los repartidores de almuerzos
[Saritha Rai] En India. Cocina a abuela, ellos reparten.
Bombay, India. Gaurav Bamania, un analista de fondos de inversión que trabaja en una de las numerosas torres de oficinas en el centro de la ciudad que ahora dominan el paisaje de la capital financiera de India, podría almorzar fácilmente en alguno de los mejores restaurantes de la ciudad. Pero en lugar de eso, Bamania, 26, se aferra a una práctica que se remonta a más de un siglo a los primeros años del dominio británico: come un almuerzo caliente preparado en casa cariñosamente por su abuela, y llevado todos los días a su escritorio.
En India, donde muchas tradiciones están siendo dejadas de lado a gran velocidad como resultado de la globalización, la práctica de comer comida casera a la hora de almuerzo sigue presente.
Para que esto sea posible en esta gigantesca amalgama urbana de unos 25 millones de personas, donde los largos viajes en tren y autobús son rutina, los vecinos de Bombay dependen de una operación de trabajo intensivo organizada intrincadamente que causa la vergüenza de algunos de los sistemas automáticos de alta tecnología. La operación logra entregar decenas de miles de almuerzos en lugares de trabajo en toda la ciudad casi con la precisión de un reloj.
En el centro de esta inusual red se encuentra una cadena de repartidores llamados dabbawallas.
La palabra viene de tiffin dabba, una referencia de tiempos de la colonia a una caja que contenía un comida ligera, y walla, repartidor. La precisión y eficiencia de los dabbawallas ha sido comparada con internet, donde paquetes identificados por marcadores exclusivos son transportados a sus destinaciones por medio de una compleja red.
"Hay un servicio llamado FedEx que es similar al nuestro, aunque ellos no entregan almuerzos", dijo un repartidor, Dhondu Kondaji Chowdhury.
Los británicos introdujeron el servicio hace 125 años después de que la ciudad fuera invadida por trabajadores de diferentes regiones. Los repartidores hicieron posible que los trabajadores redujeran la distancia entre el trabajo y la casa y entre los sabores regionales.
El servicio se ha sostenido hasta hace poco solamente por el poder de la palabra. Pero ahora está disfrutando de un estímulo de alta tecnología, ahora que los repartidores se han unido a los proveedores de servicios en la red. Un oficinista, si tiene a alguien en casa para hacerlo, puede contratar el servicio por medio de un mensaje de texto o de un mensaje por correo electrónico.
En Estados Unidos, generalmente en áreas metropolitanas con extensas poblaciones del sudeste asiático como San Francisco y Nueva York, han surgido variaciones del sistema de reparto de almuerzos. Pero estos servicios son comparativamente pequeños.
En la extensión urbana de Bombay, donde ir al trabajo significa salir de casa a las siete de la mañana, mucho antes de que la mujer de la casa empiece a cocinar para el día, el sistema de los repartidores ha resistido el embate de las cantinas oficiales, de las cocinerías de barrio, de las cadenas multinacionales y de los restaurantes elegantes, donde es difícil reservar una mesa. Los repartidores reparten incluso bajo lluvias torrenciales y durante conflictos políticos. Y el negocio sigue creciendo, a una firme tasa de cinco a diez por ciento al año.
El servicio es simple y complejo a la vez. Una red de wallas recoge las cajas en las casas de los clientes o en las de los cocineros por encargo, y entregan luego las comidas en una estación de ferrocarriles local. Las cajas son clasificadas manualmente para ser entregadas en diferentes estaciones en el centro de Bombay y luego vueltas a clasificar y llevadas a sus destinaciones. Después del almuerzo, el servicio se invierte, y las cajas vacías son devueltas a casa.
El secreto del sistema está en los códigos de color pintados en un costado de las cajas, que indica a los repartidores de dónde viene la comida y por cuáles estaciones debe pasar antes de llegar a una oficina específica en un edificio específico en el centro de Bombay.
"No sé cómo podríamos sobrevivir sin este sistema", dice Vrinda Chiplunkar, que prepara todos los días almuerzos de lentejas, verduras, arroz, chapatis y ensalada para su marido, Chandrashekhar Chiplunkar, que dirige la división de cambio de divisas del Banco Internacional de Omán. "El anticuado y barato sistema de repartidores es un raro sobreviviente en este mundo acelerado".
Los Chiplunkar son fieles clientes del señor Chowdhurry, 64. Como muchos de sus colegas dabbawallas, Chowdhurry es un inmigrante de un pueblo rural de la región, todavía analfabeto pero que aprendió en el trabajo a leer las cifras y letras pintadas en las cajas del almuerzo y a firmar su nombre en los recibos de los clientes.
"Para una persona como yo, esta es la mejor profesión en Bombay", dice Chowdhurry, haciendo una pausa entre sus rondas, que consisten en subir y bajar por serpenteantes escaleras en los viejos edificios de apartamentos de Bombay, llevando contenedores llenos de comida en la mañana y devolviendo más tarde las cajas vacías.
Con las cinco mil rupias (unos 123 dólares) que gana cada mes, logra mantener a su esposa, hijo e hija en una casa de dos habitaciones en el lejano suburbio de Goregaon. Chowdhury sueña con enviar a su hijo, que sigue el noveno, a la universidad. Sin embargo, no hay escasez de repartidores, ya que hombres jóvenes siguen llegando a la ciudad desde los alrededores del pueblo natal de Chowdhurry.
Para Suresh Shivekar, que transporta cajas de almuerzo desde el suburbio de Versona hasta Colaba, la jornada laboral empieza a las ocho y media de la mañana cuando empieza a recoger los almuerzos. Transporta las cajas en bicicleta y llega no mucho después a la estación de tren. Allá las cajas son clasificadas, cargadas en una enorme caja de madera que Shivekar sube a un vagón. En un día normal, el compartimento de equipaje en la parte delantera del tren es una montaña de cajas de almuerzo, todas clasificadas con pinturas de color.
Shivekar llega a Colaba a las once y media de la mañana, y ahí se reúne con un grupo de repartidores. En una atiborrada acera dejando apenas espacio suficiente para que pasen los transeúntes, Shivekar y sus colegas repartidores intercambian cajas briosamente, encaminándose cada uno a edificios diferentes.
Las cajas son entonces cargadas en una carretilla de madera que cruza el ajetreado tráfico de Bombay, y cada caja de almuerzo es entregada personalmente a su dueño legítimo. Shivekar, Chowdhurry o cualquier otro repartidor conocen rara vez el nombre de la persona o compañía a la que entregan los almuerzos. Todo lo que saben es el código del edificio y el piso.
A la una de la tarde ya se han entregado todos los almuerzos y Shivekar y un grupo de repartidores hacen una pausa para almorzar ellos mismos, instalándose en una esquina cercana para comer rápidamente la comida que han traído de casa.
En la tarde, miles de repartidores recogen las cajas de almuerzo vacías y los suben a los trenes de regreso. Shivekar ha extraviado rara vez un almuerzo o entregado una caja a la persona equivocada -y en la rara ocasión en que ha ocurrido, los números pintados en las cajas se habían borrado.
Y los clientes aprecian esa fiabilidad. Anand Sahasrebuddhe, 46, que trabaja en las oficinas de Churchgate de la ACC Limited, uno de los fabricantes de cemento más grandes de India, lleva 26 años dependiendo de los repartidores.
"Simplemente adora la comida casera", dice su madre, Suman Sahasrebuddhe.
En India, donde muchas tradiciones están siendo dejadas de lado a gran velocidad como resultado de la globalización, la práctica de comer comida casera a la hora de almuerzo sigue presente.
Para que esto sea posible en esta gigantesca amalgama urbana de unos 25 millones de personas, donde los largos viajes en tren y autobús son rutina, los vecinos de Bombay dependen de una operación de trabajo intensivo organizada intrincadamente que causa la vergüenza de algunos de los sistemas automáticos de alta tecnología. La operación logra entregar decenas de miles de almuerzos en lugares de trabajo en toda la ciudad casi con la precisión de un reloj.
En el centro de esta inusual red se encuentra una cadena de repartidores llamados dabbawallas.
La palabra viene de tiffin dabba, una referencia de tiempos de la colonia a una caja que contenía un comida ligera, y walla, repartidor. La precisión y eficiencia de los dabbawallas ha sido comparada con internet, donde paquetes identificados por marcadores exclusivos son transportados a sus destinaciones por medio de una compleja red.
"Hay un servicio llamado FedEx que es similar al nuestro, aunque ellos no entregan almuerzos", dijo un repartidor, Dhondu Kondaji Chowdhury.
Los británicos introdujeron el servicio hace 125 años después de que la ciudad fuera invadida por trabajadores de diferentes regiones. Los repartidores hicieron posible que los trabajadores redujeran la distancia entre el trabajo y la casa y entre los sabores regionales.
El servicio se ha sostenido hasta hace poco solamente por el poder de la palabra. Pero ahora está disfrutando de un estímulo de alta tecnología, ahora que los repartidores se han unido a los proveedores de servicios en la red. Un oficinista, si tiene a alguien en casa para hacerlo, puede contratar el servicio por medio de un mensaje de texto o de un mensaje por correo electrónico.
En Estados Unidos, generalmente en áreas metropolitanas con extensas poblaciones del sudeste asiático como San Francisco y Nueva York, han surgido variaciones del sistema de reparto de almuerzos. Pero estos servicios son comparativamente pequeños.
En la extensión urbana de Bombay, donde ir al trabajo significa salir de casa a las siete de la mañana, mucho antes de que la mujer de la casa empiece a cocinar para el día, el sistema de los repartidores ha resistido el embate de las cantinas oficiales, de las cocinerías de barrio, de las cadenas multinacionales y de los restaurantes elegantes, donde es difícil reservar una mesa. Los repartidores reparten incluso bajo lluvias torrenciales y durante conflictos políticos. Y el negocio sigue creciendo, a una firme tasa de cinco a diez por ciento al año.
El servicio es simple y complejo a la vez. Una red de wallas recoge las cajas en las casas de los clientes o en las de los cocineros por encargo, y entregan luego las comidas en una estación de ferrocarriles local. Las cajas son clasificadas manualmente para ser entregadas en diferentes estaciones en el centro de Bombay y luego vueltas a clasificar y llevadas a sus destinaciones. Después del almuerzo, el servicio se invierte, y las cajas vacías son devueltas a casa.
El secreto del sistema está en los códigos de color pintados en un costado de las cajas, que indica a los repartidores de dónde viene la comida y por cuáles estaciones debe pasar antes de llegar a una oficina específica en un edificio específico en el centro de Bombay.
"No sé cómo podríamos sobrevivir sin este sistema", dice Vrinda Chiplunkar, que prepara todos los días almuerzos de lentejas, verduras, arroz, chapatis y ensalada para su marido, Chandrashekhar Chiplunkar, que dirige la división de cambio de divisas del Banco Internacional de Omán. "El anticuado y barato sistema de repartidores es un raro sobreviviente en este mundo acelerado".
Los Chiplunkar son fieles clientes del señor Chowdhurry, 64. Como muchos de sus colegas dabbawallas, Chowdhurry es un inmigrante de un pueblo rural de la región, todavía analfabeto pero que aprendió en el trabajo a leer las cifras y letras pintadas en las cajas del almuerzo y a firmar su nombre en los recibos de los clientes.
"Para una persona como yo, esta es la mejor profesión en Bombay", dice Chowdhurry, haciendo una pausa entre sus rondas, que consisten en subir y bajar por serpenteantes escaleras en los viejos edificios de apartamentos de Bombay, llevando contenedores llenos de comida en la mañana y devolviendo más tarde las cajas vacías.
Con las cinco mil rupias (unos 123 dólares) que gana cada mes, logra mantener a su esposa, hijo e hija en una casa de dos habitaciones en el lejano suburbio de Goregaon. Chowdhury sueña con enviar a su hijo, que sigue el noveno, a la universidad. Sin embargo, no hay escasez de repartidores, ya que hombres jóvenes siguen llegando a la ciudad desde los alrededores del pueblo natal de Chowdhurry.
Para Suresh Shivekar, que transporta cajas de almuerzo desde el suburbio de Versona hasta Colaba, la jornada laboral empieza a las ocho y media de la mañana cuando empieza a recoger los almuerzos. Transporta las cajas en bicicleta y llega no mucho después a la estación de tren. Allá las cajas son clasificadas, cargadas en una enorme caja de madera que Shivekar sube a un vagón. En un día normal, el compartimento de equipaje en la parte delantera del tren es una montaña de cajas de almuerzo, todas clasificadas con pinturas de color.
Shivekar llega a Colaba a las once y media de la mañana, y ahí se reúne con un grupo de repartidores. En una atiborrada acera dejando apenas espacio suficiente para que pasen los transeúntes, Shivekar y sus colegas repartidores intercambian cajas briosamente, encaminándose cada uno a edificios diferentes.
Las cajas son entonces cargadas en una carretilla de madera que cruza el ajetreado tráfico de Bombay, y cada caja de almuerzo es entregada personalmente a su dueño legítimo. Shivekar, Chowdhurry o cualquier otro repartidor conocen rara vez el nombre de la persona o compañía a la que entregan los almuerzos. Todo lo que saben es el código del edificio y el piso.
A la una de la tarde ya se han entregado todos los almuerzos y Shivekar y un grupo de repartidores hacen una pausa para almorzar ellos mismos, instalándose en una esquina cercana para comer rápidamente la comida que han traído de casa.
En la tarde, miles de repartidores recogen las cajas de almuerzo vacías y los suben a los trenes de regreso. Shivekar ha extraviado rara vez un almuerzo o entregado una caja a la persona equivocada -y en la rara ocasión en que ha ocurrido, los números pintados en las cajas se habían borrado.
Y los clientes aprecian esa fiabilidad. Anand Sahasrebuddhe, 46, que trabaja en las oficinas de Churchgate de la ACC Limited, uno de los fabricantes de cemento más grandes de India, lleva 26 años dependiendo de los repartidores.
"Simplemente adora la comida casera", dice su madre, Suman Sahasrebuddhe.
8 de junio de 2007
29 de mayo de 2007
©new york times
©traducción mQh
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