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murió jean baudrillard


[Elaine Woo] A los 77. Un sagaz estudioso de la borrosa realidad.
La muerte del teórico francés Jean Baudrillard este martes en París, provocó algunas inusuales reacciones en internet, incluyendo ‘La Muerte de Baudrillard No Ha Ocurrido', ‘Jean Baudrillard No Ocurrió', ‘Baudrillard No Existía' y ‘Le Sobrevive Su Simulacro'.
Eran, curiosamente, tributos ofrecidos en el mismo espíritu del gurú de la filosofía posmoderna, que ejerció una enorme influencia sobre artistas y escritores contemporáneos, incluyendo a los creadores de las películas ‘The Matrix'. Las reacciones eran variaciones jocosas sobre la afirmación de Baudrillard, 77, sobre la Guerra del Golfo Pérsico en 1991 -esto es, que "no ocurrió".
Esa guerra fue, en su opinión, en gran parte un evento televisivo, vivido por las masas más como un juego de video que como una situación real de violencia y muerte. Su afirmación, que indignó a muchos, ilustraba una de sus principales ideas: que ya no distinguimos entre imitación y realidad, y que a veces preferimos las imitaciones, porque parecen todavía más reales que la realidad misma.
Este estado de lo que Baudrillard llamaba la ‘hiperrealidad', explica por qué somos inundados por los ‘reality shows' de la televisión, que de realidad no tienen nada. Y da cuenta del eterno atractivo de Disneylandia, de la que dijo que era "presentada como imaginaria para hacernos creer que el resto es real".
Disneylandia es lo que Baudrillard llamaba un ‘simulacro', una copia más perfecta que el original, tal como los replicantes que causan el caos en el clásico de ciencia ficción, ‘Blade Runner' o en los universos alternativos descritos en las exitosas películas de ‘Matrix'. Una vez se describió a sí mismo diciendo: "No sé lo que soy. Pero sí sé que soy el simulacro de mí mismo".
Tuvo de algún modo una aparición en la primera película ‘Matrix', cuando un personaje representado por Keanu Reeves abre un ejemplar de la obra seminal de Baudrillard, ‘Simulacro y simulaciones', para revelar un hueco, que utiliza para ocultar un alijo de cedés pirateados. Los cinéfilos adoraban el chiste: discos falsos en un libro falso sobre la incapacidad de la sociedad moderna a la hora de distinguir entre lo falso y lo real. Pero el filósofo dijo que la película había interpretado mal sus ideas.
Sin embargo, la película "lo transformó", escribió Larissa MacFarquhar en un artículo en el New Yorker en 2005, "de una figura de culto en una figura de culto extremadamente famosa". Su falsa representación de una teoría sobre la falsa representación, convirtió la ironía en un completo vértigo.
Un hombre pequeño y rechoncho que era genuinamente francés en su pasión por el cigarrillo y el vino al mediodía, Baudrillard estaba acostumbrado a que sus teorías se distorsionaran. Sus ideas, como las de su colega francés, el intelectual Jacques Derrida, podían ser exasperantemente densas.
Una vez escribió, por ejemplo, que la realidad "ya no tiene tiempo para asumir la apariencia de realidad. Ya no sobrepasa a la ficción: Captura los sueños incluso antes de que estos adquieran la apariencia de sueños". Al mismo tiempo, era un agudo productor de aforismos, que decía: "No estamos en peligro... de carecer de significado; al contrario, estamos atiborrados de significados y nos están matando".
También era un mordaz polemista. En un ensayo titulado ‘El espíritu del terrorismo', publicado en Le Monde dos meses después del 11 de septiembre de 2001, escribió que los atentados contra el World Trade Center eran el resultado de una "imaginación terrorista" criada por una "insoportable potencia", Estados Unidos. "A fin de cuentas", concluyó, "son ellos quienes los llevaron a cabo, pero fuimos nosotros los que los quisimos".
Sus detractores le condenaron por su aparente justificación de la destrucción, a lo que replicó: "No se ha de confundir el mensaje con el mensajero".
Como mensajero, era a menudo deliberadamente enigmático. Se negaba a responder preguntas sobre su pasado, que respondía a menudo con un terso "No tengo antecedentes". Tenía un pasado, pero se había esforzado por separarse de él.

Nacido en 1929 en Reims, Francia, y descendiente de campesinos y de pequeños funcionarios públicos, fue el primero de su familia en estudiar en la universidad. Trabajó como profesor en una escuela secundaria y traductor de literatura alemana durante varios años antes de doctorarse en sociología en la Universidad de París, Nanterre, un semillero de activistas radicales en los años sesenta. Sus primeros libros, ‘El sistema de los objetos' (1968) y ‘La sociedad de consumo' (1970), reflejaron su fascinación con los signos y símbolos de un mundo dominado por la mercancía.
Sus ideas empezaron a ser conocidas en Estados Unidos a fines de los años setenta, cuando habló ante una atiborrada audiencia en una conferencia organizada por el Museo Whitney de Arte Americano, de Nueva York. Poco a poco devino más prominente en Estados Unidos que en Francia, donde había sido aislado por crítica del historiador y filósofo francés Michel Foucault.
"Cuando vino a Estados Unidos, se sentía deprimido. Creo que Estados Unidos lo salvó, de algún modo", dijo Sylvere Lotringer, profesor de francés en la Universidad de Columbia que colaboró a menudo con Baudrillard y publicó sus obras.
Sin embargo, Baudrillard escribió despectivamente sobre la cultura americana. Después de cruzar el país en coche, lo llamó "la única sociedad primitiva todavía viva", en su libro de 1988, ‘América', escrito en la tradición de Alexis de Tocqueville.
Mark Poster, profesor de historia en la Universidad de California en Irvine, editor y amigo de Baudrillard, dijo que aunque ‘América' era un libro "sucio", el pensador francés "amaba el sur de California". Dio charlas en la UCLA, en la UC Irvine y en la Universidad de California en San Diego.
Hizo una extraordinaria aparición en un festival de vanguardia en Primm, Nevada, en 1996, donde lució un llamativo saco de lentejuelas para leer un poema sobre el suicidio ante una reverente audiencia de escritores, músicos y otros artistas.
Entre los artistas que lo han mencionado como una influencia en sus propios trabajos se encuentran Jeff Koons, Haim Steinbach, Robert Longo y Peter Nagy. Su influencia se extendió en parte debido a su disposición a aventurarse en la cultura de masas.
"Entre su generación de importantes intelectuales franceses, es el único que se ocupaba de la cultura popular, de la televisión, del consumismo", dijo Poster. "No gustaba a muchos precisamente por esto. Los otros intelectuales tienden a aferrarse a la alta cultura, a la alta filosofía y a la teoría. Pero él metía las manos en la masa".
Baudrillard se hacía eco de esta opinión. "Mientras otros gastan el tiempo en bibliotecas", escribió en ‘América', "yo gasto mi tiempo en los desiertos y en la carretera. Mientras ellos sacan sus materiales de la historia de las ideas, yo saco los míos de lo que está pasando, de la vida en las calles".
Sus críticos lo odiaban intensamente. Entre sus críticos más decididos se encontraban Alan Sokal y Jean Bricmont, que escribieron en su libro de 1998, ‘Fashionable Nonsense: Postmodern Intellectuals' Abuse of Science' [Las tonterías de moda: los intelectuales posmodernos y su abuso de la ciencia], que si los textos de Baudrillard parecen ininteligibles, "es por la excelente razón de que no significan absolutamente nada".
Esos fulminantes ataques no alteraban al despreocupado, aunque desconcertante filósofo, cuya muerte se produce después de una larga lucha contra el cáncer.
"Ouf, es un juego. Un juego fabuloso. Un juego", le dijo a un entrevistador hace algunos años, "que quizás ni siquiera esté ocurriendo".

elaine.woo@latimes.com

12 de marzo de 2007
11 de marzo de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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