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lecciones olvidadas de vietnam


[Thomas E. Ricks] Errores iniciales dejaron a las tropas estadounidenses mal preparadas para hacer frente a una guerra de guerrillas.
La verdadera guerra en Iraq -la que determinará el futuro del país- empezó el 7 de agosto de 2003, cuando un coche bomba explotó frente a la embajada de Jordania, matando a once e hiriendo a más de cincuenta personas.
Ese atentado ocurrió casi exactamente cuatro meses después de que las fuerzas armadas estadounidenses pensaran que habían prevalecido en Iraq, e inició la resistencia, la violenta y prolongada lucha con los guerrilleros que ha estorbado a Estados Unidos hasta hoy.
Hay algunas evidencias de que el gobierno de Saddam Hussein sabía que no podía ganar una guerra convencional y algunos documentos requisados indican que puede haber organizado una especie de campaña subversiva de retaguardia contra la ocupación. El almacenamiento de armas, la distribución de alijos de armas, las raíces revolucionarias del Partido Baaz y la circulación de dinero y gente hacia Siria, antes y durante la guerra, indican que hubo alguna planificación de la resistencia.
Pero también hay fuertes evidencias, basadas en una revisión de miles de documentos militares y cientos de entrevistas con militares, de que la estrategia estadounidense para pacificar Iraq en los meses después del colapso de Hussein contribuyó a espolonear la resistencia y a hacerla más grande y más fuerte de lo que pudo haber sido.
La misma estructura de la presencia norteamericana en Iraq socavó su misión. La cadena de comando era vaga, sin un individuo a cargo de la intervención americana en Iraq -una estructura que condujo a frecuentes conflictos entre militares y funcionarios civiles.
El 16 de mayo de 2003, L. Paul Bremer III, el jefe de la Autoridad Provisional de la Coalición, la agencia de la ocupación norteamericana, emitió su primer decreto, ‘La desbaazificación de la sociedad iraquí'. El jefe de estación de la CIA en Bagdad había argumentado vehementemente contra esa radical medida, diciendo: "Esta noche, habréis empujado a la clandestinidad a 30 mil o 50 mil baazistas. Y en seis meses, lo lamentaréis".
Así ocurrió, cuando el decreto de Bremer, junto con otro que disolvía las fuerzas armadas y la policía nacional iraquí, creó una nueva clase de líderes privados de derechos y amenazados.
El efecto de esta decisión fue exacerbado por el tipo de relación entre el ejército estadounidense y la población civil. En base a sus experiencias en Bosnia y Kosovo, el ejército pensó que prevalecería a través de su ‘presencia' -esto es, soldados que debían demostrar a los iraquíes que ellos se encontraban en el área, sobre todo patrullando.
"Ese hábito lo adquirimos en los Balcanes", dijo un general del ejército. Entonces, las patrullas se realizaban tan frecuentemente que algunos oficiales empezaron a llamar la misión "DAB", ‘recorriendo Bosnia' [driving around Bosnia].
La jerga de los militares estadounidenses para esto era "tener las botas en el suelo" o, más oficialmente, la misión de presencia. No había una doctrina formal para esto en los manuales o adiestramiento de las fuerzas armadas que prepararan a los militares para sus operaciones, pero la noción se introdujo en el vocabulario de oficiales de alto rango.
Por ejemplo, en una sesión informativa de la brigada de ingenieros de la Primera División Blindada se dijo que sus principales misiones serían las "patrullas de presencia". Y el entonces general de división Ricardo S. Sánchez, entonces comandante de esa división, ordenó a uno de sus comandantes de brigada "inundar su zona, llegar allá y ver qué hacer". En una polvorienta tienda de comando frente a un palacio en la Zona Verde en mayo de 2003, agregó: "Su tarea es asegurarse de que se sienta la presencia de los soldados, que no se trata de soldados que pasan a toda carrera".
La falla de este enfoque, observó más tarde el teniente coronel Christopher Holshek, oficial de asuntos civiles, era que después de que la opinión pública iraquí empezara a volcarse contra los estadounidenses y empezara a verlos como invasores, "la presencia de tropas... se convirtió en contraproducente".
La misión norteamericana en Iraq está compuesta en su gran mayoría de unidades de combate regulares, más que de unidades más pequeñas de bajo perfil de Fuerzas Especiales. Y en 2003 la mayoría de los comandantes convencionales hicieron lo que sabían hacer: enviar grandes cantidades de soldados y vehículos a misiones de combate convencionales.
Pocos soldados parecían entender la importancia del orgullo iraquí y la humillación que sentían los iraquíes de verse controlados por un ejército occidental. Las patrullas pedestres en Bagdad eran acogidas, en esa época, con solemnes saludos por los ancianos y gritos por los niños, pero con torvas miradas de mucho jóvenes iraquíes.
Un factor que complicaba la tarea norteamericana eran las dificultades de los oficiales de más alto rango a la hora de entender qué estaba pasando en Iraq. Al principio, el ministro de Defensa Donald H. Rumsfeld quitó importancia al saqueo que siguió a la llegada norteamericana y luego se negó durante meses a admitir que había estallado una resistencia. Un periodista lo presionó un día ese verano: ¿No está usted enfrentando una guerra de guerrillas?
"Creo que la razón por la que no uso la frase ‘guerra de guerrillas' es que no hay ninguna", dio Rumsfeld.
Algunas semanas más tarde, el general de ejército John P. Abizaid sucedió al general Tommy R. Franks como el principal comandante estadounidense en Oriente Medio. Usó su primera rueda de prensa como comandante para despejar la confusión estratégica sobre lo que estaba ocurriendo en Iraq. Los opositores a la presencia norteamericana estaban realizando "una típica campana de guerra de guerrillas", dijo. "Es una guerra, la describas como la describas".
Ese otoño, las tácticas estadounidenses se hicieron más agresivas. Esto fue natural, incluso razonable, como una respuesta a los crecientes ataques contra las fuerzas estadounidenses y una serie de atentados suicidas. Pero también parece haber minado la estrategia a largo plazo del gobierno norteamericano.
"Cuando tienes que hacer frente a una guerra de resistencia, si tienes la estrategia correcta puede implicar que tienes las tácticas erróneas, que eventualmente tendrás que mejorar", dijo el coronel de ejército en retiro Robert Killebrew, un veterano de las Fuerzas Especiales en la Guerra de Vietnam. "Si tienes la estrategia equivocada y las tácticas correctas al principio, podrás refinar las tácticas toda la vida, y sin embargo igual perderás la guerra. Eso es básicamente lo que pasó en Vietnam".
Durante los primeros veinte o más meses de la ocupación norteamericana de Iraq, fue lo que los militares norteamericanos también hicieron allá.
"Lo que estás viendo aquí en una guerra no convencional librada convencionalmente", observó sombríamente un teniente coronel de las Fuerzas Especiales un día en Bagdad cuando se intensificaba la violencia. Las tácticas que estaba utilizando las tropas regulares, agregó, subvertían a veces los objetivos estadounidenses.

Ideas Draconianas Para Interrogatorios
La mañana del 14 de agosto de 2003, el capitán William Ponce, oficial del ‘Comisión de Coordinación de Efectos de Inteligencia Humana' en el más importante cuartel militar en Iraq, envió un memorándum a comandos subordinados preguntando qué técnicas de interrogatorio les gustaría usar.
"Con respecto a los detenidos nos estamos quitando los guantes", les dijo. Su e-mail, y las respuestas que provocó entre miembros de la comunidad de inteligencia del ejército en todo Iraq, son ilustrativas del estado de ánimo de los militares norteamericanos durante ese período.
"Las bajas están aumentando y necesitamos empezar a reunir información para proteger a nuestros soldados de ataques posteriores", escribió Ponce. Les dijo que para el 17 de agosto de 2003 debían entregar su ‘lista de deseos' con respecto a las técnicas de interrogatorio.
Algunas de las respuestas eran entusiastas: Con clínica precisión, un soldado del Regimiento de Caballería Blindada Nº3, recomendó en un e-mail catorce horas después, que los interrogadores aplicaran "bofetadas con la mano abierta a una distancia de no más de 60 centímetros y golpes con el dorso de la mano en el torso a una distancia de 18 pulgadas". También informó que "el miedo a los perros y serpientes parece funcionar bien".
La operación de inteligencia de la Cuarta División de Infantería respondió tres días después con sugerencias de que los prisioneros fueran golpeados con los puños cerrados y sometidos a "descargas eléctricas de alto voltaje".
Pero no todos eran tan optimistas como esas dos unidades. "Necesitamos aspirar profundo y recordar quiénes somos", advirtió un mayor del Batallón de Inteligencia Militar 501, que apoyaba las operaciones de la Primera División Blindada en Iraq. "Se reduce a normas de lo que es correcto o incorrecto, algo que no podemos poner a un lado cuando lo encontramos inconveniente, como tampoco podríamos declarar que aplicaremos la política de no hacer prisioneros y matar a todos los que se rindan simplemente porque encontramos inconveniente hacer prisioneros".
La entrega de personas al sistema de interrogatorios fue un importante elemento de los comandantes estadounidenses para detener a iraquíes. La clave para una inteligencia operacional era definida por muchos como la ejecución de amplias redadas para detener e interrogar a iraquíes. A veces las unidades actuaban sobre la base de delaciones, pero a veces simplemente detenían a todos los hombres capacitados en edad de combate en zonas conocidas por ser anti-norteamericanas.
Estas medidas eran vistas dentro del ejército como una importante historia con final feliz, y así fueron definidas ante periodistas. El problema era que los militares estadounidenses, tras asumir que estarían operando en un ambiente relativamente favorable, no estaban preparados para un esfuerzo tan masivo, que exigía aprehender, detener e interrogar a iraquíes, analizar la información recabada y luego actuar en virtud de ella.
"Cuando los comandantes, a todos los niveles, buscaban inteligencia operacional, se hizo evidente que la estructura de inteligencia carecía de personal, estaba mal equipada y su organización era inapropiada para operaciones de contrainsurgencia", escribió el teniente general Anthony R. Jones en un informe oficial del ejército un año más tarde.
Oficiales de alto rango de la inteligencia norteamericana en Iraq estimaron más tarde que cerca de un 85 por ciento de las decenas de miles de personas detenidas no tenían valor alguno en términos de inteligencia. Pero cuando fueron entregados a la prisión de Abu Ghraib, saturaron el sistema y debían esperar a menudo durante semanas antes de ser interrogados, tiempo durante el cual podían ser reclutados por rebeldes, los que no estaban aislados de la población carcelaria general.
Al improvisar su respuesta a la resistencia, las fuerzas norteamericanas trabajaron arduamente y lograron algunos éxitos. Sin embargo, frecuentemente eran dirigidos por comandantes mal preparados para su misión por una institución que la única lección que aprendió en Vietnam fue no meterse en una guerra contrainsurgente desordenada. El consejo de los que habían estudiado la experiencia americana fue ignorado.
Ese verano, el coronel de la marina retirado Gary Anderson, experto en guerras pequeñas, fue enviado por el Pentágono a Bagdad para prestar asesoría sobre cómo derrotar a la resistencia emergente. Se reunió con Bremer a principios de julio."Señor embajador, aquí tengo algunos programas que funcionaron en Vietnam", dijo Anderson.
Frente a Bremer no se podía decir eso. "¿Vietnam?", estalló Bremer, según Anderson. "¡Vietnam! No quiero hablar sobre Vietnam. Esto no es Vietnam. ¡Esto es Iraq!"
Esta fue uno de los primeros indicios de que los oficiales norteamericanos se negarían obstinadamente a aprender del pasado en su proyecto de gobernar Iraq.
Uno de los textos fundamentales sobre la contrainsurgencia fue escrito en 1964 por David Galula, un teniente coronel del ejército francés que nació en Túnez, presenció la guerra de guerrillas en tres continentes y murió en 1967.
Cuando Estados Unidos declaró la guerra a Iraq, su libro ‘Guerra de guerrillas: Teoría y práctica' era prácticamente desconocido entre los militares, que es una de las razones por la que es posible abrir el texto de Galula al azar y encontrar principios de la contrainsurgencia que la campaña americana había ignorado.
Galula advertía específicamente contra el tipo de operaciones convencionales de gran escala que Estados Unidos lanzó repetidas veces con brigadas y batallones, incluso si insistieron en el encanto de los beneficios a corto plazo en la inteligencia. Insistía en que el poder de fuego debía ser visto de otra manera en las guerras convencionales.
"En una guerra convencional, un soldado atacado que no responda con todas las armas disponibles sería culpable de abandono de su deber", escribió, agregando que "en la guerra de contrainsurgencia el caso sería lo contrario, pues la regla es aplicar un mínimo de fuego".
Los militares norteamericanos adoptaron un enfoque diferente en Iraq. No eran indiscriminados en el uso del poder de fuego, pero tendían a considerarlo bueno, especialmente durante la gran contraofensiva del otoño de 2003 y en las dos batallas de Faluya al año siguiente.
Una razón de esa estrategia diferente fue la desordenada estrategia de los comandantes norteamericanos en Iraq. Como descubrieron los oficiales de asuntos civiles para su consternación, los jefes del ejército tendían a ver a los iraquíes como el campo de juego en el cual se libraba una contienda contra los rebeldes. En la visión de Galula, la gente es la recompensa.
"En la contrainsurgencia, la población es el objetivo, del mismo modo que lo es para el enemigo", escribió.
De esa observación se deriva una modo completamente diferente de tratar a los civiles atrapados en medio de una guerra de guerrillas. "Ya que ganarse la hostilidad de la población no ayuda en nada, es imperativo que las privaciones y acciones imprudentes de parte de las fuerzas sean reducidas a un mínimo", escribió Galula.
Acumulativamente, la ignorancia estadounidense de principios largamente establecidos en la guerra contrainsurgente dificultó a los militares norteamericanos durante 2003 y parte de 2004. En combinación con una política de personal que retiró todas las tropas con experiencia a principio de 2004 y las remplazó por tropas sin experiencia, no es sorprendente que la campaña norteamericana se pareciese a menudo a la de Sísifo, el rey de la leyenda griega que fue condenado a empujar perpetuamente una roca hasta la cima de una colina, sólo para que esta rodara hacia abajo cuando se acercaba a ella.
Una y otra vez, en 2003, 2004, 2005 y 2006, las fuerzas norteamericanas lanzaron importantes nuevas operaciones para afirmar y reafirmar su control en Faluya, en Ramadi, en Samarra, en Mosul.
"Los estudiosos han llegado a la opinión virtualmente unánime de que las fuerzas convencionales a menudo pierden las guerras no convencionales porque carecen de una comprensión conceptual de la guerra que están librando", comentaría en 2004 el teniente coronel Matthew Moten, jefe de historia militar en West Point.
Cuando el mayor Gregory Peterson siguió algunos meses más tarde un curso de elite que forma estrategas militares en la Escuela de Estudios Militares Avanzados en Fort Leavenworth, descubrió que la experiencia norteamericana en Iraq en 2003-2004 era extraordinariamente similar a la guerra francesa en Argelia en los años cincuenta. Las dos implicaron a potencias occidentales ejerciendo soberanía en países árabes, las dos potencias eran rechazadas por un movimiento de resistencia que impugnaban esa soberanía y las dos guerra fueron polémicas en casa.
Más significativamente para el análisis de Peterson, constató que tanto los militares franceses como los norteamericanos estaban espantosamente mal preparados para la tarea que se habían impuesto. "Actualmente, los militares estadounidenses no tienen una doctrina contrainsurgente viable, comprendida por todos los soldados, o enseñada en las academias militares", concluyó.

Casey Implementa una Nueva Táctica
A mediados de 2004, el general George W. Casey Jr. sucedió a Sánchez como el principal comandante americano en Iraq. Uno de los asesores de Casey, Kalev Sepp, observó irónicamente en un estudio que ese otoñó la campaña norteamericana en Iraq estaba violando uno de los principales principios de la contrainsurgencia, que es poner el énfasis en matar a los rebeldes en lugar de ganarse a la población.
Un año más tarde, frustrado por la incapacidad del ejército de cambiar su enfoque para el adiestramiento en Iraq, Casey inició su propia academia en Taji, Iraq, para enseñar contrainsurgencia a oficiales estadounidenses a medida que llegaban al país. Convirtió la asistencia es esos cursos en un pre-requisito para dirigir una unidad en Iraq.
"Finalmente vamos a empezar a hacer lo correcto?", observó el teniente coronel reservista del ejército Joe Rice un día en Iraq a principios de 2006. "Pero ¿es muy poco y demasiado tarde?"
Uno de los pocos comandantes que fueron exitosos en Iraq en ese primer año de la ocupación, el teniente general David Petraeus, convirtió el estudio de contrainsurgencia en un requisito de la Escuela del Comando del Ejército y del Estado Mayor General en Fort Leavenworth.
Para el año académico que terminó el mes pasado, 31 de las 78 monografías de los estudiantes en la Escuela de Estudios Militares Avanzados giraron sobre la contrainsurgencia, en comparación con sólo un par hace dos años.
Y el pequeño y práctico libro de Galula, ‘Guerra de guerrillas: Teoría y práctica', se había convertido en un éxito de ventas en la librería de Leavenworth.

24 de julio de 2006
©washington post
©traducción mQh
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