vigilantes llegan a los barrios
[Monte Reel] Milicias exacerban la violencia que querían apagar.
Río de Janeiro, Brasil. Un condecorado agente de policía estaba sentado detrás del volante de su camioneta Toyota aquí el mes pasado cuando un grupo de hombres rodeó el vehículo y le metieron más de cuarenta balas en el cuerpo.
Estas ejecuciones no son inusuales en una ciudad donde policías y pandilleros pelean todos los días por el control de territorios en las barriadas pobres, pero este causó conmoción en todo Río. El agente asesinado, Felix dos Santos Tostes, había estado trabajando como jefe de una milicia -uno de esos bien armados grupos que se han multiplicado en las barriadas de la ciudad en los últimos meses, complicando todavía más un conflicto urbano que ha eludido una solución durante décadas.
Las milicias se han hecho con el control de cerca de cien de las seiscientas barriadas o favelas de esta ciudad, quitándoselo a las pandillas de narcotraficantes que las mantuvieron durante largo tiempo en su poder, según dicen la policía y organizaciones no-gubernamentales. El asesinato de Tostes muestra por qué el cambio preocupa aquí a tanta gente: Aunque las milicias dicen que hacen más seguros a los barrios, es la violencia la que se apodera de ellos. Y las profundas conexiones entre algunos de los grupos y la policía y círculos de políticos hacen que su control y supervisión sean extraordinariamente difícil.
Tradicionalmente, agentes de policía y funcionarios de gobierno han defendido una postura dura contra las pandillas de narcotraficantes, pero el nuevo gobernador de Río, Sergio Cabral, está instando a sus colegas a rechazar la idea de que las milicias son el mal menor. Ha comparado el creciente auge de las milicias con la situación en Colombia, donde la participación de vigilantes paramilitares ha enturbiado todavía más la larga lucha del país contra las guerrillas marxistas. Cabral visitó Bogotá esta semana para analizar con sus contrapartes colombianos métodos de control de la violencia.
"El gobierno dice que las milicias deberían ser investigadas, pero la situación es casi cómica", dice Rodrigo Pimentel, ex agente de la policía militar que trabaja ahora como asesor de seguridad. "Un montón de gente de unidades de la inteligencia policial a cargo de su investigación están ellos mismos implicados en las milicias. Esa es la razón de por qué cuando la policía da al gobierno la lista de sospechosos de ser milicianos, en la que deberían aparecer unos 700 nombres, sólo aparecen cuarenta o cincuenta".
Los grupos milicianos que controlan los barrios no están asociados unos con otros. Algunos fueron empezados por vecinos de las favelas mismas, pero muchos son encabezados por agentes de policía jubilados o en su tiempo libre, bomberos y empleados en la seguridad privada.
El nombre de Tostes apareció en una lista de milicianos sospechosos antes este año, poco después de que hubiese sido colmado de honores por su trabajo como ayudante del jefe de la policía civil de Río, el que fue reemplazado cuando Cabral asumió su cargo en enero. El asesinato de Tostes fue un trabajo de dentro, dicen los vecinos de la favela, el resultado de una lucha por el poder dentro de una milicia. La policía está investigando la posibilidad de que uno de los líderes de la milicia rivales que ordenó el asesinato sea un parlamentario regional.
"La influencia política que están construyendo las milicias a medida que se extienden, es una de las cosas que más me preocupa", dijo Raquel Willadino, directora de derechos humanos y problemas relacionados con la violencia de Observatorio de Favelas, una organización no-gubernamental de Río.
En Rio das Pedras, los vecinos recuerdan a Tostes como a una suerte de héroe popular que hizo seguro su barrio. Los vecinos tenían el hábito de organizar los domingos fiestas de samba en la plaza principal y siempre se reservaba un sitial de importancia para Tostes. Desde su muerte, no ha emergido ningún nuevo líder de la milicia, pero el grupo continúa implementando una estricta versión de disciplina pública destinada a atemorizar a las bandas de narcotraficantes.
La presencia de la milicia es a veces sutil, a veces no. Un sábado noche hace poco estalló una reyerta en un restaurante en una de las calles que entran a la favela, dijo la camarera Khedhulya Daiane. Antes de que se diera cuenta, dijo Daiane, se aparecieron los milicianos, aparentemente de ninguna parte, para ponerle fin y castigar a los instigadores. Describió a los milicianos como los misteriosos pero siempre presentes ojos y oídos de la favela.
"Son rudos", dijo. "Si se enteran que alguien está usando drogas, lo golpean, si es que no lo matan". Levantó sus cejas y asintió lentamente: "Es verdad".
La milicia de Rio das Pedras, una de las más antiguas de la ciudad, se formó a fines de los años ochenta cuando los vecinos se unieron para expulsar a un grupo de narcotraficantes locales. A medida que la milicia fue creciendo, agentes de policía jubilados y fuera de horas de trabajo empezaron a ocupar sus posiciones de liderazgo. Algunos vecinos dicen que hoy la milicia les ayuda a llenar el vacío dejado por la indiferencia del gobierno hacia sus necesidades sociales. Por ejemplo, sus líderes nombran a mediadores independientes para resolver disputas legales entre los vecinos, que no tienen acceso al sistema jurídico del país, dijeron.
Allan Turnowski, director de las operaciones policiales especiales del estado, dijo que la milicia recluta a sus miembros en el cuerpo de policía -que paga a los agentes de la calle unos 450 dólares al mes. Muchos brasileños dan por sentado que las fuerzas policiales del país son corruptas, dijo, lo que reduce la moral de los agentes y los hace vulnerables a los reclutadores.
"Imagínelo: Un agente de policía que trabaja para el estado no recibe nunca ningún respeto, y de repente se incorpora a una milicia y ahí es adorado como el hombre que lleva la paz a la comunidad", dice Turnowski, que describió a las milicias como peligrosos substitutos de recursos del estado crónicamente ausentes en las comunidades pobres de la ciudad.
Leonardo Pontes, guardia de seguridad en un hotel en un barrio turístico de Río, estaba sentado a una mesa de plástico rojo en la terraza de un restaurante en Rio das Pedras la semana pasada, bebiendo una cerveza. Dijo que los vecinos pagan a la milicia unos 14 dólares al mes por mantener una conexión ilegal a la televisión por cable, les guste o no, y en cambio reciben un barrio libre de narcotraficantes. Dijo que pensaba que era un buen negocio.
"De todas las favelas de la ciudad, esta es considerada la mejor", dijo Pontes, 29. "Las pandillas ya ni siquiera intentan acercarse por aquí".
Pero las estadísticas oficiales no respaldan la idea de que la violencia desaparece cuando se imponen las milicias. Ana Paula Miranda, investigadora del oficial Instituto de Seguridad Pública, hizo hace poco un estudio estadístico de varias favelas conocidas por el hecho de estar bajo el control de las milicias. Ese estudio, encargado por el diario O Globo, determinó que las tasas de crímenes violentos en esas zonas eran similares a las tasas en favelas controladas por las pandillas de narcotraficantes, dijo la investigadora.
Un repasada de los diarios parece respaldar esa conclusión. La semana pasada, por ejemplo, los diarios locales informaron que milicianos de la favela de Vargem Grande eran probablemente los asesinos de un agente inmobiliario allá. Se creía que el asesinato estaba conectado con los esfuerzos de la milicia por controlar las ventas de tierras en el vecindario, según los reportajes.
Debido a la circulación de este tipo de historias, algunos líderes de barrio se muestran reticentes a admitir a las milicias. Angelo Marcio da Silva, 36, es un activista social que vive en Jardim America, un grupo de siete favelas dominadas todas por bandas de narcotraficantes. En los últimos tiempos, las luchas intestinas han debilitado a las bandas, y las milicias han tratado de explotar esa situación. El mes pasado, una milicia trató de ocupar una zona pero fue repelida por el Comando Rojo, la banda que controla el vecindario.
Marcio da Silva adopta una desapasionada opinión del fenómeno de las milicias, diciendo que es simplemente la última evolución de un conflicto causado por el crónico abandono del gobierno. En diez años, predijo, las milicias, las pandillas y la policía se dividirán y se convertirán en nuevas facciones, pero los vecinos seguirán viviendo con la misma sensación de inseguridad.
"No puedes optar por una de las partes", dijo. "Porque si lo haces, serás o bien uno de ellos, o la próxima víctima".
Estas ejecuciones no son inusuales en una ciudad donde policías y pandilleros pelean todos los días por el control de territorios en las barriadas pobres, pero este causó conmoción en todo Río. El agente asesinado, Felix dos Santos Tostes, había estado trabajando como jefe de una milicia -uno de esos bien armados grupos que se han multiplicado en las barriadas de la ciudad en los últimos meses, complicando todavía más un conflicto urbano que ha eludido una solución durante décadas.
Las milicias se han hecho con el control de cerca de cien de las seiscientas barriadas o favelas de esta ciudad, quitándoselo a las pandillas de narcotraficantes que las mantuvieron durante largo tiempo en su poder, según dicen la policía y organizaciones no-gubernamentales. El asesinato de Tostes muestra por qué el cambio preocupa aquí a tanta gente: Aunque las milicias dicen que hacen más seguros a los barrios, es la violencia la que se apodera de ellos. Y las profundas conexiones entre algunos de los grupos y la policía y círculos de políticos hacen que su control y supervisión sean extraordinariamente difícil.
Tradicionalmente, agentes de policía y funcionarios de gobierno han defendido una postura dura contra las pandillas de narcotraficantes, pero el nuevo gobernador de Río, Sergio Cabral, está instando a sus colegas a rechazar la idea de que las milicias son el mal menor. Ha comparado el creciente auge de las milicias con la situación en Colombia, donde la participación de vigilantes paramilitares ha enturbiado todavía más la larga lucha del país contra las guerrillas marxistas. Cabral visitó Bogotá esta semana para analizar con sus contrapartes colombianos métodos de control de la violencia.
"El gobierno dice que las milicias deberían ser investigadas, pero la situación es casi cómica", dice Rodrigo Pimentel, ex agente de la policía militar que trabaja ahora como asesor de seguridad. "Un montón de gente de unidades de la inteligencia policial a cargo de su investigación están ellos mismos implicados en las milicias. Esa es la razón de por qué cuando la policía da al gobierno la lista de sospechosos de ser milicianos, en la que deberían aparecer unos 700 nombres, sólo aparecen cuarenta o cincuenta".
Los grupos milicianos que controlan los barrios no están asociados unos con otros. Algunos fueron empezados por vecinos de las favelas mismas, pero muchos son encabezados por agentes de policía jubilados o en su tiempo libre, bomberos y empleados en la seguridad privada.
El nombre de Tostes apareció en una lista de milicianos sospechosos antes este año, poco después de que hubiese sido colmado de honores por su trabajo como ayudante del jefe de la policía civil de Río, el que fue reemplazado cuando Cabral asumió su cargo en enero. El asesinato de Tostes fue un trabajo de dentro, dicen los vecinos de la favela, el resultado de una lucha por el poder dentro de una milicia. La policía está investigando la posibilidad de que uno de los líderes de la milicia rivales que ordenó el asesinato sea un parlamentario regional.
"La influencia política que están construyendo las milicias a medida que se extienden, es una de las cosas que más me preocupa", dijo Raquel Willadino, directora de derechos humanos y problemas relacionados con la violencia de Observatorio de Favelas, una organización no-gubernamental de Río.
En Rio das Pedras, los vecinos recuerdan a Tostes como a una suerte de héroe popular que hizo seguro su barrio. Los vecinos tenían el hábito de organizar los domingos fiestas de samba en la plaza principal y siempre se reservaba un sitial de importancia para Tostes. Desde su muerte, no ha emergido ningún nuevo líder de la milicia, pero el grupo continúa implementando una estricta versión de disciplina pública destinada a atemorizar a las bandas de narcotraficantes.
La presencia de la milicia es a veces sutil, a veces no. Un sábado noche hace poco estalló una reyerta en un restaurante en una de las calles que entran a la favela, dijo la camarera Khedhulya Daiane. Antes de que se diera cuenta, dijo Daiane, se aparecieron los milicianos, aparentemente de ninguna parte, para ponerle fin y castigar a los instigadores. Describió a los milicianos como los misteriosos pero siempre presentes ojos y oídos de la favela.
"Son rudos", dijo. "Si se enteran que alguien está usando drogas, lo golpean, si es que no lo matan". Levantó sus cejas y asintió lentamente: "Es verdad".
La milicia de Rio das Pedras, una de las más antiguas de la ciudad, se formó a fines de los años ochenta cuando los vecinos se unieron para expulsar a un grupo de narcotraficantes locales. A medida que la milicia fue creciendo, agentes de policía jubilados y fuera de horas de trabajo empezaron a ocupar sus posiciones de liderazgo. Algunos vecinos dicen que hoy la milicia les ayuda a llenar el vacío dejado por la indiferencia del gobierno hacia sus necesidades sociales. Por ejemplo, sus líderes nombran a mediadores independientes para resolver disputas legales entre los vecinos, que no tienen acceso al sistema jurídico del país, dijeron.
Allan Turnowski, director de las operaciones policiales especiales del estado, dijo que la milicia recluta a sus miembros en el cuerpo de policía -que paga a los agentes de la calle unos 450 dólares al mes. Muchos brasileños dan por sentado que las fuerzas policiales del país son corruptas, dijo, lo que reduce la moral de los agentes y los hace vulnerables a los reclutadores.
"Imagínelo: Un agente de policía que trabaja para el estado no recibe nunca ningún respeto, y de repente se incorpora a una milicia y ahí es adorado como el hombre que lleva la paz a la comunidad", dice Turnowski, que describió a las milicias como peligrosos substitutos de recursos del estado crónicamente ausentes en las comunidades pobres de la ciudad.
Leonardo Pontes, guardia de seguridad en un hotel en un barrio turístico de Río, estaba sentado a una mesa de plástico rojo en la terraza de un restaurante en Rio das Pedras la semana pasada, bebiendo una cerveza. Dijo que los vecinos pagan a la milicia unos 14 dólares al mes por mantener una conexión ilegal a la televisión por cable, les guste o no, y en cambio reciben un barrio libre de narcotraficantes. Dijo que pensaba que era un buen negocio.
"De todas las favelas de la ciudad, esta es considerada la mejor", dijo Pontes, 29. "Las pandillas ya ni siquiera intentan acercarse por aquí".
Pero las estadísticas oficiales no respaldan la idea de que la violencia desaparece cuando se imponen las milicias. Ana Paula Miranda, investigadora del oficial Instituto de Seguridad Pública, hizo hace poco un estudio estadístico de varias favelas conocidas por el hecho de estar bajo el control de las milicias. Ese estudio, encargado por el diario O Globo, determinó que las tasas de crímenes violentos en esas zonas eran similares a las tasas en favelas controladas por las pandillas de narcotraficantes, dijo la investigadora.
Un repasada de los diarios parece respaldar esa conclusión. La semana pasada, por ejemplo, los diarios locales informaron que milicianos de la favela de Vargem Grande eran probablemente los asesinos de un agente inmobiliario allá. Se creía que el asesinato estaba conectado con los esfuerzos de la milicia por controlar las ventas de tierras en el vecindario, según los reportajes.
Debido a la circulación de este tipo de historias, algunos líderes de barrio se muestran reticentes a admitir a las milicias. Angelo Marcio da Silva, 36, es un activista social que vive en Jardim America, un grupo de siete favelas dominadas todas por bandas de narcotraficantes. En los últimos tiempos, las luchas intestinas han debilitado a las bandas, y las milicias han tratado de explotar esa situación. El mes pasado, una milicia trató de ocupar una zona pero fue repelida por el Comando Rojo, la banda que controla el vecindario.
Marcio da Silva adopta una desapasionada opinión del fenómeno de las milicias, diciendo que es simplemente la última evolución de un conflicto causado por el crónico abandono del gobierno. En diez años, predijo, las milicias, las pandillas y la policía se dividirán y se convertirán en nuevas facciones, pero los vecinos seguirán viviendo con la misma sensación de inseguridad.
"No puedes optar por una de las partes", dijo. "Porque si lo haces, serás o bien uno de ellos, o la próxima víctima".
30 de marzo de 2007
27 de marzo de 2007
©washington post
©traducción mQh
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