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cheney y los saudíes


[David Ignatius] Los saudíes se acercan a Estados Unidos para contrarrestar la influencia chií iraní en Oriente Medio.
La secretaria de estado Condoleezza Rice puede salir en primera plana con sus misiones diplomáticas altamente publicitadas en Oriente Medio. Pero para tener una idea del juego de poder oculto, es mejor seguir la visita del vicepresidente Cheney a Arabia Saudí esta semana.
El rey saudí Abdullah ha emergido en los últimos nueve meses como el aliado árabe más importante y tenaz del gobierno del presidente Bush. En el otoño pasado inició una agresiva campaña para contener la influencia iraní en el mundo árabe y, en el proceso, apuntalar los intereses americanos en la región, a pesar de los reveses norteamericanos en Iraq. Es Cheney, cuyo porte franco y severo corresponde bien a las ideas saudíes sobre la gravitas americana, el que maneja la cuenta de Abdullah.
La visita de Cheney tiene por objetivo, parcialmente, reconfirmarse mutuamente. Los dos lados quieren reafirmar la alianza, pese a los desacuerdos sobre la política exterior en Iraq y el asunto palestino. Los saudíes también quieren establecer un canal de comunicación adicional de modo de evitar los malentendidos que han surgido en ocasiones cuando el principal intermediario ha sido el príncipe Bandar bin Sultan, el despreocupado ex embajador saudí en Washington, que se desempeña ahora como asesor de seguridad nacional.
Abdullah parecía haberse distanciado de Washington en algunos comentarios recientes. En febrero, rompió con los intentos norteamericanos de aislar al grupo radical palestino Hamas, patrocinando el Acuerdo de la Meca que creó un ‘gobierno de unidad' palestino y fusionó a Hamas con el más moderado grupo Fatah. En marzo, sorprendió a los personeros norteamericanos calificando la ocupación militar de Iraq como "ilegítima" en un discurso en la cumbre de la Liga Árabe, en Riad. También estropeó los planes para un banquete en la Casa Blanca, en abril.
Las críticas de Abdullah sobre la "ilegítima" presencia norteamericana en Iraq refleja el profundo recelo del líder saudí sobre la estrategia norteamericana en ese país. Fuentes saudíes dicen que el rey ha denunciado la incapacidad del primer ministro iraquí, Nouri al-Maliki, de superar las divisiones sectarias y unir al país. También se dice que el líder saudí cree que es probable que fracase el aumento del nivel de tropas norteamericanas, lo que haría más grande el peligro de una guerra civil generalizada en Iraq.
Los saudíes parecen favorecer el remplazo del gobierno de Maliki, al que ven como dominado por los partidos religiosos chiíes respaldados por Irán, y están apoyando discretamente al ex primer ministro interino Ayad Allawi, un chií laico y ex baazista que cuenta con el apoyo de los sunníes de Iraq. Los asesores de Allawi dicen que su estrategia es explotar las tensiones al interior de la alianza religiosa sunní y formar una nueva coalición gobernante que estaría compuesta por sunníes, kurdos y chiíes laicos. El campo de Allawi cree que está cerca de contar con los votos suficientes, en parte gracias al apoyo político y económico saudí.
El gobierno de Bush no parece tener gran entusiasmo por un golpe de Allawi, pese a su frustración con Maliki. Oficiales norteamericanos temen que un cambio de gobierno en Bagdad sólo haría más profundo el caos político allá y alentaría nuevos llamados a la retirada de las tropas.
La conmoción en la región ha sido provocada en parte por la creencia de que las tropas norteamericanas están retirándose, diga lo que diga el gobierno de Bush. Para mitigar esas especulaciones, se dice que Bush dijo a los saudíes que Estados Unidos no se retirará de Iraq durante su presidencia. "Eso nos da dieciocho meses para planificar", dijo una fuente saudí.
El meollo de la alianza norteamericana-saudí es un nuevo intento de combatir contra Irán y sus seguidores en el mundo árabe, que empezó con la guerra del verano pasado en Líbano entre Israel y la milicia chií Hezbollah, que es respalda por Irán. Trabajando más estrechamente con Estados Unidos, los saudíes empezaron a canalizar dinero hacia los sunníes, cristianos y grupos políticos drusos libaneses que pueden contrarrestar la influencia de Hezbollah. Los saudíes y norteamericanos también colaboraron ayudando a la Fuerza de Seguridad Interior del Líbano, la policía nacional que informa directamente al primer ministro sunní, Fouad Siniora.
La cooperación saudí-americana contra Irán también se ha extendido a Yemen, donde han ayudado juntos al gobierno yemení en la represión de un grupo financiado por Irán vinculado a los seguidores del clérigo chií Hussein al-Houthi, que fue asesinado en 2004.
Un último tópico que es probable que esté en la agenda de Cheney es Siria. Los saudíes apoyan los renovados esfuerzos del gobierno, inciados por Rice la semana pasada, de solicitar la ayuda siria para estabilizar Iraq. En realidad, los saudíes empezaron a movilizarse para mitigar las tensiones con Siria en la cumbre de la Liga Árabe en marzo, después de que el presidente sirio Bashar al-Assad se disculpara en privado ante el rey Abdullah por llamarlo, a él y a otros líderes árabes sunníes, "poco hombres", porque no ayudaron a Hezbollah durante la guerra del Líbano. Sin embargo, personeros norteamericanos creen que los saudíes continúan sus contactos con grupos de oposición en Siria.
En el pasado, Arabia Saudí conducía sus maquinaciones políticas detrás de un velo, repartiendo plata discretamente en un esfuerzo por comprar la paz. Quizás el peor error cometido por el incendiario presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, es que asustó a los saudíes hasta tal punto que estos abandonaron su tradicional reticencia -y los empujaron a reuniones secretas sobre estrategia con el testarudo Cheney.

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11 de mayo de 2007
9 de mayo de 2007
©washington post
©traducción mQh
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