LA LÓGICA DE LA TORTURA - mark donner
1.
"Ahora tenemos a quince oficiales de más alto rango implicados en toda esta operación, desde el secretario de defensa hasta los generales en el mando, y nadie sabía que había problemas, nadie aprobó nada indebido, y nadie hizo nada malo. Hay una aceptación general de responsabilidad, pero no hay nadie a quien culpar, excepto a la gente del más bajo escalafón de una prisión". (Senador Mark Dayton (D-Minn.), Comité de Servicios Armados, 19 Mayo 2004).
Lo que es difícil, es separar lo que sabemos ahora de lo que sabemos desde hace mucho tiempo y que en general nos hemos negado a admitir. Aunque los sucesos y revelaciones de las últimas semanas han adquirido los rasgos típicos de un escándalo de Washington, completo con encuestas parlamentarias en traje de etiqueta, filtraciones diarias a la prensa de víctimas y de acusados por igual, y por supuesto las espectaculares y chillonas fotografías y videos de Abu Ghraib, más allá de la brillante estridencia de las revelaciones hay una zona de una no reconocida claridad. Más allá de la exótica brutalidad tan concienzudamente grabada, y las múltiples y enmarañadas líneas argumentales que se airearán en las próximas semanas y meses sobre responsabilidad, complicidad y culpabilidad, hay una verdad simple, bien conocida pero todavía no admitida públicamente por Wahsington: que desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, oficiales estadounidenses, en varias ubicaciones en todo el mundo, desde Bagram en Afganistán hasta Guantánamo, en Cuba, y Abu Ghraib, en Iraq, han estado torturando a prisioneros. Lo hicieron, en la acertada formulación del informe del general Taguba, para "sonsacarles datos útiles", y lo hicieron, en la medida en que esto sea posible, con el beneplácito institucional del gobierno de Estados Unidos, incluyendo memoranda del abogado del presidente y resoluciones promulgadas oficialmente, en el caso de Afganistán y Guantánamo, sobre la no aplicabilidad de las Convenciones de Ginebra y, en el caso de Iraq, sobre al menos tres conjuntos diferentes de políticas de interrogatorio, dos de ellas modeladas sobre la base de prácticas previas en Afganistán y Cuba.[1]
Lo hicieron bajo la mirada de los investigadores de la Cruz Roja, cuyos informes confidenciales -los que, después de apuntar que "el servicio secreto militar utiliza métodos de presión físicos y psicológicos de manera sistemática para obtener confesiones y sonsacar informaciones", describen en crudos y repugnantes detalles esos "métodos"[2]- fueron entregados a los militares y autoridades de gobierno estadounidenses sólo para "extraviarse" misteriosamente en la burocracia del ejército, sin ser tratados adecuadamente"[3]. Así lo explicaron sosamente el 19 de mayo a los senadores del comité de Servicios Armados tres de los oficiales de más alto rango. Ese mismo día, casualmente, un "alto oficial del ejército, que sirvió en Iraq" dijo a periodistas del The New York Times que de hecho el ejército sí había tratado el informe de la Cruz Roja "tratando de restringir a la organización internacional sus inspecciones in situ de la prisión".
Después de que el Comité Internacional de la Cruz Roja constata maltratos en un pabellón de la cárcel durante dos inspecciones no anunciadas en octubre y se quejara por escrito el 6 de noviembre, los militares respondieron que los inspectores debían fijar una cita antes de visitar los pabellones. Ese área era la zona de los peores abusos... La general de brigada Janis Karpinski, comandante de la Brigada No. 800 de la Policía Militar, cuyos soldados custodiaban a los prisioneros, dijo que a pesar de la gravedad de las acusaciones en el informe de la Cruz Roja, altos oficiales en Bagdad lo habían tratado "de manera frívola"[4].
¿Por qué habían esos "altos oficiales" tratado las graves acusaciones de la Cruz Roja, que son ahora materia de atención del más alto nivel, "de manera frívola"? La respuesta más plausible es que no lo hicieron porque fueran irresponsables o incompetentes o mal intencionados, sino porque estaban conscientes de que ese informe -como otros similares que había publicado la Cruz Roja, Amnistía Internacional, Human Rights Watch y otras organizaciones conocidas- no tendrían efecto alguno sobre lo que los militares estadounidenses hicieran o dejaran de hacer en Iraq.
Los oficiales sabían ciertamente que fuera lo que fuera lo que los investigadores de la Cruz Roja constataran y escribieran, las normas estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib se formulaban por preocupaciones enteramente diferentes y estaban autorizadas -a medida que los insurgentes en Iraq ganaban terreno y la demanda de "datos útiles" se hacía más urgente- por sus comandantes de más alto nivel, entre ellos el teniente general Ricardo Sánchez, el comandante general en Iraq, el que el 12 de octubre (más o menos para la época en que los investigadores de la Cruz Roja realizaban dos inspecciones no anunciadas) firmó un memorándum confidencial pidiendo a los interrogadores de Abu Ghraib que trabajaran con los guardias de la policía militar en "la manipulación de las emociones y debilidades de los detenidos" y controlaran "la luz, la calefacción... el alimento, la ropa y el abrigo" de los que fueran interrogados.[5]
Seis semanas más tarde, la general de brigada Karpinski misma escribió a los funcionarios de la Cruz Roja diciéndoles que las "necesidades bélicas" exigían el aislamiento de los prisioneros "valiosos para el servicio secreto" que no tenían derecho, afirmaba, a "las protecciones de la Convención de Ginebra", a pesar de la posición explícita de la administración de Bush de que las convenciones serían "respetadas completamente" en Iraq.[6] Ahora contamos con un montón de evidencias acerca de cómo los agentes de la policía militar en Abu Ghraib, a los que se les había ordenado (según el sargento Samuel Provance, uno de los primeros soldados de la inteligencia militar en hablar con periodistas) desnudar a los prisioneros y humillarlos como un modo de "quebrarlos"[7], intentaron, con entusiasmo o a regañadientes, cumplir estas órdenes.
2.
Podemos comenzar con la historia del prisionero todavía anónimo que, el 21 de enero de 2004, dio una declaración jurada -que obtuvo posteriormente The Washington Post- ante la División de Investigaciones Judiciales de las fuerzas armadas sobre su temporada en Abu Ghraib:
"El primer día me pusieron en un cuarto oscuro y me pegaron en la cabeza, en el estómago y en las piernas. Me hicieron mantener los brazos en alto y arrodillarme. Eso duró unas cuatro horas. Luego vino el interrogador y me miró mientras los otros me golpeaban. Luego me dejaron en ese cuarto durante cinco días, desnudo, sin ropas... Me pusieron esposas en las muñecas y me colgaron de las esposas durante siete u ocho horas. Y eso causó una ruptura de mi mano derecha; y tenía una herida que me sangraba y de la que salía pus. Me mantuvieron así el 24, 25 y 26 de octubre. Y en los días siguientes, me pusieron una bolsa en la cabeza y, por supuesto, yo estaba todo este tiempo sin ropa y sin tener dónde tenderme a dormir. Y un día de noviembre empezaron un tipo diferente de castigo, que consistió en que apareció en mi celda un policía estadounidense, me encapuchó, me esposó de las muñecas y me sacó al pasillo. Empezó a golpearme, junto con otros cinco policías estadounidenses. Yo solía podía ver sus pies, por debajo de la bolsa.
"Algunos de los policías eran mujeres, porque oí sus voces y alcancé a ver a dos de los policías que me estaban golpeando antes de que me pusieran la bolsa en la cabeza. Uno de ellos llevaba gafas. No pude leer su nombre porque había pegado una cinta sobre él. Algunas de las cosas que hizo fue hacerme sentar como si yo fuera un perro; ataron una cuerda a la bolsa y me hicieron ladrar como perro y se reían de mí... Uno de los policías me dijo que gateara en árabe, así que comencé a gatear sobre mi barriga y el policía empezó a escupirme y a golpearme... Comenzaron a pegarme en el hígado y después en el oído derecho; comencé a sangrar y perdí el conocimiento...
"Pocos días antes de que me golpearan en mi oreja, el policía estadounidense, el tipo que llevaba gafas, me puso ropa interior de mujer de color rojo en mi cabeza. Y me ató con las manos por detrás a la ventana que había en mi celda, hasta que perdí la conciencia. Y también cuando estaba en la Habitación 1 me dijeron que me tendiera boca abajo y empezaron a brincar desde la cama sobre mi espalda y mis piernas. Y los otros dos me estaban escupiendo e insultándome, y me tenían sujeto de las manos y los pies. Después de que el tipo de gafas se cansara, dos de los soldados estadounidenses me lanzaron al suelo y me ataron por las manos, boca abajo, a la puerta. Uno de los policías empezó a mear sobre mí y a reírse... Y el soldado y su amiga me dijeron en voz alta que me tendiera en el suelo, así que lo hice. Y entonces el policía empezó a abrirme las piernas, y se sentó entre mis piernas, arrodillado, y yo lo estaba mirando por debajo de la bolsa, y ellos querían follarme, porque vi que se estaba bajando la cremallera y me puse a gritar y el otro policía comenzó a darme de patadas en la cabeza y me puso el pie en la cabeza, para que no pudiera gritar... Y entonces pusieron el altavoz en la celda y cerraron la puerta y empezó a gritar en el micrófono...
"Me llevaron a los servicios y me hicieron señas de que me tendiera en el suelo. Y uno de los policías me metió en el ano una porra que siempre llevaba consigo y yo sentí que entraba unos dos centímetros aproximadamente. Y empecé a gritar y él la sacó y lo limpió con agua en la celda. Y entonces las dos chicas estadounidenses que estaban allí cuando ellos me estaban golpeando, empezaron a golpearme en la pija con una bola hecha de esponja. Y cuando me ataron en la celda, una de las chicas, la rubia, blanca, comenzó a jugar con mi pija... Y sacaron fotos de mí todo el rato".[8]
¿Qué debe pensar uno de esta dantesca pesadilla? La mera extravagancia de la brutalidad puede llevarlo a uno a pensar que esos actos, si no fantasía en sí mismos, deben ser el producto de una mente particularmente sádica, y que en realidad, como ha sostenido el ejército, lo que aquí tenemos entre manos son casos de maltratos cometidos por una media docena o algo así de personas inestables, dejadas a la buena de Dios, de temperamento tenebroso y envilecidos por las tensiones de la guerra y la nostalgia y por el poder virtualmente ilimitado que se les había conferido. Que los maltratos que conocieron muchos otros detenidos de Abu Ghraib, según sus declaraciones, y mostrados en las fotografías, sean muy similares no desmiente por supuesto el alegato del ejército de que se trata de "unas pocas manzanas podridas"; al contrario, quizás esta media docena o algo así de bellacos simplemente aterrorizaban a los prisioneros de su pabellón, imponiendo castigos aberrantes similares a quien se les antojaba.
Pero entonces topamos con el siguiente informe, escrito por el jefe del despacho de la Reuter en Bagdad y publicado en la revista Editor and Publisher, sobre el trato que se dio a tres empleados iraquíes de Reuters (dos camarógrafos y un chofer) que estaban filmando cerca del sitio donde se estrelló un helicóptero estadounidense cerca de Faluya a comienzos de febrero cuando llegaron las tropas de la División Aerotransportada No. 82:
"Cuando los soldados se acercaron ellos estaban cerca del coche, un Opel azul. Salem Uraiby (que había trabajado como camarógrafo para la Reuters durante doce años) gritó: "¡Reuters, Reuters, periodista, periodista!". Se les disparó por lo menos un tiro cerca de los pies.
"Fueron arrojados al suelo y los soldados colocaron sus armas contra sus cabezas. Revisaron el coche. Los soldados hallaron las cámaras y las tarjetas de prensa y no descubrieron armas de ningún tipo. Les esposaron por las muñecas a la espalda y fueron metidos bruscamente a un todoterreno, donde los arrojaron al piso...
"Una vez que llegaron a la base estadounidense (Volturno, cerca de Faluya), los mantuvieron en un área de detención con alrededor de otros cuarenta prisioneros en una gran sala con varias ventanas abiertas. Hacía mucho frío...
"Les ponían y sacaban las bolsas de la cabeza. La ensordecedora música que tocaban por los altavoces la conectaban directamente a sus oídos y les mandaban a bailar en la sala. A veces, cuando hacían esto los soldados les enfocaban con unas brillantes linternas directamente a los ojos y les golpeaban con ellas. Les decían que se tendieran en el suelo y que menearan sus traseros en el aire al ritmo de la música. Les hacían hacer flexiones de pecho repetidas veces y acuclillarse y levantarse nuevamente.
"Los soldados se colocaban entre ellos, murmurando cosas en sus oídos... Salem dijo que le murmuraban que querían tener sexo con él y le estaban diciendo: vamos, son sólo dos minutos'. También le dijeron que detendrían a su mujer, para que ellos pudieran acostarse con ella...
"Los soldados murmuraban: Uno, dos, tres...' y entonces gritaban muy fuerte en el oído. Esto duraba toda la noche... Ahmad dijo que él se desplomó a la mañana siguiente. Sattar dijo que se había desplomado después de Ahmad y comenzó a vomitar... Cuando se los llevaba a interrogar individualmente, eran interrogados por dos soldados estadounidenses y un intérprete árabe. Los tres le insultaron. Los acusaban de haber derribado el helicóptero. Los tres -Salem, Ahmad y Sattar- informaron que durante el primer interrogatorio les dijeron que se arrodillaran en el suelo sin tocar este con los pies y que mantuvieran las manos alzadas. Si los posaban o si dejaban caer los brazos, eran abofeteados e insultados. Ahmad dijo que él fue obligado a meterse un dedo en el culo y luego a lamerlo. También fue obligado a lamer y chupar un zapato. Durante un rato en el interrogatorio le pusieron papel de seda en la boca y tuvo dificultades para respirar y hablar. Sattar contó que a él también lo habían obligado a meterse un dedo en el ano y a lamerlo. Luego le dijeron que se metiera un dedo en la nariz durante el interrogatorio, todavía arrodillado y con el otro brazo en el aire. El intérprete árabe le dijo que parecía un elefante...
"Ahmad y Sattar dijeron ambos que les dieron unas chapas con la letra C'. No sabían lo que significaba, pero donde los llevaran en la base, si aún soldado veía su chapa, se pararía a abofetearlo o a insultarlo".[9]
Diferentes soldados, diferentes unidades, diferentes bases; y sin embargo es obvio
que mucho de lo que podríamos llamar los "contenidos temáticos" de los abusos son muy similares: la capucha, los ruidos estruendosos, las "posturas difíciles", las humillaciones sexuales, la amenaza de golpizas, y las violaciones: todo parece surgir del mismo guión, un guión tan ampliamente conocido que incluso los soldados desconocidos que los empleados de Reuters encontraban en el camino durante sus traslados en el interior de la base conocían qué parte les tocaba desempeñar. Todo esto, incluyendo la normalmente legible "chapa", sugiere que había un programa claro que había sido elaborado expresamente, y distribuido metódicamente con la intención, en palabras del general Sánchez en el memorándum del 12 de octubre, de ayudar a las tropas estadounidenses a "manipular las emociones y debilidades de los detenidos".
3.
"Creo que lo que pasó es que en Guantánamo teníamos un concepto sofisticado, donde no cabía la Convención de Ginebra... y en Iraq pusimos al mando a gente que debería estar conduciendo camiones, o haciendo alguna otra cosa en lugar de estar custodiando prisioneros. Era un desastre que se veía venir" (Senador Lindsey Graham (R-S.C.), Comité de Servicios Armados.
¿Cuál es el "concepto sofisticado" al que se refiere el senador Graham? ¿Cómo puede llamarse "conceptos sofisticados" lo que no parece ser más que estrafalaria y arbitraria brutalidad? Aunque aquí estamos limitados por lo que se conoce públicamente -mientras que el senador Graham, que puede consultar documentos secretos,, no lo está- todavía es posible detectar, en la historia de los "interrogatorios extremos" de fines de los años 1950, una tendencia general hacia técnicas más "científicas" y "asépticas", cuyos lineamientos son todos demasiado evidentes en los morbosos informes que se han dado a conocer en Iraq. La compilación más famosa de estas técnicas se encuentra en el manual de la CIA, KUBARK Counterintelligence Interrogation', publicado en 1963, y en especial en su capítulo El Interrogatorio Coercitivo de Contraespionaje de Sujetos Resistentes', que incluye la observación de que todas las técnicas coercitivas están diseñadas para inducir un estado regresivo... El resultado de las presiones externas de suficiente intensidad es la pérdida de las defensas adquiridas recientemente por el hombre civilizado... "Esas funciones pueden ser alteradas con grados relativamente pequeños de trastornos homeostásico, fatiga, dolor, una pérdida o ansiedad".[10]
El propósito de ese "trastorno homeoestásico, de acuerdo al manual de la CIA, es inducir "un estado de debilidad-dependencia-temor", provocando en el prisionero la experiencia de "reacciones emocionales y motivacionales de intenso temor y ansiedad".
"Las condiciones de detención son manipuladas para aumentar en el sujeto la sensación de que ya no cuenta con asideros conocidos y de que está siendo empujado hacia lo extraño... El control del ambiente del sujeto permite que el interrogador determine su dieta, su esquema de sueño y otras cosas básicas. Al manipularlos en estas situaciones irregulares, el sujeto se desorienta y es muy probable que desarrolle sentimientos de temor y de impotencia". [Cursivas en el original].
"Así, la capucha, la privación del sueño, las comidas irregulares e insuficientes, y la exposición alternativa a calores y fríos intensos. En una versión posterior del manual, se lee que el "interrogador"
"debe ser capaz de manipular el ambiente del sujeto, crear situaciones desagradables o intolerables, interrumpir los esquemas de sueño, de espacio y de percepción sensorial... Una vez que se logra esta disrupción, la resistencia del sujeto se encuentra seriamente dañada. Siente una especie de shock psicológico, que puede durar brevemente, pero durante el cual es mucho más probable que acceda...
Frecuentemente el sujeto se siente culpable. Si el interrogador puede intensificar estos sentimientos de culpa, aumentará la ansiedad del sujeto y su disposición a colaborar como un medio de evasión".[11] [Cursivas en el original].
Vistas contra este trasluz, la morbosas escenas de humillación descritas en las fotografías y en las declaraciones de Abu Ghraib -los hombres desfilando desnudos en el pabellón de la cárcel, encapuchados, la masturbación forzada, las actividades homosexuales obligadas y todo lo demás- comienzan a hacerse comprensibles; de hecho son montajes de óperas que giran sobre la vergüenza fingida, cuya intención es "intensificar" en el prisionero "los sentimientos de culpa, aumentar su ansiedad y su necesidad de colaborar". Aunque que muchos de estos elementos de los maltratos se encuentran en varios informes sobre Iraq, particularmente la privación sensorial y las "posturas difíciles", los métodos se parecen a los usados por los servicios de inteligencia modernos, incluyendo los israelíes y los ingleses en Irlanda del Norte; algunas de las técnicas parecen claramente diseñadas para utilizar las particulares sensibilidades de la cultura árabe, como el sentido de vergüenza, sobre todo en asuntos relacionados con la sexualidad.
Los militares estadounidenses, por supuesto, están conscientes de esas sensibilidades culturales; este otoño pasado, por ejemplo, la infantería de marina brindó a sus tropas, junto a un curso de una semana sobre las costumbres e historia de Iraq, un folleto que incluía estos consejos: "No avergüence ni humille a un hombre en público. Humillarle en público provocará en él y su familia sentimientos contra la coalición".
"El más importante calificativo de la vergüenza es que una tercera persona presencie el acto. Si debe hacer algo que causará probablemente la vergüenza de una persona, apártela de la vista de otros".
"La capucha en la cabeza es humillante. Evite esta práctica".
"Colocar a un detenido en el suelo o ponerle un pie encima implica que usted es Dios. Es uno de los peores gestos que podamos tener".
"Los árabes consideran las siguientes cosas impuras:
"Los pies o las plantas de los pies.
"Usar los servicios junto a otros. A diferencia de los marines, que están acostumbrados a los servicios al aire libre, los árabes no se duchan ni usan juntos los servicios.
"Los fluídos corporales...".[12]
Estos preceptos, cuyo propósito era ayudar a los marines a llevarse bien con los iraquíes cuyo territorio están ocupando, evitando hacer cualquier cosa, incluso involuntariamente, que pudiera ofenderlos, son justamente puestos de cabeza por los interrogadores de Abu Ghraib y otras bases estadounidenses. Los detenidos eran mantenidos encapuchados y atados; se les obligaba a gatear y arrastrarse por el suelo, a menudo entre los pies de los soldados estadounidenses; eran obligados a ponerse los zapatos en la boca. Y en todo esto, como se observa en el informe de la Cruz Roja, la naturaleza pública de la humillación es absolutamente crucial; por eso se les obligaba a desfilar desnudos, a masturbarse en frente de mujeres soldados, a observarse desnudos, a formar pirámides humanas'. Y todo esto debía tomar lugar no solamente a vista de extranjeros, hombres y mujeres, sino también de la tercera persona absoluta: la cámara digital omnipresente con su inseparable flash, llevada ahí para que el prisionero supiera que su humillación no terminaba con el acto mismo, sino que sería guardada para el futuro, para ser utilizada de un modo que el detenido no puede controlar. Cualquiera haya sido el motivo que tuvieron los que tomaron esas fotografías, para los prisioneros la cámara tenía el potencial de exhibir su humillación a su familia y amigos, y así actuaba como un "multiplicador de vergüenza", colocando en manos del interrogador un enorme poder. El prisionero debía complacer a su interrogador, de otro modo su vergüenza sería interminable.
Si, como sugiere el manual, el camino hacia un interrogatorio efectivo reside en "intensificar los sentimientos de vergüenza" y con ellos "la ansiedad del sujeto y su necesidad de colaborar como un modo de evasión", entonces las morbosas sagas de los maltratos de Abu Ghraib comienzan a aclararse, pasando lentamente de lo que parece ser una insensata letanía de sadismo y brutalidad a una serie de acciones que, por aberrantes que sean, ocultan en su interior una cierta forma de lógica. Aparte del informe de Reuters, no sabemos mucho sobre qué pasaba en las salas de interrogatorio mismas; hasta el momento, los profesionales que han trabajado en esas habitaciones se han negado a hablar.[13] Sabemos, por las declaraciones de varios policías militares, que los interrogadores les daban instrucciones específicas: "Ablándennos a este tipo. Asegúrense de que pase una mala noche. Asegúrense de que reciba el tratamiento". Cuando a uno de esos soldados, el sargento Javal S. Davis, le preguntaron por qué no había protestado contra esa conducta abusiva, respondió que él "había asumido que si ellos hubieran estado haciendo algo fuera de lo común o sin respetar las instrucciones, alguien habría dicho algo. Además, ese ala pertenece a la inteligencia militar y parecía que el personal de la Policía Militar aprobaba los maltratos". Agregó, hablando sobre uno de los policías acusados:
"Según entiendo, Graner había felicitado al staff de la Policía Militar por la manera en que estaban tratando a los presos. Algunos ejemplos son declaraciones como: "Buen trabajo, ahora se están quebrando muy rápido"; "Ahora responden a todo"; "Al fin nos están dando informaciones buenas"; y "Sigan así, es un buen trabajo", y cosas similares.[14]
Como abogado de otro de los acusados, el sargento Ivan Fredericks dijo a los periodistas:
"La idea es que no había necesariamente una orden directa. Son todos demasiado sutiles y listos para eso... De manera realista, lo que hay es una descripción de una actividad, una insinuación de que era necesario y un estímulo a hacerlo porque era exactamente lo que necesitábamos.
"Estas declaraciones fueron hechas por soldados acusados que tienen un motivo obvio para desviar la culpa de sí mismos. Aunque son pocos los militares del servicio secreto que han hablado, y tres según se sabe han apelado a las garantías de la Quinta Enmienda,[15], uno que sí habló con los periodistas, el sargento Samuel Provance, confirmó las afirmaciones de que los policías actuaron obedeciendo órdenes: "La inteligencia militar estaba al control de todo. Las preparaciones de las condiciones en que se tenían que realizar los interrogatorios eran dictadas estrictamente por la inteligencia militar. No eran quienes se ocupaban de hacerlo, sino los que mandaban a los policías militares a que despertaran a los detenidos al cambio de hora". [...] Provance dijo a los periodistas que "que oficiales del más alto rango en la prisión estaban implicados y que el ejército está tratando de desviar la atención".[16]
No se necesita depender de las afirmaciones de los acusados para saber que lo que pasó en Abu Ghraib y en otros lugares de Iraq no fue la brutalidad arbitraria de "unas pocas manzanas podridas" (las que, no sorprendentemente, resultan ser las defensas clásicas que utilizan los gobiernos en casos de tortura). No se necesita depender de ese tesoro de evidencias externas, incluyendo la visita a Abu Ghraib en el otoño pasado, del general de división Geoffrey Miller, entonces comandante de Guantánamo (y ahora comandante de Abu Ghraib), durante la cual, de acuerdo al informe de Taguba, "revisó la actual capacidad dramática para explotar rápidamente a los detenidos para obtener datos útiles"[17]; o el memorándum del 12 de octubre del teniente general Sánchez, emitido después de la visita del general Miller, que instruía a los oficiales del servicio secreto a trabajar más estrechamente con los policías militares para "manipular las emociones y debilidades de los detenidos"; o declaraciones de Thomas M. Pappas, el coronel a cargo de la inteligencia, que se sintió bajo "enorme presión", a medida que la insurgencia aumentaba la intensidad de sus ataques, para "extraer más información de los prisioneros".[18] La evidencia interna -los horribles detalles de los maltratos mismos y la clara narrativa lógica que adquieren cuando se los examina en el contexto de lo que sabemos sobre métodos de interrogatorio de las agencias de inteligencia y militares estadounidenses- es suficiente para mostrar que lo que estaba pasando en Abu Ghraib, fuera lo que fuera, no dependió del ingenio sádico de unas pocas manzanas podridas.
Esto es lo que sabemos. Como ocurre a menudo, la cuestión real ahora no es lo que sabemos sino qué es lo que podemos hacer.
4.
"¿Deberíamos habernos quedado en Argelia? Si responde sí', debe entonces aceptar todas las consecuencias necesarias". (Colonel Philippe Mathieu, The Battle of Algiers' (1965).
Cuando, como joven oficial del servicio secreto, el difunto general Paul Aussaresses llegó a una Argelia convulsionada por la guerra hace medio siglo y se encontró con su primer insurgente capturado, descubrió que los métodos de interrogatorio eran
ampliamente conocidos y bastante simples:
"Cuando le interrogué empecé preguntándole qué sabía y me indicó claramente que no iba a hablar...
"Entonces, sin dudarlo, el policía me mostró la técnica usada para los interrogatorios extremos': primero, una golpiza, que en la mayoría de los casos no es suficiente; luego los otros medios, tales como descargas eléctricas...; y finalmente agua. La tortura con descargas eléctricas fue hecha posible por los generadores utilizados para alimentar a los transmisores de radio, que eran muy comunes en Argelia. Los electrodos eran conectados a las orejas o testículos de los prisioneros, luego se aplicaban descargas eléctricas que intensidad variable. Este era un método aparentemente bien conocido..."[19].
Aussareness observa que "casi todos los soldados franceses que han servido en Argelia sabían más o menos que se estaba aplicando tortura, pero no cuestionaron los métodos porque no tenían que enfrentarse directamente al problema". Cuando como oficial responsable entrega un completo informe a su comandante sobre los métodos de interrogatorio -que entregaban, como observa él, "explicaciones muy detalladas y más delaciones, permitiéndome hacer más detenciones"-, recibe una interesante respuesta:
"¿Está seguro de que no hay otros modos de hacer que la gente hable?", me preguntó nerviosamente. "Quiero decir métodos que sean..."
"¿Más rápidos?", pregunté.
"No, no es lo que quiero decir".
"Sé lo que quiere decir, coronel. Usted está pensando en métodos más limpios. Usted cree que nada de esto se ajusta a nuestra tradición humanista".
"Sí, eso es lo que quiero decir", respondió el coronel.
"Incluso si usted estuviera de acuerdo con nosotros en llevar a cabo la misión que me ha encomendado, debo evitar pensar en términos morales y pensar solamente en lo que es más útil".
La lógica de Aussaresses es la de un soldado práctico: un ejército tradicional puede derrotar a determinados guerrilleros enemigos sólo por la superioridad de su servicio de inteligencia; esta superioridad puede ser construida a tiempo interrogando a insurgentes curtidos a los que sólo se puede interrogar mediante el uso de "técnicas extremas": tortura; por eso, para tener una posibilidad de permanecer en Argelia, el ejército francés debe emplear la tortura. No siente nada excepto desprecio por los oficiales superiores, como su coronel, que tiemblan ante la idea de "ensuciarse las manos" -para no mencionar al político que, a la menor señal de polémica sobre los métodos que se ven obligado a emplear, no dudará en dejarle caer como "una manzana podrida".
Está claro desde hace tiempo que el presidente Bush y sus oficiales de más alto rango, cuando se enfrentaron al mundo del 11 de septiembre de 2001 y los días posteriores, tomaron una serie de decisiones sobre métodos de guerra e interrogatorio que el general Aussaresses, el soldado práctico, habría entendido bien. El efecto de esas decisiones -entre otras la decisión de encarcelar indefinidamente a los capturados en Afganistán y otras partes en la guerra contra el terrorismo, la decisión de llamar a esos prisioneros "combatientes ilegales" y negarles las protecciones de la Convención de Ginebra, y finalmente la decisión de emplear "métodos de presión" para extraer "datos útiles" de ellos- fue transformar oficialmente a Estados Unidos de una nación que no torturaba, a una que sí lo hace. Y las decisiones no fueron, al menos en sus bosquejos más amplios, mantenidas en secreto. Eran conocidas por otros funcionarios de otras ramas del gobierno, y por el público.
Las consecuencias directas de esas decisiones, incluyendo detalles de los métodos de interrogatorio aplicados en Guantánamo y en la base aérea de Bagram, empezaron a emerger hace más de un año. Sin embargo, fueron las fotografías de Abu Ghraib, examinadas contra el trasfondo de violencia y de casos en una guerra cada vez más impopular, las que hicieron posible un debate público de la tortura de prisioneros a manos de los estadounidenses. Y tal como el general Aussaresses habría reconocido algunos de los métodos que los estadounidenses están usando hoy en sus salas secretas de interrogatorios -especialmente la práctica de desnudar a los prisioneros y sumergirlos en el agua hasta que están a punto de morir ahogados, que fue durante mucho tiempo un método favorito no solamente de los franceses, sino también de los argentinos, uruguayos y otros en América Latina[20]-, el general sonreiría con desdén por las contradicciones e hipocresías del actual escándalo estadounidense de Abu Ghraib: los oficiales de alto rango llenos de galones dando rodeos ante los senadores; la "repugnancia" expresada por alto funcionarios sobre lo que muestran las fotos de Abu Ghraib, y la persistente insistencia de que lo que pasó en Abu Ghraib fue sólo, como dijo al país el presidente Bush, "comportamientos vergonzosos de unas pocas tropas estadounidenses, que deshonraron nuestro país y violaron nuestros valores". El general Aussaresses sostuvo francamente la necesidad de la tortura, pero no tomó en cuenta los costes políticos de lo que, a fin de cuentas, era una guerra política. El general justificaba la tortura, como otros muchos, por aquello de la teoría de "la bomba a punto de estallar", como un medio de proteger vidas que se encuentran en inminente peligro; pero en Argelia, como ahora en Iraq, la tortura, una vez autorizada, se extiende inevitablemente; y finalmente se hace imposible sopesar los logros militares en términos de "datos útiles" y las pérdidas en el terreno político, con una población cada vez más hostil y un planeta indignado. Entonces como ahora, se trató de una opción política, no militar; y los que la tomaron ayudaron al general a perder la guerra.
Cincuenta años más tarde, Estados Unidos está envuelto en otra guerra política: no sólo la lucha contra la insurgencia en Iraq sino las iniciativas de alcance más amplio, si uno ha de dar crédito a las palabras de la administración de "transformar el Oriente Medio" de modo que "deje de producir ideologías de odio que llevan a los hombres a estrellar aviones contra edificios de Nueva York y Washington". No podemos medir en términos de inteligencia el valor de los datos extraídos por los torturadores, aunque oficiales de alto rango admitieron ante The New York Times el 27 de mayo que no habían sacado "mucho de valor sobre la insurgencia" de esos interrogatorios. Lo que está claro es que las fotografías de Abu Ghraib y las terribles historias que cuentan han causado un enorme daño a lo quedaba de la autoridad moral de Estados Unidos en el mundo, y por tanto su capacidad de inspirar esperanza antes que odio entre los musulmanes. Las fotografías "no representan a Estados Unidos", como dice el presidente, y nosotros asentimos. ¿Pero qué significa esto exactamente? Como ocurre a menudo, fue necesario un humorista, Rod Corddry en The Daily Show with Jon Stewart, para señalar la desalentadora contradicción en el asunto:
"No hay ninguna duda de que lo que pasó en esa prisión era terrible. Pero el mundo árabe tiene que darse cuenta de que Estados Unidos no debe ser juzgado por las acciones de unos... bueno, no deberíamos ser juzgados por esas conductas... Son nuestros principios los que importan, las nociones abstractas que nos inspiran. Recuerde: El hecho de que hayamos torturado a los prisioneros, no significa que sea algo que todavía haríamos".
En las próximas semanas y meses, los estadounidenses decidirán sobre cómo dar cuenta de lo que hicieron sus compatriotas en Abu Ghraib, y de lo que continúan haciendo en Bagram y Guantánamo y otras cárceles secretas. Con sus acciones decidirán si comenzarán o no a achiar la creciente brecha entre lo que los estadounidenses dicen que son y lo que en realidad hacen. Los iraquíes y otros en el mundo estarán observándonos para ver si dejamos de torturar y si castigamos o no a los verdaderos responsables. Después de todo, esto es lo que nuestro presidente no se cansa nunca de decir, que es una guerra de ideas. Ahora, como lo dejan claro las fotografías de Abu Ghraib, también se ha transformado en una lucha sobre lo que de verdad, si acaso, representa a Estados Unidos.
Notas
[1] "Solo en la prisión de Abu Ghraib, según han declarado oficiales de alto rango, había nada menos que tres conjuntos de técnicas de interrogatorio se ponían en acción en diferentes momentos -aquellos citados en los manuales del ejército, los usados por interrogadores que han trabajado anteriormente en Afganistán, y un tercer conjunto elaborado por los generales al mando en Iraq, basándose en técnicas utilizadas en la Bahía de Guantánamo", de Craig Gordon, ´High-Pressure Tactics: Critics Say Bush Policies Post 9/11Gave Interrogators Leeway to Push Beyond Normal Limits´, Newsday, 23 mayo 2004.
[2] Véase mi ´Torture and Truth´, The New York Review, 10 junio 2004, la primera parte del presente artículo, que examina en detalle el informe de la Cruz Roja.
[3] Véase Edward Epstein, ´Red Cross Reports Lost, Generals Say: 'The System Is Broken,' Army Commander Tells Senate Panel about Abu Ghraib Warnings´, San Francisco Chronicle, 20 mayo 2004.
[4] Véase Douglas Jehl y Eric Schmitt, ´Officer Says Army Tried to Curb Red Cross Visits to Prison in Iraq´, The New York Times, 19 mayo 2004.
[5] Véase R. Jeffrey Smith, ´Memo Gave Intelligence Bigger Role: Increased Pressure Sought on Prisoners´, The Washington Post, 21 mayo 2004.
[6] Véase Douglas Jehl and Neil A. Lewis, ´US Disputed Protected Status of Iraq Inmates´, The New York Times, 23 mayo 2004.
[7] Véase Josh White and Scott Higham, ´Sergeant Says Intelligence Directed Abuse´, The Washington Post, 20 mayo 2004.
[8] Véase ´Translation of Sworn Statement Provided by ________, Detainee #_______, 1430/21 Jan 04´, disponible junto con otras treinta declaraciones juradas de iraquíes en ´Sworn Statements by Abu Ghraib Detainees´, www.washingtonpost. com. El nombre fue borrado por The Washington Post porque la víctima "había sido víctima de abusos sexuales".
[9] Véase Greg Mitchell, ´´Exclusive: Shocking Details on Abuse of Reuters Staffers in Iraq´, Editor and Publisher, 19 mayo 2004, que incluye fragmentos del informe del jefe del despacho de Bagdad.
[10] Véase ´KUBARK Counterintelligence Interrogation July 196, archivado en
´Prisoner Abuse: Patterns from the Past´, National Security Archive Electronic Briefing Book No. 122, p. 83; www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB122. "KUBARK" es un nombre en clave de la CIA.
[11] Véase ´Human Resource Exploitation Training Manual1983´, National Security Archive Electronic Briefing Book No. 122, ´Non-coercive Technique´; www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/ NSAEBB122.
[12] Véase ´Semper Sensitive: From a Handout That Accompanies a Weeklong Course on Iraq's Customs and History´, Marine Division School, Harper's, Junio 2004, p. 26. Para una discusión de la vergüenza y de la ocupación estadounidense de Iraq, véase mi ´Torture and Truth´.
[13] Aunque sabemos algo de lo que ha pasado en otros centros de interrogatorios estadounidenses, por ejemplo en la base aérea de Bagram, Afganistán. Véase Don Van Natta Jr., ´Questioning Terror Suspects in a Dark and Surreal World´, The New York Times, 9 marzo 2003, y mi ´Torture and Truth´.
[14] Véase Scott Higham y Joe Stephens, ´unishment and Amusement´, The Washington Post.
[15] Richard A. Serrano, ´Three Witnesses in Abuse Case Aren't Talking: Higher-ups and a Contractor Out to Avoid Self-incrimination´, San Francisco Chronicle, 19 mayo 2004.
[16] Véase White and Higham, ´Intelligence Officers Tied to Abuses in Iraq´.
[17] Véase General Antonio M. Taguba, ´Article 15-6 Investigation of the 800th Military Police Brigade´ (The Taguba Report), página 7.
[18] Véase Douglas Jehl, ´Officers Say US Colonel at Abu Ghraib Prison Felt Intense Pressure to Get Inmates to Talk´, The New York Times, May 18, 2004.
[19] Véase Paul Aussaresses, ´The Battle of the Casbah: Terrorism and Counter-Terrorism in Algeria, 1955-1957´, traducido por Robert L. Miller (Enigma, 2002).
[20] Véase James Risen, David Johnston, y Neil A. Lewis, ´Harsh CIA Methods Cited in Top Qaeda Interrogations´, The New York Times, 13 mayo 2004.
27 mayo 2204
©new york review of books ©traducción mQh
"Ahora tenemos a quince oficiales de más alto rango implicados en toda esta operación, desde el secretario de defensa hasta los generales en el mando, y nadie sabía que había problemas, nadie aprobó nada indebido, y nadie hizo nada malo. Hay una aceptación general de responsabilidad, pero no hay nadie a quien culpar, excepto a la gente del más bajo escalafón de una prisión". (Senador Mark Dayton (D-Minn.), Comité de Servicios Armados, 19 Mayo 2004).
Lo que es difícil, es separar lo que sabemos ahora de lo que sabemos desde hace mucho tiempo y que en general nos hemos negado a admitir. Aunque los sucesos y revelaciones de las últimas semanas han adquirido los rasgos típicos de un escándalo de Washington, completo con encuestas parlamentarias en traje de etiqueta, filtraciones diarias a la prensa de víctimas y de acusados por igual, y por supuesto las espectaculares y chillonas fotografías y videos de Abu Ghraib, más allá de la brillante estridencia de las revelaciones hay una zona de una no reconocida claridad. Más allá de la exótica brutalidad tan concienzudamente grabada, y las múltiples y enmarañadas líneas argumentales que se airearán en las próximas semanas y meses sobre responsabilidad, complicidad y culpabilidad, hay una verdad simple, bien conocida pero todavía no admitida públicamente por Wahsington: que desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, oficiales estadounidenses, en varias ubicaciones en todo el mundo, desde Bagram en Afganistán hasta Guantánamo, en Cuba, y Abu Ghraib, en Iraq, han estado torturando a prisioneros. Lo hicieron, en la acertada formulación del informe del general Taguba, para "sonsacarles datos útiles", y lo hicieron, en la medida en que esto sea posible, con el beneplácito institucional del gobierno de Estados Unidos, incluyendo memoranda del abogado del presidente y resoluciones promulgadas oficialmente, en el caso de Afganistán y Guantánamo, sobre la no aplicabilidad de las Convenciones de Ginebra y, en el caso de Iraq, sobre al menos tres conjuntos diferentes de políticas de interrogatorio, dos de ellas modeladas sobre la base de prácticas previas en Afganistán y Cuba.[1]
Lo hicieron bajo la mirada de los investigadores de la Cruz Roja, cuyos informes confidenciales -los que, después de apuntar que "el servicio secreto militar utiliza métodos de presión físicos y psicológicos de manera sistemática para obtener confesiones y sonsacar informaciones", describen en crudos y repugnantes detalles esos "métodos"[2]- fueron entregados a los militares y autoridades de gobierno estadounidenses sólo para "extraviarse" misteriosamente en la burocracia del ejército, sin ser tratados adecuadamente"[3]. Así lo explicaron sosamente el 19 de mayo a los senadores del comité de Servicios Armados tres de los oficiales de más alto rango. Ese mismo día, casualmente, un "alto oficial del ejército, que sirvió en Iraq" dijo a periodistas del The New York Times que de hecho el ejército sí había tratado el informe de la Cruz Roja "tratando de restringir a la organización internacional sus inspecciones in situ de la prisión".
Después de que el Comité Internacional de la Cruz Roja constata maltratos en un pabellón de la cárcel durante dos inspecciones no anunciadas en octubre y se quejara por escrito el 6 de noviembre, los militares respondieron que los inspectores debían fijar una cita antes de visitar los pabellones. Ese área era la zona de los peores abusos... La general de brigada Janis Karpinski, comandante de la Brigada No. 800 de la Policía Militar, cuyos soldados custodiaban a los prisioneros, dijo que a pesar de la gravedad de las acusaciones en el informe de la Cruz Roja, altos oficiales en Bagdad lo habían tratado "de manera frívola"[4].
¿Por qué habían esos "altos oficiales" tratado las graves acusaciones de la Cruz Roja, que son ahora materia de atención del más alto nivel, "de manera frívola"? La respuesta más plausible es que no lo hicieron porque fueran irresponsables o incompetentes o mal intencionados, sino porque estaban conscientes de que ese informe -como otros similares que había publicado la Cruz Roja, Amnistía Internacional, Human Rights Watch y otras organizaciones conocidas- no tendrían efecto alguno sobre lo que los militares estadounidenses hicieran o dejaran de hacer en Iraq.
Los oficiales sabían ciertamente que fuera lo que fuera lo que los investigadores de la Cruz Roja constataran y escribieran, las normas estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib se formulaban por preocupaciones enteramente diferentes y estaban autorizadas -a medida que los insurgentes en Iraq ganaban terreno y la demanda de "datos útiles" se hacía más urgente- por sus comandantes de más alto nivel, entre ellos el teniente general Ricardo Sánchez, el comandante general en Iraq, el que el 12 de octubre (más o menos para la época en que los investigadores de la Cruz Roja realizaban dos inspecciones no anunciadas) firmó un memorándum confidencial pidiendo a los interrogadores de Abu Ghraib que trabajaran con los guardias de la policía militar en "la manipulación de las emociones y debilidades de los detenidos" y controlaran "la luz, la calefacción... el alimento, la ropa y el abrigo" de los que fueran interrogados.[5]
Seis semanas más tarde, la general de brigada Karpinski misma escribió a los funcionarios de la Cruz Roja diciéndoles que las "necesidades bélicas" exigían el aislamiento de los prisioneros "valiosos para el servicio secreto" que no tenían derecho, afirmaba, a "las protecciones de la Convención de Ginebra", a pesar de la posición explícita de la administración de Bush de que las convenciones serían "respetadas completamente" en Iraq.[6] Ahora contamos con un montón de evidencias acerca de cómo los agentes de la policía militar en Abu Ghraib, a los que se les había ordenado (según el sargento Samuel Provance, uno de los primeros soldados de la inteligencia militar en hablar con periodistas) desnudar a los prisioneros y humillarlos como un modo de "quebrarlos"[7], intentaron, con entusiasmo o a regañadientes, cumplir estas órdenes.
2.
Podemos comenzar con la historia del prisionero todavía anónimo que, el 21 de enero de 2004, dio una declaración jurada -que obtuvo posteriormente The Washington Post- ante la División de Investigaciones Judiciales de las fuerzas armadas sobre su temporada en Abu Ghraib:
"El primer día me pusieron en un cuarto oscuro y me pegaron en la cabeza, en el estómago y en las piernas. Me hicieron mantener los brazos en alto y arrodillarme. Eso duró unas cuatro horas. Luego vino el interrogador y me miró mientras los otros me golpeaban. Luego me dejaron en ese cuarto durante cinco días, desnudo, sin ropas... Me pusieron esposas en las muñecas y me colgaron de las esposas durante siete u ocho horas. Y eso causó una ruptura de mi mano derecha; y tenía una herida que me sangraba y de la que salía pus. Me mantuvieron así el 24, 25 y 26 de octubre. Y en los días siguientes, me pusieron una bolsa en la cabeza y, por supuesto, yo estaba todo este tiempo sin ropa y sin tener dónde tenderme a dormir. Y un día de noviembre empezaron un tipo diferente de castigo, que consistió en que apareció en mi celda un policía estadounidense, me encapuchó, me esposó de las muñecas y me sacó al pasillo. Empezó a golpearme, junto con otros cinco policías estadounidenses. Yo solía podía ver sus pies, por debajo de la bolsa.
"Algunos de los policías eran mujeres, porque oí sus voces y alcancé a ver a dos de los policías que me estaban golpeando antes de que me pusieran la bolsa en la cabeza. Uno de ellos llevaba gafas. No pude leer su nombre porque había pegado una cinta sobre él. Algunas de las cosas que hizo fue hacerme sentar como si yo fuera un perro; ataron una cuerda a la bolsa y me hicieron ladrar como perro y se reían de mí... Uno de los policías me dijo que gateara en árabe, así que comencé a gatear sobre mi barriga y el policía empezó a escupirme y a golpearme... Comenzaron a pegarme en el hígado y después en el oído derecho; comencé a sangrar y perdí el conocimiento...
"Pocos días antes de que me golpearan en mi oreja, el policía estadounidense, el tipo que llevaba gafas, me puso ropa interior de mujer de color rojo en mi cabeza. Y me ató con las manos por detrás a la ventana que había en mi celda, hasta que perdí la conciencia. Y también cuando estaba en la Habitación 1 me dijeron que me tendiera boca abajo y empezaron a brincar desde la cama sobre mi espalda y mis piernas. Y los otros dos me estaban escupiendo e insultándome, y me tenían sujeto de las manos y los pies. Después de que el tipo de gafas se cansara, dos de los soldados estadounidenses me lanzaron al suelo y me ataron por las manos, boca abajo, a la puerta. Uno de los policías empezó a mear sobre mí y a reírse... Y el soldado y su amiga me dijeron en voz alta que me tendiera en el suelo, así que lo hice. Y entonces el policía empezó a abrirme las piernas, y se sentó entre mis piernas, arrodillado, y yo lo estaba mirando por debajo de la bolsa, y ellos querían follarme, porque vi que se estaba bajando la cremallera y me puse a gritar y el otro policía comenzó a darme de patadas en la cabeza y me puso el pie en la cabeza, para que no pudiera gritar... Y entonces pusieron el altavoz en la celda y cerraron la puerta y empezó a gritar en el micrófono...
"Me llevaron a los servicios y me hicieron señas de que me tendiera en el suelo. Y uno de los policías me metió en el ano una porra que siempre llevaba consigo y yo sentí que entraba unos dos centímetros aproximadamente. Y empecé a gritar y él la sacó y lo limpió con agua en la celda. Y entonces las dos chicas estadounidenses que estaban allí cuando ellos me estaban golpeando, empezaron a golpearme en la pija con una bola hecha de esponja. Y cuando me ataron en la celda, una de las chicas, la rubia, blanca, comenzó a jugar con mi pija... Y sacaron fotos de mí todo el rato".[8]
¿Qué debe pensar uno de esta dantesca pesadilla? La mera extravagancia de la brutalidad puede llevarlo a uno a pensar que esos actos, si no fantasía en sí mismos, deben ser el producto de una mente particularmente sádica, y que en realidad, como ha sostenido el ejército, lo que aquí tenemos entre manos son casos de maltratos cometidos por una media docena o algo así de personas inestables, dejadas a la buena de Dios, de temperamento tenebroso y envilecidos por las tensiones de la guerra y la nostalgia y por el poder virtualmente ilimitado que se les había conferido. Que los maltratos que conocieron muchos otros detenidos de Abu Ghraib, según sus declaraciones, y mostrados en las fotografías, sean muy similares no desmiente por supuesto el alegato del ejército de que se trata de "unas pocas manzanas podridas"; al contrario, quizás esta media docena o algo así de bellacos simplemente aterrorizaban a los prisioneros de su pabellón, imponiendo castigos aberrantes similares a quien se les antojaba.
Pero entonces topamos con el siguiente informe, escrito por el jefe del despacho de la Reuter en Bagdad y publicado en la revista Editor and Publisher, sobre el trato que se dio a tres empleados iraquíes de Reuters (dos camarógrafos y un chofer) que estaban filmando cerca del sitio donde se estrelló un helicóptero estadounidense cerca de Faluya a comienzos de febrero cuando llegaron las tropas de la División Aerotransportada No. 82:
"Cuando los soldados se acercaron ellos estaban cerca del coche, un Opel azul. Salem Uraiby (que había trabajado como camarógrafo para la Reuters durante doce años) gritó: "¡Reuters, Reuters, periodista, periodista!". Se les disparó por lo menos un tiro cerca de los pies.
"Fueron arrojados al suelo y los soldados colocaron sus armas contra sus cabezas. Revisaron el coche. Los soldados hallaron las cámaras y las tarjetas de prensa y no descubrieron armas de ningún tipo. Les esposaron por las muñecas a la espalda y fueron metidos bruscamente a un todoterreno, donde los arrojaron al piso...
"Una vez que llegaron a la base estadounidense (Volturno, cerca de Faluya), los mantuvieron en un área de detención con alrededor de otros cuarenta prisioneros en una gran sala con varias ventanas abiertas. Hacía mucho frío...
"Les ponían y sacaban las bolsas de la cabeza. La ensordecedora música que tocaban por los altavoces la conectaban directamente a sus oídos y les mandaban a bailar en la sala. A veces, cuando hacían esto los soldados les enfocaban con unas brillantes linternas directamente a los ojos y les golpeaban con ellas. Les decían que se tendieran en el suelo y que menearan sus traseros en el aire al ritmo de la música. Les hacían hacer flexiones de pecho repetidas veces y acuclillarse y levantarse nuevamente.
"Los soldados se colocaban entre ellos, murmurando cosas en sus oídos... Salem dijo que le murmuraban que querían tener sexo con él y le estaban diciendo: vamos, son sólo dos minutos'. También le dijeron que detendrían a su mujer, para que ellos pudieran acostarse con ella...
"Los soldados murmuraban: Uno, dos, tres...' y entonces gritaban muy fuerte en el oído. Esto duraba toda la noche... Ahmad dijo que él se desplomó a la mañana siguiente. Sattar dijo que se había desplomado después de Ahmad y comenzó a vomitar... Cuando se los llevaba a interrogar individualmente, eran interrogados por dos soldados estadounidenses y un intérprete árabe. Los tres le insultaron. Los acusaban de haber derribado el helicóptero. Los tres -Salem, Ahmad y Sattar- informaron que durante el primer interrogatorio les dijeron que se arrodillaran en el suelo sin tocar este con los pies y que mantuvieran las manos alzadas. Si los posaban o si dejaban caer los brazos, eran abofeteados e insultados. Ahmad dijo que él fue obligado a meterse un dedo en el culo y luego a lamerlo. También fue obligado a lamer y chupar un zapato. Durante un rato en el interrogatorio le pusieron papel de seda en la boca y tuvo dificultades para respirar y hablar. Sattar contó que a él también lo habían obligado a meterse un dedo en el ano y a lamerlo. Luego le dijeron que se metiera un dedo en la nariz durante el interrogatorio, todavía arrodillado y con el otro brazo en el aire. El intérprete árabe le dijo que parecía un elefante...
"Ahmad y Sattar dijeron ambos que les dieron unas chapas con la letra C'. No sabían lo que significaba, pero donde los llevaran en la base, si aún soldado veía su chapa, se pararía a abofetearlo o a insultarlo".[9]
Diferentes soldados, diferentes unidades, diferentes bases; y sin embargo es obvio
que mucho de lo que podríamos llamar los "contenidos temáticos" de los abusos son muy similares: la capucha, los ruidos estruendosos, las "posturas difíciles", las humillaciones sexuales, la amenaza de golpizas, y las violaciones: todo parece surgir del mismo guión, un guión tan ampliamente conocido que incluso los soldados desconocidos que los empleados de Reuters encontraban en el camino durante sus traslados en el interior de la base conocían qué parte les tocaba desempeñar. Todo esto, incluyendo la normalmente legible "chapa", sugiere que había un programa claro que había sido elaborado expresamente, y distribuido metódicamente con la intención, en palabras del general Sánchez en el memorándum del 12 de octubre, de ayudar a las tropas estadounidenses a "manipular las emociones y debilidades de los detenidos".
3.
"Creo que lo que pasó es que en Guantánamo teníamos un concepto sofisticado, donde no cabía la Convención de Ginebra... y en Iraq pusimos al mando a gente que debería estar conduciendo camiones, o haciendo alguna otra cosa en lugar de estar custodiando prisioneros. Era un desastre que se veía venir" (Senador Lindsey Graham (R-S.C.), Comité de Servicios Armados.
¿Cuál es el "concepto sofisticado" al que se refiere el senador Graham? ¿Cómo puede llamarse "conceptos sofisticados" lo que no parece ser más que estrafalaria y arbitraria brutalidad? Aunque aquí estamos limitados por lo que se conoce públicamente -mientras que el senador Graham, que puede consultar documentos secretos,, no lo está- todavía es posible detectar, en la historia de los "interrogatorios extremos" de fines de los años 1950, una tendencia general hacia técnicas más "científicas" y "asépticas", cuyos lineamientos son todos demasiado evidentes en los morbosos informes que se han dado a conocer en Iraq. La compilación más famosa de estas técnicas se encuentra en el manual de la CIA, KUBARK Counterintelligence Interrogation', publicado en 1963, y en especial en su capítulo El Interrogatorio Coercitivo de Contraespionaje de Sujetos Resistentes', que incluye la observación de que todas las técnicas coercitivas están diseñadas para inducir un estado regresivo... El resultado de las presiones externas de suficiente intensidad es la pérdida de las defensas adquiridas recientemente por el hombre civilizado... "Esas funciones pueden ser alteradas con grados relativamente pequeños de trastornos homeostásico, fatiga, dolor, una pérdida o ansiedad".[10]
El propósito de ese "trastorno homeoestásico, de acuerdo al manual de la CIA, es inducir "un estado de debilidad-dependencia-temor", provocando en el prisionero la experiencia de "reacciones emocionales y motivacionales de intenso temor y ansiedad".
"Las condiciones de detención son manipuladas para aumentar en el sujeto la sensación de que ya no cuenta con asideros conocidos y de que está siendo empujado hacia lo extraño... El control del ambiente del sujeto permite que el interrogador determine su dieta, su esquema de sueño y otras cosas básicas. Al manipularlos en estas situaciones irregulares, el sujeto se desorienta y es muy probable que desarrolle sentimientos de temor y de impotencia". [Cursivas en el original].
"Así, la capucha, la privación del sueño, las comidas irregulares e insuficientes, y la exposición alternativa a calores y fríos intensos. En una versión posterior del manual, se lee que el "interrogador"
"debe ser capaz de manipular el ambiente del sujeto, crear situaciones desagradables o intolerables, interrumpir los esquemas de sueño, de espacio y de percepción sensorial... Una vez que se logra esta disrupción, la resistencia del sujeto se encuentra seriamente dañada. Siente una especie de shock psicológico, que puede durar brevemente, pero durante el cual es mucho más probable que acceda...
Frecuentemente el sujeto se siente culpable. Si el interrogador puede intensificar estos sentimientos de culpa, aumentará la ansiedad del sujeto y su disposición a colaborar como un medio de evasión".[11] [Cursivas en el original].
Vistas contra este trasluz, la morbosas escenas de humillación descritas en las fotografías y en las declaraciones de Abu Ghraib -los hombres desfilando desnudos en el pabellón de la cárcel, encapuchados, la masturbación forzada, las actividades homosexuales obligadas y todo lo demás- comienzan a hacerse comprensibles; de hecho son montajes de óperas que giran sobre la vergüenza fingida, cuya intención es "intensificar" en el prisionero "los sentimientos de culpa, aumentar su ansiedad y su necesidad de colaborar". Aunque que muchos de estos elementos de los maltratos se encuentran en varios informes sobre Iraq, particularmente la privación sensorial y las "posturas difíciles", los métodos se parecen a los usados por los servicios de inteligencia modernos, incluyendo los israelíes y los ingleses en Irlanda del Norte; algunas de las técnicas parecen claramente diseñadas para utilizar las particulares sensibilidades de la cultura árabe, como el sentido de vergüenza, sobre todo en asuntos relacionados con la sexualidad.
Los militares estadounidenses, por supuesto, están conscientes de esas sensibilidades culturales; este otoño pasado, por ejemplo, la infantería de marina brindó a sus tropas, junto a un curso de una semana sobre las costumbres e historia de Iraq, un folleto que incluía estos consejos: "No avergüence ni humille a un hombre en público. Humillarle en público provocará en él y su familia sentimientos contra la coalición".
"El más importante calificativo de la vergüenza es que una tercera persona presencie el acto. Si debe hacer algo que causará probablemente la vergüenza de una persona, apártela de la vista de otros".
"La capucha en la cabeza es humillante. Evite esta práctica".
"Colocar a un detenido en el suelo o ponerle un pie encima implica que usted es Dios. Es uno de los peores gestos que podamos tener".
"Los árabes consideran las siguientes cosas impuras:
"Los pies o las plantas de los pies.
"Usar los servicios junto a otros. A diferencia de los marines, que están acostumbrados a los servicios al aire libre, los árabes no se duchan ni usan juntos los servicios.
"Los fluídos corporales...".[12]
Estos preceptos, cuyo propósito era ayudar a los marines a llevarse bien con los iraquíes cuyo territorio están ocupando, evitando hacer cualquier cosa, incluso involuntariamente, que pudiera ofenderlos, son justamente puestos de cabeza por los interrogadores de Abu Ghraib y otras bases estadounidenses. Los detenidos eran mantenidos encapuchados y atados; se les obligaba a gatear y arrastrarse por el suelo, a menudo entre los pies de los soldados estadounidenses; eran obligados a ponerse los zapatos en la boca. Y en todo esto, como se observa en el informe de la Cruz Roja, la naturaleza pública de la humillación es absolutamente crucial; por eso se les obligaba a desfilar desnudos, a masturbarse en frente de mujeres soldados, a observarse desnudos, a formar pirámides humanas'. Y todo esto debía tomar lugar no solamente a vista de extranjeros, hombres y mujeres, sino también de la tercera persona absoluta: la cámara digital omnipresente con su inseparable flash, llevada ahí para que el prisionero supiera que su humillación no terminaba con el acto mismo, sino que sería guardada para el futuro, para ser utilizada de un modo que el detenido no puede controlar. Cualquiera haya sido el motivo que tuvieron los que tomaron esas fotografías, para los prisioneros la cámara tenía el potencial de exhibir su humillación a su familia y amigos, y así actuaba como un "multiplicador de vergüenza", colocando en manos del interrogador un enorme poder. El prisionero debía complacer a su interrogador, de otro modo su vergüenza sería interminable.
Si, como sugiere el manual, el camino hacia un interrogatorio efectivo reside en "intensificar los sentimientos de vergüenza" y con ellos "la ansiedad del sujeto y su necesidad de colaborar como un modo de evasión", entonces las morbosas sagas de los maltratos de Abu Ghraib comienzan a aclararse, pasando lentamente de lo que parece ser una insensata letanía de sadismo y brutalidad a una serie de acciones que, por aberrantes que sean, ocultan en su interior una cierta forma de lógica. Aparte del informe de Reuters, no sabemos mucho sobre qué pasaba en las salas de interrogatorio mismas; hasta el momento, los profesionales que han trabajado en esas habitaciones se han negado a hablar.[13] Sabemos, por las declaraciones de varios policías militares, que los interrogadores les daban instrucciones específicas: "Ablándennos a este tipo. Asegúrense de que pase una mala noche. Asegúrense de que reciba el tratamiento". Cuando a uno de esos soldados, el sargento Javal S. Davis, le preguntaron por qué no había protestado contra esa conducta abusiva, respondió que él "había asumido que si ellos hubieran estado haciendo algo fuera de lo común o sin respetar las instrucciones, alguien habría dicho algo. Además, ese ala pertenece a la inteligencia militar y parecía que el personal de la Policía Militar aprobaba los maltratos". Agregó, hablando sobre uno de los policías acusados:
"Según entiendo, Graner había felicitado al staff de la Policía Militar por la manera en que estaban tratando a los presos. Algunos ejemplos son declaraciones como: "Buen trabajo, ahora se están quebrando muy rápido"; "Ahora responden a todo"; "Al fin nos están dando informaciones buenas"; y "Sigan así, es un buen trabajo", y cosas similares.[14]
Como abogado de otro de los acusados, el sargento Ivan Fredericks dijo a los periodistas:
"La idea es que no había necesariamente una orden directa. Son todos demasiado sutiles y listos para eso... De manera realista, lo que hay es una descripción de una actividad, una insinuación de que era necesario y un estímulo a hacerlo porque era exactamente lo que necesitábamos.
"Estas declaraciones fueron hechas por soldados acusados que tienen un motivo obvio para desviar la culpa de sí mismos. Aunque son pocos los militares del servicio secreto que han hablado, y tres según se sabe han apelado a las garantías de la Quinta Enmienda,[15], uno que sí habló con los periodistas, el sargento Samuel Provance, confirmó las afirmaciones de que los policías actuaron obedeciendo órdenes: "La inteligencia militar estaba al control de todo. Las preparaciones de las condiciones en que se tenían que realizar los interrogatorios eran dictadas estrictamente por la inteligencia militar. No eran quienes se ocupaban de hacerlo, sino los que mandaban a los policías militares a que despertaran a los detenidos al cambio de hora". [...] Provance dijo a los periodistas que "que oficiales del más alto rango en la prisión estaban implicados y que el ejército está tratando de desviar la atención".[16]
No se necesita depender de las afirmaciones de los acusados para saber que lo que pasó en Abu Ghraib y en otros lugares de Iraq no fue la brutalidad arbitraria de "unas pocas manzanas podridas" (las que, no sorprendentemente, resultan ser las defensas clásicas que utilizan los gobiernos en casos de tortura). No se necesita depender de ese tesoro de evidencias externas, incluyendo la visita a Abu Ghraib en el otoño pasado, del general de división Geoffrey Miller, entonces comandante de Guantánamo (y ahora comandante de Abu Ghraib), durante la cual, de acuerdo al informe de Taguba, "revisó la actual capacidad dramática para explotar rápidamente a los detenidos para obtener datos útiles"[17]; o el memorándum del 12 de octubre del teniente general Sánchez, emitido después de la visita del general Miller, que instruía a los oficiales del servicio secreto a trabajar más estrechamente con los policías militares para "manipular las emociones y debilidades de los detenidos"; o declaraciones de Thomas M. Pappas, el coronel a cargo de la inteligencia, que se sintió bajo "enorme presión", a medida que la insurgencia aumentaba la intensidad de sus ataques, para "extraer más información de los prisioneros".[18] La evidencia interna -los horribles detalles de los maltratos mismos y la clara narrativa lógica que adquieren cuando se los examina en el contexto de lo que sabemos sobre métodos de interrogatorio de las agencias de inteligencia y militares estadounidenses- es suficiente para mostrar que lo que estaba pasando en Abu Ghraib, fuera lo que fuera, no dependió del ingenio sádico de unas pocas manzanas podridas.
Esto es lo que sabemos. Como ocurre a menudo, la cuestión real ahora no es lo que sabemos sino qué es lo que podemos hacer.
4.
"¿Deberíamos habernos quedado en Argelia? Si responde sí', debe entonces aceptar todas las consecuencias necesarias". (Colonel Philippe Mathieu, The Battle of Algiers' (1965).
Cuando, como joven oficial del servicio secreto, el difunto general Paul Aussaresses llegó a una Argelia convulsionada por la guerra hace medio siglo y se encontró con su primer insurgente capturado, descubrió que los métodos de interrogatorio eran
ampliamente conocidos y bastante simples:
"Cuando le interrogué empecé preguntándole qué sabía y me indicó claramente que no iba a hablar...
"Entonces, sin dudarlo, el policía me mostró la técnica usada para los interrogatorios extremos': primero, una golpiza, que en la mayoría de los casos no es suficiente; luego los otros medios, tales como descargas eléctricas...; y finalmente agua. La tortura con descargas eléctricas fue hecha posible por los generadores utilizados para alimentar a los transmisores de radio, que eran muy comunes en Argelia. Los electrodos eran conectados a las orejas o testículos de los prisioneros, luego se aplicaban descargas eléctricas que intensidad variable. Este era un método aparentemente bien conocido..."[19].
Aussareness observa que "casi todos los soldados franceses que han servido en Argelia sabían más o menos que se estaba aplicando tortura, pero no cuestionaron los métodos porque no tenían que enfrentarse directamente al problema". Cuando como oficial responsable entrega un completo informe a su comandante sobre los métodos de interrogatorio -que entregaban, como observa él, "explicaciones muy detalladas y más delaciones, permitiéndome hacer más detenciones"-, recibe una interesante respuesta:
"¿Está seguro de que no hay otros modos de hacer que la gente hable?", me preguntó nerviosamente. "Quiero decir métodos que sean..."
"¿Más rápidos?", pregunté.
"No, no es lo que quiero decir".
"Sé lo que quiere decir, coronel. Usted está pensando en métodos más limpios. Usted cree que nada de esto se ajusta a nuestra tradición humanista".
"Sí, eso es lo que quiero decir", respondió el coronel.
"Incluso si usted estuviera de acuerdo con nosotros en llevar a cabo la misión que me ha encomendado, debo evitar pensar en términos morales y pensar solamente en lo que es más útil".
La lógica de Aussaresses es la de un soldado práctico: un ejército tradicional puede derrotar a determinados guerrilleros enemigos sólo por la superioridad de su servicio de inteligencia; esta superioridad puede ser construida a tiempo interrogando a insurgentes curtidos a los que sólo se puede interrogar mediante el uso de "técnicas extremas": tortura; por eso, para tener una posibilidad de permanecer en Argelia, el ejército francés debe emplear la tortura. No siente nada excepto desprecio por los oficiales superiores, como su coronel, que tiemblan ante la idea de "ensuciarse las manos" -para no mencionar al político que, a la menor señal de polémica sobre los métodos que se ven obligado a emplear, no dudará en dejarle caer como "una manzana podrida".
Está claro desde hace tiempo que el presidente Bush y sus oficiales de más alto rango, cuando se enfrentaron al mundo del 11 de septiembre de 2001 y los días posteriores, tomaron una serie de decisiones sobre métodos de guerra e interrogatorio que el general Aussaresses, el soldado práctico, habría entendido bien. El efecto de esas decisiones -entre otras la decisión de encarcelar indefinidamente a los capturados en Afganistán y otras partes en la guerra contra el terrorismo, la decisión de llamar a esos prisioneros "combatientes ilegales" y negarles las protecciones de la Convención de Ginebra, y finalmente la decisión de emplear "métodos de presión" para extraer "datos útiles" de ellos- fue transformar oficialmente a Estados Unidos de una nación que no torturaba, a una que sí lo hace. Y las decisiones no fueron, al menos en sus bosquejos más amplios, mantenidas en secreto. Eran conocidas por otros funcionarios de otras ramas del gobierno, y por el público.
Las consecuencias directas de esas decisiones, incluyendo detalles de los métodos de interrogatorio aplicados en Guantánamo y en la base aérea de Bagram, empezaron a emerger hace más de un año. Sin embargo, fueron las fotografías de Abu Ghraib, examinadas contra el trasfondo de violencia y de casos en una guerra cada vez más impopular, las que hicieron posible un debate público de la tortura de prisioneros a manos de los estadounidenses. Y tal como el general Aussaresses habría reconocido algunos de los métodos que los estadounidenses están usando hoy en sus salas secretas de interrogatorios -especialmente la práctica de desnudar a los prisioneros y sumergirlos en el agua hasta que están a punto de morir ahogados, que fue durante mucho tiempo un método favorito no solamente de los franceses, sino también de los argentinos, uruguayos y otros en América Latina[20]-, el general sonreiría con desdén por las contradicciones e hipocresías del actual escándalo estadounidense de Abu Ghraib: los oficiales de alto rango llenos de galones dando rodeos ante los senadores; la "repugnancia" expresada por alto funcionarios sobre lo que muestran las fotos de Abu Ghraib, y la persistente insistencia de que lo que pasó en Abu Ghraib fue sólo, como dijo al país el presidente Bush, "comportamientos vergonzosos de unas pocas tropas estadounidenses, que deshonraron nuestro país y violaron nuestros valores". El general Aussaresses sostuvo francamente la necesidad de la tortura, pero no tomó en cuenta los costes políticos de lo que, a fin de cuentas, era una guerra política. El general justificaba la tortura, como otros muchos, por aquello de la teoría de "la bomba a punto de estallar", como un medio de proteger vidas que se encuentran en inminente peligro; pero en Argelia, como ahora en Iraq, la tortura, una vez autorizada, se extiende inevitablemente; y finalmente se hace imposible sopesar los logros militares en términos de "datos útiles" y las pérdidas en el terreno político, con una población cada vez más hostil y un planeta indignado. Entonces como ahora, se trató de una opción política, no militar; y los que la tomaron ayudaron al general a perder la guerra.
Cincuenta años más tarde, Estados Unidos está envuelto en otra guerra política: no sólo la lucha contra la insurgencia en Iraq sino las iniciativas de alcance más amplio, si uno ha de dar crédito a las palabras de la administración de "transformar el Oriente Medio" de modo que "deje de producir ideologías de odio que llevan a los hombres a estrellar aviones contra edificios de Nueva York y Washington". No podemos medir en términos de inteligencia el valor de los datos extraídos por los torturadores, aunque oficiales de alto rango admitieron ante The New York Times el 27 de mayo que no habían sacado "mucho de valor sobre la insurgencia" de esos interrogatorios. Lo que está claro es que las fotografías de Abu Ghraib y las terribles historias que cuentan han causado un enorme daño a lo quedaba de la autoridad moral de Estados Unidos en el mundo, y por tanto su capacidad de inspirar esperanza antes que odio entre los musulmanes. Las fotografías "no representan a Estados Unidos", como dice el presidente, y nosotros asentimos. ¿Pero qué significa esto exactamente? Como ocurre a menudo, fue necesario un humorista, Rod Corddry en The Daily Show with Jon Stewart, para señalar la desalentadora contradicción en el asunto:
"No hay ninguna duda de que lo que pasó en esa prisión era terrible. Pero el mundo árabe tiene que darse cuenta de que Estados Unidos no debe ser juzgado por las acciones de unos... bueno, no deberíamos ser juzgados por esas conductas... Son nuestros principios los que importan, las nociones abstractas que nos inspiran. Recuerde: El hecho de que hayamos torturado a los prisioneros, no significa que sea algo que todavía haríamos".
En las próximas semanas y meses, los estadounidenses decidirán sobre cómo dar cuenta de lo que hicieron sus compatriotas en Abu Ghraib, y de lo que continúan haciendo en Bagram y Guantánamo y otras cárceles secretas. Con sus acciones decidirán si comenzarán o no a achiar la creciente brecha entre lo que los estadounidenses dicen que son y lo que en realidad hacen. Los iraquíes y otros en el mundo estarán observándonos para ver si dejamos de torturar y si castigamos o no a los verdaderos responsables. Después de todo, esto es lo que nuestro presidente no se cansa nunca de decir, que es una guerra de ideas. Ahora, como lo dejan claro las fotografías de Abu Ghraib, también se ha transformado en una lucha sobre lo que de verdad, si acaso, representa a Estados Unidos.
Notas
[1] "Solo en la prisión de Abu Ghraib, según han declarado oficiales de alto rango, había nada menos que tres conjuntos de técnicas de interrogatorio se ponían en acción en diferentes momentos -aquellos citados en los manuales del ejército, los usados por interrogadores que han trabajado anteriormente en Afganistán, y un tercer conjunto elaborado por los generales al mando en Iraq, basándose en técnicas utilizadas en la Bahía de Guantánamo", de Craig Gordon, ´High-Pressure Tactics: Critics Say Bush Policies Post 9/11Gave Interrogators Leeway to Push Beyond Normal Limits´, Newsday, 23 mayo 2004.
[2] Véase mi ´Torture and Truth´, The New York Review, 10 junio 2004, la primera parte del presente artículo, que examina en detalle el informe de la Cruz Roja.
[3] Véase Edward Epstein, ´Red Cross Reports Lost, Generals Say: 'The System Is Broken,' Army Commander Tells Senate Panel about Abu Ghraib Warnings´, San Francisco Chronicle, 20 mayo 2004.
[4] Véase Douglas Jehl y Eric Schmitt, ´Officer Says Army Tried to Curb Red Cross Visits to Prison in Iraq´, The New York Times, 19 mayo 2004.
[5] Véase R. Jeffrey Smith, ´Memo Gave Intelligence Bigger Role: Increased Pressure Sought on Prisoners´, The Washington Post, 21 mayo 2004.
[6] Véase Douglas Jehl and Neil A. Lewis, ´US Disputed Protected Status of Iraq Inmates´, The New York Times, 23 mayo 2004.
[7] Véase Josh White and Scott Higham, ´Sergeant Says Intelligence Directed Abuse´, The Washington Post, 20 mayo 2004.
[8] Véase ´Translation of Sworn Statement Provided by ________, Detainee #_______, 1430/21 Jan 04´, disponible junto con otras treinta declaraciones juradas de iraquíes en ´Sworn Statements by Abu Ghraib Detainees´, www.washingtonpost. com. El nombre fue borrado por The Washington Post porque la víctima "había sido víctima de abusos sexuales".
[9] Véase Greg Mitchell, ´´Exclusive: Shocking Details on Abuse of Reuters Staffers in Iraq´, Editor and Publisher, 19 mayo 2004, que incluye fragmentos del informe del jefe del despacho de Bagdad.
[10] Véase ´KUBARK Counterintelligence Interrogation July 196, archivado en
´Prisoner Abuse: Patterns from the Past´, National Security Archive Electronic Briefing Book No. 122, p. 83; www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB122. "KUBARK" es un nombre en clave de la CIA.
[11] Véase ´Human Resource Exploitation Training Manual1983´, National Security Archive Electronic Briefing Book No. 122, ´Non-coercive Technique´; www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/ NSAEBB122.
[12] Véase ´Semper Sensitive: From a Handout That Accompanies a Weeklong Course on Iraq's Customs and History´, Marine Division School, Harper's, Junio 2004, p. 26. Para una discusión de la vergüenza y de la ocupación estadounidense de Iraq, véase mi ´Torture and Truth´.
[13] Aunque sabemos algo de lo que ha pasado en otros centros de interrogatorios estadounidenses, por ejemplo en la base aérea de Bagram, Afganistán. Véase Don Van Natta Jr., ´Questioning Terror Suspects in a Dark and Surreal World´, The New York Times, 9 marzo 2003, y mi ´Torture and Truth´.
[14] Véase Scott Higham y Joe Stephens, ´unishment and Amusement´, The Washington Post.
[15] Richard A. Serrano, ´Three Witnesses in Abuse Case Aren't Talking: Higher-ups and a Contractor Out to Avoid Self-incrimination´, San Francisco Chronicle, 19 mayo 2004.
[16] Véase White and Higham, ´Intelligence Officers Tied to Abuses in Iraq´.
[17] Véase General Antonio M. Taguba, ´Article 15-6 Investigation of the 800th Military Police Brigade´ (The Taguba Report), página 7.
[18] Véase Douglas Jehl, ´Officers Say US Colonel at Abu Ghraib Prison Felt Intense Pressure to Get Inmates to Talk´, The New York Times, May 18, 2004.
[19] Véase Paul Aussaresses, ´The Battle of the Casbah: Terrorism and Counter-Terrorism in Algeria, 1955-1957´, traducido por Robert L. Miller (Enigma, 2002).
[20] Véase James Risen, David Johnston, y Neil A. Lewis, ´Harsh CIA Methods Cited in Top Qaeda Interrogations´, The New York Times, 13 mayo 2004.
27 mayo 2204
©new york review of books ©traducción mQh
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