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no confíes en tipos uniformados


[Damián Cave] Una nueva regla vital de los iraquíes: No confiar en uniformados.
Bagdad, Irak. Los comandos iraquíes camuflados que secuestraron a veinte personas de dos oficinas en el centro de Bagdad esta semana, usaban vehículos del ministerio del Interior y no dejaron ninguna pista sobre su verdadera identidad.
¿Eran agentes genuinos? ¿O eran miembros de un escuadrón de la muerte chií o sunní? ¿O eran delincuentes en uniformes falsos comprados en el mercado?
Majid Hamid, 41, un funcionario sunní de derechos humanos cuyo hermano fue secuestrado y asesinado por hombres uniformados hace cuatro meses, dijo que dudaba que se conociera la respuesta alguna vez. Ahora, dijo, las autoridades a las que normalmente se confía la investigación de estos crímenes, pueden ser las responsables de ellos.
"Cada vez que veo uniformes, pienso que son milicianos", dijo Hamid en una entrevista hace poco. "Trato de evitarlos inmediatamente. Si tengo mi arma, sé que tengo que estar preparado para usarla".
Es la actitud de los iraquíes en esta capital traumatizada por la guerra y atemorizada por la violencia cometida casi a diario por hombres vestidos como aquellos que se supone que deben protegerla y servirla. Los audaces secuestros del lunes fue apenas el último caso de hombres que utilizan los símbolos de la autoridad y la seguridad -uniforme, un vehículo con focos azules, un parche en la manga- para atacar y secuestrar.
Ahora, toda vez que entran a algún lugar, sea heladerías o puestos de control, hombres uniformados, la gente huye. La jaspeada mezcla de camuflajes azules, verdes y caki, junto con las camisas azules de la policía local, se ha emborronado toda para convertirse en un signo de alarma. "En eles", dicen ahora los bagdadíes cuando se ha secuestrado a un amigo; en árabe tradicional, significa chupado, pero en las calles significa ser secuestrado sin explicación por hombres misteriosos.
Funcionarios norteamericanos e iraquíes han estado prometiendo durante semanas ocuparse del problema. Esta semana, el ministro del Interior, Jalad Bolani, reconoció que hay parias entre sus filas. Dijo al Parlamento que nuevos uniformes y tarjetas de identificación serían entregados pronto para obstaculizar a los que "realizan actividades ilícitas bajo el manto de esta institución".
Los primeros dos mil de los 25 mil uniformes nuevos serán entregados más tarde este mes, dijeron los funcionarios. Hechos con tela de camuflaje importada y complicados parches e insignias, han sido diseñados especialmente para dificultar que sean copiados. Su fuente, así como otros detalles sobre su manufactura, son secretos, en parte para reducir el riesgo de que sean falsificados. Pero sólo serán entregados a un pequeño porcentaje de los 145 mil agentes del ministerio del Interior -desde la policía nacional, las brigadas de orden público y otros cuerpos.
Incluso si todos ellos tuvieran uniformes nuevos, será difícil resucitar la confianza en ellos en Bagdad, donde docenas de personas son asesinadas diariamente o encontradas muertas. Con más fuerzas que están siendo asignadas para patrullar las calles como parte de un plan de seguridad que empezó a ser implementado hace dos meses, las combinaciones de la oficialidad han subido vertiginosamente.
Una tarde reciente en la sede del ministerio del Interior en Bagdad, tres camiones blancos con luces genéricas de la policía pasaron frente al edificio con hombres vestidos con al menos media docena de versiones de uniformes oficiales. También pasó una caravana de todoterrenos con hombres luciendo diferentes uniformes.
"Supongo que ni siquiera el ministerio del Interior puede decir quiénes van en los camiones y quién pertenece a qué brigada", dijo Hamid, que ha estado trabajando con los militares norteamericanos para encontrar a los asesinos de su hermano.
Durante el régimen de Saddam Hussein era más simple. A principios de los años noventa, tanto la policía nacional como el ejército iraquí llevaban uniformes de faena color oliva; una estrella plateada en la gorra y hombrera denotaba a un agente de policía; un águila dorada indicaba el ejército. De acuerdo a varios modistos de Bagdad, en la capital sólo dos mercados tenían permiso para vender uniformes y nadie se atrevía a imitarlos. Sin embargo, más tarde, cuando las sanciones impidieron que el gobierno pudiera suministrar a todas las fuerzas armadas de uniformes oficiales, empezaron a aparecer uniformes confeccionados privadamente.
La invasión norteamericana de 2003 y la estampida para rellenar las fuerzas de seguridad iraquíes abrieron la puerta a toda una avalancha de manufacturas privadas, algunas más legítimas que otras.
Ali Muhammad, 22, modisto en el pobre barrio de Ciudad Sáder, dijo que a los seis meses después de la invasión, los pedidos de uniformes de camuflaje empezaron a llover. Al principio, se negó. Pero necesitaba el dinero -casi dos veces lo que ganaba remendando trajes- y como la violencia religiosa asustaba a los otros clientes, dijo que tuvo que hacerlo.
Hace alrededor de un año, empezó a comprar materiales en un mercado al por mayor y a hacer uniformes por 50 mil dinares iraquíes, unos 33 dólares. Enfatizó que los 20 o 30 uniformes que había hecho, los había vendido a clientes fiables. Pero dijo que todavía tenía miedo.
"Si descubriera que alguien usa mis uniformes para hacer todo esto", dijo. Sacudió su mano refiriéndose a la violencia. "Si eso ocurriera, sería como si yo hubiese participado en ello".
Interrogado sobre cuánto tiempo pensaba que demorarían los modistos en copiar los nuevos uniformes del ministerio, dijo: "Un día".
El brigadier Adnan Abdul-Rahman, portavoz jefe del ministerio del Interior, tiene más esperanzas. Dijo que el ministerio esperaba burlar a los falsificadores durante seis meses. Se negó a decir de qué color serían los uniformes o de dónde serían importados.
Dijo que también habría una campaña publicitaria para informar a la gente sobre los nuevos uniformes, nuevos carnés de identidad para los agentes y que los camiones blancos del ministerio serían pintados de manera que fuese difícil de copiar, aunque no entregó cifras ni fechas de las propuestas.
Bolani, ministro del Interior, también prometió expulsar a los agentes acusados de corrupción y tortura y dijo que habría resultados este mes.
En particular los sunníes, ahora fuera del poder, cuestionan que el ministerio sea serio. Omar al-Jabouri, que dirige la oficina de derechos humanos del Partido Islámico, dijo que el gobierno chií no pondría nunca fin a la corrupción ni a los asesinatos cometidos por agentes o imitadores sino que rompía con las milicias chiíes.
Como muchos sunníes, dice que estas milicias son la columna vertebral del ministerio del Interior. Los nuevos uniformes, carnés de identidad y otros planes, dijo, "son falsos certificados de reforma. Es un modo de decir que ellos son inocentes".
Durante más de un año ha estado recopilando historias sobre las atrocidades cometidas por iraquíes uniformados. En una entrevista hace poco, mostró un libro con estudios de caso con fotografías en color y espeluznantes evidencias de torturas y asesinatos cometidos por hombres en uniforme: un jeque al que metieron en su cabeza un taladro eléctrico; catorce jornaleros secuestrados en un puesto de control en Bagdad y asesinados; decenas de hombres golpeados, quemados con ácido y matados a balazos.
"Hoy hay un montón de barrios donde no dejan entrar a los comandos sin escoltas norteamericanos", dijo.
El jeque Akrim al‑Dulaimi, un imán sunní de la mezquita de la Meca Sagrada en Dawra, una de las zonas más violentas de Bagdad, dijo que muchos de sus vecinos zuñes han sido sacados a medianoche de sus casas.
"Se aparecen después del toque de queda con uniformes de camuflaje e insignias de comandos del ministerio del Interior", dijo. "Pero cuando vas al día siguiente al gobierno o a la sede de la brigada, lo niegan".
La necesidad de decidir si confiar en ellos o huir se ha convertido en un elemento fijo de la vida de muchos iraquíes.
Bashar Hassan, 41, un comerciante sunní de Bagdad, dijo que después de que un grupo de hombres en coches policiales lo secuestraran el verano pasado, recién se dio cuenta de que estaba siendo secuestrado cuando le pidieron 30 mil dólares de rescate. Su familia pagó.
"Llegaron a mi tienda y me dijeron que yo estaba apoyando a los insurgentes, y luego me subieron a un coche de la policía", dijo. Dijo que dudaba que volviera a confiar en iraquíes uniformados. Dijo que esperaba que los soldados norteamericanos adicionales que estaban siendo destinados a la capital, "esta vez nos ayuden honestamente, y no nos matemos unos a otros mientras ellos miran y esperan".
Entretanto, él y otros iraquíes dijeron que viven en constante temor. Si agentes de policía entran a la tienda, los clientes se marchan de inmediato. Los conductores dan vueltas para evitar los puestos de control. Para denunciar un delito, si tienen el coraje suficiente, muchos iraquíes se dirigirán hacia los comandantes norteamericanos o a las milicias de barrio que están surgiendo a pesar de la reciente prohibición del ministerio de Defensa.
Incluso el brigadier Abdul-Rahman, el portavoz del ministerio del Interior, admite que cuando ve a uniformados en Bagdad, se asegura de mantener la distancia. "Sé", dijo, "que están autorizados para disparar".

Edward Wong, Sahar Najeeb y Hosham Hussein contribuyeron a este reportaje.

2 de agosto de 2006
©new york times
©traducción mQh
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