feminista contra el islam radical
[William Gimes] Políticasomalí huye a Estados Unidos luego de vivir largos años en Holanda. Sus memorias.
Ayaan Hirsi Ali llamó la atención del ancho y ajeno mundo de un modo extraordinario. En 2004, un fanático musulmán, tras matar con un disparo en la cabeza al cineasta Theo van Gogh en una calle de Amsterdam, clavó, con un cuchillo, una carta en el pecho de van Gogh. Dirigida a Hirsi Ali, la carta llamaba a librar una guerra santa contra Occidente y, más específicamente, a matarla a ella.
Somalí de nacimiento y elegida hace poco al parlamento holandés, Hirsi Ali ha librado una cruzada personal para mejorar el destino de las mujeres musulmanas. Sus advertencias sobre los peligros que representarían para Holanda los musulmanes no asimilados la convirtieron en el Enemigo Público Número Uno de extremistas musulmanes -una suerte de contraparte feminista de Salman Rushdie.
La larga ruta llena de violencia que llevó a Hirsi Ali de Somalia a Holanda es el tema de ‘Infidel', un libro de memorias valiente, inspirador y bellamente escrito. Narrado con una prosa clara y enérgica, traza el itinerario geográfico de la autora desde Mogadishu a Arabia Saudí, Etiopía y Kenia, y su desesperado vuelo a Holanda para escapar de un matrimonio convenido.
Al mismo tiempo, Hirsi Ali describe un viaje "del mundo de la fe al mundo de la razón", una lucha larga y a menudo encarnizada para acomodarse con su religión y la tradicional sociedad clánica que definían su mundo y el de millones de musulmanes en todo el mundo.
Hirsi Ali, ahora de 37 años, pertenece al subclan de Osman Mahamud, del clan Darod. Por tradición, sus miembros nacen para gobernar, lo que ayuda a explicar su mirada serena e imperiosa en la cubierta de su libro. Su madre provenía de una familia de nómadas y Hirsi Ali se crió oyendo leyendas del desierto narradas por su abuela, la que, como muchos somalíes, seguía una versión "diluida y relajada" del islam, que incluía los tradicionales espíritus y genios mágicos. También incluía que las niñas sufrieran una mutilación genital, la que Hirsi Ali, víctima de la práctica, describe en horroroso detalle.
La agitada vida política de Somalia procuró a Hirsi Ali una infancia llena de acontecimientos memorables. Su padre, un opositor del dictador del país que era apoyado por los soviéticos, pasó años en la cárcel. La familia, que vivía que la caridad del clan, se mudó a Arabia Saudí, donde Hirsi Ali retrocedió ante la interpretación local del islam, y más tarde a Etiopia, y Kenia, donde Hirsi Ali agregó el swahili e inglés a su creciente lista de idiomas. Sin saberlo, se estaba convirtiendo en una desconocida permanente, una inadaptada donde quiera que fuese.
En términos políticos, la familia era liberal, aunque devota, con un pie puesto en el pasado remoto y el otro en el mundo moderno. En Nairobi, su abuela guardaba en la noche a su oveja en la bañera y la sacaba durante el día. Hirsi Ali, en su escuela inglesa, devoraba las novelas de misterio de Nancy Drew y las series inglesas de aventuras, "historias de libertad, aventuras, de igualdad entre niñas y niños, confianza y amistad". Finalmente se convirtió en una mujer parecida a una de esas heroínas de George Elliot: seria, de altos principios y ardiente, siempre luchando con los límites que le imponían su religión y su sociedad.
La rebelión llegó poco a poco. Hirsi Ali, bajo el influjo de una amable evangelista musulmana, pasó por una profunda fase religiosa. Describe, convincentemente, las atracciones del fundamentalismo y el creciente influjo de grupos como la Hermandad Musulmana en sociedades en proceso de desintegración como Somalia. Pero persistentes interrogantes perturbaron su fe, especialmente cuando se encontró frente a doctrinas inflexibles sobre el papel de las mujeres, y su obligación de someterse ante los hombres.
"La vida en la tierra es una prueba, y yo estaba fracasando, aunque estaba tratando de hacer lo mejor que podía", escribe sobre su angustiada y perpleja adolescencia. "Estaba fracasando como musulmana".
En 1992, recién empezando la veintena, Hirsi Ali intentó escapar hacia la libertad. En lugar de reunirse con su nuevo marido en Canadá, se fugó a Holanda. Allá, pretendió ser víctima de una persecución política, y las autoridades le otorgaron el estatus de refugiada. Había provocado la vergüenza de su familia y de su clan, pero el orden y la racionalidad de Holanda la intoxicaron, incluyendo incluso las casas, "todas del mismo lugar, levantadas en hileras, como pastelitos calientes recién sacados del horno". No podía imaginar que los holandeses tuvieran que votar por algo, ya que todo funcionaba perfectamente.
Los esfuerzos de Hirsi Ali para hacerse un hueco en su nuevo país, y sus ideas sobre Occidente, contados con una mirada inocente, dan carne y sangre a una historia de inmigrantes repetida innumerables veces en toda Europa occidental. Enajenación, dislocación y el peso de demasiadas opciones pervierten la vida de gente enraizada en sociedades tradicionales basadas en clanes y tribus. La propia hermana de Hirsi Ali, que se unió a ella en Holanda, se hundió en una profunda y psicótica depresión.
Con un perfecto dominio del inglés, y decidida a aprender holandés, la altamente dúctil Hirsi Ali se hizo camino, primero como traductora para varios servicios sociales, y luego como investigadora política para el Partido de los Trabajadores, y finalmente como candidata política con incómodas opiniones sobre el islam, la inmigración y la asimilación.
Hirsi Ali, perturbada por las penurias sociales y económicas de los musulmanes, advirtió a los holandeses que su política liberal de ayudar a los inmigrantes a crear instituciones culturales y religiosas separadas era contraproducente. Lamentaba los crímenes violentos contra las mujeres musulmanas cometidos a diario en Holanda, ante los que las autoridades hacían la vista gorda en nombre de la tolerancia cultural. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, insistió en que, pese a las bien intencionadas opiniones contrarias, había una conexión significativa entre la fe musulmana y el terrorismo.
"Holanda estaba tratando de ser tolerante en virtud del consenso, pero el consenso era una frase hueca", escribe. "La cultura de los inmigrantes estaba siendo conservada a expensas de sus mujeres e hijos y en detrimento de la integración de los inmigrantes en Holanda".
Los provocativos comentarios de Hirsi Ali sobre el islam y la prédica de que las mujeres musulmanas debían rechazar su papel tradicionalmente sumiso (que es el tema de la corta película que hizo con van Gogh), canalizaron hacia ella el creciente enfado de musulmanes.
Desde entonces las amenazas de muerte llevaron a Hirsi Ali a Estados Unidos, donde aceptó una posición en el American Enterprise Institute, un laboratorio ideológico conservador.
Y eso es una pena. Como política, llamó la atención de los holandeses sobre un tema que habían ignorado sistemáticamente. En su breve carrera, obligó al gobierno a llevar las estadísticas de los asesinatos por honor, en los que familiares enfurecidos matan a sus hermanas o hijas por creer que han acarreado vergüenza para la familia o clan. Para sorpresa de los holandeses, resultó que eran bastantes. Desgraciadamente, Hirsi Ali ya no vive en Holanda para llamar la atención sobre estas situaciones.
Somalí de nacimiento y elegida hace poco al parlamento holandés, Hirsi Ali ha librado una cruzada personal para mejorar el destino de las mujeres musulmanas. Sus advertencias sobre los peligros que representarían para Holanda los musulmanes no asimilados la convirtieron en el Enemigo Público Número Uno de extremistas musulmanes -una suerte de contraparte feminista de Salman Rushdie.
La larga ruta llena de violencia que llevó a Hirsi Ali de Somalia a Holanda es el tema de ‘Infidel', un libro de memorias valiente, inspirador y bellamente escrito. Narrado con una prosa clara y enérgica, traza el itinerario geográfico de la autora desde Mogadishu a Arabia Saudí, Etiopía y Kenia, y su desesperado vuelo a Holanda para escapar de un matrimonio convenido.
Al mismo tiempo, Hirsi Ali describe un viaje "del mundo de la fe al mundo de la razón", una lucha larga y a menudo encarnizada para acomodarse con su religión y la tradicional sociedad clánica que definían su mundo y el de millones de musulmanes en todo el mundo.
Hirsi Ali, ahora de 37 años, pertenece al subclan de Osman Mahamud, del clan Darod. Por tradición, sus miembros nacen para gobernar, lo que ayuda a explicar su mirada serena e imperiosa en la cubierta de su libro. Su madre provenía de una familia de nómadas y Hirsi Ali se crió oyendo leyendas del desierto narradas por su abuela, la que, como muchos somalíes, seguía una versión "diluida y relajada" del islam, que incluía los tradicionales espíritus y genios mágicos. También incluía que las niñas sufrieran una mutilación genital, la que Hirsi Ali, víctima de la práctica, describe en horroroso detalle.
La agitada vida política de Somalia procuró a Hirsi Ali una infancia llena de acontecimientos memorables. Su padre, un opositor del dictador del país que era apoyado por los soviéticos, pasó años en la cárcel. La familia, que vivía que la caridad del clan, se mudó a Arabia Saudí, donde Hirsi Ali retrocedió ante la interpretación local del islam, y más tarde a Etiopia, y Kenia, donde Hirsi Ali agregó el swahili e inglés a su creciente lista de idiomas. Sin saberlo, se estaba convirtiendo en una desconocida permanente, una inadaptada donde quiera que fuese.
En términos políticos, la familia era liberal, aunque devota, con un pie puesto en el pasado remoto y el otro en el mundo moderno. En Nairobi, su abuela guardaba en la noche a su oveja en la bañera y la sacaba durante el día. Hirsi Ali, en su escuela inglesa, devoraba las novelas de misterio de Nancy Drew y las series inglesas de aventuras, "historias de libertad, aventuras, de igualdad entre niñas y niños, confianza y amistad". Finalmente se convirtió en una mujer parecida a una de esas heroínas de George Elliot: seria, de altos principios y ardiente, siempre luchando con los límites que le imponían su religión y su sociedad.
La rebelión llegó poco a poco. Hirsi Ali, bajo el influjo de una amable evangelista musulmana, pasó por una profunda fase religiosa. Describe, convincentemente, las atracciones del fundamentalismo y el creciente influjo de grupos como la Hermandad Musulmana en sociedades en proceso de desintegración como Somalia. Pero persistentes interrogantes perturbaron su fe, especialmente cuando se encontró frente a doctrinas inflexibles sobre el papel de las mujeres, y su obligación de someterse ante los hombres.
"La vida en la tierra es una prueba, y yo estaba fracasando, aunque estaba tratando de hacer lo mejor que podía", escribe sobre su angustiada y perpleja adolescencia. "Estaba fracasando como musulmana".
En 1992, recién empezando la veintena, Hirsi Ali intentó escapar hacia la libertad. En lugar de reunirse con su nuevo marido en Canadá, se fugó a Holanda. Allá, pretendió ser víctima de una persecución política, y las autoridades le otorgaron el estatus de refugiada. Había provocado la vergüenza de su familia y de su clan, pero el orden y la racionalidad de Holanda la intoxicaron, incluyendo incluso las casas, "todas del mismo lugar, levantadas en hileras, como pastelitos calientes recién sacados del horno". No podía imaginar que los holandeses tuvieran que votar por algo, ya que todo funcionaba perfectamente.
Los esfuerzos de Hirsi Ali para hacerse un hueco en su nuevo país, y sus ideas sobre Occidente, contados con una mirada inocente, dan carne y sangre a una historia de inmigrantes repetida innumerables veces en toda Europa occidental. Enajenación, dislocación y el peso de demasiadas opciones pervierten la vida de gente enraizada en sociedades tradicionales basadas en clanes y tribus. La propia hermana de Hirsi Ali, que se unió a ella en Holanda, se hundió en una profunda y psicótica depresión.
Con un perfecto dominio del inglés, y decidida a aprender holandés, la altamente dúctil Hirsi Ali se hizo camino, primero como traductora para varios servicios sociales, y luego como investigadora política para el Partido de los Trabajadores, y finalmente como candidata política con incómodas opiniones sobre el islam, la inmigración y la asimilación.
Hirsi Ali, perturbada por las penurias sociales y económicas de los musulmanes, advirtió a los holandeses que su política liberal de ayudar a los inmigrantes a crear instituciones culturales y religiosas separadas era contraproducente. Lamentaba los crímenes violentos contra las mujeres musulmanas cometidos a diario en Holanda, ante los que las autoridades hacían la vista gorda en nombre de la tolerancia cultural. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, insistió en que, pese a las bien intencionadas opiniones contrarias, había una conexión significativa entre la fe musulmana y el terrorismo.
"Holanda estaba tratando de ser tolerante en virtud del consenso, pero el consenso era una frase hueca", escribe. "La cultura de los inmigrantes estaba siendo conservada a expensas de sus mujeres e hijos y en detrimento de la integración de los inmigrantes en Holanda".
Los provocativos comentarios de Hirsi Ali sobre el islam y la prédica de que las mujeres musulmanas debían rechazar su papel tradicionalmente sumiso (que es el tema de la corta película que hizo con van Gogh), canalizaron hacia ella el creciente enfado de musulmanes.
Desde entonces las amenazas de muerte llevaron a Hirsi Ali a Estados Unidos, donde aceptó una posición en el American Enterprise Institute, un laboratorio ideológico conservador.
Y eso es una pena. Como política, llamó la atención de los holandeses sobre un tema que habían ignorado sistemáticamente. En su breve carrera, obligó al gobierno a llevar las estadísticas de los asesinatos por honor, en los que familiares enfurecidos matan a sus hermanas o hijas por creer que han acarreado vergüenza para la familia o clan. Para sorpresa de los holandeses, resultó que eran bastantes. Desgraciadamente, Hirsi Ali ya no vive en Holanda para llamar la atención sobre estas situaciones.
Libro reseñado:
Infidel.
Ayaan Hirsi Ali
Ilustrado
Free Press
353 páginas
$26
14 de febrero de 2007
©new york times
©traducción mQh
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