Blogia
mQh

musulmanes bajo sospecha


[Andrea Elliott] En una América ahora desconfiada, los conversos musulmanes son discriminados.
Con las secuelas del 11 de septiembre de 2001 los inmigrantes musulmanes de Pakistán, Egipto y otros países se han descubierto viviendo en un país que se ha tornado desconfiado. Muchos de los negocios y mezquitas son estrechamente vigiladas por agentes federales, miles de personas han sido deportadas y algunas han sido simplemente echadas -"entregadas" en el lenguaje de la CIA, para ser interrogadas o encarceladas en otros países.
Pero los inmigrantes musulmanes no son los únicos en vivir el cambio. Ahora está afectando a algunos conversos estadounidenses: hombres y mujeres criados en este país, cuyo único vínculo con Oriente Medio o el Sudeste asiático es religioso. Khalid Hakim, nacido como Charles Karolik en Milwaukee, no pudo renovar el documento requerido para trabajar como marino mercante porque se negó a sacarse su kufi, un gorro redondo, de lana, para hacerse una fotografía de identidad el año pasado. Sin embargo, durante casi tres décadas el gorro de Hakim no causó ningún problema con la misma oficina de Guardacostas en el ayuntamiento de Nueva York.
En Brooklyn, Dierde Small y Stephanie Lewis condujeron durante años buses del Departamento de Transporte de Nueva York, con sus hijabs, o pañuelos de cabeza, sin que los supervisores dijeran algo. Después del 11 de septiembre de 2001, a las mujeres se les exigió que no llevaran ropas religiosas. Ellas se negaron y fueron transferidas, junto con dos otras conversas musulmanes, a trabajos fuera de la vista del público -trabajos de limpieza, lavando y aparcando buses, dijeron las mujeres, que han iniciado un juicio con la Autoridad del Transporte Metropolitana y el Departamento de Transporte de Nueva York.
"Yo soy una ciudadana norteamericana y se supone que estoy protegida", dijo Lewis, 55, con los lágrimas en los ojos. "El 11 de septiembre yo tuve que llevar a agentes de policía al lugar. Sentí pena como todo el mundo. ¿Y ahora me estáis discriminando porque soy una musulmana?". Funcionarios del departamento de Transporte del Ayuntamiento de Nueva York dijeron que no harían comentarios porque el caso está todavía en litigio.
Independientemente de cómo se resuelvan sus casos jurídicamente, Hakim, Lewis y otras conversas han llegado a mirar a Estados Unidos tras el 11 de septiembre desde un ángulo muy especial. Se calcula que un 25 por ciento de los musulmanes norteamericanos son conversos. Algunos se criaron primero como norteamericanos y descubrieron el islam cuando eran adultos. En los años desde el 11 de septiembre, muchos han debido enfrentar un conflicto de lealtades que nunca habían imaginado: entre su país y su fe.
Han observado los acontecimientos desde cerca y desde lejos -los allanamientos de mezquitas, la deportación de inmigrantes musulmanes, el incendiario lenguaje del extranjero y las amenazas contra su patria americana- con un tipo especial de indignación y lealtad, cariño y preocupación.
A horcajadas en dos mundos estaba ciertamente Small, que creció en Flatbush Este con una madre cristiana y un padre musulmán. Pero ella pasaba más tiempo en las mezquitas que en iglesias.
Fue la expresión diaria del islam y su énfasis en la "unicidad de Dios" lo que la hizo entregar su corazón a la religión, dijo Small: las cinco oraciones diarias, el modo en que se cierra las frases con palabras como inshallah, que quiere decir "si Dios quiere".
A los 12 años fue una de las pocas niñas de su vecindario que llevó un hijab. Si eso exigía valentía, Small se encoge de hombros. Ha llevado el pañuelo desde entonces, acostumbrándose a la ocasional mirada que se multiplicaron después del 11 de septiembre. Le atraen las cosas temerarias.
"Siempre quise ser chofer de bus, porque es grande, es enorme", dijo Small, 36, mientras picaba un bocadillo de camarones durante un almuerzo hace poco. "Es mi propia conquista, supongo".
Small empezó a trabajar para la autoridad del tráfico en 1998, después del nacimiento de su cuarto hijo. Fue asignada a la ruta B44, un trayecto de dos horas y media desde Williamsburg a la Bahía de Sheepshead, y de vuelta. "Lo que más me gustaba era cuando estás sentada y miras y ves cuadras de ellos", dijo. "Era como un mar de vehículos".
Desde el principio Small llevó un hijab azul marino para que combinara con su uniforme. Nadie hizo objeciones, dijo, hasta después del 11 de septiembre. El primer problema ocurrió con una trabajadora más reciente, Malikah Alkebulan, que dijo que le pidieron que usara un gorro de la autoridad del tráfico sobre su pañuelo después de empezar a trabajar en marzo de 2002.
De casualidad Alkebulan se subió al bus de Small un día ese verano. Empezaron a hablar y Alkebulan le contó a Small sobre la orden, explicando que tenía miedo de desobedecer porque todavía estaba a prueba.
"Yo dije: ‘Pues entonces que se metan conmigo, porque yo soy de aquí y estoy dispuesta a pelear'", dijo Small.
A principio de otoño las tres mujeres habían sido transferidas de las rutas de pasajero a trabajos en el estacionamiento y limpieza de los buses. Ahora Small pasa sus días esperando a los buses para limpiarlos en un airoso y cavernoso depósito en Flatbush, cerca de donde creció. Aparca los buses y pasa la aspiradora, recogiendo las monedas. En los buenos días conduce los buses vacíos a otras depósitos, mirando el paisaje con nuevos ojos. Siempre lleva su uniforme. De ese modo la gente, dice, no piensa que soy una "musulmana que se robó un bus".
Sin embargo, igual a su frustración es su profunda y muy americana convicción de que la justicia prevalecerá en los tribunales, dijo.
Hace décadas, cuando Khalid Hakim era todavía Charles Karoli, la única religión que conocía era el catolicismo. Hakim iba a misa religiosamente todos los domingos en Milwaukee, con sus padres y dos hermanas. Cantaba en el coro y ayudaba como monaguillo.
Cuando estaba en la primaria descubrió ‘Valiant Voyage', de Shackleton, la verdadera historia de una expedición al Polo Sur. "Esa fue la semilla", dijo Hakim, 57.
El libro hizo dos cosas: llevó a Hakim a toda una vida en la marina y, con ese nuevo amor, cortó lazos con la iglesia católica.
En el primer trabajo de Hakim debía limpiar la sala de máquinas de un carguero de minerales de hierro que viajaba por los Grandes Lagos. Pero él quería estar en el mar, así que un año más tarde, en 1974, se dirigió al puerto de Nueva York y empezó una carrera de casi 30 años pilotando lanchones de petróleo, a veces como capitán, desde la costa de Maine hasta Norfolk, Virginia.
A principios de los años setenta, conoció a Dianuthra El Is'vara, una musulmana trinitaria, que le dijo que leyera el Corán. En su primera lectura, encontró que el libro santo musulmana era "aburrido", dijo. Pero en un segundo intento, dijo, "sentí que esto estaba llenando el vacío que sentía dentro, la inquietud espiritual".
El Is'vara le dijo a Hakim que usara un kafi en una mezquita de Brooklyn en febrero de 1975, cuando se convirtió oficialmente recitando el shahadah, la declaración de fe musulmana. El gorro le hacía recordar a Hakim los personajes de caricatura de su infancia, que llevaban gorros de lana con propulsores, dijo.
Pero dijo que después de la ceremonia no se había vuelto a sacar el kufi, excepto para dormir. Al principio los hombres de la barcaza lo molestaron, casi "llegando a los puños" algunas veces, dijo Hakim, que cambió su nombre en 1978.
"Él rezaba en la barcaza", dijo Charles Chillemi, presidente del sindicato de Hakim, el capítulo 333 de la Asociación Internacional de Estibadores que trabajó con él a principios de los años ochenta. "Es muy religioso".
Hakim finalmente se casó con El Is'vara y mientras seguía trabajando para el Puerto de Nueva York, compraron una casa en Nevis Island en el Caribe. Ella murió en 1993; él se volvió a casas y vive ahora allá permanentemente con su esposa, Francine, y dos hijos jóvenes.
Antes del 11 de septiembre Hakim no tuvo nunca que explicar su gorro redondo, tejido de lana, a los funcionarios de Guardacostas. Pero cuando fue a renovar su licencia de marino mercante el año pasado, funcionarios de Guardacostas en Nueva York le indicaron una ley federal que exige que los peticionarios sean fotografiados con sus cabezas "descubiertas". La ley ha estado en vigor al menos desde 1994.
"Es ley es fuerte y rápida", dijo el capitán de corbeta Paul E. Gerecke, jefe del centro regional de revisiones de Guardacostas. "Se aplica a todos, y la aplicamos de manera uniforme. Lleves un kufi o una gorra de los Mets, tienes que quitártela para la foto".
Hakim rehusó quitarse el kufi y le negaron el documento: un año más tarde, está sin trabajo, a pesar de los esfuerzos del sindicato de Hakim y del senador Charles E. Schumer, que cuestionaron la decisión. Está buscando un abogado que se ocupe de su caso, dijo. "Quiero a mi país", dijo Hakim. "Él me está pidiendo que elija entre mi país y mi religión. Yo no puedo hacer eso".

30 de abril de 2005
©new york times
©traducción mQh

0 comentarios