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el poder de los loros


[George Johnson] Alex quería una galleta. ¿Realmente?
En ‘Oryx and Crake', la novela de Margaret Atwood sobre los últimos días de la humanidad en la Tierra, un niño llamado Jimmy se obsesiona con Alex, el loro gris africano con extraordinarias habilidades cognitivas y lingüísticas. Escondiéndose en la biblioteca, Jimmy mira los documentales históricos en los que el pájaro distingue hábilmente entre triángulos azules y cuadrados amarillos e inventa una nueva palabra para almendra: la nuez corcho.
Pero lo que Jimmy encuentra más entrañable es el mal humor de Alex. Tan aburrido con los experimentos como Jimmy con la escuela, el loro graznaría abruptamente: "Me voy", y luego se negaría a seguir colaborando.
Excepto la parte de Jimmy y el inminente apocalipsis (sin embargo, con los dedos cruzados, todavía faltan algunas décadas), todo lo demás es verdad. Hasta que es encontrado muerto en su jaula en el laboratorio de psicología de la Universidad de Brandeis, Alex fue el tema de treinta años de experimentos que pusieron en cuestión las presuposiciones más básicas sobre la inteligencia animal.
Le sobrevive su entrenadora, Irene Pepperberg, una prominente psicóloga comparativa y la comunidad científica se ha dividido sobre si otras criaturas además de los humanos, son más que autómatas y pueden disfrutar de algún tipo de vida interior.
Los escépticos han desechado los logros de Pepperberg con Alex como una sutil forma de condicionamiento: sin más profundidad filosófica que enseñar a una paloma a picotear un punto en movimiento sobornándola con un grano. Pero los conductistas más radicales dijeron alguna vez lo mismo sobre la gente: que lo que tomamos por pensamiento, esperanzas, e incluso teorías, son simplemente estímulo y respuesta.
¿Estaba Alex repitiendo como loro para impresionar a Alan Alda en ‘Scientific American Frontiers (una de las producciones de la PBS que pudo haber visto el imaginario Jimmy)?
"¿Qué color es más chico?", preguntó Pepperberg al loro mostrándole dos llaves. "Verde", respondió Alex. Alex también parecía entender conceptos como ‘más grande', ‘diferente' y ‘mismo'. Presentado con una bandeja de recortables -los números de uno a seis-, podía decirte cuál era gris: "Cuatro".
Muchos lingüistas dicen que sólo los cerebros humanos tienen la capacidad de almacenar ideas dentro de ideas para formar la infinitamente recurrente arquitectura del pensamiento: Cuando terminas de desayunar, ¿buscarías en la caja en la parte de atrás de la mesa por el guante de goma amarillo con el dedo del corazón empujado hacia dentro?
Alex podía asociar algunos conceptos muy simples. Si se le mostraba un grupo de objetos, te podía decir de "¿qué color es de madera y cuatro esquinas?" o "¿qué forma es de papel y morado?" Pepperberg esperaba adiestrar a Alex para generar sus propias recursiones, informándola que la nuez estaba "en la taza azul que está en la bandeja" o "en la caja amarilla encima de la silla".
"Me gustaría haber llegado más lejos", escribió Pepperberg en un mensaje por correo electrónico. "Estábamos empezando a enseñarle a designar cosas como ‘dentro' y ‘encima'.
La más profunda recursión es la conciencia: saber que sabes y que sabes que sabes. En su reciente libro ‘I Am a Strange Loop', Douglas Hofstadter propuso que se usaran las representaciones mentales de la criatura para medir su alma.
La unidad que Hofstadter proponía caprichosamente es el huneker, llamado así en homenaje a James Huneker, un crítico de música que escribió que el Étude número 11 en A menor (Op. 25) de Chopin era tan majestuoso que "los hombres de alma pequeña, sin que importe la agilidad de sus dedos, no deberían intentarlo".
Si la presencia de alma de una persona normal pesa 100 hunekers, y la de una hámster, Alex planeaba por encima de la mitad. Pero había momentos en que parecía haber llegado a la cima.
En una conversación en edge.org, Pepperberg contó sobre un intento de enseñar al loro los fonemas utilizando símbolos de colores marcados con combinaciones de letras como sh y ch.
"¿Qué sonido es verde?"
"Sssshh", respondió Alex correctamente, y luego pidió una nuez. En lugar de eso, le hicieron otra pregunta.
"¿Qué sonido es naranja?"
"Ch".
"¡Bien hecho, pájaro!"
"¡Quiero una nuez!", exigió Alex. La entrevista había terminado. "¡Quiero una nuez!", repitió. "Nuu....eezz".
Pepperberg estaba atónita. "No solamente te lo podías imaginar pensando: ‘Hey estúpida, ¿tengo que deletreartelo?'", dijo. "En cierto sentido, esa era su manera de decirnos: ‘¡Sé de qué se trata! ¡Terminemos pronto!'"
Se apresura a conceder la imposibilidad de probar que el pájaro estaba efectivamente verbalizando sus reflexiones interiores. Sólo lo sabe Alex.
Junto al infinito, el cero es uno de los conceptos más difíciles de comprender. Hacia el final de su vida Alex estuvo bastante cerca.
En un juego de cubiletes, un experimentador colocaría una nuez debajo de uno de los tres cubiletes y luego los desordenaría. Alex elegiría el cubo debajo del cual se encuentra el premio. Si no lo encontraba ahí, se volvía loco: un pequeño paso, quizás, hacia la comprensión de la nada.
Un salto más grande lo dio en un experimento sobre números, en el que al loro se le mostraron grupos de dos, tres y seis objetos. Los objetos dentro de cada conjunto tenían exactamente los mismos colores, y se le preguntó a Alex: "¿De qué color es el tres?"
"Cinco", dijo perversamente (estaba de mal humor ese día), repitiendo la respuesta hasta que el experimentador finalmente preguntó: "Está bien, Alex, dime: ‘¿De qué color es el cinco?'"
"Ninguno", dijo el loro.
Bingo. En la bandeja no había un grupo de cinco. Fue otro de esos álgidos momentos huneker. Alex había aprendido la palabra ‘ninguno' años antes en un contexto diferente. Ahora parecía que la estaba usando de manera más abstracta.
Pepperberg informó sobre el resultando con adecuados subentendidos: "Que el cero haya sido representado de algún modo por el loro, con un cerebro del tamaño de una nuez cuya historia evolucionaria ancestral con humanos probablemente data de la época de los dinosaurios, es asombroso".
En un conocido ensayo, ‘What Is it Like to Be a Bat?', el filósofo Thomas Nagel especuló sobre el carácter elusivo de la subjetividad. ¿Qué se sentirá siendo Alex durante la última noche en su jaula? Nunca sabremos si tenía una mente, haciéndose camino trabajosamente desde la ausencia de las nueces corcho hasta la ausencia de Alex, entendiendo la nada de la muerte.

2 de octubre de 2007
©new york times
©traducción mQh
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