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terminó la guerra civil en iraq


columna de mérici
Hace mucho tiempo que no escribo ni alimento mis crónicas. Y sobre Iraq creo que no escribo nada desde hace más de un año. O más. Entonces pensé haber dicho todo lo que pensaba y temía, y quedé a la espera. Se venía una espantosa guerra civil, aumentarían los atentados terroristas y las víctimas civiles, se atacaría a las tropas norteamericanas y otras extranjeras, etc., sin ningún otro fin que debilitarse mutuamente. Rebrotaría el fundamentalismo islámico, al Qaeda se introduciría -gracias al presidente Bush- en Iraq y el terrorismo islámico se haría con una nueva base de operaciones desde donde organizar ataques y atentados en todo el planeta. Llevar la crónica de la muerte no tenía mucho sentido.
Pero la situación ha cambiado en Iraq de modo casi imperceptible y creo realmente que se acabó la guerra civil o está a punto de terminar. La cruenta lucha que venían sosteniendo chiíes y sunníes ya no tiene demasiado fundamento. Y esto se debe fundamentalmente a dos hechos: se han vuelto a calcular los depósitos petrolíferos y de gas natural en Iraq y se ha constatado la existencia de importantes reservas en territorio sunní, lo que quita viento a la resistencia sunní que se oponía fervientemente al propósito de fragmentar al país (que era un objetivo compartido por kurdos y chiíes en la creencia de que los sunníes se quedarían desprovistos de recursos). Con los sunníes, pues, se habrá de contar en el futuro, guste o no a kurdos y chiíes.
Y en la misma semana en que se da a conocer esta importantísima constatación, el gabinete iraquí -que incluye a partidos de todas las principales etnias y grupos religiosos del país- se ha puesto finalmente de acuerdo, después de años de discusiones y asesinatos, en una fórmula para distribuir a nivel nacional los ingresos por el petróleo. La fórmula de repartición de los recursos utilizará como criterio principal la demografía de cada región, que es un criterio razonable y aceptable para todos los grupos.
Ahora, no quiere decir esto que las acciones armadas terminarán de un día para otro. La fórmula de repartición debe ser refinada. Hay muchas incertidumbres sobre la demografía de cada provincia, y a pesar de que organismos internacionales calculan, por ejemplo, la población chií en un sesenta por ciento, los partidos sunníes insisten en que ellos son la mayoría de la población. Pero aceptado este principio de distribución de los recursos nacionales, estos debates son o serán de existencia pasajera. Habrá de realizarse un nuevo censo por un organismo que goce de la confianza de todos los grupos iraquíes. Y para realizar ese censo habrán de crearse las condiciones de seguridad que lo permitan. Hecho esto, el debate cesará.
Otro escollo -también de naturaleza pasajera- son los escuadrones de la muerte y las milicias chiíes y sunníes. Estos son grupos de asesinos y delincuentes que no será fácil de erradicar y que, ciertamente, deberán ser llevados a justicia. O a un acuerdo entre los partidos que otorgue impunidad a los criminales de todas las milicias y compensaciones a las familias de sus víctimas. Ya han aparecido en la prensa las primeras escaramuzas de este debate. Los vecinos de Ciudad Sáder, por ejemplo, ya han solicitado impunidad para sus milicias chiíes argumentando que los milicianos les defendieron de las atrocidades de las milicias sunníes durante los períodos más cruentos de la guerra civil.
Es un signo positivo que los partidos iraquíes ya hayan empezado a conversar sobre estos temas.
Ahora Estados Unidos deberá retirarse cuanto antes, si quiere su gobierno evitar más bajas insensatas y fútiles entre sus tropas, porque las milicias chiíes y sunníes se unirán, al menos en la práctica, en sus ataques contra las fuerzas norteamericanas. Alcanzado un acuerdo de principio sobre el petróleo y las milicias, el enemigo se dibuja más claramente en el horizonte, y son las tropas invasoras.
Subsisten dos problemas serios. Primero, los terroristas de al Qaeda. Pero este, aunque se haya introducido el grupo en Iraq, sigue siendo un problema policial que las fuerzas iraquíes podrían resolver una vez que se retiren las tropas norteamericanas. Puede ocurrir que la población sunní se vuelque ahora contra al Qaeda, si los perciben como un grupo extranjerizante que sólo ha llevado desgracia al país.
El segundo problema es el caos general que reina en todo el territorio, lo que incluye la falta de empleo, la precariedad de los servicios públicos y la corrupción oficial. El plan norteamericano, que incluyó el desmantelamiento de las empresas estatales para favorecer las privatizaciones y la empresa privada, ha provocado un enorme desempleo, una crisis social generalizada y un campo de cultivo para el reclutamiento de milicianos terroristas. Ese plan ha de ser mitigado y la intervención del estado en la economía debe ser reactivado de alguna manera. Iraq es un país rico y no hay motivos, ni económicos ni ideológicos, que justifiquen dejar a su población, ni a ninguno de sus grupos constitutivos, en el abandono, la necesidad y la indefensión.
La guerra civil terminó. Es hora de que Estados Unidos ponga también fin a su invasión.

5 de marzo de 2007
viene de mérici
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