héroe contra la pasta dental tóxica
[Walt Bogdanich] El ciudadano que descubrió que la pasta dental estaba contaminada.
Ciudad de Panamá. Eduardo Arias difícilmente se ajusta a la descripción de alguien capaz de humillar a una de las potencias económicas más grandes del mundo.
De origen kuna y 51 años, Arias creció en una reserva india remando en canoas cerca de su casa en una de las islas de San Blas, frente a la costa caribe de Panamá, la capital del país, también conocida como Ciudad de Panamá.
Pero un sábado en la mañana un día de mayo, Eduardo Arias hizo algo que tendría repercusiones en los seis continentes. Leyó la etiqueta de un tubo de pasta dental de 59 centavos. En ella había dos palabras que los inspectores del gobierno y autoridades sanitarias habían pasado por alto en decenas de países: glicol dietileno, el venenoso y dulce ingrediente utilizado en anticongelantes que se había agregado aquí al jarabe para la tos, matando o incapacitando el año pasado a 138 panameños.
Arias informó sobre su descubrimiento, desencadenando una cacería en todo el planeta de tubos de pasta dental que habían sido producidos en China. Ahora se han decretado alertas sanitarias en 34 países, desde Vietnam a Kenia, de Tonga en el Pacífico a Turks y Caicos en el Caribe. Canadá encontró 24 marcas contaminadas y Nueva Zelanda, dieciséis. Japón tenía veinte millones de tubos. Funcionarios en Estados Unidos daban la pasta dental, sin querer, a los presos, a enfermos mentales y a jóvenes con problemas. En los hospitales la usaban los pacientes, y los hoteles elegantes, los clientes ricos.
En todo el planeta estuvo la gente metiéndose el ingrediente de un anticongelante en sus bocas, y no se supo hasta que Panamá dio la voz de alarma.
La crisis de la pasta dental ayudó a galvanizar las preocupaciones a nivel global sobre la calidad de las exportaciones chinas en general, provocando que el gobierno chino prometiera reformar el modo en que regula sus alimentos, fármacos y productos de consumo. Y otros países están reexaminando el control de los productos importados.
Perdida en este torbellino de actividades estaba la identidad de la persona que lo empezó todo, Arias. Hasta que el New York Times lo trazó con la ayuda del despacho del alcalde de Ciudad de Panamá, su nombre era desconocido, incluso para algunos de los que trabajaban en el caso. "No hemos podido identificarlo", dijo Julio César Laffaurie, el procurador panameño encargado del caso de la pasta dental contaminada.
Reconsiderando los sucesos del año pasado, el doctor Jorge Motta, director del Gorgas Memorial Institute, un importante centro de investigación en Ciudad de Panamá, dijo que estaba agradecido de que algo bueno hubiese resultado del trauma nacional provocada por el tóxico jarabe para la tos.
"El cuestionamiento de las mercaderías chinas empezó en Panamá con nuestras muertes", dijo, agregando un nuevo giro a un viejo dicho chino: "Una pequeña mariposa mueve sus alas en Panamá y crea una tormenta en China".
Arias, que vive solo y no tiene coche, fue a comprar CDés vírgenes en 5 de Mayo, en Vendela, una tienda de veinte duros de la que había oído que los precios eran tan bajos que los vendedores ambulantes hacían sus compras ahí. Al entrar a la tienda, una estantería de pasta dental le llamó la atención.
"Sin tocar el tubo, las letras eran suficientemente grandes como para leerlas: glicol dietileno", dijo Arias.
Hace un año, esas palabras no habrían significado nada para él. "Nadie había oído nunca nada sobre este ingrediente", dijo Arias. Pero un persistente toque de tambor con la noticia sobre un jarabe para la tos venenoso se habían grabado en su mente.
"Para mí era inconcebible que una conocida substancia tóxica que había matado a tanta gente pudiera ser vendida abiertamente y que la gente siguiera con sus vidas con tanta tranquilidad, y comprando la pasta", dijo Arias, que tiene un trabajo de nivel medio en la administración revisando informes medioambientales.
Arias pensó en informar al dependiente, pero se imaginó que con eso no sacaría nada. En lugar de eso, compró un tubo con la intención de entregarlo a las autoridades sanitarias. No fue fácil.
Debido a que las oficinas del gobierno cierran los fines de semana, dijo, usó un día de vacaciones un lunes para dirigirse con el tubo a la oficina más cercana del ministerio de Salud. Pero esa oficina se negó a aceptarlo, enviándolo a un segundo centro de salud.
Arias llegó allá, pero se encontró con una oficina atiborrada de público. "Está siempre lleno de gente que viene a la consulta", dijo. El dependiente lo envió a otra sección del edificio donde habló con otro funcionario.
"Le dije: ‘Mire, compré este tubo de pasta dental en el mall del pueblo'", le dijo al oficial. "‘ Y tiene glicol dietileno'".
El funcionario le dijo que tenía que llevar la pasta dental a un tercer centro sanitario, esta vez mucho más lejos. "Le dije: ‘Espera, espera un momento. ¿Tengo que ir hasta allá? ¿No puedes recibirlo para que yo haga la queja aquí?'"
Sólo entonces le dieron a Arias un formulario que debía rellenar. Salió de esa dependencia preguntándose si alguna vez pasaría algo con su denuncia.
Arias recibió una respuesta tres días después cuando el más alto personero de la salud del país, el doctor Camilo Alleyne, anunció que un comprador no identificado había descubierto glicol dietileno en Ciudad de Panamá.
La noticias encendió las alarmas. En 2006 el gobierno había agregado, por error, glicol dietileno a 260 frascos de jarabe para la tos, y Panamá estaba todavía luchando contra las secuelas. El día anterior al anuncio de Alleyne, un artículo de primera plana de un diario de aquí informó el hallazgo del Times de que el glicol dietileno que venía en el jarabe provenía de una compañía china no autorizada para vender ingredientes farmacéuticos, y que había sido vendido con una etiqueta falsa.
Con los años, los falsificadores han utilizado glicol dietileno como un substituto barato de su prima química más cara, la glicerina, un ingrediente habitual en medicina, alimentos y productos domésticos.
¿Podía la pasta dental sospechosa provenir igualmente de China?, se preguntaron los investigadores. ¿Y cómo entró al país sin ser detectada?
"Bajo ninguna circunstancia íbamos a dejar que ocurriera otro accidente como el que pasó el año pasado", dijo Eric Conte, un alto funcionario sanitario del ministerio panameño de Salud.
La etiqueta no mencionaba su origen. "El texto estaba en inglés, cómo lavarse los dientes, y había una lista de ingredientes", dijo Conte. El modelo sugería que venía de Alemania, pero las autoridades estaban escépticas.
"Teníamos sospechas sobre su país de origen", dijo Reynaldo Lee, director de la agencia de protección alimentaria nacional. Él sospechaba de China, y los archivos aduaneros demostraron que tenía razón.
La pasta dental había entrado a Panamá a través de la Zona de Libre Comercio de Colón en la costa atlántica del Canal de Panamá. Una de las zonas francas más grandes del mundo, con treinta mil trabajadores y dos mil quinientos negocios, es un lugar donde se descarga, almacena y venden o vuelven a embarcar libres de aranceles miles de millones de dólares. Desde allá, cinco mil a seis mil tubos de pasta entraron al mercado panameño, sin autorizaciones adecuadas, mezclados con productos animales, dijeron los investigadores. Una cantidad más grande de tubos fueron reenviados desde la zona franca a otros países latinoamericanos.
Pero no fue sino hasta que Estados Unidos revelara el 1 de junio que tubos de pasta dental contaminada habían penetrado sus fronteras que se intensificó la cacería, una tarea que se hizo cada vez más difícil cuando los investigadores descubrieron que algunos tubos de pasta contaminada no mencionaban en su etiqueta el ingrediente glicol dietileno.
Incluso dos marcas conocidas, Colgate y Sensodyne fueron arrastradas por barrida cuando se capturó a falsificadores vendiendo pasta dental con anticongelante utilizando sus nombres. Algunos tubos de Colgate falsos también contenían bacterias potencialmente dañinas, de acuerdo a una declaración de Health Canada, la agencia sanitaria nacional.
"Los consumidores deben sellar el tubo y colocarlo en una bolsa sellada", aconsejaron funcionarios canadienses. Los investigadores dijeron al Times que las dos marcas falsificadas provenían de China.
Mientras las quejas recrudecían, el gobierno chino defendió a los fabricantes establecidos que utilizan el glicol dietileno como un agente que pone espesa la pasta dental, diciendo que no había causado problemas entre los consumidores chinos.
Funcionarios fuera de China opinen de otro modo. "Deberían ofrecer excusas al mundo, y no decir que no es peligroso", dijo Dora Akunyili, que dirige la Agencia Nacional para el Control de Alimentos y Fármacos de Nigeria. "Eso es ridículo".
Como Panamá, Nigeria ha vivido su propio y letal encuentro con el glicol dietileno cuando en 1990 murieron decenas de niños tras ingerir una medicina que contenía el veneno.
En análisis de laboratorio, las autoridades canadienses encontraron concentraciones de glicol dietileno de casi el catorce por ciento en la pasta dental china -casi dos veces el nivel de veneno detectado en el mortífero jarabe contra la tos panameño.
"Aunque la pasta dental no debe ser tragada, los niños a menudo se la tragan", advirtió Health Canada. También continúan las acciones contra la pasta dental china. A fines de septiembre, Brunei y Australia anunciaron que prohibirían la pasta dental que contuviera niveles inaceptables de glicol dietileno.
A medida que aumentaban los informes de otras regiones del mundo, funcionarios chinos mostraron que no eran indiferentes a las críticas. Cuando los fabricantes de Sensodyne trazaron la pasta dental falsificada a la Zona Franca de Dubai y a una fábrica en la provincia de Shejiang, en China, los inspectores la clausuraron, dijo un portavoz de Sansodyne. El gobierno también cerró la compañía química que hizo el veneno utilizado en el tóxico jarabe para la tos panameño.
Y en julio, China ordenó a sus fabricantes que dejaran de usar glicol dietileno en la pasta dental.
La decisión tuvo una amplia cobertura periodística en todo el mundo. Pero el nombre de Eduardo Arias no se leía en ninguna parte. No parece que le importe demasiado.
"Al menos contribuí en algo", dijo.
De origen kuna y 51 años, Arias creció en una reserva india remando en canoas cerca de su casa en una de las islas de San Blas, frente a la costa caribe de Panamá, la capital del país, también conocida como Ciudad de Panamá.
Pero un sábado en la mañana un día de mayo, Eduardo Arias hizo algo que tendría repercusiones en los seis continentes. Leyó la etiqueta de un tubo de pasta dental de 59 centavos. En ella había dos palabras que los inspectores del gobierno y autoridades sanitarias habían pasado por alto en decenas de países: glicol dietileno, el venenoso y dulce ingrediente utilizado en anticongelantes que se había agregado aquí al jarabe para la tos, matando o incapacitando el año pasado a 138 panameños.
Arias informó sobre su descubrimiento, desencadenando una cacería en todo el planeta de tubos de pasta dental que habían sido producidos en China. Ahora se han decretado alertas sanitarias en 34 países, desde Vietnam a Kenia, de Tonga en el Pacífico a Turks y Caicos en el Caribe. Canadá encontró 24 marcas contaminadas y Nueva Zelanda, dieciséis. Japón tenía veinte millones de tubos. Funcionarios en Estados Unidos daban la pasta dental, sin querer, a los presos, a enfermos mentales y a jóvenes con problemas. En los hospitales la usaban los pacientes, y los hoteles elegantes, los clientes ricos.
En todo el planeta estuvo la gente metiéndose el ingrediente de un anticongelante en sus bocas, y no se supo hasta que Panamá dio la voz de alarma.
La crisis de la pasta dental ayudó a galvanizar las preocupaciones a nivel global sobre la calidad de las exportaciones chinas en general, provocando que el gobierno chino prometiera reformar el modo en que regula sus alimentos, fármacos y productos de consumo. Y otros países están reexaminando el control de los productos importados.
Perdida en este torbellino de actividades estaba la identidad de la persona que lo empezó todo, Arias. Hasta que el New York Times lo trazó con la ayuda del despacho del alcalde de Ciudad de Panamá, su nombre era desconocido, incluso para algunos de los que trabajaban en el caso. "No hemos podido identificarlo", dijo Julio César Laffaurie, el procurador panameño encargado del caso de la pasta dental contaminada.
Reconsiderando los sucesos del año pasado, el doctor Jorge Motta, director del Gorgas Memorial Institute, un importante centro de investigación en Ciudad de Panamá, dijo que estaba agradecido de que algo bueno hubiese resultado del trauma nacional provocada por el tóxico jarabe para la tos.
"El cuestionamiento de las mercaderías chinas empezó en Panamá con nuestras muertes", dijo, agregando un nuevo giro a un viejo dicho chino: "Una pequeña mariposa mueve sus alas en Panamá y crea una tormenta en China".
Arias, que vive solo y no tiene coche, fue a comprar CDés vírgenes en 5 de Mayo, en Vendela, una tienda de veinte duros de la que había oído que los precios eran tan bajos que los vendedores ambulantes hacían sus compras ahí. Al entrar a la tienda, una estantería de pasta dental le llamó la atención.
"Sin tocar el tubo, las letras eran suficientemente grandes como para leerlas: glicol dietileno", dijo Arias.
Hace un año, esas palabras no habrían significado nada para él. "Nadie había oído nunca nada sobre este ingrediente", dijo Arias. Pero un persistente toque de tambor con la noticia sobre un jarabe para la tos venenoso se habían grabado en su mente.
"Para mí era inconcebible que una conocida substancia tóxica que había matado a tanta gente pudiera ser vendida abiertamente y que la gente siguiera con sus vidas con tanta tranquilidad, y comprando la pasta", dijo Arias, que tiene un trabajo de nivel medio en la administración revisando informes medioambientales.
Arias pensó en informar al dependiente, pero se imaginó que con eso no sacaría nada. En lugar de eso, compró un tubo con la intención de entregarlo a las autoridades sanitarias. No fue fácil.
Debido a que las oficinas del gobierno cierran los fines de semana, dijo, usó un día de vacaciones un lunes para dirigirse con el tubo a la oficina más cercana del ministerio de Salud. Pero esa oficina se negó a aceptarlo, enviándolo a un segundo centro de salud.
Arias llegó allá, pero se encontró con una oficina atiborrada de público. "Está siempre lleno de gente que viene a la consulta", dijo. El dependiente lo envió a otra sección del edificio donde habló con otro funcionario.
"Le dije: ‘Mire, compré este tubo de pasta dental en el mall del pueblo'", le dijo al oficial. "‘ Y tiene glicol dietileno'".
El funcionario le dijo que tenía que llevar la pasta dental a un tercer centro sanitario, esta vez mucho más lejos. "Le dije: ‘Espera, espera un momento. ¿Tengo que ir hasta allá? ¿No puedes recibirlo para que yo haga la queja aquí?'"
Sólo entonces le dieron a Arias un formulario que debía rellenar. Salió de esa dependencia preguntándose si alguna vez pasaría algo con su denuncia.
Arias recibió una respuesta tres días después cuando el más alto personero de la salud del país, el doctor Camilo Alleyne, anunció que un comprador no identificado había descubierto glicol dietileno en Ciudad de Panamá.
La noticias encendió las alarmas. En 2006 el gobierno había agregado, por error, glicol dietileno a 260 frascos de jarabe para la tos, y Panamá estaba todavía luchando contra las secuelas. El día anterior al anuncio de Alleyne, un artículo de primera plana de un diario de aquí informó el hallazgo del Times de que el glicol dietileno que venía en el jarabe provenía de una compañía china no autorizada para vender ingredientes farmacéuticos, y que había sido vendido con una etiqueta falsa.
Con los años, los falsificadores han utilizado glicol dietileno como un substituto barato de su prima química más cara, la glicerina, un ingrediente habitual en medicina, alimentos y productos domésticos.
¿Podía la pasta dental sospechosa provenir igualmente de China?, se preguntaron los investigadores. ¿Y cómo entró al país sin ser detectada?
"Bajo ninguna circunstancia íbamos a dejar que ocurriera otro accidente como el que pasó el año pasado", dijo Eric Conte, un alto funcionario sanitario del ministerio panameño de Salud.
La etiqueta no mencionaba su origen. "El texto estaba en inglés, cómo lavarse los dientes, y había una lista de ingredientes", dijo Conte. El modelo sugería que venía de Alemania, pero las autoridades estaban escépticas.
"Teníamos sospechas sobre su país de origen", dijo Reynaldo Lee, director de la agencia de protección alimentaria nacional. Él sospechaba de China, y los archivos aduaneros demostraron que tenía razón.
La pasta dental había entrado a Panamá a través de la Zona de Libre Comercio de Colón en la costa atlántica del Canal de Panamá. Una de las zonas francas más grandes del mundo, con treinta mil trabajadores y dos mil quinientos negocios, es un lugar donde se descarga, almacena y venden o vuelven a embarcar libres de aranceles miles de millones de dólares. Desde allá, cinco mil a seis mil tubos de pasta entraron al mercado panameño, sin autorizaciones adecuadas, mezclados con productos animales, dijeron los investigadores. Una cantidad más grande de tubos fueron reenviados desde la zona franca a otros países latinoamericanos.
Pero no fue sino hasta que Estados Unidos revelara el 1 de junio que tubos de pasta dental contaminada habían penetrado sus fronteras que se intensificó la cacería, una tarea que se hizo cada vez más difícil cuando los investigadores descubrieron que algunos tubos de pasta contaminada no mencionaban en su etiqueta el ingrediente glicol dietileno.
Incluso dos marcas conocidas, Colgate y Sensodyne fueron arrastradas por barrida cuando se capturó a falsificadores vendiendo pasta dental con anticongelante utilizando sus nombres. Algunos tubos de Colgate falsos también contenían bacterias potencialmente dañinas, de acuerdo a una declaración de Health Canada, la agencia sanitaria nacional.
"Los consumidores deben sellar el tubo y colocarlo en una bolsa sellada", aconsejaron funcionarios canadienses. Los investigadores dijeron al Times que las dos marcas falsificadas provenían de China.
Mientras las quejas recrudecían, el gobierno chino defendió a los fabricantes establecidos que utilizan el glicol dietileno como un agente que pone espesa la pasta dental, diciendo que no había causado problemas entre los consumidores chinos.
Funcionarios fuera de China opinen de otro modo. "Deberían ofrecer excusas al mundo, y no decir que no es peligroso", dijo Dora Akunyili, que dirige la Agencia Nacional para el Control de Alimentos y Fármacos de Nigeria. "Eso es ridículo".
Como Panamá, Nigeria ha vivido su propio y letal encuentro con el glicol dietileno cuando en 1990 murieron decenas de niños tras ingerir una medicina que contenía el veneno.
En análisis de laboratorio, las autoridades canadienses encontraron concentraciones de glicol dietileno de casi el catorce por ciento en la pasta dental china -casi dos veces el nivel de veneno detectado en el mortífero jarabe contra la tos panameño.
"Aunque la pasta dental no debe ser tragada, los niños a menudo se la tragan", advirtió Health Canada. También continúan las acciones contra la pasta dental china. A fines de septiembre, Brunei y Australia anunciaron que prohibirían la pasta dental que contuviera niveles inaceptables de glicol dietileno.
A medida que aumentaban los informes de otras regiones del mundo, funcionarios chinos mostraron que no eran indiferentes a las críticas. Cuando los fabricantes de Sensodyne trazaron la pasta dental falsificada a la Zona Franca de Dubai y a una fábrica en la provincia de Shejiang, en China, los inspectores la clausuraron, dijo un portavoz de Sansodyne. El gobierno también cerró la compañía química que hizo el veneno utilizado en el tóxico jarabe para la tos panameño.
Y en julio, China ordenó a sus fabricantes que dejaran de usar glicol dietileno en la pasta dental.
La decisión tuvo una amplia cobertura periodística en todo el mundo. Pero el nombre de Eduardo Arias no se leía en ninguna parte. No parece que le importe demasiado.
"Al menos contribuí en algo", dijo.
R.M. Koster contribuyó al reportaje de este artículo desde Panamá.
3 de octubre de 2007
1 de octubre de 2007
©new york times
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