los límites de la tolerancia
columna de mérici
Hace algún tiempo me enteré en una plataforma chilena online de la siguiente historia: Una activa participante renunciaba a seguir contribuyendo a su foro debido a su descubrimiento de que entre los otros miembros del grupo había también pinochetistas. Algunos lectores le escribieron apoyándola sin reservas. Otros le dijeron había que ser tolerantes y que ese portal, justamente, se definía por su tolerancia. Un nuevo Chile sería un país tolerante y abierto a todas las corrientes de opinión, incluyendo la pinochetista.
Este último punto de vista me parece realmente extravagante. Pensándolo bien, creo que quienes adhieren a esta definición más bien aberrante de tolerancia, se acercan mucho más a las víctimas del síntoma de Estocolmo que a otra cosa. No lo considero un punto de vista realmente político.
Para empezar, ¿existe algo que podamos llamar pinochetismo? ¿Hay un punto de vista pinochetista? Yo lo pongo en duda. Creo que después de todo lo que sabemos sobre Pinochet y sus cómplices, pretender que hay o hubo un punto de vista ideológico o político detrás de sus acciones, es simplemente una pretensión, para decirlo gentilmente, inverosímil.
Muchos definen las acciones de Pinochet como el resultado del intento de impedir que Chile cayese en manos del comunismo. Pero esta es una falsedad de todo punto de vista. No fue un motivo de Pinochet -que, ha de recordarse, fue pagado por el gobierno norteamericano para que cometiese el golpe de estado y eliminase a los opositores- terminar con el comunismo, ni representaba el comunismo una amenaza para la democracia.
Veamos. Durante el gobierno de Salvador Allende hubo muchos grupos y muchas acciones de amenaza a la democracia. Quizás la primera, o una de las primeras amenazas serias, fue el asesinato del general Schneider, comandante en jefe de las fuerzas armadas chilenas. El general Schneider era un hombre de bien y un constitucionalista, que se habría opuesto a los planes de provocar un golpe de estado contra el presidente Allende.
En esa época, Estados Unidos (vale decir, Nixon y Kissinger) habían decidido provocar un levantamiento violento de los militares porque creían que los demócrata-cristianos estaban demasiado a la izquierda como para esperar las elecciones de 1976. Y ese país había contratado los servicios del diario chileno El Mercurio para que, por medio de la difusión de noticias falsas, preparase el terreno para legitimar un golpe de estado (dos millones de dólares fue la suma que recibió su dueño, Agustín Edwards). El grupo terrorista Patria y Libertad (fundado y financiado por la embajada norteamericana en Santiago), recibió cincuenta mil dólares para cometer atentados terroristas en Chile.
Se decidió pues matar al general Schneider. Su asesinato fue presentado por El Mercurio como un atentado de un grupo de extrema izquierda, aun sabiendo, ciertamente, que sus ejecutores eran elementos de la extrema derecha, entre ellos el ex general Viaux (que recibió otros cincuenta mil dólares de manos de personal de la embajada norteamericana). Pero la verdad se descubrió a los pocos días, o incluso al día siguiente del alevoso asesinato y el general Viaux fue prontamente encarcelado.
Los primeros en atentar seriamente contra el orden constitucional chileno fueron personajes de la extrema derecha y criminales mercenarios pagados por Estados Unidos (como el recién nombrado grupo, falsamente fascista, Patria y Libertad). Y se actuó contra esa gente del único modo que era razonable actuar: persiguiéndolos y encarcelándolos y sometiéndoles a juicio.
También hubo amenazas de extrema izquierda contra la democracia. Y los autores de esas amenazas fueron similarmente perseguidos por las autoridades socialistas de la época.
La idea de que estas tendencias extremistas eran importantes o lo suficientemente importantes como para poner en jaque el orden constitucional chileno es una falacia y no fue nunca el caso, a pesar de la gravedad de los atentados y crímenes cometidos por la extrema derecha y el personal de la embajada norteamericana en Santiago.
Así, la principal justificación política en cuanto a que existió una ideología política pinochetista, se derrumba por sí sola. Esa ideología política no existió nunca. Chile nunca corrió peligro de caer en manos del comunismo, ni los tres mil ciudadanos luego asesinados por la dictadura constituyeron nunca un peligro para las instituciones democráticas de Chile -excepto probablemente algunas excepciones que, de haber cometido algún delito, debieron ser llevados a justicia y procesados, y no torturados ni ejecutados extrajudicialmente como hizo la Bestia y sus cómplices.
El pinochetismo es una ideología absurda de defensa de crímenes sin nombre, injustificados y estúpidos, anclados en la codicia y en el espíritu arrastrado y vulgar de Pinochet y otros militares, que querían complacer a las clases altas, devolviéndoles los privilegios perdidos y el lugar prominente que habían ocupado alguna vez en la sociedad chilena -privilegios y preeminencia a las que el gobierno socialista había puesto fin.
Pero aun así sería absurdo creer que Pinochet fue motivado por una ideología política que fundamentara el predominio de las clases ricas en detrimento de las clases laboriosas, de una ideología que creyera que el mundo imaginado y gobernado por las clases ricas era mejor que cualquier otro. Pinochet y los otros militares tenían otros motivos, y es posible hasta que ignoraran que existen ideologías que justifican en términos morales y prácticos el gobierno de las clases altas. Para entender a Pinochet y los suyos hay que entender a los perros guardianes y a las hienas, hay que saber más de zoología y conducta animal que de historia y política.
Los militares mataron para ocultar sus crímenes. Calificaron de comunistas a sus víctimas para justificar sus crímenes, según creían que lo hacían, ante la sociedad chilena. No podían dejar con vida a las víctimas de sus torturas cobardes e innobles justamente para seguir pretendiendo que eran o habían sido comunistas, para evitar que hablaran. Y para poder seguir cobrando ante sus amos. Querían imponerse por el terror y nada les importaba. Cuando en 1974 y 1975 se implementa la política de torturar masivamente y sin motivos a cualquiera, queda en evidencia que el régimen en realidad carece de ideología. Ese plan represivo -calcado de las dictaduras comunistas de Europa del Este- consistía en detener y torturar durante una noche, sin formular cargos y acusando a las víctimas de las estupideces más inverosímiles, a todo ciudadano sorprendido en primera instancia en la calle después del toque de queda. Lamentablemente para los chilenos, como las comandancias funcionaban sobre la base de cuotas de detenidos determinadas por Pinochet mismo, cuando no había suficientes infractores del toque de queda, los militares procedían a acordonar calles enteras y llevarse a los hombres a los cuarteles y comisarías. Las víctimas eran usualmente dejadas en libertad a la mañana siguiente, sin que se enterasen nunca del porqué de su detención y tortura. A muchos de ellos ni siquiera se les tomaban sus datos.
Bien, dicho esto quiero volver al asunto con que empecé esta crónica. Cuando se nos dice que debemos tolerar a gente que defiende el régimen militar, se nos está diciendo que ellos, como nosotros, tenemos derecho a defender nuestras ideologías. Pero, en el caso de que esa gente tenga una ideología, lo que dudo, digo, en el caso de que tuvieran una, esa ideología consiste en la apología del crimen y la defensa de cosas indefendibles, como la tortura y el asesinato. Admitir que esa gentuza tiene derecho a expresarse es admitir que los nazis tienen derecho a expresarse y yo creo, justamente, que los nazis y toda gente que defienda el crimen no deben tener nunca, en ninguna parte, derecho a expresarse. Y que, en realidad, la defensa de esas ideologías debe constituir un delito: el delito de apología de la violencia o del crimen, apología de la discriminación y de la intolerancia. De la intolerancia, recordemos, pues si hoy podemos escribir y hablar lo que queramos es gracias al hecho de que ya no hay dictadura, vale decir, no hay pinochetistas en el poder, pues de haberlos, estaríamos todos, incluyendo los tolerantes del foro mencionado, o encarcelados, o en el exilio, o muertos.
Esta idea de que los demócratas y los pinochetistas, los judíos y los nazis, los partidarios de la libertad y los derechos humanos y los partidarios de la opresión (léase campos de concentración y exterminio) y el crimen somos iguales es una estupidez y un insulto, y es ciertamente simplemente inaceptable. No somos iguales. La opinión del ex presidente Lagos, de que en realidad somos iguales -que se puso de manifiesto cuando defendió el indulto que concedió al asesino del dirigente sindical Tucapel Jiménez-, es un insulto a las víctimas de los crímenes de la dictadura y un insulto a los familiares de los asesinados por los militares y sus cómplices.
¿Pretenderán también, los que defienden esa insólita acepción de tolerancia, que debemos tolerar la defensa, digamos, del asesinato de prostitutas, de la esclavitud, del cine snuff, de la violación de los niños, de la mutilación y otras desviaciones igualmente dramáticas y criminales del alma humana? ¿Si un pinochetista puede defender los crímenes sin nombre de la Bestia, no deberíamos también admitir en amable sociabilidad que algún nazi o neonazi defendiese la necesidad del exterminio de los judíos o comunistas u homosexuales? ¿Si se puede justificar a Pinochet, no se debería justificar también los crímenes de las dictaduras argentinas y de Centro América, los crímenes de grupos terroristas como Sendero Luminoso, los crímenes -con o sin ideología- del caníbal de África, Idi Amin Dada? ¿Si se puede justificar que los pinochetistas introdujeran ratas en las vaginas de las torturadas, por qué no admitir que se defiendan las violaciones incestuosas de los recién nacidos o la decapitación de las madres solteras? ¿Si se puede defender que Pinochet matara impunemente, por qué no admitir la defensa de que los dictadores argentinos detuvieran a mujeres embarazadas, las acusaran de comunistas, les quitaran sus bebés recién nacidos para venderlos o donarlos a otras familias de militares y mataran luego a las madres? ¿Me puede explicar alguien cuál es la diferencia?
Pinochet pertenece tanto o más a la historia de la crónica roja y la psicología criminal, como a la historia política o social de Chile. Y tenemos todo el derecho a rehusar la compañía de criminales como él y sus partidarios, y reivindicar que la defensa o apología del crimen es un delito, no una ideología política.
Nos pongamos como nos pongamos, no se puede estar bien con Dios y con el diablo al mismo tiempo.
Este último punto de vista me parece realmente extravagante. Pensándolo bien, creo que quienes adhieren a esta definición más bien aberrante de tolerancia, se acercan mucho más a las víctimas del síntoma de Estocolmo que a otra cosa. No lo considero un punto de vista realmente político.
Para empezar, ¿existe algo que podamos llamar pinochetismo? ¿Hay un punto de vista pinochetista? Yo lo pongo en duda. Creo que después de todo lo que sabemos sobre Pinochet y sus cómplices, pretender que hay o hubo un punto de vista ideológico o político detrás de sus acciones, es simplemente una pretensión, para decirlo gentilmente, inverosímil.
Muchos definen las acciones de Pinochet como el resultado del intento de impedir que Chile cayese en manos del comunismo. Pero esta es una falsedad de todo punto de vista. No fue un motivo de Pinochet -que, ha de recordarse, fue pagado por el gobierno norteamericano para que cometiese el golpe de estado y eliminase a los opositores- terminar con el comunismo, ni representaba el comunismo una amenaza para la democracia.
Veamos. Durante el gobierno de Salvador Allende hubo muchos grupos y muchas acciones de amenaza a la democracia. Quizás la primera, o una de las primeras amenazas serias, fue el asesinato del general Schneider, comandante en jefe de las fuerzas armadas chilenas. El general Schneider era un hombre de bien y un constitucionalista, que se habría opuesto a los planes de provocar un golpe de estado contra el presidente Allende.
En esa época, Estados Unidos (vale decir, Nixon y Kissinger) habían decidido provocar un levantamiento violento de los militares porque creían que los demócrata-cristianos estaban demasiado a la izquierda como para esperar las elecciones de 1976. Y ese país había contratado los servicios del diario chileno El Mercurio para que, por medio de la difusión de noticias falsas, preparase el terreno para legitimar un golpe de estado (dos millones de dólares fue la suma que recibió su dueño, Agustín Edwards). El grupo terrorista Patria y Libertad (fundado y financiado por la embajada norteamericana en Santiago), recibió cincuenta mil dólares para cometer atentados terroristas en Chile.
Se decidió pues matar al general Schneider. Su asesinato fue presentado por El Mercurio como un atentado de un grupo de extrema izquierda, aun sabiendo, ciertamente, que sus ejecutores eran elementos de la extrema derecha, entre ellos el ex general Viaux (que recibió otros cincuenta mil dólares de manos de personal de la embajada norteamericana). Pero la verdad se descubrió a los pocos días, o incluso al día siguiente del alevoso asesinato y el general Viaux fue prontamente encarcelado.
Los primeros en atentar seriamente contra el orden constitucional chileno fueron personajes de la extrema derecha y criminales mercenarios pagados por Estados Unidos (como el recién nombrado grupo, falsamente fascista, Patria y Libertad). Y se actuó contra esa gente del único modo que era razonable actuar: persiguiéndolos y encarcelándolos y sometiéndoles a juicio.
También hubo amenazas de extrema izquierda contra la democracia. Y los autores de esas amenazas fueron similarmente perseguidos por las autoridades socialistas de la época.
La idea de que estas tendencias extremistas eran importantes o lo suficientemente importantes como para poner en jaque el orden constitucional chileno es una falacia y no fue nunca el caso, a pesar de la gravedad de los atentados y crímenes cometidos por la extrema derecha y el personal de la embajada norteamericana en Santiago.
Así, la principal justificación política en cuanto a que existió una ideología política pinochetista, se derrumba por sí sola. Esa ideología política no existió nunca. Chile nunca corrió peligro de caer en manos del comunismo, ni los tres mil ciudadanos luego asesinados por la dictadura constituyeron nunca un peligro para las instituciones democráticas de Chile -excepto probablemente algunas excepciones que, de haber cometido algún delito, debieron ser llevados a justicia y procesados, y no torturados ni ejecutados extrajudicialmente como hizo la Bestia y sus cómplices.
El pinochetismo es una ideología absurda de defensa de crímenes sin nombre, injustificados y estúpidos, anclados en la codicia y en el espíritu arrastrado y vulgar de Pinochet y otros militares, que querían complacer a las clases altas, devolviéndoles los privilegios perdidos y el lugar prominente que habían ocupado alguna vez en la sociedad chilena -privilegios y preeminencia a las que el gobierno socialista había puesto fin.
Pero aun así sería absurdo creer que Pinochet fue motivado por una ideología política que fundamentara el predominio de las clases ricas en detrimento de las clases laboriosas, de una ideología que creyera que el mundo imaginado y gobernado por las clases ricas era mejor que cualquier otro. Pinochet y los otros militares tenían otros motivos, y es posible hasta que ignoraran que existen ideologías que justifican en términos morales y prácticos el gobierno de las clases altas. Para entender a Pinochet y los suyos hay que entender a los perros guardianes y a las hienas, hay que saber más de zoología y conducta animal que de historia y política.
Los militares mataron para ocultar sus crímenes. Calificaron de comunistas a sus víctimas para justificar sus crímenes, según creían que lo hacían, ante la sociedad chilena. No podían dejar con vida a las víctimas de sus torturas cobardes e innobles justamente para seguir pretendiendo que eran o habían sido comunistas, para evitar que hablaran. Y para poder seguir cobrando ante sus amos. Querían imponerse por el terror y nada les importaba. Cuando en 1974 y 1975 se implementa la política de torturar masivamente y sin motivos a cualquiera, queda en evidencia que el régimen en realidad carece de ideología. Ese plan represivo -calcado de las dictaduras comunistas de Europa del Este- consistía en detener y torturar durante una noche, sin formular cargos y acusando a las víctimas de las estupideces más inverosímiles, a todo ciudadano sorprendido en primera instancia en la calle después del toque de queda. Lamentablemente para los chilenos, como las comandancias funcionaban sobre la base de cuotas de detenidos determinadas por Pinochet mismo, cuando no había suficientes infractores del toque de queda, los militares procedían a acordonar calles enteras y llevarse a los hombres a los cuarteles y comisarías. Las víctimas eran usualmente dejadas en libertad a la mañana siguiente, sin que se enterasen nunca del porqué de su detención y tortura. A muchos de ellos ni siquiera se les tomaban sus datos.
Bien, dicho esto quiero volver al asunto con que empecé esta crónica. Cuando se nos dice que debemos tolerar a gente que defiende el régimen militar, se nos está diciendo que ellos, como nosotros, tenemos derecho a defender nuestras ideologías. Pero, en el caso de que esa gente tenga una ideología, lo que dudo, digo, en el caso de que tuvieran una, esa ideología consiste en la apología del crimen y la defensa de cosas indefendibles, como la tortura y el asesinato. Admitir que esa gentuza tiene derecho a expresarse es admitir que los nazis tienen derecho a expresarse y yo creo, justamente, que los nazis y toda gente que defienda el crimen no deben tener nunca, en ninguna parte, derecho a expresarse. Y que, en realidad, la defensa de esas ideologías debe constituir un delito: el delito de apología de la violencia o del crimen, apología de la discriminación y de la intolerancia. De la intolerancia, recordemos, pues si hoy podemos escribir y hablar lo que queramos es gracias al hecho de que ya no hay dictadura, vale decir, no hay pinochetistas en el poder, pues de haberlos, estaríamos todos, incluyendo los tolerantes del foro mencionado, o encarcelados, o en el exilio, o muertos.
Esta idea de que los demócratas y los pinochetistas, los judíos y los nazis, los partidarios de la libertad y los derechos humanos y los partidarios de la opresión (léase campos de concentración y exterminio) y el crimen somos iguales es una estupidez y un insulto, y es ciertamente simplemente inaceptable. No somos iguales. La opinión del ex presidente Lagos, de que en realidad somos iguales -que se puso de manifiesto cuando defendió el indulto que concedió al asesino del dirigente sindical Tucapel Jiménez-, es un insulto a las víctimas de los crímenes de la dictadura y un insulto a los familiares de los asesinados por los militares y sus cómplices.
¿Pretenderán también, los que defienden esa insólita acepción de tolerancia, que debemos tolerar la defensa, digamos, del asesinato de prostitutas, de la esclavitud, del cine snuff, de la violación de los niños, de la mutilación y otras desviaciones igualmente dramáticas y criminales del alma humana? ¿Si un pinochetista puede defender los crímenes sin nombre de la Bestia, no deberíamos también admitir en amable sociabilidad que algún nazi o neonazi defendiese la necesidad del exterminio de los judíos o comunistas u homosexuales? ¿Si se puede justificar a Pinochet, no se debería justificar también los crímenes de las dictaduras argentinas y de Centro América, los crímenes de grupos terroristas como Sendero Luminoso, los crímenes -con o sin ideología- del caníbal de África, Idi Amin Dada? ¿Si se puede justificar que los pinochetistas introdujeran ratas en las vaginas de las torturadas, por qué no admitir que se defiendan las violaciones incestuosas de los recién nacidos o la decapitación de las madres solteras? ¿Si se puede defender que Pinochet matara impunemente, por qué no admitir la defensa de que los dictadores argentinos detuvieran a mujeres embarazadas, las acusaran de comunistas, les quitaran sus bebés recién nacidos para venderlos o donarlos a otras familias de militares y mataran luego a las madres? ¿Me puede explicar alguien cuál es la diferencia?
Pinochet pertenece tanto o más a la historia de la crónica roja y la psicología criminal, como a la historia política o social de Chile. Y tenemos todo el derecho a rehusar la compañía de criminales como él y sus partidarios, y reivindicar que la defensa o apología del crimen es un delito, no una ideología política.
Nos pongamos como nos pongamos, no se puede estar bien con Dios y con el diablo al mismo tiempo.
13 de marzo de 2007
viene de mérici
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