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problemas con las tropas iraquíes


[David Zucchino] Las tropas americanas estacionadas en Bagdad para la campaña de seguridad desconfían de los agentes iraquíes con los que viven. ¿Quiénes son milicianos infiltrados?
Comisaría de Sulakh, Iraq. El centro de mando militar norteamericano en el interior de esta apretujada comisaría de la policía iraquí está prohibido para los agentes iraquíes. Un todoterrenos y dos soldados norteamericanos impiden el acceso al lado norteamericano.
El puesto de policía atrincherado en el noroeste de Bagdad es llamado comisaría de seguridad conjunta, el último intento norteamericano de trabajar en conjunto con la policía iraquí para hacer frente a rebeldes y milicianos. Pero al menos por ahora, la comisaría está literalmente partida por el medio.
"No puedes confiar en ellos", dice el teniente primero Steve Taylor, sobre sus contrapartes iraquíes. "No hay modo de saber quiénes son los tipos malos y quiénes los buenos, de modo que tenemos que asumir que son todos enemigos. Desafortunadamente".
El tejado fortificado de la comisaría exhibe una bandera iraquí, pero no se permiten iraquíes allá arriba. El acceso está restringido a soldados norteamericanos, que mantienen guardia las 24 horas del día sobre el vecindario adyacente. Con un ojo esperan a los rebeldes y a los milicianos. Con el otro vigilan a sus supuestos aliados, los policías.
Desde que las tropas norteamericanas invadieran Iraq hace cuatro años, el adiestramiento y refuerzo de la policía y ejército iraquí han sido centrales en la estrategia de retirada gradual de las unidades norteamericanas. Pero los militares norteamericanos han empezado sólo ahora a incrustar sus fuerzas en la policía iraquí en vecindarios locales -y como muestra la comisaría de Sulakh, los resultados son desalentadores.
Entre los soldados norteamericanos y la policía iraquí reinará la desconfianza mientras el gobierno iraquí no cumpla con su promesa de erradicar a los milicianos musulmanes chiíes que dominan el cuerpo de policía. Desde las posiciones más altas del ministerio del Interior, que controla a la policía, hasta agentes corrientes, la fuerza está plagada de miembros de las milicias que han alcanzado notoriedad por el asesinato de civiles árabes sunníes y la mutilación de sus cuerpos.
Al mismo tiempo, la policía y civiles chiíes se han convertido en blancos de los rebeldes sunníes, que matan a decenas a la vez en gigantescas explosiones.
"He perdido un montón de hombres", dice el coronel Ali Mohammed Rahim, comandante de la comisaría de Sulakh, que dirige una fuerza fundamentalmente chií. "Francotiradores, bombas improvisadas, secuestros, asesinatos -todo porque son de la policía iraquí. Todos somos blancos. Estoy muy preocupado".
En una pared frente a la oficina de Rahim cuelgan retratos a color de los agentes caídos. "Mártires", dice un colega, apuntando las fotos y sacudiendo la cabeza.
Rahim dice que tiene miedo de que lo maten en el trayecto de la casa al trabajo, que dura veinte minutos. Se ha mudado con su mujer y familia a vivir con familiares en una zona donde nadie sabe que trabaja para la policía.
Su comisaría está en el barrio de Adhamiya, de Bagdad, cuyos vecinos son una mezcla de sunníes y chiíes, con algunos kurdos.

Se han instalado al menos quince estaciones de seguridad conjuntas desde que las autoridades norteamericanas e iraquíes lanzaran una importante campaña de seguridad en Bagdad el mes pasado. Un total de unas treinta serán instaladas en las próximas semanas, dijo el general de división del ejército William B. Caldwell IV, el principal portavoz de los militares norteamericanos en Iraq.
Hasta hace poco, casi todas las fuerzas norteamericanas en Iraq vivían en enormes bases de operaciones de avanzada [FOB], aventurándose fuera en vehículos de patrulla, pero volviendo luego a la base. Muchos de los 21.500 soldados adicionales desplegados ahora en Bagdad y en el oeste de Iraq vivirán con la policía iraquí en estaciones conjuntas de seguridad y con tropas del ejército iraquí en puestos de avanzada, un reconocimiento tardío de que las tácticas efectivas de contrainsurgencia exigen trabajar en los barrios, mano a mano, con las fuerzas de seguridad a fin de ganarse la confianza de los civiles.
Rahim era un oficial del ejército durante el régimen de Saddam Hussein. Hasta el mes pasado, no había trabajado nunca con tropas norteamericanas -y las tropas norteamericanas no habían entrado nunca en su comisaría.
Su zona es un vertedero de cuerpos mutilados, dijo. Pero desde que las tropas adicionales llegaran a su comisaría el mes pasado, dijo, el número ha caído de diez al día, a diez a la semana.
"La gente se siente más segura con las tropas norteamericanas aquí", dijo Rahim. "Desde que los norteamericanos viven aquí, la gente ha empezado a creer finalmente que nos quieren ayudar".
El capitán Tim Marzano, que dirige los 66 soldados norteamericanos en la comisaría, dijo que estaba trabajando para "desarrollar una base de confianza" con Rahim y sus agentes, aunque Rahim se quejó de que sólo había recibido ochenta de los doscientos agentes que le habían prometido.
"Creo que la mayoría de ellos son o neutrales o pro-coalición, y tenemos que trabajar para que finalmente puedan funcionar por sí solos", dijo Marzano.
Para los soldados norteamericanos, la comisaría no ofrece demasiado. En las bases, las tropas cuentan con abundantes alimentos calientes en los comedores, televisión por satélite, ciber-cafés, inodoros con cisterna y duchas calientes. En Sulakh, usan cabinas externas de contrachapado y comen comida empaquetada.
Taylor dijo que esperaba que los rebeldes atacaran la comisaría con coches bomba o con granadas. Al menos tres comisarías conjuntas han sido asediadas, y las fuerzas norteamericanas e iraquíes han sufrido algunas bajas.
"Sabemos que nos atacarán, pero podemos defendernos, creáme", dice Taylor. Mencionó las barreras reforzadas de concreto y el cristal protector, más las armas pesadas, el refuerzo aéreo y la fuerza de intervención rápida.
Pese a las amenazas y penurias, varios paracaidistas de la unidad -el Segundo Batallón, el Regimiento de Artillería Aerotransportado 319 de la División Aerotransportada 82- dijeron que preferían echarse a la calle que estar sentados en las lejanas bases de avanzada.
"De todos modos estamos lejos de la familia, así que mejor meter las manos en la harina", dijo el soldado Brandon Webb, 25. "Somos soldados. Tenemos que estar cerca del combate".

Una noche tarde, una patrulla norteamericana de 22 paracaidistas entró a pie a un vecindario, buscando civiles iraquíes que quisieran ofrecer informaciones. Debido al toque de queda de ocho de la tarde a seis de la mañana, pensaron, la gente en sus casas podría estar dispuesta a hablar, porque era improbable que fueran vistos por sus vecinos.
Cuando la patrulla dobló por una esquina, tres hombres se acercaron. Se quejaron de que los rebeldes estaban pagando a los niños del barrio para que colocaran bombas y llevaran mensajes. Dijeron que los rebeldes se reunían a hacer planes en una tienda en el Mercado de Pescados, un bazar cercano.
"Queremos que los maten", dijo uno de ellos al teniente Josh Rowan, el comandante de la patrulla.
"¡Vaya, vaya!", dijo Rowan.
Preguntó a los hombres si estaban dispuestos a disfrazarse y acompañar a los soldados norteamericanos para que les indicaran la tienda en cuestión. Accedieron.
"Salir a pie de noche es el único modo de que tipos como esos se acerquen a ti", dijo Rowan. "De otro modo, tienen demasiado miedo".
Al día siguiente, soldados de la comisaría se embarcaron en su primera patrulla a pie con agentes iraquíes. Seis agentes iraquíes armados con rifles automáticos AK-47 dirigieron al grupo, compuestos por 26 norteamericanos en uniformes de combate. Cruzaron el agrietado concreto y pasaron por montones de basura acumulada, mientras los vecinos los miraban y unos pocos les saludaban en los salones de té y en las puertas.
El altavoz de una mezquita resonaba con el llamado musulmán a la oración cuando Taylor golpeó a la puerta de una casa. Un hombre de edad mediana cubierto por una bata lo invitó a su diwaniya, o recibidor, donde él y Taylor hablaron sobre la situación de seguridad en el barrio a través de un intérprete enmascarado llamado Phillip.
El vecino, que se negó a proporcionar su nombre, dijo que el vecindario era relativamente seguro, pero que el Mercado de Pescados vivía bajo el terror de los hombres armados.
"Estamos aquí para ayudaros", dijo Taylor. "Sólo queremos paz y tranquilidad'.
El hombre asintió. "Nosotros también, inshallah [con el favor de Dios]".
En otra casa, la patrulla encontró un sedán picado de impactos de bala. Había sangre seca en el asiento trasero.
Los policías iraquíes se dispusieron a escuchar. Un hombre llamado Mohammed dijo a los soldados que la sangre era de un pariente matado por los rebeldes tres semanas antes en un puesto de control ilegal.
Después de que la policía se marchara, Mohammed se acercó al periodista norteamericano que iba con la patrulla y le dijo en inglés: "Nadie te dirá nada si vienes con la policía. Nadie confía en ellos. Son ladrones y asesinos".
El reclutamiento y adiestramiento de agentes no corrompidos por lazos con las milicias es crucial para la construcción de una fuerza competente y fiable. Una tarde, el teniente coronel Wilson Shoffner, que dirige a los paracaidistas de la comisaría de Sulakh, visitó una academia de la policía iraquí en las cercanías. Allá escuchó una letanía de quejas del nuevo comandante, el general de división Andul Kareem Hisnamy.
Se suponía que tendría 111 oficiales, dijo el general. Tenía cuatro. No todo el tiempo tenía electricidad, ni agua. Sus cadetes tenían que traer colchones y sábanas de sus casas. Se suponía que tendría 800 cadetes. Tenía 524. Necesitaba mejores armas, más barreras de protección de concreto, más vehículos. Sería bonito contar con todoterrenos, dijo.
Tampoco tenía suficientes suboficiales. "Tampoco confío en ellos", dijo Hisnamy. "No son inteligentes".
Shoffner preguntó cómo se aseguraba de que los milicianos no estuvieran infiltrando la academia. El general, un hombre pequeño y rechoncho con un tupido bigote negro, suspiró.
"Estoy pensando todo el tiempo en si ese o este tipo es de la milicia", dijo. "Pienso constantemente en la seguridad".
Shoffner se animó con el plan del general de controlar a todos los reclutas, y con su objetivo de graduar a los reclutas en unidades antes que individualmente para ser estacionados en sus propias áreas. El coronel y el general concordaron en que enviar a los reclutas a casa sólo estimulaba que establecieran lazos con las milicias locales.
La misión de ambos hombres parecía agobiada por innumerables obstáculos.
"¿Cómo dices ‘problema' en árabe?", preguntó Shoffner a su intérprete.
"Mushkilia".
"Tenemos que aprender esa palabra", dijo el coronel.

david.zucchino@latimes.com

18 de marzo de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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