plaga de suicidios en india
[Somini Sengupta] En los desesperados granjeros de India.
Bhadumari, India. Aquí en el centro de India, un ceniciento miércoles por la mañana, un campesino algodonero se tragó el contenido de una botella de pesticida y cayó muerto en el umbral de su pequeña casa de adobe.
El granjero, Anil Kondba Shende, 31, deja a su mujer y dos hijos pequeños, unas deudas de las que su familia sólo sabía vagamente y un terreno húmedo y arruinado de 1.4 hectáreas de plantas de algodón que había sido su única fuente de ingresos.
Si se mató por las deudas, la vergüenza o algún otro motivo, Shende se fue con el secreto a la tumba. Pero su muerte no es de ninguna manera un fenómeno aislado, y en su suicidio se esconde un alarmante recordatorio de la crisis por la que atraviesan los granjeros indios.
En todo el país, en bolsones desesperados como este, en 2003 se suicidaron 17.107 granjeros -el último año para el que se cuenta con cifras oficiales. Informes anecdóticos sugieren que tasa de suicidios se mantiene alta.
Aunque la crisis se veía venir desde hace años, representa un reto cada vez más espinudo para el primer ministro Manmohan Singh. Las altas tasas de suicidio y la desesperación rural contribuyeron a la caída del gobierno anterior hace dos años y a poner a Singh en el poder.
Los cambios provocados por quince años de reformas económicas han dejado a los campesinos indios expuestos a la competencia global y les ha dado acceso a la prometedora pero costosa biotecnología, pero no ha abierto necesariamente la puerta a precios más altos, préstamos bancarios, irrigación o seguros contra las pestes y la lluvia.
El gobierno de Singh, que se ha convertido en un fuerte aliado de Estados Unidos, es uno de los críticos más declarados en el mundo en desarrollo de los subsidios que concede Estados Unidos, por un valor de dieciocho billones de dólares al año, a sus propios granjeros, lo que ha contribuido a mantener bajo el precio del algodón para productores como Shende.
Al mismo tiempo, en India crece la frustración con las compañías norteamericanas multinacionales que venden las semillas, genéticamente modificadas y caras. Han hecho profundas incursiones en la India rural -un enorme y atractivo mercado-, llevando nuevas oportunidades, pero también nuevos riesgos a medida que los granjeros indios acumulan las deudas.
En esta zona algodonera en el centro de India, conocida como Vidarbha, la cifra de las muertes por suicidio, compilada por un grupo de defensa local e imposible de verificar, fue de 767 en un período de catorce meses que terminó a fines de agosto.
"Los suicidios son una manifestación extrema de problemas profundamente enraizados, que están ahora plagando nuestra agricultura", dijo M.S. Swaminathan, el ingeniero genético que fue el líder científico de la Revolución Verde de India hace cuarenta años y es ahora presidente de la Comisión Nacional de Campesinos. "Son problemas climáticos. Económicos. Sociales".
La economía de India puede haberse disparado, pero la agricultura sigue siendo su talón de Aquiles, la fuente de subsistencia para cientos de millones de personas y al mismo tiempo sólo una fracción de la economía nacional total y un símbolo de sus permanentes dificultades.
En lo que algunos ven como una ominosa tendencia, la producción de alimentos, antes el gran orgullo de India, no ha podido en la última década mantenerse a la altura del crecimiento demográfico del país.
Las quejas de los campesinos indios -o lo que hace poco el primer ministro Singh describió como su "gran dolor"- pueden difícilmente ser ignoradas por los líderes de un país donde dos tercios de su gente todavía vive en el campo.
El gobierno de Singh ha respondido a la crisis actual expandiendo rápidamente el crédito rural y prometiendo inversiones en la infraestructura rural. También ha ofrecido varias soluciones rápidas, incluyendo un paquete de 156 millones de dólares para socorrer a los distritos ‘inclinados al suicidio' en todo el país y una promesa de ampliar el crédito rural, eliminar los intereses de los préstamos bancarios existentes y poner freno a los usureros prestamistas del sector informal.
Pero aumenta la presión para que haga más. Muchos, incluyendo a Swaminathan, el científico agrícola, alabarían que el gobierno ayudara a sobrevivir a los granjeros durante los años malos en la agricultura o durante los períodos de bajos precios en el mercado mundial.
Los subsidios, antes parte principal de la política económica india, se han acabado para prácticamente todo el mundo, excepto los productores de granos básicos. Los granjeros indios deben ahora competir o desaparecer. Para competir, muchos se han volcado a semillas, fertilizantes y pesticidas de alto coste, que ahora se exhiben en las estanterías de las tiendas más insignificantes en los pueblos.
Monsanto, por ejemplo, inventó las semillas modificadas genéticamente que plantaba Shende, conocidas como algodón Bt, que son resistentes a la oruga del algodón, la mayor enemiga de los algodoneros. Las semillas reducen en un 25 por ciento el uso de pesticidas.
El año pasado, la compañía duplicó sus ventas de algodón Bt aquí, pero la expansión ha sido polémica. Este año, una demanda legal del gobierno del estado de Andhra Pradesh obligó a Monsanto a reducir drásticamente las regalías que cobraba por la venta en India de sus semillas patentadas. La compañía ha recurrido ante la Corte Suprema de India.
Las semillas modificadas pueden costar casi dos veces más que las corrientes, y han empujado a muchos granjeros a pedir préstamos más grandes, a menudo de prestamistas que cobran exorbitantes tasas de interés.
Prácticamente todos los campesinos algodoneros en estas zonas, por ejemplo, necesitan la asistencia de alguien como Chandrakant Agarwal, un veterano prestamista que cobra cinco por ciento de interés al mes.
Cobra sus cuotas en época de cosecha, pero exige una prima extra, obligando a los campesinos a venderle su algodón a precios más bajos que en el mercado, embolsándose las ganancias.
Su política colateral es cualquier cosa, menos inventiva. El prestatario firma un documento oficial en blanco que otorga a Agarwal el derecho a pagarse con la propiedad del campesino en cualquier momento.
El negocio se ha incrementado con la llegada de semillas e insecticidas de alto coste. "Muchos prestamistas han hecho un montón de dinero", dice Agarwal. "Pero muchos campesinos se han arruinado".
En realidad, una o dos cosechas fracasadas, un gasto inesperado en salud o el matrimonio de un hija se han convertido en asuntos mucho más arriesgados en una estrategia de vida donde los riesgos ya son bastante altos.
Un sondeo del gobierno dado a conocer el año pasado constató que el cuarenta por ciento de los campesinos dijo que abandonarían la agricultura si pudieran. El estudio también descubrió que la agricultura representaba menos de la mitad del ingreso de las familias campesinas.
Apenas el cuatro por ciento de los campesinos asegura sus cultivos. Casi el sesenta por ciento de la agricultura india todavía depende enteramente de las lluvias, como en el caso de Shende.
Este año, esperando por un retrasado monzón, Shende sembró sus campos tres veces con las semillas modificadas genéticamente de Monsanto. Dos tandas de semillas se inutilizaron debido a la tardanza del monzón. Cuando finalmente llegaron las lluvias, se precipitaron con tal furia que inundaron los bajos terrenos de Shende y destruyeron su tercera y última tanda.
Hasta su muerte, Shende cargaba con al menos cuatro deudas: una del banco, dos obtenidas a nombre de su hermana y una de un prestamista local. La noche antes de su suicidio, pidió dinero prestado por última vez. Le pidió a un vecino del pueblo el equivalente de nueve dólares, más o menos el coste de una botella de un litro de pesticida, que usó para quitarse la vida.
Otros como él, con pequeños terrenos, son particularmente vulnerables. Un estudio de Srijit Mishra, profesor del Instituto de Investigación para el Desarrollo Indira Ghandhi, de Mumbai (Bombay), determinó que más de la mitad de los suicidios en esta parte del país ocurrían entre granjeros con menos de dos hectáreas.
Pero incluso los que son prósperos -según normas locales- no están inmunes. Manoj Chandurkar, 36, tiene 29 hectáreas de algodón con semillas modificadas genéticamente, y sorgo, en un pueblo colindante llamado Waifad. Cada año es una apuesta, dijo.
Cada vez pide un préstamo, luego otro y reza para que las orugas se mantengan alejadas y las lluvias sean buenas. Hoy carga con tres préstamos, y su deuda total asciende a diez mil dólares, lo que es aquí una suma extraordinaria.
El estudio de Mishra constató que el 86.5 por ciento de los campesino que se quitaron la vida estaban endeudados -su deuda promedio era de unos 835 dólares- y el cuarenta por ciento había sufrido una cosecha malograda.
Las noticias de la muerte de Shende obligó a su mujer, Vandana, a volver a casa en Bhadumari. Los familiares dicen que estaba cuidando de un hermano enfermo en una aldea cercana. Para cuando llegó, el cuerpo de su marido estaba cubierto por una delgada tela a cuadros.
Un agente de policía había registrado la muerte -la octava en seis meses para el agente.
La señora Shende, acuclillada en la estrecha calle del pueblo, envolvió su cara en su barato sari azul y se lamentó a todo pulmón. "Tu padre ha muerto", le gritó a su pequeño hijo, que estaba parado a su lado, aturdido.
El granjero, Anil Kondba Shende, 31, deja a su mujer y dos hijos pequeños, unas deudas de las que su familia sólo sabía vagamente y un terreno húmedo y arruinado de 1.4 hectáreas de plantas de algodón que había sido su única fuente de ingresos.
Si se mató por las deudas, la vergüenza o algún otro motivo, Shende se fue con el secreto a la tumba. Pero su muerte no es de ninguna manera un fenómeno aislado, y en su suicidio se esconde un alarmante recordatorio de la crisis por la que atraviesan los granjeros indios.
En todo el país, en bolsones desesperados como este, en 2003 se suicidaron 17.107 granjeros -el último año para el que se cuenta con cifras oficiales. Informes anecdóticos sugieren que tasa de suicidios se mantiene alta.
Aunque la crisis se veía venir desde hace años, representa un reto cada vez más espinudo para el primer ministro Manmohan Singh. Las altas tasas de suicidio y la desesperación rural contribuyeron a la caída del gobierno anterior hace dos años y a poner a Singh en el poder.
Los cambios provocados por quince años de reformas económicas han dejado a los campesinos indios expuestos a la competencia global y les ha dado acceso a la prometedora pero costosa biotecnología, pero no ha abierto necesariamente la puerta a precios más altos, préstamos bancarios, irrigación o seguros contra las pestes y la lluvia.
El gobierno de Singh, que se ha convertido en un fuerte aliado de Estados Unidos, es uno de los críticos más declarados en el mundo en desarrollo de los subsidios que concede Estados Unidos, por un valor de dieciocho billones de dólares al año, a sus propios granjeros, lo que ha contribuido a mantener bajo el precio del algodón para productores como Shende.
Al mismo tiempo, en India crece la frustración con las compañías norteamericanas multinacionales que venden las semillas, genéticamente modificadas y caras. Han hecho profundas incursiones en la India rural -un enorme y atractivo mercado-, llevando nuevas oportunidades, pero también nuevos riesgos a medida que los granjeros indios acumulan las deudas.
En esta zona algodonera en el centro de India, conocida como Vidarbha, la cifra de las muertes por suicidio, compilada por un grupo de defensa local e imposible de verificar, fue de 767 en un período de catorce meses que terminó a fines de agosto.
"Los suicidios son una manifestación extrema de problemas profundamente enraizados, que están ahora plagando nuestra agricultura", dijo M.S. Swaminathan, el ingeniero genético que fue el líder científico de la Revolución Verde de India hace cuarenta años y es ahora presidente de la Comisión Nacional de Campesinos. "Son problemas climáticos. Económicos. Sociales".
La economía de India puede haberse disparado, pero la agricultura sigue siendo su talón de Aquiles, la fuente de subsistencia para cientos de millones de personas y al mismo tiempo sólo una fracción de la economía nacional total y un símbolo de sus permanentes dificultades.
En lo que algunos ven como una ominosa tendencia, la producción de alimentos, antes el gran orgullo de India, no ha podido en la última década mantenerse a la altura del crecimiento demográfico del país.
Las quejas de los campesinos indios -o lo que hace poco el primer ministro Singh describió como su "gran dolor"- pueden difícilmente ser ignoradas por los líderes de un país donde dos tercios de su gente todavía vive en el campo.
El gobierno de Singh ha respondido a la crisis actual expandiendo rápidamente el crédito rural y prometiendo inversiones en la infraestructura rural. También ha ofrecido varias soluciones rápidas, incluyendo un paquete de 156 millones de dólares para socorrer a los distritos ‘inclinados al suicidio' en todo el país y una promesa de ampliar el crédito rural, eliminar los intereses de los préstamos bancarios existentes y poner freno a los usureros prestamistas del sector informal.
Pero aumenta la presión para que haga más. Muchos, incluyendo a Swaminathan, el científico agrícola, alabarían que el gobierno ayudara a sobrevivir a los granjeros durante los años malos en la agricultura o durante los períodos de bajos precios en el mercado mundial.
Los subsidios, antes parte principal de la política económica india, se han acabado para prácticamente todo el mundo, excepto los productores de granos básicos. Los granjeros indios deben ahora competir o desaparecer. Para competir, muchos se han volcado a semillas, fertilizantes y pesticidas de alto coste, que ahora se exhiben en las estanterías de las tiendas más insignificantes en los pueblos.
Monsanto, por ejemplo, inventó las semillas modificadas genéticamente que plantaba Shende, conocidas como algodón Bt, que son resistentes a la oruga del algodón, la mayor enemiga de los algodoneros. Las semillas reducen en un 25 por ciento el uso de pesticidas.
El año pasado, la compañía duplicó sus ventas de algodón Bt aquí, pero la expansión ha sido polémica. Este año, una demanda legal del gobierno del estado de Andhra Pradesh obligó a Monsanto a reducir drásticamente las regalías que cobraba por la venta en India de sus semillas patentadas. La compañía ha recurrido ante la Corte Suprema de India.
Las semillas modificadas pueden costar casi dos veces más que las corrientes, y han empujado a muchos granjeros a pedir préstamos más grandes, a menudo de prestamistas que cobran exorbitantes tasas de interés.
Prácticamente todos los campesinos algodoneros en estas zonas, por ejemplo, necesitan la asistencia de alguien como Chandrakant Agarwal, un veterano prestamista que cobra cinco por ciento de interés al mes.
Cobra sus cuotas en época de cosecha, pero exige una prima extra, obligando a los campesinos a venderle su algodón a precios más bajos que en el mercado, embolsándose las ganancias.
Su política colateral es cualquier cosa, menos inventiva. El prestatario firma un documento oficial en blanco que otorga a Agarwal el derecho a pagarse con la propiedad del campesino en cualquier momento.
El negocio se ha incrementado con la llegada de semillas e insecticidas de alto coste. "Muchos prestamistas han hecho un montón de dinero", dice Agarwal. "Pero muchos campesinos se han arruinado".
En realidad, una o dos cosechas fracasadas, un gasto inesperado en salud o el matrimonio de un hija se han convertido en asuntos mucho más arriesgados en una estrategia de vida donde los riesgos ya son bastante altos.
Un sondeo del gobierno dado a conocer el año pasado constató que el cuarenta por ciento de los campesinos dijo que abandonarían la agricultura si pudieran. El estudio también descubrió que la agricultura representaba menos de la mitad del ingreso de las familias campesinas.
Apenas el cuatro por ciento de los campesinos asegura sus cultivos. Casi el sesenta por ciento de la agricultura india todavía depende enteramente de las lluvias, como en el caso de Shende.
Este año, esperando por un retrasado monzón, Shende sembró sus campos tres veces con las semillas modificadas genéticamente de Monsanto. Dos tandas de semillas se inutilizaron debido a la tardanza del monzón. Cuando finalmente llegaron las lluvias, se precipitaron con tal furia que inundaron los bajos terrenos de Shende y destruyeron su tercera y última tanda.
Hasta su muerte, Shende cargaba con al menos cuatro deudas: una del banco, dos obtenidas a nombre de su hermana y una de un prestamista local. La noche antes de su suicidio, pidió dinero prestado por última vez. Le pidió a un vecino del pueblo el equivalente de nueve dólares, más o menos el coste de una botella de un litro de pesticida, que usó para quitarse la vida.
Otros como él, con pequeños terrenos, son particularmente vulnerables. Un estudio de Srijit Mishra, profesor del Instituto de Investigación para el Desarrollo Indira Ghandhi, de Mumbai (Bombay), determinó que más de la mitad de los suicidios en esta parte del país ocurrían entre granjeros con menos de dos hectáreas.
Pero incluso los que son prósperos -según normas locales- no están inmunes. Manoj Chandurkar, 36, tiene 29 hectáreas de algodón con semillas modificadas genéticamente, y sorgo, en un pueblo colindante llamado Waifad. Cada año es una apuesta, dijo.
Cada vez pide un préstamo, luego otro y reza para que las orugas se mantengan alejadas y las lluvias sean buenas. Hoy carga con tres préstamos, y su deuda total asciende a diez mil dólares, lo que es aquí una suma extraordinaria.
El estudio de Mishra constató que el 86.5 por ciento de los campesino que se quitaron la vida estaban endeudados -su deuda promedio era de unos 835 dólares- y el cuarenta por ciento había sufrido una cosecha malograda.
Las noticias de la muerte de Shende obligó a su mujer, Vandana, a volver a casa en Bhadumari. Los familiares dicen que estaba cuidando de un hermano enfermo en una aldea cercana. Para cuando llegó, el cuerpo de su marido estaba cubierto por una delgada tela a cuadros.
Un agente de policía había registrado la muerte -la octava en seis meses para el agente.
La señora Shende, acuclillada en la estrecha calle del pueblo, envolvió su cara en su barato sari azul y se lamentó a todo pulmón. "Tu padre ha muerto", le gritó a su pequeño hijo, que estaba parado a su lado, aturdido.
10 de marzo de 2007
19 de septiembre de 2006
©new york times
©traducción mQh
0 comentarios