mujer ha sido llevada a la casa de un hombre, sus futuros suegros tratan de calmarla y de ponerle un velo matrimonial en la cabeza. El velo, llamado jooluk, es un símbolo de su sometimiento. Muchas mujeres se defienden furiosamente, pero un 80 por ciento de las mujeres secuestradas finalmente acceden, a menudo a instancias de sus propios padres.
La práctica ha sido técnicamente ilegal durante años, primero bajo la Unión Soviética y más recientemente bajo el código penal de 1994 de Kirguizistán, pero esa ley ha sido rara vez implementada.
"La mayoría de la gente no sabe que es ilegal", dijo Russel Kleinbach, profesor de sociología en la Universidad Americana de Bishkek, cuyos estudios de la costumbre ha contribuido a espolear un debate nacional.
Los pocos juicios que ocurren son usualmente por agresión o violación, no por los secuestros mismos. No hay estadísticas nacionales sobre cuántos secuestros terminan mal, pero hay abundante evidencia de carácter anecdótico que sugiere que algunos terminan en tragedia.
Cuatro días después de que fuera secuestrada la hermana de uno de los estudiantes de Kleinbach hace algunos años, su cuerpo fue encontrado en un río. La familia que la secuestró no fue nunca acusada por el asesinato.
En la película de Lom, una familia llora la muerte de una hija que se ahorcó después de ser secuestrada; tampoco lograron llevar a los secuestradores a juicio.
Las familias utilizan la fuerza para impedir que las mujeres escapen o las amenazan con maldiciones que todavía causan un fuerte impacto en este país profundamente supersticioso. Una vez que la chica ha sido obligada a pasar la noche [en la casa del secuestrador], su destino está sellado: con la sospecha sobre su virginidad y la deshonra de su nombre, se le hará difícil encontrar algún otro marido.
Por brutal que sea la costumbre, es ampliamente percibida como práctica. "Todo buen matrimonio empieza con lágrimas", dice una expresión kirguiz.
En Kyzyl-Tuu, una aldea no muy lejos de la capital, incluso el alcalde, Samar Bek, secuestró a su esposa, Gypara, después de que ella rechazara hace 16 años su petición de mano. Entonces ella era una estudiante de 20 años en Bishkek y él nueve años mayor, estaba siendo presionado por la familia a que encontrara una novia. Una vez en la casa de su familia, ella se resistió durante horas.
"Me quedé porque tenía miedo, no porque él me gustara", dijo Gypara mientras los cuatro hijos de la pareja jugaban alrededor. Su marido dijo que él no objetaría que una de sus hijas fuera secuestrada.
"Si los sentimientos de un hombre son más fuertes que los de mi hija, le dejaré que la tenga", dijo. "El amor viene y se va".
La amenaza de secuestro empieza a acechar a las mujeres una vez que llegan a la adolescencia. Algunas mujeres que estudian en la universidad llevan alianzas de boda y pañuelos de cabeza para hacer creer a los hombres que ya están casadas.
Para Tairova la ansiedad empezó en vísperas de su graduación de la escuela cuando una amiga le confió que un hombre llamado Elim, ocho años su mayor, planeaba secuestrarla durante la ceremonia al día siguiente. Asistió a la graduación, pero aterrorizada, incierta sobre en quién confiar. El secuestrador no se apareció.
"Creo que esto le pasa a todas las jóvenes cuando cumplen 16 años", dijo Tairova, sentada en una sala vacía de la Universidad Americana, donde trabaja ahora.
Se matriculó en la universidad en la sureña ciudad kirguiz de Jalal-Abad, pero pronto se enteró de que otra familia de su aldea estaba pensando en ella como novia para su hijo. Unos extraños preguntaron en la escuela cómo se veía.
Entonces una noche golpearon a la puerta del apartamento que compartía con su hermana. Fuera había 10 hombres, incluyendo al marido pretendiente. Durante seis horas Tairova se negó a salir del apartamento. Finalmente los hombres se rindieron y se marcharon.
Tairova se marchó a vivir con sus padres y empezó a trabajar como contadora en una fábrica de tabaco. Un día se apareció un hombre que se presentó a sí mismo. Hablaron durante los siguientes 20 minutos, pero Tairova le dijo que no tenía interés en volverle a ver.
Fue secuestrada al día siguiente. Estaba con dos amigas esperando el bus para volver a casa cuando un coche paró. Los dos hombres en su interior ofrecieron llevar a las chicas. Una de ellas conocía a los hombres, de modo que aceptaron. Pero cuando el conductor viró de ruta, ella empezó a preocuparse. Cuando pararon para recoger al hombre que había visto el día anterior, empezó a gritar.
Agarró al conductor por el cuello y trató de estrangularlo, pero el segundo hombre se lo impidió. Desesperada, sabiendo que su única escapatoria era pararlos antes de que llegaran a la casa de su secuestrador, gritó en ruso que ya "no era una niña", un eufemismo que quiere decir que ya no era virgen. Era mentira, pero funcionó.
El conductor paró y los hombres empezaron a discutir sobre lo que había dicho. Volvieron a subir, en silencio, y el chofer dio una vuelta en U para devolver a las mujeres en su aldea.
Tairova dijo que su vida en la aldea cambió después de eso. Los hombres no mostraban interés en ella. La gente en la fábrica empezó a reírse abiertamente de ella. Su padre se enfadó porque la mentira que había contado ponía en peligro su seguridad, y empezó a escoltarla todos los días hasta y desde la parada del autobús.
Finalmente sus amigas la introdujeron a un pretendiente que ignoró su cuestionable pasado. Ella le dijo directamente que no quería ser secuestrada; él le prometió que no lo haría. Después de varios meses de cortejo, él la pidió en matrimonio. Ella puso objeciones.
Entonces, una suave tarde de septiembre se encontró otra vez en un coche lleno de hombres, supuestamente en camino a un restaurante para reunirse con amigos. Pero el coche se metió al campo y pronto llegaron a la granja de los padres del pretendiente.
Para entonces Tairova estaba histérica. Los hombres la arrastraron fuera del coche y la llevaron a casa, ella resistiéndose a patadas. Insultó a su futura suegra. Se resistió y peleó cuando las mujeres trataron de ponerle el jooluk en la cabeza. Cerca de medianoche, se soltó y corrió hacia afuera en la oscuridad, pero los hombres la capturaron.
De vuelta en la casa, Tairova se negó a comer, beber o dormir mientras avanzaba la noche. Al día siguiente se aparecieron sus padres y la instaron a que consintiera.
"Yo estaba indignada y me sentía traicionada", dijo Tairova, agregando que había llorado todo el día.
Pero, como tantas otras mujeres kirguiz, finalmente aceptó su destino. Desde entonces se ha reconciliado con sus parientes políticos y dice que ahora es feliz con su marido.
"Él dice que me tenía que secuestrar porque había oído que otro planeaba raptarme primero", dijo. "Es un buen hombre".
30 de abril de 2005
©new york times
©traducción mQh
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Debía casarse con un hombre al que había conocido el día anterior, y brevemente. Varias de sus amigas la subieron embaucada a un coche; recogieron al pretendiente y se dirigieron a su casa.
Sabía que una vez allá, las posibilidades de salir de ahí antes de medianoche serían escasas, y al amanecer, de acuerdo a las costumbres locales, tendría que aceptar ser su esposa o salir de ahí como una mujer manchada.
"Le dije que no quería salir con nadie", dijo Tairova, 28. "Así que decidió secuestrarme al día siguiente".
Esos secuestros son comunes aquí. Más de la mitad de las mujeres casadas de Kirguizistán fueron atrapadas en la calle por sus maridos en una costumbre conocida como ala kachuu, que se traduce gruesamente como "agarra y corre". En su forma más benigna, es una especie de fuga, en el que un hombre se escapa con una amiga consintiente. Pero a menudo es algo más violento.
Sondeos recientes sugieren que la tasa de secuestros ha crecido firmemente en los últimos 50 años y que al menos un tercio de las novias de Kirguizistán son raptadas contra su voluntad.
La costumbre antedata la llegada del islam en el siglo 12 y se originó entre las tribus que alguna vez merodeaban en la región, que robaban regularmente caballos y mujeres a sus rivales cuando escaseaban unos u otras. Se practica en grados diversos en toda Asia Central, pero es más dominante aquí en Kirguizistán, un país pobre y montañoso que durante cuatro décadas fue un patio trasero de la Unión Soviética y ha vivido hace poco disturbios políticos en los que las protestas de las masas obligó a renunciar al presidente.
Los hombres del Kirguizistán dicen que roban mujeres porque es más fácil que el cortejo y más barato que pagar el normativo precio de la novia', que puede llegar a unos 800 dólares más una vaca.
A menudo son familiares y amigos los que presionan a un novio reluctante, lubricado con vodka y cerveza, para que lleve a cabo un secuestro.
Un documental del 2004 del cineasta canadiense Petr Lom muestra a una familia kirguiz -hombres y mujeres- discutiendo un plan de secuestro como si estuvieran preparando el secuestro de una yegua chúcara. La película sigue a los hombres de la familia cuando recorren la ciudad buscando a la chica que quieren secuestrar. Como no la encuentran, secuestran a otra cualquiera.
Talant Bakchiev, 34, estudiante en la universidad en Bishkek, la capital, dijo que no hace mucho tiempo ayudó a secuestrar una novia para su hermano. "Los hombres roban mujeres para demostrar que son hombres", dijo, mostrando al sonreír una hilera de dientes recubiertos de oro.
Una vez una mujer ha sido llevada a la casa de un hombre, sus futuros suegros tratan de calmarla y de ponerle un velo matrimonial en la cabeza. El velo, llamado jooluk, es un símbolo de su sometimiento. Muchas mujeres se defienden furiosamente, pero un 80 por ciento de las mujeres secuestradas finalmente acceden, a menudo a instancias de sus propios padres.
La práctica ha sido técnicamente ilegal durante años, primero bajo la Unión Soviética y más recientemente bajo el código penal de 1994 de Kirguizistán, pero esa ley ha sido rara vez implementada.
"La mayoría de la gente no sabe que es ilegal", dijo Russel Kleinbach, profesor de sociología en la Universidad Americana de Bishkek, cuyos estudios de la costumbre ha contribuido a espolear un debate nacional.
Los pocos juicios que ocurren son usualmente por agresión o violación, no por los secuestros mismos. No hay estadísticas nacionales sobre cuántos secuestros terminan mal, pero hay abundante evidencia de carácter anecdótico que sugiere que algunos terminan en tragedia.
Cuatro días después de que fuera secuestrada la hermana de uno de los estudiantes de Kleinbach hace algunos años, su cuerpo fue encontrado en un río. La familia que la secuestró no fue nunca acusada por el asesinato.
En la película de Lom, una familia llora la muerte de una hija que se ahorcó después de ser secuestrada; tampoco lograron llevar a los secuestradores a juicio.
Las familias utilizan la fuerza para impedir que las mujeres escapen o las amenazan con maldiciones que todavía causan un fuerte impacto en este país profundamente supersticioso. Una vez que la chica ha sido obligada a pasar la noche [en la casa del secuestrador], su destino está sellado: con la sospecha sobre su virginidad y la deshonra de su nombre, se le hará difícil encontrar algún otro marido.
Por brutal que sea la costumbre, es ampliamente percibida como práctica. "Todo buen matrimonio empieza con lágrimas", dice una expresión kirguiz.
En Kyzyl-Tuu, una aldea no muy lejos de la capital, incluso el alcalde, Samar Bek, secuestró a su esposa, Gypara, después de que ella rechazara hace 16 años su petición de mano. Entonces ella era una estudiante de 20 años en Bishkek y él nueve años mayor, estaba siendo presionado por la familia a que encontrara una novia. Una vez en la casa de su familia, ella se resistió durante horas.
"Me quedé porque tenía miedo, no porque él me gustara", dijo Gypara mientras los cuatro hijos de la pareja jugaban alrededor. Su marido dijo que él no objetaría que una de sus hijas fuera secuestrada.
"Si los sentimientos de un hombre son más fuertes que los de mi hija, le dejaré que la tenga", dijo. "El amor viene y se va".
La amenaza de secuestro empieza a acechar a las mujeres una vez que llegan a la adolescencia. Algunas mujeres que estudian en la universidad llevan alianzas de boda y pañuelos de cabeza para hacer creer a los hombres que ya están casadas.
Para Tairova la ansiedad empezó en vísperas de su graduación de la escuela cuando una amiga le confió que un hombre llamado Elim, ocho años su mayor, planeaba secuestrarla durante la ceremonia al día siguiente. Asistió a la graduación, pero aterrorizada, incierta sobre en quién confiar. El secuestrador no se apareció.
"Creo que esto le pasa a todas las jóvenes cuando cumplen 16 años", dijo Tairova, sentada en una sala vacía de la Universidad Americana, donde trabaja ahora.
Se matriculó en la universidad en la sureña ciudad kirguiz de Jalal-Abad, pero pronto se enteró de que otra familia de su aldea estaba pensando en ella como novia para su hijo. Unos extraños preguntaron en la escuela cómo se veía.
Entonces una noche golpearon a la puerta del apartamento que compartía con su hermana. Fuera había 10 hombres, incluyendo al marido pretendiente. Durante seis horas Tairova se negó a salir del apartamento. Finalmente los hombres se rindieron y se marcharon.
Tairova se marchó a vivir con sus padres y empezó a trabajar como contadora en una fábrica de tabaco. Un día se apareció un hombre que se presentó a sí mismo. Hablaron durante los siguientes 20 minutos, pero Tairova le dijo que no tenía interés en volverle a ver.
Fue secuestrada al día siguiente. Estaba con dos amigas esperando el bus para volver a casa cuando un coche paró. Los dos hombres en su interior ofrecieron llevar a las chicas. Una de ellas conocía a los hombres, de modo que aceptaron. Pero cuando el conductor viró de ruta, ella empezó a preocuparse. Cuando pararon para recoger al hombre que había visto el día anterior, empezó a gritar.
Agarró al conductor por el cuello y trató de estrangularlo, pero el segundo hombre se lo impidió. Desesperada, sabiendo que su única escapatoria era pararlos antes de que llegaran a la casa de su secuestrador, gritó en ruso que ya "no era una niña", un eufemismo que quiere decir que ya no era virgen. Era mentira, pero funcionó.
El conductor paró y los hombres empezaron a discutir sobre lo que había dicho. Volvieron a subir, en silencio, y el chofer dio una vuelta en U para devolver a las mujeres en su aldea.
Tairova dijo que su vida en la aldea cambió después de eso. Los hombres no mostraban interés en ella. La gente en la fábrica empezó a reírse abiertamente de ella. Su padre se enfadó porque la mentira que había contado ponía en peligro su seguridad, y empezó a escoltarla todos los días hasta y desde la parada del autobús.
Finalmente sus amigas la introdujeron a un pretendiente que ignoró su cuestionable pasado. Ella le dijo directamente que no quería ser secuestrada; él le prometió que no lo haría. Después de varios meses de cortejo, él la pidió en matrimonio. Ella puso objeciones.
Entonces, una suave tarde de septiembre se encontró otra vez en un coche lleno de hombres, supuestamente en camino a un restaurante para reunirse con amigos. Pero el coche se metió al campo y pronto llegaron a la granja de los padres del pretendiente.
Para entonces Tairova estaba histérica. Los hombres la arrastraron fuera del coche y la llevaron a casa, ella resistiéndose a patadas. Insultó a su futura suegra. Se resistió y peleó cuando las mujeres trataron de ponerle el jooluk en la cabeza. Cerca de medianoche, se soltó y corrió hacia afuera en la oscuridad, pero los hombres la capturaron.
De vuelta en la casa, Tairova se negó a comer, beber o dormir mientras avanzaba la noche. Al día siguiente se aparecieron sus padres y la instaron a que consintiera.
"Yo estaba indignada y me sentía traicionada", dijo Tairova, agregando que había llorado todo el día.
Pero, como tantas otras mujeres kirguiz, finalmente aceptó su destino. Desde entonces se ha reconciliado con sus parientes políticos y dice que ahora es feliz con su marido.
"Él dice que me tenía que secuestrar porque había oído que otro planeaba raptarme primero", dijo. "Es un buen hombre".
30 de abril de 2005
©new york times
©traducción mQh
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