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cárceles ideológicas y esclavitud en china


[Mark Magnier] China podría cerrar cárceles de reeducación. El parlamento podría abolir el sistema que otorga a la policía carta blanca con los delincuentes de poca monta.
El ex prisionero pasa su sucia mano sobre la cicatriz en su frente y recuerda el dolor de los azotes casi diarios a manos de los gendarmes en el centro de Reeducación a Través del Trabajo de Fuxin, al nordeste de China.
"Como no nos daban comida suficiente y nos daban trabajos tan duros, nos desmayábamos, y por eso nos castigaban con azotes", cuenta Liu Jun, 36 años. "También era su modo de recordarnos que teníamos que pagarles para que nos dieran menos trabajo y más comida.
"Se divertían golpeándonos. A veces soñábamos con matarlos".
Liu dijo que su único crimen había sido llevar el mismo nombre que un delincuente; la policía local hizo las veces de juez y jurado.
Durante cincuenta años, el programa de reeducación a través del trabajo, laojiao de la era de Mao ha permitido a la policía sentenciar sin juicio a delincuentes de poca monta o a cualquiera que consideren agitador, hasta cuatro años de internamiento. El parlamento chino considerará la posibilidad de reformar o abolir este sistema durante su sesión anual, que empieza hoy, informó la semana pasada el diario en lengua inglesa China Daily.
El verdadero poder en China lo detenta un pequeño grupo de miembros del Politburó, pero el Congreso Nacional del Pueblo ofrece una ventana a su mentalidad. Otros puntos en el programa de la sesión de doce días incluyen medidas para proteger la propiedad privada, poner fin al trato preferente que se otorga a compañías extranjeras y reducir el déficit presupuestario. Se esperan debates sobre temas tales como la corrupción, la polución y la erradicación de la pobreza en el campo.
Naciones Unidas, gobiernos occidentales y grupos de derechos humanos, así como la Corte Suprema del Pueblo han criticado rotundamente el sistema laojiao. Juristas nacionales argumentan que es inconstitucional. Y el encarcelamiento de unas 200 mil personas en ese sistema está causando problemas a Pekín en momentos en que trata de remozar su imagen como anfitrión de las Olimpíadas de 2008.
Pero deshacerse del enraizado sistema no es fácil.
Haciendo frente a sus numerosos críticos se encuentra un importante partidario del sistema. Y en China, un país con un solo partido, es todopoderoso: es la propia policía.
El argumento del ministerio de Seguridad Pública encuentra acogida entre los más altos líderes del país: ¿Cómo esperáis que protejamos vuestro poder en una época de crecientes disturbios si nos pedís que nos atengamos a las amenidades de los procesos judiciales?
"Les atrae su flexibilidad, la que les permite detener y sacar a grandes cantidades de personas de las calles muy rápidamente", dice Nicholas Bequelin, investigador de Human Rights Watch para China, con sede en Hong Kong.
Algunos activistas de derechos humanos ven en esta lucha evidencias de que las autoridades chinas saben que deben avanzar hacia una situación de respeto del estado de derecho, pero que no saben cómo hacerlo. Otros lo consideran como un torpe intento de echar marcha atrás.
Diarios en lengua inglesa como el China Daily y el South China Morning Post de Hong Kong han publicado artículos sobre las reformas propuestas. Sin embargo, prácticamente todos los artículos en la prensa china controlada por el gobierno, que son medios normalmente utilizados para preparar a la opinión pública para cambios políticos importantes, han guardado silencio.
Algunos juristas dicen que las reformas propuestas incluyen reducir las sentencias máximas a un año, definir mejor el proceso de apelación, derruir las altas murallas y vallas electrificadas que a menudo rodean estos centros y dar más énfasis a los programas de rehabilitación.
Pero todavía no hay indicios claros de que el programa pasará a control judicial.
"Parece que el gobierno chino está tratando de pasar gato por liebre", dice Robin Munro, director de investigación de China Labor Bulletin, con sede en Hong Kong.
Incluso si la policía resiste la intervención en un sistema que les permite hacer lo que quieren detrás de las altas murallas de las cárceles de reeducación, dicen los juristas, también está en aprietos.
Problemas sociales tales como la drogadicción, la prostitución y la delincuencia juvenil, que son tratados en otros países por tribunales especiales, y cargos por faltas menores terminan aquí en el sistema laojiao. Cerrarlo de la noche a la mañana dejaría un vacío.
El sistema podría ser abolido, dice Wu Ge, profesor de derechos en el Centro Constitucional y de Derechos Humanos de la Universidad de Qinghua. "La pregunta es cómo remplazarlo, y qué hacer con sus actuales ocupantes".
Para otros, el asunto es más simple. "Estos son esencialmente fábricas sin supervisión", dice Sara Davis, directora de Asia Catalyst, un grupo de derechos civiles de Nueva York.
"Cuando alguien trata de difundir algún escándalo local, ese alguien irrita a sus superiores, ese alguien rechaza la corrupción, y eso es suficiente para que terminen en un centro de reeducación", dice Hu Xingdou, profesor de economía del Instituto de Tecnología de Pekín.
Instituido para dar cuenta de delincuentes comunes, estafadores, contrarrevolucionarios y ‘parásitos sociales' no contemplados por las leyes criminales, el sistema liajiao alcanzó su punto más alto poco después de su fundación. Pero las autoridades lo han utilizado también para reprimir disturbios y encarcelar a rivales políticos, así como a manifestantes pro-democracia después de la matanza de Tiananmen de 1989, miembros de grupos religiosos y gente que se opone a la política de un hijo por familia.
Liu dijo que él fue encarcelado en la provincia de Liaoning por tener un nombre equivocado.
Alguien acusó de soborno al hermano de un poderoso jefe de policía, contó Liu, y él llevaba casualmente el mismo nombre. Antes que encarcelar al culpable, encarcelaron a sabiendas a Liu. Después de sus primeros tres años a fines de los años ochenta, demandó a sus torturadores. Pero entonces lo condenaron a tres años más en la cárcel, contó.
Su historia no pudo ser verificada independientemente. La policía de Pekín y Liaoning no pudo ser localizada o se negaron a hacer comentarios.
Liu dijo que había tantos hombres en la celda, que tenían que dormir como sardinas, cabezas contra pies, y darse vuelta todos al mismo tiempo. A pesar de su nombre, el sistema no enfatiza la educación y explota el trabajo de los reos.
Los reclusos son obligados a trabajar en turnos de doce horas en pesados trabajos de construcción para empresas privadas, dijo, y las ganancias terminan en los cofres de la cárcel y en los bolsillos de los guardias. Les daban de comer dos veces al día, generalmente un bollo y una sopa aguada.
Los pocos reclusos cuyas familias podían pagar varios cientos de dólares al año en sobornos, tenían trabajos más livianos y mejor alimentación. Las familias podían enviar dinero para artículos de todos los días, pero la policía se apropiaba de ese dinero, contó.
Zhang, 44, que no quiso dar su nombre de pila, dijo que fue tratado relativamente bien durante sus dos años en un centro laojiao en la provincia de Jilin, porque conocía a algunos de los gendarmes.
Pero Zhang, que fue encarcelado de 1998 a 2000 por un lío relacionado con su familia sobre el que se negó a hablar, dijo que los que no tenían conexiones eran maltratados.
"Los guardias le pegaron a un tipo a los genitales con una pistola paralizante porque no trabajaba demasiado", contó. "Su cuerpo quedó cubierto de rosetones negros y morados. La situación ponía tan desesperada a la gente que algunos se golpeaban la cabeza contra la estufa".
Las sesiones educativas implicaban tediosas charlas sobre el amor a la patria y la importancia de la constitución.
"Era un chiste", dijo Zhang. "El sistema ni siquiera es legal según la constitución, y ellos nos decían que debíamos respetarla".
Fu Hualing, un especialista en ley penal de la Universidad de Hong Kong, dijo que los prisioneros tendían a sufrir menos maltratos si su centro tenía contratos y hacían dinero. Entonces "la vida es más fácil para todos", dijo.
Tiantanghe, una zona de 40 kilómetros al sur de Pekín, alberga a varios enormes prisiones y centros de reeducación.
La mayoría de estos centros fueron construidos recientemente, y no hay demasiadas evidencias de que las dependencias vayan a ser abolidas pronto. Las dependencias para el personal de un centro juvenil incluyen una pagoda, un jardín rocoso y palmeras artificiales de color azul, púrpura y amarillo. Al lado, los guardias controlan a los jóvenes detrás de vallas de concreto de seis metros de alto.
Más abajo en el camino, un centro todavía más nuevo para drogadictos ostenta puertas de cemento celestes y amarillas que hacen juego con las murallas del edificio principal. Un enorme letrero en la entrada proclama: "Feliz Año Nuevo".
La red de centros de reeducación casi fue clausurada durante la Revolución Cultural, cuando el sistema jurídico chino dejó de funcionar. Pero encontró una nueva función después de 1979, cuando las drogas y la prostitución se dispararon con la apertura económica de China.
Los delincuentes condenados en tribunales son a menudo encarcelados por menos de seis meses en cárceles cerca de sus casas, lo que les permite salir a ver a sus familias una vez al mes. Los reclusos de los campos de reeducación a menudo son sometidos a una vigilancia más estricta, menos descanso y prohibición de salir a ver a sus familias.
Liu dice que antes de ser encarcelado, él era un exitoso corredor de maratón, pero que las golpizas y las humillaciones destruyeron su carrera.
"Los guardias no tienen que examinar las evidencias, ni satisfacer las normas de los jueces ni defender su caso ante un tribunal", dice. "Te pueden condenar a varios años con un simple giro de la pluma, o decidir golpearte si han peleado con sus mujeres, y eso es todo. En otras palabras, nosotros no tenemos derechos humanos. Y sin derechos humanos, no somos nada".

mark.magnier@latimes.com

6 de marzo de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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