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malos sueños y pesadillas


[Natalie Angier] En el paisaje onírico de las pesadillas, algunas claves sobre por qué soñamos.
El paciente era un hombre de 37 años al que, de niño, su madre esquizofrénica había maltratado físicamente, a menudo cuando estaba en cama tratando de dormirse. Sin embargo, se había convertido en un adulto normal, provechosamente empleado, que pensaba que ya había pasado lo peor, hasta que una noche despertó y vio a un intruso registrando su tocador. Sus pesadillas empezaron después de eso -aterradores y recurrentes sueños en los que el intruso era una mujer de edad mediana y un cuchillo que colgaba con damoclesiano desdén del techo, del ventilador que giraba sobre su cabeza.
"Los viejos miedos no se habían ido", dijo el doctor Ross Levin, psicólogo e investigador del sueño en la Universidad Yeshiva, en Nueva York. Fueron "fácilmente reactivados por el trauma hace poco" y prontamente convertidos en la base de una pesadilla repetitiva. Levin pidió al paciente que reconstruyera el sueño y ensayara alternativas a las hojas giratorias y el miedo, hasta que finalmente las pesadillas amainaron y el hombre pudo recuperar el equilibrio.
Pocos de nosotros sufrimos de pesadillas tan agobiantes y persistentes como para requerir tratamiento. Sin embargo, todos sabemos lo mal que se lo pasa en una pesadilla, cómo te envuelve y te levanta repentinamente y te ahoga en el agua y hace que tus dientes se caigan en pedazos y te da leucemia y mira, tu hija de seis está cruzando la calle de un lado a otro entre el tráfico y, oh no, este tren va en la dirección equivocada y es pasada medianoche y ahí estás, un cobarde de tercero en Creston Avenue, en el Bronx, no, por favor, no el Bronx. Y gritas y te retuerces y quieres despertar.
Según todas las evidencias, los sueños estrafalariamente malos son una experiencia humana universal. A veces los sueños son lo suficientemente espeluznantes como para despertar a los dormilones, en cuyo caso se ajustan a la definición formal de pesadilla: malos sueños que te mantienen despierto. Otras veces son todavía peores. El durmiente piensa que la pesadilla terminó, sólo para entrar en Su Pesadilla Habitual, Capítulo 2. Cualquiera sean los detalles de la trama, dicen los investigadores, las pesadillas y los malos sueños ofrecen claves potencialmente reveladoras del misterio más grande de por qué soñamos, en primer lugar, cómo pueden nuestras vidas oníricas y lúcidas intersectarse e infectarse mutuamente, y, todavía más desconcertante, cómo lo hacemos para construir una realidad virtual en nuestro cráneo, un depósito de locomotoras multidimensional, nocturno y sensorialmente rico, poblado por personajes tan convincentes que quieres estrangularlos... antes de que ellos te estrangulen a ti.
Una importante razón de por qué los malos sueños ofrecen una mirada en la arquitectura de los sueños es que, como han mostrado un montón de estudios, la mayoría de nuestros sueños son malos. Sea que los sujetos de la investigación lleven diarios de sueños o duerman en laboratorios de investigación o sean periódicamente despertados cuando se les detecta un REM [rapid eye movement] -el contexto asociado con el sueño-, los resultados son los mismos: casi tres cuartos de las emociones descritas son malas.
Además, según Robert Stickgold, un investigador del sueño en la Escuela Médica de Harvard, somos soñadores ridículamente industriosos, y gastamos entre sesenta y setenta por ciento del estado de somnolencia soñando o en un estado similar al sueño llamado mentación del sueño, que ocurre cada noche durante tres horas en que se provocan estados de ansiedad o frustración a medida que llegamos tarde para los exámenes o caminamos descalzos sobre cristales rotos porque nuestros zapatos se han derretido.
Incluso los soñadores de pesadillas bona fide son más comunes de lo que pensamos. Preguntad a la gente que digan espontáneamente cuántas pesadillas tuvieron el año pasado, y dirán una o dos, dijo Mark Blagrove, investigador del sueño de la Universidad de Gales, en Swansea. Pedidles que lleven un diario de sus sueños, e informarán de pesadillas una o dos veces al mes.
Encuestas y estudios de diarios han mostrado que la frecuencia de las pesadillas varía por sexo y edad. Los niños pre-escolares son relativamente inmunes al fetiche del trol, pero no sus hermanos mayores. Casi el veinticinco por ciento de los niños de cinco a doce informan que despiertan por malos sueños al menos una vez a la semana.
La tasa de pesadillas sube durante la adolescencia, alcanza su clímax en la adultez joven y luego, como muchas cosas en la vida, empieza a decaer. Una persona de 55 y normal, tiene un tercio de pesadillas que una persona normal de veinticinco. En casi todas las edades, las niñas y las mujeres informan que tienen considerablemente más pesadillas que los niños y hombres, un hecho que algunos investigadores dicen que puede estar relacionado con las tasas de ansiedad y trastornos del estado de ánimo, que son comparativamente más altas.
El contenido de las pesadillas también cambia con el tiempo y entre culturas. Un joven de Estados Unidos del siglo 21 puede mostrarse indiferente ante el ocasional sueño lascivo, pero para San Agustín, el filósofo cristiano del siglo cuarto, "los sueños sexuales eran pesadillas", dijo Kelly Bulkeley, investigadora de sueños e investigadora visitante de la Graduate Theological Union en Berkeley, California. "Los considera amenazas para su fe".
Las particularidades culturales también pueden pellizcan temas universales. El doctor Bulkeley y sus colegas descubrieron que las pesadillas sobre caer por el aire son comunes entre las mujeres de países árabes, quizás por razones metafóricas. "Hay tanta presión en esos países para que las mujeres se conserven castas, y los peligros de convertirse en una ‘mujer caída' son tan intensos", dijo, "que la esencia natural de los sueños con caídas se hace más pronunciada".
Utilizando aparatos de imagen del cerebro que son ruidosos e incómodos y poco conducentes a una noche de buen sueño, los científicos han empezado sin embargo a identificar qué regiones del cerebro se mantienen activas durante el sueño y qué regiones permanecen inactivas. El sueño con REM, cuando los ojos giran detrás de los párpados cerrados, es correctamente célebre como la fase del sueño, de la que se gasta soñando al menos el noventa por ciento. Pero los sueños también ocurren en partes del sueño sin REM.
Cuando uno se desliza en el sueño REM, dijo Levin, "cambia todo el cerebro. El sistema límbico se vuelve increíblemente activo, mucho más que cuando estás despierto, que es porqué en el sueño estás emocionalmente al límite".
Brillando con fervor particularmente patriótico en el sistema límbico se encuentran las amígdalas y la corteza cincular anterior, constituyendo lo que Steven H. Woodward, psicólogo del hospital V.A. de Menlo Park, California, llama el "eje del temor" del cerebro. Al mismo tiempo, la corteza prefrontal, asiento del pensamiento racional y el razonamiento crítico, está de pausa, dijo Lavin, "que es porqué puedes soñar con algo de cuatro cabezas y doce patas, y tí piensa, ‘Ok, está bien, ¿y ahora qué?'"
También relativamente tranquila es la corteza visual primaria, recipiente de señales visuales del mundo exterior. La corteza visual secundaria, sin embargo, que ayuda a procesar e interpretar esas señales, sigue alerta. Es aquí donde surge probablemente la fabulosa imaginería de los sueños, dice Tore Nielsen, de la Universidad de Montreal, mientras la corteza visual secundaria lucha por descifrar las señales que rebotan a través de ella, muchas de ellas generadas internamente, y dividirlas en alguna forma de aproximación a un todo coherente.
Otros sistemas sensoriales y motores siguen activos en el REM, incluyendo los que controlan normalmente los brazos y las piernas, que explica por qué el movimiento figura de manera tan prominente en muchos sueños. Pero si te sientes frustrado a menudo, como si nunca pudieras llegar donde quieres ir, bueno, es porque no puedes.
En el sueño, un participante vigilante es una pequeña región del tronco cerebral que paraliza la mayor parte del cuerpo, impidiendo que pongas en práctica físicamente lo que estás soñando. La gente que sufre de enfermedades neurogenerativas que desactivan este desactivador del tronco cerebral, pueden lesionarse a sí mismas durante acciones provocadas por los sueños. En la mayoría de los casos, el sonambulismo se produce en el estado REM, cuando el cuerpo no está paralizado.
Estas colusiones entre el cuerpo dormido y el cerebro nos permiten deambular por un paisaje onírico de personajes extravagantes, pero los estudiosos del sueño están convencidos de que el sueño sirve un propósito esencial, posiblemente adaptativo.
En un artículo reciente en el Psychological Bulletin, Nielsen y Levin propusieron que el sueño servía para crear lo que llaman "recuerdos del temor a la extinción", el proceso mediante el cual el cerebro codifica, desintoxica y finalmente desecha viejos recuerdos de situaciones de pavor, para superarlos y hacer espacio sináptico para toda nueva amenaza que pueda surgir. "El cerebro aprende rápidamente de qué asustarse", dijo Nielsen. "Pero si no hay un control del proceso, podemos terminar temiendo de adultos cosas que temíamos en la infancia".
Las pesadillas corrientes rara vez recapitulan momentos desagradables de la vida real, pero en lugar de eso los canibalizan quedándose con sus accesorios y piezas de recambio, y mediante esa reinvención, explicó Nielsen, los miedos se debilitan. "Un mal sueño que no conduzca a despertar es exitoso en cuanto al manejo de las emociones intensas", dijo. "Es inquietante, pero hay una especie de resolución en la medida en que no despertamos".
Según esta teoría, las pesadillas, al permitirnos escapar prematuramente, representan el fracaso del sistema de ‘temor a la extinción'. "Los malos sueños son funcionales; las pesadillas, disfuncionales", dijo.
Si te sientes como que vas cayendo, extiende tus brazos y aprende a volar.

24 de octubre de 2007
©new york times
©traducción mQh
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