medicinas ponzoñosas 4
[Walt Bogdanich y Jake Hooker] La huella de las medicinas envenenadas, de China a Panamá. Una pista importante.
Un paciente de particular interés para Sosa llegó al hospital con un ataque al corazón, pero sin los síntomas del síndrome Guillain-Barré. Mientras era tratado, el paciente recibió varias medicinas, incluyendo Lisinopril. Después de un tiempo, empezó a exhibir los mismos trastornos neurológicos que eran característicos de la misteriosa enfermedad.
"Este paciente es una pista importante", recordó Sosa. "Esto no es algo del ambiente, no es un remedio casero que haya consumido el paciente en su casa. El paciente desarrolló la enfermedad en el hospital, frente a nosotros".
Poco después, otro paciente contó a Sosa que él también había desarrollado los síntomas después de tomar Lisinopril, pero debido a que la medicina lo hacía toser también había tomado un jarabe para la tos -el mismo jarabe, se descubrió, que había sido dado al paciente cardíaco.
"Eso tenía que ser, dije", recordó Sosa. "Tenemos que investigar este jarabe para la tos".
El jarabe contra la tos no causó inicialmente demasiadas sospechas porque muchas víctimas no recordaban haberlo ingerido. "El 26 por ciento de esas personas afectadas negaron haber tomado el jarabe para la tos, porque en sus vidas es algo sin la menor importancia", dijo el doctor Motta.
Investigadores de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, que estaban colaborando en Panamá, subieron los frascos rápidamente a un avión del gobierno y los llevaron a Estados Unidos para ser analizados. Al día siguiente, el 11 de octubre, con funcionarios sanitarios panameños en la rueda de prensa, se destapó la verdad.
Los análisis, informaron los centros de control, habían determinado la presencia de glicol dietileno en el jarabe para la tos.
El misterio se había resuelto. Los frascos con la etiqueta de glicerina contenían veneno.
La alegría de Sosa al enterarse de la causa no duró demasiado. "Son nuestras medicinas las que están matando a la gente", pensó entonces. "No es un virus, no es algo que hayan cogido en el ambiente, es algo que en realidad fabricamos nosotros".
Se inició inmediatamente una campaña nacional para impedir que la gente usara el jarabe para la tos. Se revisaron los barrios, pero miles de frascos seguían sin ser ubicados.
A medida que la búsqueda se moderaba, restaban dos importantes tareas: contar los muertos y asignar responsabilidades. Ninguna de las dos era fácil.
Determinar exactamente la cantidad de muertes era imposible porque, dicen las autoridades médicas, las víctimas fueron sepultadas antes de que se conociera la causa de sus muertes, y los pacientes pobres quizás no habían sido tratados por médicos.
Otro problema es que encontrar huellas de glicol dietileno en los cuerpos en descomposición es, en el mejor de los casos, difícil, dicen los expertos médicos. Sin embargo, un patólogo argentino que ha estudiado envenenamientos por glicol dietileno ayudó a desarrollar un test para detectar el veneno en los cuerpos exhumados. Siete de los primeros nueve cuerpos analizados mostraron huellas del veneno, dijeron las autoridades panameñas.
Con el retorno de la temporada pluviosa, sin embargo, las exhumaciones debían terminar. El doctor José Vicente Pachar, director del Instituto de Medicina Legal Ciencias Forenses de Panamá, dijo que como científico le gustaría saber cuántas personas murieron. Agregó: "Pero en el caso de Panamá tengo que aceptar la realidad y esa es que no sabremos nunca cuántos murieron".
Fiscales panameños han procedido a algunas detenciones y están investigando a otros vinculados con el caso, incluyendo a empleados de la compañía importadora y a la agencia de gobierno que mezcló y distribuyó la medicina contra la tos. "Nuestras responsabilidades son establecer o descubrir la verdad", dijo Dimas Guevara, el detective de homicidios que dirige las pesquisas.
Pero los fiscales todavía tienen que acusar a alguien de haber efectivamente fabricado la glicerina falsificada. Y si la investigación en Panamá se desarrolla como otras investigaciones en el pasado, es muy improbable que eso llegue a ocurrir.
"Este paciente es una pista importante", recordó Sosa. "Esto no es algo del ambiente, no es un remedio casero que haya consumido el paciente en su casa. El paciente desarrolló la enfermedad en el hospital, frente a nosotros".
Poco después, otro paciente contó a Sosa que él también había desarrollado los síntomas después de tomar Lisinopril, pero debido a que la medicina lo hacía toser también había tomado un jarabe para la tos -el mismo jarabe, se descubrió, que había sido dado al paciente cardíaco.
"Eso tenía que ser, dije", recordó Sosa. "Tenemos que investigar este jarabe para la tos".
El jarabe contra la tos no causó inicialmente demasiadas sospechas porque muchas víctimas no recordaban haberlo ingerido. "El 26 por ciento de esas personas afectadas negaron haber tomado el jarabe para la tos, porque en sus vidas es algo sin la menor importancia", dijo el doctor Motta.
Investigadores de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, que estaban colaborando en Panamá, subieron los frascos rápidamente a un avión del gobierno y los llevaron a Estados Unidos para ser analizados. Al día siguiente, el 11 de octubre, con funcionarios sanitarios panameños en la rueda de prensa, se destapó la verdad.
Los análisis, informaron los centros de control, habían determinado la presencia de glicol dietileno en el jarabe para la tos.
El misterio se había resuelto. Los frascos con la etiqueta de glicerina contenían veneno.
La alegría de Sosa al enterarse de la causa no duró demasiado. "Son nuestras medicinas las que están matando a la gente", pensó entonces. "No es un virus, no es algo que hayan cogido en el ambiente, es algo que en realidad fabricamos nosotros".
Se inició inmediatamente una campaña nacional para impedir que la gente usara el jarabe para la tos. Se revisaron los barrios, pero miles de frascos seguían sin ser ubicados.
A medida que la búsqueda se moderaba, restaban dos importantes tareas: contar los muertos y asignar responsabilidades. Ninguna de las dos era fácil.
Determinar exactamente la cantidad de muertes era imposible porque, dicen las autoridades médicas, las víctimas fueron sepultadas antes de que se conociera la causa de sus muertes, y los pacientes pobres quizás no habían sido tratados por médicos.
Otro problema es que encontrar huellas de glicol dietileno en los cuerpos en descomposición es, en el mejor de los casos, difícil, dicen los expertos médicos. Sin embargo, un patólogo argentino que ha estudiado envenenamientos por glicol dietileno ayudó a desarrollar un test para detectar el veneno en los cuerpos exhumados. Siete de los primeros nueve cuerpos analizados mostraron huellas del veneno, dijeron las autoridades panameñas.
Con el retorno de la temporada pluviosa, sin embargo, las exhumaciones debían terminar. El doctor José Vicente Pachar, director del Instituto de Medicina Legal Ciencias Forenses de Panamá, dijo que como científico le gustaría saber cuántas personas murieron. Agregó: "Pero en el caso de Panamá tengo que aceptar la realidad y esa es que no sabremos nunca cuántos murieron".
Fiscales panameños han procedido a algunas detenciones y están investigando a otros vinculados con el caso, incluyendo a empleados de la compañía importadora y a la agencia de gobierno que mezcló y distribuyó la medicina contra la tos. "Nuestras responsabilidades son establecer o descubrir la verdad", dijo Dimas Guevara, el detective de homicidios que dirige las pesquisas.
Pero los fiscales todavía tienen que acusar a alguien de haber efectivamente fabricado la glicerina falsificada. Y si la investigación en Panamá se desarrolla como otras investigaciones en el pasado, es muy improbable que eso llegue a ocurrir.
Renwick McLean y Brent McDonald contribuyeron a este reportaje.
3 de junio de 2007
6 de mayo de 2007
©new york times
©traducción mQh
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