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sobrevivir en bagdad


[Joshua Partlow] En Bagdad, la supervivencia depende de cosas simples.
Bagdad, Iraq. Ahora ya se han acostumbrado a los todoterrenos que atascan las calles y las vallas antibombas bloqueando los callejones. Algunos apenas si respingan cuando explotan los camiones o los proyectiles de mortero impactan en el pavimento. Pero cuando los puentes empiezan a caerse en el agua, los resueltos viajeros están obligados a improvisar.
Es por eso que el vendedor de zapatos, 50, está subiendo cuidadosamente a un desgastado bote de madera que se balancea en el río Tigris, quizás el único lugar en Bagdad donde uno no tiene que preocuparse de que explote algo debajo de tus pies. "En el agua no hay bombas", dijo.
Para los que están acostumbrados a la yerma y parda extensión del Tigris, en los últimos años sobretodo el dominio de cadáveres flotando y patrullas que pasan a toda velocidad, las decenas de barcas que ahora cruzan el río ofrecen una vista sorprendente. De unos cinco metros de largo e impulsadas por motores fuera de borda, las barcas son una solución más, aunque primitiva, que los iraquíes han ideado para sobrevivir sus rondas diarias en Bagdad.
"Cuando caminas por la calle, no sabes si la persona que camina a tu lado lleva un cinturón de explosivos o si hay una bomba en el coche que está por pasar", dijo el vendedor, el que, por temor, sólo dio su apodo, Abu Zaid Hamdani. "Me siento más cómodo en el agua. Me siento psicológicamente seguro".
Desde los niños que venden gasolina en el mercado negro hasta las carretas tiradas por burros, los teatros abandonados, los restaurantes y tiendas de licores, desde los alcantarillados desbordados a las menguantes raciones de alimentos, Bagdad perdió su lugar como el pináculo de la modernidad en Oriente Medio.
"La gente de Bagdad estaba viviendo con electricidad y tecnología, y ahora nos hemos estancado", dijo Um Mohammed, madre de tres hijos que estaba recorriendo el mercado en el barrio de Kadhimiyah a la búsqueda de un horno tradicional llamado tanoor. "En lugar de avanzar, estamos volviendo a la Edad de Piedra".
Um Mohammed, que pidió que sólo publicáramos su apodo, no había usado nunca un tanoor, una calabaza de barro más de un metro de alto para hacer pan entre las brasas ardientes de madera de palmas. El pan le llegaba de una panadería. Pero después de gastar setenta dólares al mes para su familia, una carga económica que empeoró con los crecientes precios del gas de cocina, decidió aprender.
"Probablemente me voy a quemar las manos", dijo. "Esta viviendo en Bagdad, la capital de Iraq, de la prosperidad. ¿Dónde está la prosperidad?"
Los iraquíes recuerdan a otro Tigris cuando piensan en los tiempos de antes de la guerra, cuando lanchones enfiestados de dos pisos pasaban frente a los rascacielos de hoteles en las cálidas tardes. Durante un tiempo, el ministerio de Transporte hizo navegar transbordadores a lo largo del río, entre los pescadores que izaban de las cenagosas aguas, gordas carpas.
Entonces, los hombres en las barcas de madera también recorrían el río, pero ahora se han convertido en necesarias, y no solamente por convenencia o diversión. Un popular barrio comercial a lo largo de la ribera oriental -el mercado de Shorja y las calles de Rashid y Jumhuriyah- prohíbe ahora la entrada de vehículos por temor a las bombas. El mes pasado, tres de los trece puentes que se extienden por el Tigris, han sido atacados con bombas. El ataque más grave ocurrió el 12 de abril, cuando un camión bomba explotó en el ojo del puente de Sarafiya, hundiendo en el agua la estructura de acero y a varios conductores.
El Tigris, que serpentea de norte a sur a través de Bagdad, es ahora tanto una barrera sectaria como física, separando a los barrios predominantemente sunníes al oeste de los chiíes al este. Para los que todavía tengan que cruzar, está Muhammed Abdul Kareem.
Contable de oficio, Abdul Kareem, 35, no ha encontrado nada en su campo en la economía de tiempos de guerra, así que gastó dos mil trescientos dólares en la compra de un bote, cobra 75 céntimos por un viaje y vive con los nueve dólares diarios que gana como botero.
"Ahora hay muchos botes más en el río", dijo, mientras conducía su nave por un tramo de trescientos metros hacia el lado oeste, con su hijo Abbas, de tres, acunado entre sus rodillas. "La principal razón es que ahora el tráfico está imposible".
La llegada de miles de soldados estadounidenses e iraquíes en los últimos dos meses, con sus nuevos puestos de control, carreteras bloqueadas y revisiones de vehículos, ha convertido conducir en Bagdad a algo parecido a nadar en una poza de lodo.
Los semáforos no funcionan; no se respetan las vías. Ha surgido toda una economía de gente que vende servilletas, chiles, balones, cigarrillos, sombras para parabrisas, perfumes y diarios a los conductores atascados en el tráfico. No es raro ver a coches cambiar de mediana y entrar despreocupadamente en sentido contrario, obligando a los automovilistas sin ganas de chocar de frente, maniobrar para eludirlos. Puede haber leyes, pero, definitivamente, no hay normas.
Finalmente, el tapón empujó a Ibrahim Muhammed hacia la ribera. "Están cerradas todas las calles, los puentes están destruidos", dijo. "¿Qué podemos hacer?"
Muhammed, 27, es dueño de una boutique en Mansour, al oeste del río, pero compra sus artículos al por mayor en tiendas cerca de la Calle de Najar, en el lado este. Así que se subió a un bote para ir al mercado, compró cajas de chandales y bolsas de zapatos, y los cargó en el bote para volver a casa. Otros transportan muebles y comestibles, y juguetes de niños. Cuando en la tarde terminan su jornada los empleados de gobierno, los que quieren cruzar forman colas a lo largo de la ribera.
Pero esta no es una travesía en bote entre los nenúfares. Hay balas perdidas que se hunden en el agua y, a veces, se alojan en los botes. Los transbordadores pasan a veces junto a un cuerpo hinchado y con los ojos vendados. Después de la explosión en el puente de Sarafiya, unos soldados iraquíes dispararon al agua cerca de los taxis acuáticos para mantenerlos alejados de los puentes, dijeron varios.
"Tienen miedo de que subamos a colocar bombas", dijo Mohammed Mohammed, 23, botero que vive en la orilla oeste del Tigris.
En las peores batallas de Bagdad, los transbordadores pararon completamente, pero ahora la demanda es tan alta que correrán cualquier riesgo, dijo Dawoud Salim, 28, botero. Y hay otros beneficios en este oficio, especialmente en esta ciudad cerrada.
"Es rico estar fuera, en el río, simplemente respirando", dijo.

Saad al-Izzi y Naseer Mehdawi contribuyeron a este reportaje.

25 de junio de 2007
2 de mayo de 2007
©washington post
©traducción mQh
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