Blogia
mQh

secuestro con final feliz


[Tina Susman y Raheem Salman] Un hombre de Bagdad describe su desaventura, proporcionando una rara mirada en los métodos usados por secuestradores y víctimas.
Bagdad, Iraq. Algo le dijo que estaba solo. Kudum Hussein Ali no podía estar seguro, porque tenía los ojos vendados. Sólo sabía que en la polvorienta casa no se oía nada y que los hombres armados que habían estado custodiándolo debían haberse marchado o haber caído en un profundo y silencioso sueño.
Era tiempo de intentarlo.
Ali alzó sus manos fuertemente amarradas hasta su cara y empujó la oscura tela de sus ojos. El cuarto estaba vacío. Sin hacer un ruido, se arrastró hacia el pasillo, bajó las escaleras y avanzó hasta la puerta de entrada, con la esperanza de deslizarse en la oscuridad sin despertar a sus raptores.
Los secuestros son cosa de todos los días en Bagdad. Un coche bloquea la calle. Emergen hombres armados y ordenan a sus víctimas meterse en el maletero. Las víctimas pueden resistirse un momento, pero es inútil. Después de todo, los hombres tienen armas, y trabajan usualmente en grupos.
La historia de Ali, un musulmán chií que sobrevivió un secuestro, entrega una rara mirada de las tácticas usadas por los secuestradores y sus víctimas cuando tratan de ser más listos que los otros.
Los secuestros se han hecho tan comunes que en mayo la Compañía Nacional de Seguros empezó a ofrecer una póliza antiterrorista en seguros de vida, pagando en caso de muerte o lesiones que resulten de secuestros.
"Había un eslabón perdido. En lo esencial, nosotros somos ese eslabón perdido", dijo Sadik F. Khafaji, presidente de la compañía.
La epidemia de secuestros es un reflejo de la incapacidad de decenas de miles de soldados norteamericanos e iraquíes de controlar las calles de Bagdad, y mucho menos de impedir los atentados con bomba y otros atentados terroristas.
De acuerdo al ministerio del Interior, que supervisa las fuerzas policiales iraquíes, se reportaron al 1 de julio de este año al menos 188 secuestros en Bagdad y expertos policiales iraquíes dicen que el número real es probablemente mucho más alto, porque muchos iraquíes no denuncian los secuestros por desconfianza de las fuerzas de seguridad y por temor a que los secuestradores maten a sus víctimas si acuden a la policía o soldados en busca de ayuda.
Algunos secuestros son para pedir rescate. Otros son ejecutados por musulmanes fanáticos que se oponen a lo que consideran los estilos de vida sacrílegos de profesores, periodistas, mujeres profesionales y otros miembros de las clases cultas de Iraq.
El mes pasado, la compañía de Khafaji anunció un descuento especial en la cobertura para profesores universitarios, que son clientes de alto riesgo. El objetivo es persuadirles a seguir en el país y no contribuir a la ‘fuga de cerebros'.
"Los consideramos un recurso nacional, y queremos que se queden", dijo Khafaji.
Muchos secuestros, como el de Ali, son motivados por el odio sectario entre sunníes y chiíes. Eso hace que la violencia en Iraq sea diferente que en la mayoría de otros países convulsionados por una guerra civil.
"No es lo mismo que decir que en otros lugares no han habido carnicerías sectarias", dijo el experto en terrorismo de la Rand Corporation, Michael Jenkins. "Pero no eran secuestros individuales del tipo que estamos viendo en Iraq".
Los que son secuestrados por rescate tienen la posibilidad de sobrevivir si las familias pagan. Los secuestradores saben que si matan a demasiados secuestrados después de pagados los rescate, la gente dejará de entregarles el dinero. Y eso los dejaría sin negocio.
Los secuestros sectarios son diferentes. Los perpetradores son impulsados por el deseo de castigar a la gente en función de sus credos religiosos. Y pocos sobreviven.
"La víctima no es realmente un rehén que será usado como un elemento de una negociación", dice Jenkins. "La víctima es solamente víctima".
Ali parece un improbable candidato de secuestro. No es rico. No es un activista ni político ni religioso y ha vivido tranquilamente en el mismo barrio durante muchos años. Tiene 54 años, es casado, tiene tres hijos y dos hijas y trabaja como chofer para un ministerio del gobierno. Pero la esposa de Ali es sunní, y su casa está en un barrio predominantemente sunní de Bagdad llamado Sadiya.
El 11 de junio, Ali salió de su casa a eso de las siete de la tarde para hacer unas compras. A unos minutos de su casa, un coche bloqueó su vehículo. Descendieron cinco hombres.
Todos parecían decentes, excepto por los rifles de asalto en sus manos.
"No llevaba máscaras. Estaban afeitados. Llevaban pantalones y camisetas", dijo Ali. "Se veían limpios y guapos".
Ali pensó que le querían robar el vehículo o robarle a él.
Pero le ordenaron subir a su coche. Querían hacerle algunas preguntas, dijeron.
Entonces se dio cuenta Ali: "Me estaban secuestrando".
Empezó a discutir en voz alta con la esperanza de llamar la atención, pero nadie parecía oír la conmoción. Incluso si oían, es improbable que hubiesen intervenido, considerando los riesgos a los que se exponen.
"Les dije: ‘Maténme aquí, no iré con ustedes'", dijo Ali. Les ofreció su coche, o cualquier cosa que llevara de valor.
Ellos dijeron no y siguieron repitiendo: "Queremos hacerle algunas preguntas".
Un hombre abrió el maletero del coche. Otros empezaron a golpear a Ali con sus rifles. Aparentemente impresionados por su testarudez, lo amarraron en el asiento trasero en lugar de meterlo al maletero. Ali claramente no era el tipo de víctima que se tiende tranquilamente en el maletero, y si empezaba a dar golpes, podría llamar la atención.
Entonces le vendaron los ojos y amarraron las muñecas.
Ali supuso que sus secuestradores debían ser sunníes, porque los insurgentes habían estado tratando de limpiar su barrio de chiíes. Su supervivencia dependía de si les convencía de que él también era sunní.
Cuando el coche paró, Ali fue llevado a una casa y empezó el interrogatorio.
"Me preguntaron: ¿eres chií o sunní? Les dije inmediatamente que era sunní", dijo Ali, que no llevaba el carné de identidad que indica el nombre tribal de la persona, delatando con ello su identidad religiosa.
Le preguntaron sobre su tribu. Les dijo que era Hamdani, la tribu de su mujer sunní. Le preguntaron de dónde venía. Ali les dijo que era de Yousifiya, un pueblo agrícola en una zona fuertemente sunní justo al sur de Bagdad. Lo acribillaron con preguntas sobre jeques tribales y otros detalles destinados a hacerle caer en un descuido.
Se sintió aliviado de haber olvidado su celular en casa. Los nombres guardados en su agenda habrían revelado su identidad.
Pero los secuestradores estaban lejos de estar convencidos. Uno puso un cuchillo en su cuello y lo retiró, haciéndole un pequeño corte. Otro acercó un afilador de cuchillos a sus orejas para afilar un cuchillo.
"Uno de ellos dijo: ‘Vamos a salir y preguntaremos sobre ti. Si descubrimos que eres chií, te mataremos. Te mataremos de la manera más dolorosa posible'", contó Ali.
El interrogatorio duró dos horas. Ali se aferró a su historia.
Repentinamente fue empujado fuera de la casa y llevado con otros dos secuestrados a otra. Cada uno fue dejado arriba en cuartos diferentes.
Solo, Ali empujó la venda justo lo suficiente como para mirar en su entorno. El cuarto estaba sucio y apenas amoblado. Supuso que pertenecía a alguna familia chií expulsada del área. Podía oír a gente llamándose. Asumió que eran los otros secuestrados.
"No tenía ninguna esperanza", dijo Ali, que sabía que si sus raptores salían a la calle y preguntaban sobre él, trazarían su identidad. "Me dije a mí mismo, me van a matar, sin ninguna duda. Así que pensé que mi única opción era escapar".
Volvió a colocarse la venda sobre los ojos y empezó a cavilar sobre su escape.
Entonces esperó.
"Muy tarde, justo antes del amanecer, sentí que estaban todos dormidos", dijo. "No se oía nada".
Lentamente retorció sus manos y usó sus dedos para soltar las amarras. Luego se quitó la venda y gateó hacia los otros cuartos para ayudar a los otros secuestrados.
"Nos van a matar. Esta es nuestra última posibilidad de supervivencia", les dijo mientras los desataba ansiosamente.
Juntos, los tres hombres descendieron silenciosamente por la escalera. Para su sorpresa, vieron que la llave de la puerta de entrada estaba en la cerradura. La abrieron, cuidando de no hacer ruidos. Fuera, se encaramaron sobre la muralla del jardín para evitar el ruido del portón de metal que daba a la calle.
Entonces, cuando empezaba a aclarar, se echaron a correr.
"Fue como un sueño. Apenas podía creer lo que había hecho", dijo Ali.
Tras unos minutos, toparon con una brigada de bomberos de barrio, y fueron invitados a entrar.
Llegaron los soldados y se llevaron a los tres hombres a sus cuarteles. En la confusión y euforia, ninguno de ellos había apuntando la dirección de la casa donde habían estado retenidos. No había modo de identificar a sus secuestradores. De los otros secuestrados, Ali dijo que uno era sunní y el otro chií, pero eso es todo lo que sabe.
A eso de las nueve y media de la mañana, más de 24 horas después de su secuestro, Ali volvió a la casa donde había vivido once años, en paz, junto a sus vecinos sunníes.
Su familia creía que había sido asesinado y estaban preparando sus funerales.
Durante meses, Ali había desechado las advertencias de sus familiares de que debía mudarse. En su cuadra el sectarismo no había sido nunca un problema, y además, no podía pagar el alquiler en otro lugar.
"No tenía miedo hasta que pasó esto", dijo.
Al día siguiente de volver a casa, Ali y su familia se mudaron con familiares en un barrio chií.
La primera mañana en la nueva casa despertó asustado.
"Pensé que estaba todavía en la casa de los secuestradores, hasta que oí a mis hijos en la casa de mi pariente", dijo. "Agradecí a Dios por mi seguridad".

tina.susman@latimes.com

Mohammed Rasheed, Saif Hameed, y Said Rifai contribuyeron a este reportaje.

28 de julio de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
rss


0 comentarios