la lucha contra los modernistas
[Peter Steinfels] Catolicismo a base de decretos.
El sábado hace cien años el Papa Pío Nono emitió la encíclica papal Pascendi Dominici Gregis que tendría un enorme impacto en la Iglesia Católica Romana y consecuentemente en su papel en la sangrienta historia de la primera mitad del siglo veinte.
Hoy, muchos católicos, para no mencionar otros credos, podrían identificar o describir la encíclica Pascendi. Sin embargo, en comparación con las encíclicas ampliamente conocidas que tratan de problemas sociales y morales, ha tenido un impacto mucho más profundo sobre sus vidas religiosas.
Pascendi fue una amplia y vehemente condena de un flojo movimiento de académicos bíblicos, filósofos y teólogos católicos que fueron llamados ‘modernistas'.
Esos pensadores creían que la iglesia no podía ignorar los nuevos hallazgos históricos sobre la Biblia y los orígenes del cristianismo. Los modernistas consideraban la intuición, la experiencia humana y los anhelos íntimos como el fundamento de la creencia religiosa, antes que las pruebas argumentales que el neo-escolasticismo, la escuela dominante en el pensamiento católico-romano, ofrecía para demostrar la existencia de Dios y la autoridad de las Sagradas Escrituras y la iglesia. Los modernistas enfatizaron las limitaciones de todas las formulaciones dogmáticas.
Pero más allá de esas tendencias generales, los modernistas no estaban de acuerdo en los detalles. Habían sido influidos por la filosofía laica y la teología protestante liberal. Pero también estaban tratando de crear una alternativa distintivamente católico-romana al racionalismo laico o al protestantismo liberal.
Roma no lo veía de esa manera. En opinión de todos los Papas desde la Revolución Francesa, la iglesia estaba sitiada, intelectualmente por el racionalismo y el materialismo, y políticamente por el liberalismo y el anticlericalismo. Por eso todo llamado al cambio o crítica del marco neo-escolástico existente representaba una amenaza letal para la fe.
Así que Pascendi no solamente repitió advertencias papales anteriores sobre errores modernistas específicos; retrataba a los modernistas como una quinta columna de la iglesia, una conspiración traicionera de individuos del mismo parecer con un programa coherente y una agenda secreta para destruir al catolicismo.
La encíclica no dudó en atribuir motivos e intenciones ocultas a los intelectuales que atacó. Los movía la curiosidad, el orgullo y la obstinación. Eran "los más perniciosos adversarios de la Iglesia" porque trabajaban desde dentro, empleando "mil ponzoñosas artimañas" para difundir "astutamente" sus "perniciosas doctrinas". Las teorías modernistas parecen estar "dispersas y desconectadas"; de hecho, constituían "un cuerpo perfectamente organizado" que era nada menos que la "síntesis de las herejías existentes".
Pascendi planteó objeciones legítimas a algunas ideas modernistas, pero la encíclica no admitía en ningún lugar que las proposiciones modernistas pudieran ser respuestas a preguntas genuinas.
Después de todo, el contenido de Pascendi contaba menos que la purga de los pensadores católicos que lo echaron a andar. Pedía un control cuidadoso de los seminaristas y su firme adoctrinamiento en el neo-escolasticismo, la censura de las publicaciones católicas y la restricción de las reuniones donde los sacerdotes podrían charlar sobre teología.
Cada diócesis debía instalar un ‘Consejo de Vigilancia' que actuaría secretamente para detectar "todo indicio y signo de modernismo" y "cortarlo de raíz".
En 1910, el Papa Pío Nono exigió además que los actuales y futuros párrocos católicos hicieran un largo juramento contra el modernismo, ratificando en detalle las condenas de Pascendi.
Pronto una red secreta de informantes internacionales empezó a operar desde el Vaticano, denunciando en secreto todo tipo de pensadores católicos con inclinaciones modernistas.
En 1915, el recién elegido Papa Benedicto XV puso fin a lo peor de esta caza de brujas, que se había extendido a asuntos políticos y teológicos.
Pero se había creado una atmósfera que no se disiparía hasta el Concilio Vaticano Segundo de la iglesia en los años sesenta y que repercute todavía hoy en muchos debates dentro del catolicismo. (Se exigió prestar el Juramento Antimodernista hasta 1967).
Muchos gigantes de la teología católico-romana de la primera mitad del siglo veinte despertaron sospechas de influencias modernistas, incluyendo a Angelo Roncalli, el futuro Papa Juan 23 y Romano Guardini, un héroe del presente pontífice. Los católicos que mostraran algún indicio de pensamiento independiente o innovador, especialmente si implicaba algo valioso en la filosofía y cultura modernas, corría el riesgo de ver interrumpidas sus perspectivas de liderazgo en la iglesia.
Importantes documentos aprobados solemnemente por el Concilio Vaticano Segundo -sobre la naturaleza de la iglesia, las Sagradas Escrituras y el culto- no cuadraban con aspectos de Pascendi, ni muchas declaraciones del Papa Juan Pablo II, o el libro más reciente, sobre Jesús, del Papa Benedicto XVI.
Pero Pascendi, sin embargo, cuenta con defensores. Algunos dicen que, cualquiera sean sus errores, fue una decisión correcta en su época. Para estos defensores, la encíclica y purga subsiguiente impidió que el catolicismo perdiera su vigor interno e influencia externa que creen que fue el destino del protestantismo. También creen que la represión fue justificada cuando algunos modernistas reaccionaron volviéndose contra la iglesia, y una figura importante del movimiento admitió que había tenido siempre fundamentales dudas sobre la fe.
Otros defensores van más allá. Convencidos de que hoy la iglesia no está menos amenazada por herejes desde dentro y enemigos externos, les gustaría ver resucitar el Pascendi e implementar un estricto régimen de juramentos, censura y denuncias. Por otro lado, hay muchos, católico-romanos o no, que piensan que gran parte de la confusión en el catolicismo contemporáneo ha surgido del hielo con que envolvió la campaña antimodernista durante décadas la vida intelectual de la iglesia, y la consecuente prisa para plantear interrogantes que fueron dejadas de lado durante demasiado tiempo.
En una perspectiva histórica más amplia, alegarían que el antimodernismo de Pascendi fue un renacimiento contemporáneo de la guerra contra el liberalismo que el Papado y gran parte de la iglesia han estado librando durante todo el siglo diecinueve, y, trágicamente, la purga que inició la encíclica mutiló los elementos mismos del catolicismo europeo que pudieran haber resistido contra la simpatía de la iglesia por los regímenes autoritarios después de la Primera Guerra Mundial, cuando los gobiernos parlamentarios liberales estaban siendo asediados por un creciente totalitarismo.
A corto plazo, en otras palabras, la encíclica Pascendi fue un éxito: detuvo toda idea nueva matándola en la cuma. A largo plazo, sin embargo fracasó terriblemente, y a un coste muy alto.
Hoy, muchos católicos, para no mencionar otros credos, podrían identificar o describir la encíclica Pascendi. Sin embargo, en comparación con las encíclicas ampliamente conocidas que tratan de problemas sociales y morales, ha tenido un impacto mucho más profundo sobre sus vidas religiosas.
Pascendi fue una amplia y vehemente condena de un flojo movimiento de académicos bíblicos, filósofos y teólogos católicos que fueron llamados ‘modernistas'.
Esos pensadores creían que la iglesia no podía ignorar los nuevos hallazgos históricos sobre la Biblia y los orígenes del cristianismo. Los modernistas consideraban la intuición, la experiencia humana y los anhelos íntimos como el fundamento de la creencia religiosa, antes que las pruebas argumentales que el neo-escolasticismo, la escuela dominante en el pensamiento católico-romano, ofrecía para demostrar la existencia de Dios y la autoridad de las Sagradas Escrituras y la iglesia. Los modernistas enfatizaron las limitaciones de todas las formulaciones dogmáticas.
Pero más allá de esas tendencias generales, los modernistas no estaban de acuerdo en los detalles. Habían sido influidos por la filosofía laica y la teología protestante liberal. Pero también estaban tratando de crear una alternativa distintivamente católico-romana al racionalismo laico o al protestantismo liberal.
Roma no lo veía de esa manera. En opinión de todos los Papas desde la Revolución Francesa, la iglesia estaba sitiada, intelectualmente por el racionalismo y el materialismo, y políticamente por el liberalismo y el anticlericalismo. Por eso todo llamado al cambio o crítica del marco neo-escolástico existente representaba una amenaza letal para la fe.
Así que Pascendi no solamente repitió advertencias papales anteriores sobre errores modernistas específicos; retrataba a los modernistas como una quinta columna de la iglesia, una conspiración traicionera de individuos del mismo parecer con un programa coherente y una agenda secreta para destruir al catolicismo.
La encíclica no dudó en atribuir motivos e intenciones ocultas a los intelectuales que atacó. Los movía la curiosidad, el orgullo y la obstinación. Eran "los más perniciosos adversarios de la Iglesia" porque trabajaban desde dentro, empleando "mil ponzoñosas artimañas" para difundir "astutamente" sus "perniciosas doctrinas". Las teorías modernistas parecen estar "dispersas y desconectadas"; de hecho, constituían "un cuerpo perfectamente organizado" que era nada menos que la "síntesis de las herejías existentes".
Pascendi planteó objeciones legítimas a algunas ideas modernistas, pero la encíclica no admitía en ningún lugar que las proposiciones modernistas pudieran ser respuestas a preguntas genuinas.
Después de todo, el contenido de Pascendi contaba menos que la purga de los pensadores católicos que lo echaron a andar. Pedía un control cuidadoso de los seminaristas y su firme adoctrinamiento en el neo-escolasticismo, la censura de las publicaciones católicas y la restricción de las reuniones donde los sacerdotes podrían charlar sobre teología.
Cada diócesis debía instalar un ‘Consejo de Vigilancia' que actuaría secretamente para detectar "todo indicio y signo de modernismo" y "cortarlo de raíz".
En 1910, el Papa Pío Nono exigió además que los actuales y futuros párrocos católicos hicieran un largo juramento contra el modernismo, ratificando en detalle las condenas de Pascendi.
Pronto una red secreta de informantes internacionales empezó a operar desde el Vaticano, denunciando en secreto todo tipo de pensadores católicos con inclinaciones modernistas.
En 1915, el recién elegido Papa Benedicto XV puso fin a lo peor de esta caza de brujas, que se había extendido a asuntos políticos y teológicos.
Pero se había creado una atmósfera que no se disiparía hasta el Concilio Vaticano Segundo de la iglesia en los años sesenta y que repercute todavía hoy en muchos debates dentro del catolicismo. (Se exigió prestar el Juramento Antimodernista hasta 1967).
Muchos gigantes de la teología católico-romana de la primera mitad del siglo veinte despertaron sospechas de influencias modernistas, incluyendo a Angelo Roncalli, el futuro Papa Juan 23 y Romano Guardini, un héroe del presente pontífice. Los católicos que mostraran algún indicio de pensamiento independiente o innovador, especialmente si implicaba algo valioso en la filosofía y cultura modernas, corría el riesgo de ver interrumpidas sus perspectivas de liderazgo en la iglesia.
Importantes documentos aprobados solemnemente por el Concilio Vaticano Segundo -sobre la naturaleza de la iglesia, las Sagradas Escrituras y el culto- no cuadraban con aspectos de Pascendi, ni muchas declaraciones del Papa Juan Pablo II, o el libro más reciente, sobre Jesús, del Papa Benedicto XVI.
Pero Pascendi, sin embargo, cuenta con defensores. Algunos dicen que, cualquiera sean sus errores, fue una decisión correcta en su época. Para estos defensores, la encíclica y purga subsiguiente impidió que el catolicismo perdiera su vigor interno e influencia externa que creen que fue el destino del protestantismo. También creen que la represión fue justificada cuando algunos modernistas reaccionaron volviéndose contra la iglesia, y una figura importante del movimiento admitió que había tenido siempre fundamentales dudas sobre la fe.
Otros defensores van más allá. Convencidos de que hoy la iglesia no está menos amenazada por herejes desde dentro y enemigos externos, les gustaría ver resucitar el Pascendi e implementar un estricto régimen de juramentos, censura y denuncias. Por otro lado, hay muchos, católico-romanos o no, que piensan que gran parte de la confusión en el catolicismo contemporáneo ha surgido del hielo con que envolvió la campaña antimodernista durante décadas la vida intelectual de la iglesia, y la consecuente prisa para plantear interrogantes que fueron dejadas de lado durante demasiado tiempo.
En una perspectiva histórica más amplia, alegarían que el antimodernismo de Pascendi fue un renacimiento contemporáneo de la guerra contra el liberalismo que el Papado y gran parte de la iglesia han estado librando durante todo el siglo diecinueve, y, trágicamente, la purga que inició la encíclica mutiló los elementos mismos del catolicismo europeo que pudieran haber resistido contra la simpatía de la iglesia por los regímenes autoritarios después de la Primera Guerra Mundial, cuando los gobiernos parlamentarios liberales estaban siendo asediados por un creciente totalitarismo.
A corto plazo, en otras palabras, la encíclica Pascendi fue un éxito: detuvo toda idea nueva matándola en la cuma. A largo plazo, sin embargo fracasó terriblemente, y a un coste muy alto.
1 de septiembre de 2007
©new york times
©traducción mQh
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