haciendo frente al fascismo
[Edward Rothstein] Facing Fascism: New York and the Spanish Civil War. La Guerra Civil Española: Blanco y negro en un mundo turbio y ambiguo.
Si hubiera alguna duda sobre la profunda nostalgia que sentimos de los héroes, los deseos de descubrir a esos hombres de coraje, visión y compromiso superiores, y luego celebrar sus logros, la nueva exposición en el Museo de Nueva York http://www.mcny.org/se encargará de disiparla. ‘Facing Fascism: New York and the Spanish Civil War', que se inauguró ayer, está en modo de completa celebración.
¿Y por qué no? De acuerdo a la interpretación de la exposición de ese sangriento conflicto de mediados de los años treinta, que oponía la virtud política contra el mal fascista, el grupo de neoyorquinos sobre los que gira -cuyos miembros más famosos eran conocidos como la Brigada Abraham Lincoln- eran en realidad héroes.
Eran héroes, primero, sugiere la exposición, porque estaban entre los tres mil o más ciudadanos norteamericanos (casi un tercio de ellos de Nueva York) que ignoraron la prohibición del gobierno y viajaron en secreto a España en 1937 para pelear contra las fuerzas del fascismo. Unos ochocientos perdieron la vida como miembros de la Brigada Internacional, formada para ayudar en la defensa del gobierno republicano español contra los rebeldes de Franco respaldados por Alemania e Italia.
También eran héroes, sugiere la exposición, porque veían lo que los otros no podían ver. La República Española cayó en abril de 1939, y la Segunda Guerra Mundial comenzó poco después, en parte porque esos proféticos combatientes y sus aliados políticos no fueron escuchados. En lugar de eso, los presidentes del Occidente democrático mantuvieron la neutralidad durante la Guerra Civil Española. La Unión Soviética, la principal fuente de hombres y materiales para la república, trató aparentemente de evitar la catástrofe.
Esos neoyorquinos eran también héroes, debemos pensar, porque continuaron luchando contra el fascismo incluso después de volver a casa. En una serie de entrevistas en video, un veterano sostiene (presumiblemente en los años ochenta) que lo que había pasado en España no era muy diferente de lo que pasó en Nicaragua, El Salvador y África del Sur; otros dijeron que Estados Unidos hizo en Vietnam lo que hicieron Hitler y Mussolini.
Por su visión moral, sugiere también la exposición, estas heroicas figuras pagaron todavía otro precio. Fueron perseguidos por ser leales miembros del Partido Comunista. Un objeto aquí es una lata de colección etiquetada ‘Salve A Un Niño De La República Española', que pertenecía a Julius y Ethel Rosenberg -una de las evidencias introducidas cuando fueron acusados de conspiración para espiar. Se queda uno con la impresión que tanto las acusaciones como las evidencias de la intervención del partido eran frívolas en comparación con las virtuosas intenciones de la pareja.
En realidad, esta exposición, que es un proyecto en colaboración entre el museo, los Archivos de la Brigada Abraham Lincoln, el Instituto Cervantes de Nueva York y la Biblioteca Tamiment de la Universidad de Nueva York, se aparta poco de lo que en el pasado se habría llamado la línea oficial del partido. Su historia es contada en tiras negras, que deben sugerir el rebobinado de los telediarios, el diseño un eco de pancartas de manifestantes; pilares biográficos de recuerdos emergen como memoriales de mártires. Perry Rosenstein, el presidente de la Fundación Puffin, el principal patrocinador de la exposición, escribe sobre los brigadistas: "Representaban lo mejor de nuestro país y lo mejor de nuestra conciencia".
¿En realidad? La situación real es mucho más complicado de lo que se sugiere aquí. Algunos ensayos en un catálogo adjunto publicado por el museo y N.Y.U. Press, indican otras direcciones que pudo haber tomado la exposición, incluyendo la de tomar nota de la distintiva vida intelectual de Nueva York que se desarrolló a la izquierda, en parte en oposición a esas ideas. En lugar de eso, los curadores Sarah M. Henry y Thomas Mellins, se concentran tanto en las virtudes de los brigadistas que la exposición parece un intento de rehabilitar a la izquierda comunista después de que investigaciones historiográficas y los archivos soviéticos abiertos al público han mostrado que la guerra en España fue mucho más oscura de lo que pretende la interpretación del partido.
En este intento de restablecer la guerra civil como un cuento con moraleja, la exposición no es la única. En febrero, por ejemplo, en el Guardian de Londres, el historiador Eric Hobsbawm celebró el máximo triunfo de los perdedores de la guerra, y sugirió que las virtudes de su causa transcienden las maquinaciones de Stalin. La reciente película ‘El laberinto del fauno' [Pan's Labyrinth], retrata a los guerrilleros de las montañas haciendo frente a un líder fascista monstruosamente malo. En junio, W.W. Norton lanzará la última edición de la muy aclamada historia de Paul Preston, ‘Venganza y reconciliación: la Guerra Civil española y la memoria histórica', que acusa a "la profana alianza de anarquistas, troskistas y soldados de la Guerra Fría" de oscurecer la naturaleza de la guerra contra el fascismo español. Preston se está empleando a fondo para justificar y explicar la posición soviética, rechazando a los "revisionistas" que "resucitan las tesis básicas de la propaganda franquista".
"Lo que más quería Stalin para la república" escribe Preston, "era que hubiera una solución aceptable para las democracias occidentales".
La visión soviética de la guerra, por supuesto, poseía tanto el atractivo de la simplicidad como de la verdad, aunque parcial: Franco era en realidad un tirano implacable cuya victoria implicó masivas purgas, encarcelamientos y extensas limitaciones. Las democracias occidentales fueron en realidad lentas a la hora de darse cuenta de la amenaza que representaba Hitler. Y sin la ayuda soviética, la república se habría ido a pique mucho antes. ¿Qué habría pasado si la república hubiese sido defendida por una fuerza internacional real?
Pero si miramos más de cerca, las fórmulas dejan de ser aplicables. ¿Era realmente la España de Franco un brazo del llamado ‘fascismo internacional'? Durante la Segunda Guerra Mundial, España fue neutral y el Führer no estaba interesado en el tardío ofrecimiento de apoyo de parte de Franco. Además, la postura tiránica de Franco nunca estuvo a la altura de las normas fijadas por los dementes planes de Hitler ni de los demoníacos proyectos de Stalin, que es la razón por la que España pudo volver rápidamente a la democracia después de la muerte de Franco.
De hecho, la guerra civil tuvo más que ver con España que con el fascismo. La enciclopédica ‘La Guerra Civil Española', de Hugh Thomas, revela pasmosas instancias de fracaso legislativo y maníacos proyectos en los años previos a la guerra. España no tenía ni clase media ni fuertes tradiciones democráticas. Era una anomalía: era país europeo que había sido ignorado incluso por la Primera Guerra Mundial, caracterizado por un estancamiento agrario preindustrial acompañado por rígidas jerarquías sociales y fuertes lealtades regionales. Cuando se fundó la república en 1931, demostró ser tan vulnerable al extremismo revolucionario como a la reacción conservadora: la reforma agraria podía significar expropiaciones de tierra; la reforma de la iglesia, violencia. El anarquismo, disturbios y rebeliones fueron acompañantes familiares de la torpe modernidad de la república.
¿Qué papel entonces jugó la Unión Soviética una vez empezada la rebelión militar? Invitada por un débil gobierno de izquierda, comenzó un intento sistemático de colocar a sus agentes en posiciones de poder. En octubre de 1936, André Marty -líder del Comintern desenmascarado por Ernest Hemingway en ‘Por quién doblan las campanas'- habló sobre utilizar a los anarquistas españoles para ganar la guerra: "Después de la victoria arreglaremos cuentas con ellos".
El mismo año, Pravda habló también de victoria, y de "limpiar" España "con la misma energía que en la Unión Soviética". Stalin se oponía a la revolución en España; lo que quería era su control.
Para 1937, después de la farsa de los juicios de Moscú, era evidente para muchos dedicados idealistas que las moralistas proclamas del partido no eran lo que parecían. Esto es lo que George Orwell reconoce en su ‘Homenaje a Cataluña'. Primero pelea en una división marxista independiente que, aparentemente, es mantenida a propósito sin los suministros adecuados. Más tarde teme por su vida en Barcelona -territorio republicano- cuando el partido empieza la planeada purga, que incluye torturas y asesinatos. Investigaciones recientes han sugerido que incluso los miembros de la Brigada Lincoln -algunos de los cuales ‘desaparecieron'- no estaban inmunes.
"En cuanto a la cháchara de diario de que esta es una ‘guerra por la democracia'", escribió Orwell, "es simplemente colirio. Nadie con sus cinco sentidos en orden creía que había esperanzas de democracia".
Nada de esto se menciona en la exposición, y nuestros héroes de la Brigada Lincoln eran ciegos, o peor. El pacto entre Hitler y Stalin, que se firmó unos meses después de la victoria de Franco, parece no haber influido en nada sus lealtades. La semana pasada, en el New York Sun, Ronald Radosh, autor de ‘España traicionada: Stalin y la Guerra Civil' [Spain Betrayed: The Soviet Union in the Spanish Civil War], citó un discurso de Milton Wolff, uno de los milicianos de la Brigada Lincoln en la exposición, pronunciado en 1941 cuando el pacto todavía estaba en vigor. Para Wolff, Franklin D. Roosevelt se había convertido en la nueva amenaza fascista; no se necesitaban brigadas para luchar contra Hitler. "Luchamos", proclamó, contra la intervención de nuestro país en una guerra imperialista".
Orwell dijo que nadie podía pasar "unas semanas en España sin sentirse desilusionado de alguna manera".
Gracias a Dios que todavía tenemos héroes.
¿Y por qué no? De acuerdo a la interpretación de la exposición de ese sangriento conflicto de mediados de los años treinta, que oponía la virtud política contra el mal fascista, el grupo de neoyorquinos sobre los que gira -cuyos miembros más famosos eran conocidos como la Brigada Abraham Lincoln- eran en realidad héroes.
Eran héroes, primero, sugiere la exposición, porque estaban entre los tres mil o más ciudadanos norteamericanos (casi un tercio de ellos de Nueva York) que ignoraron la prohibición del gobierno y viajaron en secreto a España en 1937 para pelear contra las fuerzas del fascismo. Unos ochocientos perdieron la vida como miembros de la Brigada Internacional, formada para ayudar en la defensa del gobierno republicano español contra los rebeldes de Franco respaldados por Alemania e Italia.
También eran héroes, sugiere la exposición, porque veían lo que los otros no podían ver. La República Española cayó en abril de 1939, y la Segunda Guerra Mundial comenzó poco después, en parte porque esos proféticos combatientes y sus aliados políticos no fueron escuchados. En lugar de eso, los presidentes del Occidente democrático mantuvieron la neutralidad durante la Guerra Civil Española. La Unión Soviética, la principal fuente de hombres y materiales para la república, trató aparentemente de evitar la catástrofe.
Esos neoyorquinos eran también héroes, debemos pensar, porque continuaron luchando contra el fascismo incluso después de volver a casa. En una serie de entrevistas en video, un veterano sostiene (presumiblemente en los años ochenta) que lo que había pasado en España no era muy diferente de lo que pasó en Nicaragua, El Salvador y África del Sur; otros dijeron que Estados Unidos hizo en Vietnam lo que hicieron Hitler y Mussolini.
Por su visión moral, sugiere también la exposición, estas heroicas figuras pagaron todavía otro precio. Fueron perseguidos por ser leales miembros del Partido Comunista. Un objeto aquí es una lata de colección etiquetada ‘Salve A Un Niño De La República Española', que pertenecía a Julius y Ethel Rosenberg -una de las evidencias introducidas cuando fueron acusados de conspiración para espiar. Se queda uno con la impresión que tanto las acusaciones como las evidencias de la intervención del partido eran frívolas en comparación con las virtuosas intenciones de la pareja.
En realidad, esta exposición, que es un proyecto en colaboración entre el museo, los Archivos de la Brigada Abraham Lincoln, el Instituto Cervantes de Nueva York y la Biblioteca Tamiment de la Universidad de Nueva York, se aparta poco de lo que en el pasado se habría llamado la línea oficial del partido. Su historia es contada en tiras negras, que deben sugerir el rebobinado de los telediarios, el diseño un eco de pancartas de manifestantes; pilares biográficos de recuerdos emergen como memoriales de mártires. Perry Rosenstein, el presidente de la Fundación Puffin, el principal patrocinador de la exposición, escribe sobre los brigadistas: "Representaban lo mejor de nuestro país y lo mejor de nuestra conciencia".
¿En realidad? La situación real es mucho más complicado de lo que se sugiere aquí. Algunos ensayos en un catálogo adjunto publicado por el museo y N.Y.U. Press, indican otras direcciones que pudo haber tomado la exposición, incluyendo la de tomar nota de la distintiva vida intelectual de Nueva York que se desarrolló a la izquierda, en parte en oposición a esas ideas. En lugar de eso, los curadores Sarah M. Henry y Thomas Mellins, se concentran tanto en las virtudes de los brigadistas que la exposición parece un intento de rehabilitar a la izquierda comunista después de que investigaciones historiográficas y los archivos soviéticos abiertos al público han mostrado que la guerra en España fue mucho más oscura de lo que pretende la interpretación del partido.
En este intento de restablecer la guerra civil como un cuento con moraleja, la exposición no es la única. En febrero, por ejemplo, en el Guardian de Londres, el historiador Eric Hobsbawm celebró el máximo triunfo de los perdedores de la guerra, y sugirió que las virtudes de su causa transcienden las maquinaciones de Stalin. La reciente película ‘El laberinto del fauno' [Pan's Labyrinth], retrata a los guerrilleros de las montañas haciendo frente a un líder fascista monstruosamente malo. En junio, W.W. Norton lanzará la última edición de la muy aclamada historia de Paul Preston, ‘Venganza y reconciliación: la Guerra Civil española y la memoria histórica', que acusa a "la profana alianza de anarquistas, troskistas y soldados de la Guerra Fría" de oscurecer la naturaleza de la guerra contra el fascismo español. Preston se está empleando a fondo para justificar y explicar la posición soviética, rechazando a los "revisionistas" que "resucitan las tesis básicas de la propaganda franquista".
"Lo que más quería Stalin para la república" escribe Preston, "era que hubiera una solución aceptable para las democracias occidentales".
La visión soviética de la guerra, por supuesto, poseía tanto el atractivo de la simplicidad como de la verdad, aunque parcial: Franco era en realidad un tirano implacable cuya victoria implicó masivas purgas, encarcelamientos y extensas limitaciones. Las democracias occidentales fueron en realidad lentas a la hora de darse cuenta de la amenaza que representaba Hitler. Y sin la ayuda soviética, la república se habría ido a pique mucho antes. ¿Qué habría pasado si la república hubiese sido defendida por una fuerza internacional real?
Pero si miramos más de cerca, las fórmulas dejan de ser aplicables. ¿Era realmente la España de Franco un brazo del llamado ‘fascismo internacional'? Durante la Segunda Guerra Mundial, España fue neutral y el Führer no estaba interesado en el tardío ofrecimiento de apoyo de parte de Franco. Además, la postura tiránica de Franco nunca estuvo a la altura de las normas fijadas por los dementes planes de Hitler ni de los demoníacos proyectos de Stalin, que es la razón por la que España pudo volver rápidamente a la democracia después de la muerte de Franco.
De hecho, la guerra civil tuvo más que ver con España que con el fascismo. La enciclopédica ‘La Guerra Civil Española', de Hugh Thomas, revela pasmosas instancias de fracaso legislativo y maníacos proyectos en los años previos a la guerra. España no tenía ni clase media ni fuertes tradiciones democráticas. Era una anomalía: era país europeo que había sido ignorado incluso por la Primera Guerra Mundial, caracterizado por un estancamiento agrario preindustrial acompañado por rígidas jerarquías sociales y fuertes lealtades regionales. Cuando se fundó la república en 1931, demostró ser tan vulnerable al extremismo revolucionario como a la reacción conservadora: la reforma agraria podía significar expropiaciones de tierra; la reforma de la iglesia, violencia. El anarquismo, disturbios y rebeliones fueron acompañantes familiares de la torpe modernidad de la república.
¿Qué papel entonces jugó la Unión Soviética una vez empezada la rebelión militar? Invitada por un débil gobierno de izquierda, comenzó un intento sistemático de colocar a sus agentes en posiciones de poder. En octubre de 1936, André Marty -líder del Comintern desenmascarado por Ernest Hemingway en ‘Por quién doblan las campanas'- habló sobre utilizar a los anarquistas españoles para ganar la guerra: "Después de la victoria arreglaremos cuentas con ellos".
El mismo año, Pravda habló también de victoria, y de "limpiar" España "con la misma energía que en la Unión Soviética". Stalin se oponía a la revolución en España; lo que quería era su control.
Para 1937, después de la farsa de los juicios de Moscú, era evidente para muchos dedicados idealistas que las moralistas proclamas del partido no eran lo que parecían. Esto es lo que George Orwell reconoce en su ‘Homenaje a Cataluña'. Primero pelea en una división marxista independiente que, aparentemente, es mantenida a propósito sin los suministros adecuados. Más tarde teme por su vida en Barcelona -territorio republicano- cuando el partido empieza la planeada purga, que incluye torturas y asesinatos. Investigaciones recientes han sugerido que incluso los miembros de la Brigada Lincoln -algunos de los cuales ‘desaparecieron'- no estaban inmunes.
"En cuanto a la cháchara de diario de que esta es una ‘guerra por la democracia'", escribió Orwell, "es simplemente colirio. Nadie con sus cinco sentidos en orden creía que había esperanzas de democracia".
Nada de esto se menciona en la exposición, y nuestros héroes de la Brigada Lincoln eran ciegos, o peor. El pacto entre Hitler y Stalin, que se firmó unos meses después de la victoria de Franco, parece no haber influido en nada sus lealtades. La semana pasada, en el New York Sun, Ronald Radosh, autor de ‘España traicionada: Stalin y la Guerra Civil' [Spain Betrayed: The Soviet Union in the Spanish Civil War], citó un discurso de Milton Wolff, uno de los milicianos de la Brigada Lincoln en la exposición, pronunciado en 1941 cuando el pacto todavía estaba en vigor. Para Wolff, Franklin D. Roosevelt se había convertido en la nueva amenaza fascista; no se necesitaban brigadas para luchar contra Hitler. "Luchamos", proclamó, contra la intervención de nuestro país en una guerra imperialista".
Orwell dijo que nadie podía pasar "unas semanas en España sin sentirse desilusionado de alguna manera".
Gracias a Dios que todavía tenemos héroes.
'Facing Fascism: New York and the Spanish Civil War', hasta el 12 de agosto en el Museo Nueva York [Museum of the City of New York], Fifth Avenue at 103rd Street, 1 (212) 534-1672.
3 de abril de 2007
24 de marzo de 2007
©new york times
©traducción mQh
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