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quinientos pesos la noche


[Ernesto Arcos] Las penosas residenciales de 500 pesos la noche.
Peruanos en busca de trabajo ahorran durmiendo en colchonetas en el suelo.Dormir en el suelo, en una habitación llena de colchonetas en la que a duras penas hay espacio para caminar sin pisar a alguien es una escena propia de un refugio en caso de catástrofe o tal vez de una sobrepoblada cárcel y prácticamente nadie optaría por estar en esas condiciones.
Sin embargo es también la realidad habitual para cientos de peruanos que periódicamente llegan a Arica en busca de trabajo y que recurren a residenciales clandestinas, ubicadas en la Población Juan Noé o en la Población Rosa Esther, a ambos lados del Terminal Rodoviario Internacional.
Para ellos, ahorrar cada peso que puedan es esencial, porque cada uno, convertido luego en soles, se multiplica en Tacna y les permite darse los gustos que de otro modo estarían fuera de su alcance o llevar a sus hogares el sustento que se les hace esquivo trabajando en el Perú.
Por eso es que están dispuestos a aceptar esas condiciones de alojamiento, por precios que van desde los 500 pesos, con derecho a una colchoneta en el suelo y una frazada, a los 2 mil 500, por el lujo de un camarote con sábanas, y dormir sin chocar con el vecino cada vez que en el sueño el interesado se da la vuelta. Esta opción VIP es utilizada principalmente por comerciantes, que no vienen a buscar trabajo, sino a comprar ropa usada o alimentos básicos para llevarlos en la modalidad de tráfico hormiga al país vecino.

De la Abuela al Milico
No tienen marca ni identificación, pero los habitantes del sector las conocen y su fama se transmite de boca en boca.
Se ubican, por ejemplo, en los pasajes 13 y 15 de la Población Juan Noé y quienes saben las identifican con nombres tan pintorescos y llamativos como ‘El Camilo', ‘El Carlos' o ‘El Milico' y en el caso de la Rosa Esther, como ‘La Abuela', una de las de mayor tradición.
Poco llama la atención al pasar frente a ellas, ya que se ven como cualquier casa del sector, aunque carentes de jardines.
Lo que puede resultar llamativo es observarlas entre las 6 y las 8 de la mañana o entre las 18 y 20 horas, cuando se puede ver salir o entrar, según sea el caso, a una cantidad de personas, la mayoría de ellas de rostros morenos y lisos, muy superior a lo que cabría esperar en una casa habitación.
Pero es inoficioso preguntar si se trata de alojamientos. "Aquí no, por allá parece que reciben gente", contesta un señor de mediana edad en una de las casas sindicadas como una de estas residenciales, mientras en el antejardín un joven de piel quemada por el sol cierra con cinta de embalar varias cajas de cartón. Inesperadamente se abre la puerta de calle y en un rápido vistazo se aprecia en el living a varias mujeres de similares rasgos y con el pelo tomado o en trenzas.

Gente Tranquila
Para los vecinos es vox populi el negocio que allí se produce, pero dicen que no ha afectado la calidad de vida ni la tranquilidad del barrio.
Aunque reacios a dar su nombre o dejarse fotografiar, dicen que se trata de gente tranquila, que se encierra temprano y también sale muy de mañana, sin producir problemas o armar escándalos.
Una asesora del hogar de una casa cercana, también de nacionalidad peruana, afirmó que quienes allí se alojan son personas que están a la espera de encontrar un trabajo en los valles o la construcción y también asesoras del hogar que trabajan ‘cama afuera'. "Ocupan piezas separadas hombres de mujeres, pero los baños son comunes", explicó.
Distinta es la situación, dicen, de quienes llegan a cargar ropa usada en los conocidos ‘autos ekekos', esos que llenan en todo rincón posible, dejando apenas espacio para el conductor e incluso en grandes bultos sobre el techo y sobresaliendo de las maletas repletas a reventar.
Ellos sí discuten, pelean, ensucian la calle y dejan la ropa que no les sirve botada en los pasajes, dicen los habitantes del sector.

Fiscalización
Una visión un poco distinta tiene los propietarios de las residenciales establecidas, que también las hay.
Julio López, de la residencial Don Julio, se queja de que a ellos tienen que pagar patente y los fiscalizan permanentemente los inspectores municipales, el Servicio de Salud e Impuestos Internos, que les cursan multas al menor detalle. "No entiendo cómo entonces, si hay tanta fiscalización puede haber tantos clandestinos", reclamó.
Según él, aunque su público sea distinto, los alojamientos informales los obligan a ellos a mantener también precios bajos, desde los 4 mil pesos por persona la noche.

1 de julio de 2007
©estrella de arica
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