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dos muertes en la montaña


[Tomas Alex Tizon] David Stodden recorre el sendero en el lago Pinnacle, donde su mujer Mary y su hija Susanna fueron encontradas muertas el verano pasado.
Seattle, Estados Unidos. Su mujer y su hija fueron asesinadas el verano pasado en un remoto sendero de excursionistas en el bosque, a 113 kilómetros de casa, a mitad del día, en lo mejor de sus vidas, entre las montañas que habían considerado siempre como un santuario.
David Stodden no sabe quién lo hizo ni por qué. No sabe si su mujer e hija fueron golpeadas, violadas o mutiladas; no sabe si cayeron rápidamente o si pelearon por sus vidas hasta el final. Sabe los detalles esenciales, que cada una de ellas fue matada de un tiro en la cabeza y que fueron abandonadas junto al sendero donde podría encontrarlas cualquiera. Sabe que los detectives no han hecho ninguna detención, y los excursionistas de la región están temblando. Para muchos, la naturaleza misma fue profanada.
"No sé adónde va todo esto", dice Stodden, refiriéndose al misterio que se ha cernido sobre su vida.
Tiene 58 años, es flaco y fuerte, de pelo canoso y bigote, y una cara delgada y angulosa que es a la vez abierta y reservada. Es de risa fácil. Cuando se emociona, se para en mitad de la frase y aprieta la mandíbula hasta que pasa el momento, luego retoma el hilo de la frase de la manera fácil y cordial que sus amigos describen como "es sólo David".
En este día nublado, casi ocho meses después de los asesinatos, Stodden está a punto de internarse en esas mismas montañas para acercarse todo lo posible al lugar en el sendero del Lago Pináculo [Pinnacle] donde se encontraron los cuerpos. Tiene un propósito práctico: chequear si los carteles de recompensa que colgó allí en el otoño pasado siguen todavía allí. Los había controlado cada dos semanas, hasta que el tiempo se puso frío y la nieve cubrió el sendero. Ahora espera que la nieve se haya derretido. Le da algo que hacer. Lo mantiene en movimiento. El movimiento ha sido su bálsamo.
Contratista de oficio, se ha dado libre para arreglar la modesta casa de madera en el norte de Seattle donde él y su mujer criaron a sus tres hijas durante sus 28 años de matrimonio. "Es difícil todavía", dice, refiriéndose a estar en la casa. "Me acostumbro mejor, pero todavía es muy difícil".
Stodden cruza su patio a zancadas, acarreando una ruma de carteles debajo del brazo. Los carteles muestran una foto de Mary Cooper, 56, y de Susanna Stodden, 27, en una excursión dos años antes. Están juntas bajo el sol, con camisetas, y mochilas colgando de sus espaldas, como seguramente se veían el día en que murieron. La madre, en forma y robusta, con pelo rojo rizado, es casi una cabeza más alta que su hija de pelo negro cuya juvenil cara podría hacerla pasar por una adolescente. Pero sus sonrisas son diferentes: la de Mary es exuberante, la de Susanna, tímida.
La recompensa de 26 mil dólares -para quien entregue información- fue reunida en gran parte por amigos, los que la familia tenía en abundancia.
Unas mil quinientas personas asistieron al funeral en una escuela secundaria donde una cola de oradores afirmó lo que ya sabía todo el mundo, que Mary y Susanna eran el tipo de personas que otros querían emular: amables, tranquilas, socialmente activas, generosas; la sal de la tierra, gente que llevaba vidas apacibles, pero provechosas.
Mary, bibliotecaria de una escuela básica, amaba los libros y los niños y se las arreglaba para forjarse una vida rodeada de ambos. Llorosos alumnos colocaron un letrero de cartón en la entrada principal de la escuela, que decía ‘Mary en la biblioteca era la persona más buena del universo'.
Susanna era la primogénita. Le faltaba un mes para empezar a dar clases de práctica en una escuela privada y estaba excitada con la idea de que tendría que hacer en bicicleta el trayecto entre la escuela y su apartamento. Había adoptado un estilo de vida basado en la simplicidad y nada le gustaba tanto como pasar el tiempo en la naturaleza.
Mary y Susanna no hacían enemigos, dice el amigo de la familia Steve Spickard. Eran "activamente optimistas", que buscaban lo mejor en la gente y daban a los desconocidos el beneficio de la duda.
Spickard sospecha que lo que ocurrió en ese sendero fue un encuentro casual entre la luz y la oscuridad, "entre la mejor gente imaginable, y la peor". Los detectives, que se niegan a excluir explicaciones, dicen que están estudiando la posibilidad de que fuera un acto azaroso. De todos modos, quienquiera que lo hizo, todavía está allá fuera.
Stodden coloca cuidadosamente los carteles en el asiento trasero de su Dodge Caravan morado oscuro. Sube. "La furgoneta de Mary", dice simplemente. El mismo que ella y Susanna usaron esa última mañana, el 11 de julio, un típico día de verano en el Noroeste. Empezó en general muy asoleado y terminó en gran parte nublado, muy parecido a este día.
Stodden sigue el mismo trayecto.

La furgoneta avanza hacia el norte hacia Everett, y luego gira hacia el este, hacia las Montañas de las Cascadas, y el paisaje se vuelve más verde y más escarpado con cada letrero que dejan atrás. En el arenoso y pequeño pueblo de Granite Falls, Stodden reduce la velocidad para controlar los carteles, uno por uno.

Todavía está colgando en la tienda de delicadezas de Bob & Carol, justo por encima de un letrero para noctámbulos. Todavía está en la Taberna Spar Tree. Todavía está en la Deb's Country Barbershop -‘La Mejor Barbería de Granite'.
Más al este, cuando el camino asciende, divisa un cartel que se ha doblado en las puntas. Está en una pizarra de anuncios en una tienda junto a la carretera llamado Green Gables General Store. Stodden aparca, coge un martillo y clava dos clavos nuevos para estirar las puntas. Por una décima de segundo está cara a cara con Mary y Susanna.
En la tienda, en el mesón de café, pide un americano grande a la bartendera. Mary la habría evaluado antes de pedir, recuerda. Mientras más inteligente su aspecto, más complicado el pedido. Ese recuerdo le hizo reír. Así era Mary. Una de sus actividades favoritas era pasar los domingos en la mañana bebiendo café y leyendo los diarios en la panadería de Lake Union.
"¿Trabajando?", pregunta la joven en el mesón, Lana O'Grady.
"Pegando carteles", dice Stodden. "Mi mujer y mi hija fueron asesinados el verano pasado. Quizás has oído hablar de ello".
O'Grady se detiene un momento. "Lo lamento", dice.
Claro que ha oído hablar de ello. Ha oído todo, como todo el mundo aquí. La prensa local cubrió el caso con fervor. En internet, las páginas web sobre excursiones y campings al oeste de Washington rebosaban de especulaciones que continúan hasta el día de hoy.
¿Vieron las dos mujeres algo que no deberían haber visto? ¿Tropezaron con una operación de tráfico de marihuana o de cristal? ¿Hay algún fundamentalista apocalíptico psicópata suelto en los bosques de las montañas de las Cascadas? ¿Por qué no intentó ocultar los cuerpos?

Esa mañana Mary había estado de buen humor, recuerda Stodden. Ella y Susanna eran parecidas; eran maestras de corazón, y compartían su pasión por la música y la naturaleza, pero sus horarios no les permitían salir de excursión juntas -sólo ellas dos- demasiado a menudo. La madre y la hija querían salir de excursión al menos una vez antes de que Susanna empezara con su nuevo trabajo.
El plan era hacer una excursión de un día a Mt. Pilchuck, un pico de 1.622 metros con una vista panorámica de las Cascadas, Olympics y Puget Sound.
Antes de que Stodden se marchara a su trabajo a las 7:30, le dijo a Mary que tuviera cuidado -todavía podía haber nieve en la montaña-, pero no estaba demasiado preocupado. La familia había hecho excursiones y acampanado una docena de veces en la región en los últimos años. Stodden había acarreado a Susanna a su espalda cuando era una niña, para cruzar los innumerables senderos de estas montañas.
Basándose en la hora en que Mary y Susanna se cree que empezaron su excursión, Stodden calcula que Mary dejó la casa a eso de las ocho de la mañana y recogió a Susanna en su apartamento. El viaje habría tomado unas dos horas.
Stodden dice que pasó el día trabajando en una casa en el lado oeste de Green Lake, lo que había corroborado por un colega (los detectives no quisieron hacer comentarios). Dice que empezó a preocuparse cuando volvió a casa a eso de las cinco y media y Mary no había regresado. Se suponía que ella y Susanna volverían a casa una hora antes. Quizás habían parado para un recado o hacer compras, pensó.
Tal como habían planeado, Stodden hizo un paseo en bicicleta por el Parque Stewart con un amigo -parte de su régimen de preparación para un evento ciclista de 320 kilómetros llamado STP, o de Seattle-a-Portland. Durante el ejercicio, y justo después, Stodden llamó repetidas veces a los celulares de Mary y Susanna, pero sin obtener respuesta. Le dijo a su amigo ciclista que estaba preocupado.
Poco después de volver a casa a eso de las 8:45 de la tarde, empezó a llamar a las autoridades en la región. No le dijeron nada. A eso de las diez de la noche, estaba a punto a subirse a su furgoneta cuando llegaron detectives. Stodden, aunque preparado para lo peor, no podía entender lo que le dijeron.
Los detectives dijeron que Mary y Susanna fueron encontradas muertas en un sendero que llevaba al lago Pináculo, al sudeste de Pilchuck. Todo el día, recuerda Stodden, había pensando que estaban de excursión en Pilchuck. Si hubiera salido tras ellas, habría tomado el sendero equivocado.
Los detectives le dijeron que podía haber sido un ataque de un animal: de un oso o de un puma. Las heridas no eran inmediatamente identificables.
Aparentemente, madre e hija había decidido a último minuto dirigirse a Pináculo. Dos días después de los asesinatos, un hombre que se identificó solamente como ‘Testigo', escribió una intrigante nota en nwhikers.net, un popular foro online. Aunque los detectives no quisieron hacer comentarios, la actualización ha sido aceptada como auténtica por amigos y familiares.
"Mi esposa y yo fuimos los últimos seres normales en ver vivas a Mary y Susanna", escribió el Testigo. "Ellas y nosotros llegamos al sendero al mismo tiempo [a eso de las diez de la mañana] y tuvimos una agradable conversación con ellas antes de proseguir".
El Testigo describe a la madre e hija como "excepcionalmente simpáticas".
El Testigo y su esposa siguieron entonces hacia el lago Pináculo, una pintoresca laguna de montaña anidada entre bosques alpinos, y se detuvieron para merendar antes de volver hacia el sendero. "Cuando bajábamos, llegamos a la escena" -los cuerpos de Mary y Susanna-, que dice que no tiene la libertad de describir.
"Nunca pasamos una media hora tan aterradora como nuestro regreso por ese sendero", escribió. "Teníamos un piolet con el nos preparábamos para defendernos, sin saber si seríamos atacados por el asesino todavía acechando en la zona".
El Testigo no sabía que para entonces otra pareja había descubierto los cuerpos y se había reportado ante las autoridades a eso de las dos veinte de la tarde.
De acuerdo a un boletín de prensa, esta otra pareja al principio no sabían lo que estaban viendo. Pensaron que quizás habían topado con dos personas que estaban en cuclillas o agachadas junto al sendero. Cuando se acercaron, se dieron cuenta de que estaban muertas. La pareja, por razones que no están claras, no pudo discernir el sexo de las víctimas.
Los detectives confirmaron pronto que las mujeres habían muerto por heridas de arma de fuego pero no pudieron decir cuántos balazos habían recibido, ni de qué calibre era el arma, ni en qué parte de la cabeza les habían disparado ni si les dispararon a quemarropa o desde una distancia. La oficina del sheriff del condado de Snohomish, la agencia a cargo de las pesquisas, se ha negado a revelar, o incluso confirmar, otros detalles.

En enero, Stodden se sometió, a petición del sheriff, al detector de mentiras. Trató de no tomárselo personalmente, sabiendo que las parejas son normalmente sospechosas. Justo antes de la prueba, dice Stodden, se puso de pie frente al operador e hizo sonar solemnemente un pequeño gong de metal que Susanna le había dado al volver de su viaje a Nepal cuatro años antes. Lo hizo para honrar la memoria de su hija.
El resultado no fue concluyente. La prueba, que mide respuestas fisiológicas a preguntas precisas, puede ser distorsionada por la tensión o una enfermedad, y Stodden dice que ese día él estaba resfriado. Le hicieron otro test, pero no le han informado sobre el resultado. "No tengo nada que ocultar ", dice.
Los detectives dicen que no han excluido a nadie, pero los amigos desechan la idea de que Stodden pueda tener algo que ver con los asesinatos.
"Mary era el amor de su vida", dice su amigo Spickard, que conoce a la familia desde los años ochenta. Él y Stodden son entrenadores de fútbol y todavía forman parte del mismo equipo de fútbol para mayores de 55.
"Él estaba contento con la vida que llevaban", dice Spickard. "Jardineaban juntos. David se ocupaba de la parte de las verduras, Mary de las flores. Él se sentía feliz que contar con alguien como Mary. Era la persona más inteligente que conocía".
Spickard dice que a alguna gente le preocupa la actitud de Stodden.
"Quieren ver a alguien destruido y amargado. Pero David no es así", dice. "Tiene sus momentos, pero no es un hombre que se obsesione con algo. David es un hombre de acción. Necesita seguir adelante. Si él pudiera resolver el caso dando seis vueltas al planeta, seguro que lo haría. Si le preguntas qué piensa que pasó con su mujer e hija, te dirá: ‘Prefiero no hacerlo'".
Incluso si, hipotéticamente, Stodden hubiese querido deshacerse de su esposa, piensa Spickard, ¿por qué mataría también a la hija, a la que, según todos los indicios existentes, adoraba?
Las otras hijas de Stodden -Joanna, 22, y Elisa, 24-, que han mantenido en privado su dolor, se negaron a conceder entrevistas. Dice que se sienten cada vez más frustradas por la falta de progreso en la investigación. Stodden, que al principio se reunía una vez a la semana con los detectives, ahora los ve una vez al mes o cada dos meses. Él también ha empezado a mostrar signos de impaciencia.
La especulación más optimista es que los detectives ya tienen a un sospechoso -o sospechosos-, pero todavía necesitan pruebas para conseguir una condena. Los más escépticos creen que los detectives han llegado a un callejón sin salida.
"Entiendo la frustración", dice la portavoz del sheriff Rebecca Hover. "Pero que no tenemos nuevas informaciones que dar, no significa que no estemos trabajando en el caso. Estamos en él".
Los asesinatos ocurrieron en tierras públicas, en parte del Parque Nacional Mt. Baker-Snoqualmie de siete mil kilómetros cuadrados, que se extiende desde el Mt. Rainier hasta Canadá. El Servicio Forestal patrulla la región, pero las investigaciones importantes recaen en los condados, muchos de los cuales no tienen experiencia en terrenos tan remotos. La principal razón es que los homicidios en los parques naturales no son muy comunes. Los detectives también deben haber frente a las vicisitudes del tiempo y de la accesibilidad -llevando equipos a terrenos a los que se llega solamente a pie, por ejemplo- y revisando un número infinito de rutas de escape.
Empleados veteranos recuerdan sólo dos asesinatos confirmados en tierras del Servicio Forestal en Washington: Un hombre empujó a su esposa por un acantilado en 1992 en el Parque Nacional Olympic, y tres hombres mataron a un leñador en 2004 cuando se detuvo para ayudarlos en el Parque Nacional Okanogan al este de Washington. Alan Gibbs, portavoz y veterano por 33 años en el Servicio Forestal, dice -aparte del caso del lago Pináculo-, no conocer otros homicidios en Mt. Baker-Snoqualmie, que es visitado por cinco millones de personas al año.
Antes del último verano, la violencia entre humanos apenas si era contabilizada como una preocupación entre los grupos de excursionistas locales.
Ahora, si las discusiones online ofrecen alguna indicación, más excursionistas -especialmente mujeres- están tomando precauciones, incluyendo llevar armas y viajar en grupo. Kim Brown, una mujer de Seattle que sale sola, dice que los asesinatos "son como una invasión del mal", pero agrega: "No quiero sonar histérica".

Junto a la carretera aparecen los primeros signos de nieve. A unos 26 kilómetros al este de Granite Falls, Stodden se mete con el coche en un camino no señalado del Servicio Forestal que conduce al comienzo del sendero. Un montículo de nieve de un metro 20 de alto bloquea el sendero.
Se detiene y baja. Circunda el montículo y se dirige hacia la senda, con sus zapatos aplastando la nieve, escudriñando los árboles de cicuta y cedros que se elevan a treinta metros o más en el cielo. El aire está frío. Parece estar pensando.
A los pocos minutos divisa un montón de cartuchos de bala. Señala el suelo, donde un par de docenas de cartuchos -de un arma de nueve milímetros- yacen en la nieve junto a una colilla de cigarrillo aplastada.
"Eso es lo que hacen", dice Stodden. "Disparan, y luego fuman".
Las prácticas de tiro y la caza son legales en los parques nacionales, y hay signos de disparos desparramados a lo largo de la senda. Más arriba, Stodden encuentra cartuchos de calibre 40 y 45 y vainas de escopetas de varios calibres esparcidos entre latas de cerveza vacías.
En el otoño pasado, había colgado un cartel de recompensa al principio del sendero y volvió algunas semanas después y encontró agujeros de bala en las caras de Mary y Susanna. Su foto había sido usada como blanco. Cambió el cartel.
Ahora se da cuenta de que hoy no podrá revisar ese cartel. Hay cada vez más nieve a medida que uno se interna por la senda. Al final podría haber varios metros de nieve (un guardabosques dijo más tarde que el Pináculo estaba cubierto por dos metros y medio de nieve).
Mary y Susanna no habrían sufrido nada de esto. Habían conducido durante diez kilómetros por este serpenteante sendero de gravilla hasta una elevación de 820 metros, donde el sendero hacia el lago Pináculo se abría como una cueva entre una lujuriosa vegetación. Unos trescientos metros pasada la entrada, el sendero se bifurcaba hacia la izquierda, y luego zigzagueaba por entre los árboles crujientes antes de nivelarse.
El lago brilla al final de tres kilómetros, pero Stodden no sabe si Mary y Susanna llegaron al lago y volvieron o si llegaron solamente al lugar donde fueron encontradas. El sitio, a 2.4 kilómetros, yace en un mirador natural, sobre un pequeño valle. Era un lugar natural para parar, mirar, descansar o merendar.
"Otro mes", dice Stodden, pensando ya en la próxima vez. "Otro mes y todo esto se habrá derretido".
Vuelve con dificultad por el sendero y sube a la furgoneta.
Conduciendo de vuelta por las Granite Falls, Stodden se mete por una calle lateral y aparca frente a un pequeño edificio de bloques, el Departamento de Policía de Granite Falls. Dentro, el agente Rich Michelsen trabaja en el mesón de recibo.
Stodden le entrega un cartel. "¿Ha oído algo?", pregunta.
El agente sacude su cabeza. "El condado no nos dice nada", dice Michelsen. "Pero nuestra gente está atenta. Si alguien dice algo, nos enteraremos".
"Gracias", dice Stodden con una expresión mitad sonrisa amable y mitad nada. ¿Angustia? El trayecto a casa toma más tiempo que la ida. El día nublado se ha convertido en lluvia. La furgoneta se sacude en el agua, cruzando la ciudad donde vivían Mary y Susanna, deteniéndose finalmente frente a la casa donde todavía hay tantos recuerdos.

tomas.alex.tizon@latimes.com

12 de marzo de 2007
10 de marzo de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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