el regreso de los desplazados
[Alexandra Zavis] Los desplazados de Iraq vuelven poco a poco a casa. La promesa de Maliki de revertir la marea de ‘limpieza étnica' en Bagdad puesta a prueba.
Bagdad, Iraq. En una era de épicos desplazamientos, Fuad Khamis ha hecho algo extraordinario: Ha vuelto a casa.
"Cuando llegué, me sentía abrumado y aterrorizado al mismo tiempo", dice Khamis, un taxista árabe sunní del barrio mixto de Sadiya, en Bagdad.
Su casa era una ruina y no quedaba ni un solo mueble. Pero el padre de cinco hijos dice que sus vecinos chiíes lo recibieron con besos y abrazos.
Alentado por la masiva campaña de seguridad que empezó el 13 de febrero y las garantías de sus vecinos chiíes, Khamis es uno de los primeros en poner a prueba la reciente promesa del primer ministro Nouri Maliki de revertir la marea de ‘limpiezas' religiosas que azotan a Bagdad y trasladar a decenas de miles de personas de regreso a sus casas.
Lanzada años después de incontroladas violencias entre árabes sunníes y chiíes, el programa debe salvar incontables obstáculos, incluyendo la falta de confianza de muchos de los habitantes de la ciudad en la capacidad del gobierno a la hora de proteger sus barrios.
"Creo en milagros y en cuentos de hadas, pero no en las intenciones ni en la capacidad del gobierno de llevar a los desplazados de vuelta a sus casas", dice Hussein Azaidi, un musulmán chií con años de pobreza grabados en su cara que ha encontrado refugio en una escuela abandonada en la agitada zona de Ciudad Sáder en Bagdad.
Incluso si el gobierno puede convencer a las familias de que sus antiguos barrios son seguros, no hay ninguna garantía de que puedan recuperar sus casas. Muchas residencias han sido saqueadas o incendiadas, otras son controladas por hombres armados o se encuentran ocupadas por familias que han huido de la violencia de otros lugares.
Reservas Norteamericanas
Maliki ha adoptado una postura dura, llamando ‘terroristas' a la gente que vive en casas que fueron ocupadas por la fuerza e informando al parlamento que serían detenidas.
Pero los militares norteamericanos, que deben contribuir con 17.500 tropas para la campaña de Bagdad, dicen que sus tropas no ayudarán al gobierno a expulsar a los okupas. Oficiales norteamericanos creen que es una receta para mayores abusos.
"Esta es una situación abocada al fracaso", dice el coronel Douglass S. Heckman, asesor de la Novena División del Ejército Iraquí al este de Bagdad.
Reconociendo las complicaciones, el jueves el gabinete iraquí dio a los okupas dos semanas adicionales para que abandonen las casas de los desplazados o que obtengan permisos escritos para permanecer ocupándolas.
El gobierno de Maliki no tiene los medios para implementar un programa de reasentamiento. Adbul Samad Sultan, ministro de Inmigración, cree que muchas familias volverán a sus casas por sí solas una vez que vean que la situación es segura. Se les está ofreciendo unos 200 dólares como contribución a los costes de la mudanza. Aparte de ese subsidio, Sultan sólo puede ofrecer chapas que permiten su retorno a zonas disputadas y pedir a sus primeros vecinos que escriben cartas dándoles la bienvenida.
"Creo que los iraquíes son generosos y pueden olvidar el pasado", dice Sultan. "Saben lo que hace la violencia".
Unas mil familias han vuelto poco a poco a zonas como Madaen, Shaab y Mahmoudiya, dice el ministerio de Inmigración. Pero son una muy pequeña parte del número total de desplazados.
En todo Iraq unas 540 mil personas han abandonado sus hogares desde febrero de 2006, cuando un atentado con bomba destruyó el venerado santuario chií de Samarra, desencadenando una oleada de asesinatos sectarios, de acuerdo a un informe reciente del Cuerpo Médico Internacional, de Santa Mónica, Estados Unidos. Casi el ochenta por ciento de los desplazados son del área de Bagdad, dice el grupo.
El plan de reasentamiento del gobierno depende de la capacidad del ejército y policía -siempre respaldados por Estados Unidos- de erradicar a los milicianos sectarios y mantener su presencia en esas zonas para impedir el regreso de los delincuentes, como han hecho en el pasado. Pero muchos vecinos dicen que se sienten más seguros bajo la protección de las milicias de sus sectas que bajo la protección del gobierno.
Azaidi vivió la mayor parte de su vida en Balad Ruz, una ciudad mixta al nordeste de Bagdad. Una tarde que envió a su hijo al mercado, milicianos sunníes capturaron al joven y lo golpearon salvajemente, enviándolo a casa con un mensaje: Tienes tres días para marcharte, o sufrir las consecuencias.
A la mañana siguiente, Azaidi se mudó con su familia a Ciudad Sáder, el bastión del clérigo radical chií Muqtada Sáder y su poderosa milicia Al Mahdi.
Fueron representantes de Sáder los que encontraron a Azaidi un lugar donde quedarse y le ayudaron a recoger su bono de racionamiento mensual.
Pero los sunníes acusan a esa milicia de haberlos expulsado de Ciudad Sáder y de muchos otros barrios que eran mixtos. Esperando evitar un enfrentamiento, milicianos de Sáder han apoyado la campaña de seguridad e invitado a los sunníes a retornar a Ciudad Sáder -una oferta que muy pocos parecen haber aceptado.
Aviso por Debajo de la Puerta
Cada ola de desplazamientos ha provocado que milicianos de otros barrios expulsen a miembros de grupos rivales para hacer lugar para sus correligionarios que huyen de otros vecindarios.
Sabah Hassan, un agente de policía sunní, ignoró los primeros avisos de que dejara el barrio mixto de Amal, que había sido deslizado por debajo de su puerta el año pasado, metido en un sobre con una bala. Pero cuando dos de sus hermanos fueron secuestrados, huyó, dejando sus muebles, documentos de identidad y los recuerdos de toda una vida.
Al día siguiente, Hassan envió a su madre a recoger algunas pertenencias. Pero los miembros de una oficina local de Sáder ya habían enviado a vivir ahí a una familia chií desplazada, dijo, y habían pintado un aviso en la pared: "No se alquila ni vende".
En algunos barrios, las familias han pedido a los vecinos que vigilen sus casas, o las han alquilado a miembros de la secta dominante en sus zonas.
Durante meses, Hussain Mansour aguantó mientras sus compañeros sunníes escapaban de las amenazas susurradas, las cartas con amenazas, los milicianos y los cuerpos agujereados de balas que aparecieron de la noche a la mañana en el barrio chií de Kadhimiya.
Hace un año unos milicianos irrumpieron en la casa del devoto hermano de Mansour y le dispararon en la cara en presencia de su familia. El verano pasado, su tío fue asesinado a tiros cuando volvía a casa desde la tienda de abarrotes. Cuando Mansour se encaminó a los milicianos de Al Mahdi a pedir protección, se echaron a reír.
"Se burlaron de mí, diciéndome que me desollarían vivo", dijo. "Nunca antes tuve tanto miedo en mi vida".
Finalmente, un vecino chií se acercó a Mansour con una propuesta. Los familiares del hombre vivían en la parte sunní de Bagdad y habían recibido una carta anónima diciéndoles que se marcharan. ¿Por qué no cambiar las casas?
Mansour, un tendero de expresión triste al que sus amigos llamaban ‘el último de los mohicanos', no lo pensó dos veces. Pero no le gusta el acuerdo.
Su nuevo hogar es más pequeño, los muebles son viejos, y el tejado está roto. Pero no es solamente su casa la que echa de menos. "Son mis recuerdos, mi infancia, es donde crecí", dice. "Nadie quiere sepultar sus buenos recuerdos".
Si el plan de Maliki funciona, él será el primero en volver. Pero no tiene muchas esperanzas.
El plan sólo es válido para los vecinos de Bagdad que fueron obligados a abandonar sus casas después del atentado de Samarra -una pequeña parte del total de desplazados después de décadas de expulsiones que se remontan a los días más oscuros del gobierno de Saddam Hussein.
Unos 1.8 millones de los 26 millones de habitantes de Iraq han sido desplazados dentro del territorio nacional, y unos dos millones han huido a países vecinos, de acuerdo a la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, que califica el éxodo como el mayor movimiento de población en Oriente Medio desde la creación del estado de Israel en 1948.
Muchos Esperan Todavía
El gobierno de Iraq no ha tenido demasiado éxito a la hora de deshacer períodos de desplazamientos previos. Miles de kurdos étnicos viven todavía en precarios campamentos en los alrededores de la ciudad petrolera de Kirkuk, esperando que las autoridades resuelvan disputas por títulos de propiedad que se remontan a su reasentamiento durante la implementación de la política de ‘arabización' de Hussein, introducida en los años setenta.
En el sur predominantemente chií, los árabes sunníes hacen frente a una creciente presión de grupos paramilitares como la milicia Al Mahdi y sus rivales de la Brigada Báder.
Muchos han huido hacia ciudades dominadas por los sunníes en el centro y norte de Iraq, pero han debido luchar por adaptarse.
Personal de agencias humanitarias sugieren que sería más realista ayudar a las familias desplazadas a encontrar trabajo y casa en sus nuevas comunidades, que tratar de enviarlas de regreso.
Pero, dice Rafiq Tschannen, director para Iraq de la Organización Internacional para las Migraciones, "hoy nadie tiene el coraje de admitir que las expulsiones serán probablemente permanentes".
Khamis, el taxista, mantiene abiertas sus opciones.
"Me dolía el alma", dice, el día que dejó Sadiya después de recibir una carta con amenazas. Ahora tropas norteamericanas e iraquíes patrullan el barrio.
Si se quedan, también se quedará Khamis. De otro modo, dice, se irá de Iraq para siempre.
"Cuando llegué, me sentía abrumado y aterrorizado al mismo tiempo", dice Khamis, un taxista árabe sunní del barrio mixto de Sadiya, en Bagdad.
Su casa era una ruina y no quedaba ni un solo mueble. Pero el padre de cinco hijos dice que sus vecinos chiíes lo recibieron con besos y abrazos.
Alentado por la masiva campaña de seguridad que empezó el 13 de febrero y las garantías de sus vecinos chiíes, Khamis es uno de los primeros en poner a prueba la reciente promesa del primer ministro Nouri Maliki de revertir la marea de ‘limpiezas' religiosas que azotan a Bagdad y trasladar a decenas de miles de personas de regreso a sus casas.
Lanzada años después de incontroladas violencias entre árabes sunníes y chiíes, el programa debe salvar incontables obstáculos, incluyendo la falta de confianza de muchos de los habitantes de la ciudad en la capacidad del gobierno a la hora de proteger sus barrios.
"Creo en milagros y en cuentos de hadas, pero no en las intenciones ni en la capacidad del gobierno de llevar a los desplazados de vuelta a sus casas", dice Hussein Azaidi, un musulmán chií con años de pobreza grabados en su cara que ha encontrado refugio en una escuela abandonada en la agitada zona de Ciudad Sáder en Bagdad.
Incluso si el gobierno puede convencer a las familias de que sus antiguos barrios son seguros, no hay ninguna garantía de que puedan recuperar sus casas. Muchas residencias han sido saqueadas o incendiadas, otras son controladas por hombres armados o se encuentran ocupadas por familias que han huido de la violencia de otros lugares.
Reservas Norteamericanas
Maliki ha adoptado una postura dura, llamando ‘terroristas' a la gente que vive en casas que fueron ocupadas por la fuerza e informando al parlamento que serían detenidas.
Pero los militares norteamericanos, que deben contribuir con 17.500 tropas para la campaña de Bagdad, dicen que sus tropas no ayudarán al gobierno a expulsar a los okupas. Oficiales norteamericanos creen que es una receta para mayores abusos.
"Esta es una situación abocada al fracaso", dice el coronel Douglass S. Heckman, asesor de la Novena División del Ejército Iraquí al este de Bagdad.
Reconociendo las complicaciones, el jueves el gabinete iraquí dio a los okupas dos semanas adicionales para que abandonen las casas de los desplazados o que obtengan permisos escritos para permanecer ocupándolas.
El gobierno de Maliki no tiene los medios para implementar un programa de reasentamiento. Adbul Samad Sultan, ministro de Inmigración, cree que muchas familias volverán a sus casas por sí solas una vez que vean que la situación es segura. Se les está ofreciendo unos 200 dólares como contribución a los costes de la mudanza. Aparte de ese subsidio, Sultan sólo puede ofrecer chapas que permiten su retorno a zonas disputadas y pedir a sus primeros vecinos que escriben cartas dándoles la bienvenida.
"Creo que los iraquíes son generosos y pueden olvidar el pasado", dice Sultan. "Saben lo que hace la violencia".
Unas mil familias han vuelto poco a poco a zonas como Madaen, Shaab y Mahmoudiya, dice el ministerio de Inmigración. Pero son una muy pequeña parte del número total de desplazados.
En todo Iraq unas 540 mil personas han abandonado sus hogares desde febrero de 2006, cuando un atentado con bomba destruyó el venerado santuario chií de Samarra, desencadenando una oleada de asesinatos sectarios, de acuerdo a un informe reciente del Cuerpo Médico Internacional, de Santa Mónica, Estados Unidos. Casi el ochenta por ciento de los desplazados son del área de Bagdad, dice el grupo.
El plan de reasentamiento del gobierno depende de la capacidad del ejército y policía -siempre respaldados por Estados Unidos- de erradicar a los milicianos sectarios y mantener su presencia en esas zonas para impedir el regreso de los delincuentes, como han hecho en el pasado. Pero muchos vecinos dicen que se sienten más seguros bajo la protección de las milicias de sus sectas que bajo la protección del gobierno.
Azaidi vivió la mayor parte de su vida en Balad Ruz, una ciudad mixta al nordeste de Bagdad. Una tarde que envió a su hijo al mercado, milicianos sunníes capturaron al joven y lo golpearon salvajemente, enviándolo a casa con un mensaje: Tienes tres días para marcharte, o sufrir las consecuencias.
A la mañana siguiente, Azaidi se mudó con su familia a Ciudad Sáder, el bastión del clérigo radical chií Muqtada Sáder y su poderosa milicia Al Mahdi.
Fueron representantes de Sáder los que encontraron a Azaidi un lugar donde quedarse y le ayudaron a recoger su bono de racionamiento mensual.
Pero los sunníes acusan a esa milicia de haberlos expulsado de Ciudad Sáder y de muchos otros barrios que eran mixtos. Esperando evitar un enfrentamiento, milicianos de Sáder han apoyado la campaña de seguridad e invitado a los sunníes a retornar a Ciudad Sáder -una oferta que muy pocos parecen haber aceptado.
Aviso por Debajo de la Puerta
Cada ola de desplazamientos ha provocado que milicianos de otros barrios expulsen a miembros de grupos rivales para hacer lugar para sus correligionarios que huyen de otros vecindarios.
Sabah Hassan, un agente de policía sunní, ignoró los primeros avisos de que dejara el barrio mixto de Amal, que había sido deslizado por debajo de su puerta el año pasado, metido en un sobre con una bala. Pero cuando dos de sus hermanos fueron secuestrados, huyó, dejando sus muebles, documentos de identidad y los recuerdos de toda una vida.
Al día siguiente, Hassan envió a su madre a recoger algunas pertenencias. Pero los miembros de una oficina local de Sáder ya habían enviado a vivir ahí a una familia chií desplazada, dijo, y habían pintado un aviso en la pared: "No se alquila ni vende".
En algunos barrios, las familias han pedido a los vecinos que vigilen sus casas, o las han alquilado a miembros de la secta dominante en sus zonas.
Durante meses, Hussain Mansour aguantó mientras sus compañeros sunníes escapaban de las amenazas susurradas, las cartas con amenazas, los milicianos y los cuerpos agujereados de balas que aparecieron de la noche a la mañana en el barrio chií de Kadhimiya.
Hace un año unos milicianos irrumpieron en la casa del devoto hermano de Mansour y le dispararon en la cara en presencia de su familia. El verano pasado, su tío fue asesinado a tiros cuando volvía a casa desde la tienda de abarrotes. Cuando Mansour se encaminó a los milicianos de Al Mahdi a pedir protección, se echaron a reír.
"Se burlaron de mí, diciéndome que me desollarían vivo", dijo. "Nunca antes tuve tanto miedo en mi vida".
Finalmente, un vecino chií se acercó a Mansour con una propuesta. Los familiares del hombre vivían en la parte sunní de Bagdad y habían recibido una carta anónima diciéndoles que se marcharan. ¿Por qué no cambiar las casas?
Mansour, un tendero de expresión triste al que sus amigos llamaban ‘el último de los mohicanos', no lo pensó dos veces. Pero no le gusta el acuerdo.
Su nuevo hogar es más pequeño, los muebles son viejos, y el tejado está roto. Pero no es solamente su casa la que echa de menos. "Son mis recuerdos, mi infancia, es donde crecí", dice. "Nadie quiere sepultar sus buenos recuerdos".
Si el plan de Maliki funciona, él será el primero en volver. Pero no tiene muchas esperanzas.
El plan sólo es válido para los vecinos de Bagdad que fueron obligados a abandonar sus casas después del atentado de Samarra -una pequeña parte del total de desplazados después de décadas de expulsiones que se remontan a los días más oscuros del gobierno de Saddam Hussein.
Unos 1.8 millones de los 26 millones de habitantes de Iraq han sido desplazados dentro del territorio nacional, y unos dos millones han huido a países vecinos, de acuerdo a la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, que califica el éxodo como el mayor movimiento de población en Oriente Medio desde la creación del estado de Israel en 1948.
Muchos Esperan Todavía
El gobierno de Iraq no ha tenido demasiado éxito a la hora de deshacer períodos de desplazamientos previos. Miles de kurdos étnicos viven todavía en precarios campamentos en los alrededores de la ciudad petrolera de Kirkuk, esperando que las autoridades resuelvan disputas por títulos de propiedad que se remontan a su reasentamiento durante la implementación de la política de ‘arabización' de Hussein, introducida en los años setenta.
En el sur predominantemente chií, los árabes sunníes hacen frente a una creciente presión de grupos paramilitares como la milicia Al Mahdi y sus rivales de la Brigada Báder.
Muchos han huido hacia ciudades dominadas por los sunníes en el centro y norte de Iraq, pero han debido luchar por adaptarse.
Personal de agencias humanitarias sugieren que sería más realista ayudar a las familias desplazadas a encontrar trabajo y casa en sus nuevas comunidades, que tratar de enviarlas de regreso.
Pero, dice Rafiq Tschannen, director para Iraq de la Organización Internacional para las Migraciones, "hoy nadie tiene el coraje de admitir que las expulsiones serán probablemente permanentes".
Khamis, el taxista, mantiene abiertas sus opciones.
"Me dolía el alma", dice, el día que dejó Sadiya después de recibir una carta con amenazas. Ahora tropas norteamericanas e iraquíes patrullan el barrio.
Si se quedan, también se quedará Khamis. De otro modo, dice, se irá de Iraq para siempre.
zavis@latimes.com
Louise Roug en Kirkuk, Suhail Ahmad, Saif Hameed y Zeena Kareem en Baghdad y corresponsales especiales en Bagdad y Basra contribuyeron a este reportaje.
6 de marzo de 2007
2 de marzo de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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