Blogia
mQh

vuelve el alcohol a bagdad


[Christian Berthelsen y Said Rifai] Aunque muy discretamente, el alcohol ha vuelto a Bagdad, a medida que la situación de seguridad mejorada atrae a los asustados clientes.
Bagdad, Iraq. Es jueves noche, el fin de la semana laboral iraquí, y Fami Ameen está rebuscando en su atiborrada licorería en la Puerta de los Asesinos, y los clientes claman por cualquier cosa desde cerveza a whisky a ouzo y arak, el popular licor local.
Ameen es un sorprendido beneficiario de la campaña de seguridad.
Durante décadas Iraq gozó de la reputación de ser una sociedad moderna y laica que gustaba de beber y sabía como festejar, desde salvajes discotecas de hoteles hasta distinguidos clubes sociales privados. Pero después de la caída del presidente Saddam Hussein, los extremistas desataron marejadas de atentados incendiarios contra tiendas de licor, incluso matando a sus dueños, porque la ley islámica prohíbe el alcohol.
Hace un año, la predilección iraquí por el alcohol, y los negocios que la satisfacían, fueron descontados como bajas del nuevo orden musulmán del país.
Pero la violencia en Bagdad ha recrudecido en los últimos meses durante la campaña de seguridad de los militares norteamericanos. Y aunque muchas tiendas están todavía cerradas, sus desteñidos toldos de Carlsberg endurecidos por el polvo, el negocio del trago se ha recuperado mientras los iraquíes que negocian la brecha entre su fe y sus proclividades logran un delicado equilibrio, viajando discretamente por toda la ciudad, e incluso a otras provincias, visitando las licorerías que quedan.
"Durante los últimos meses la gente se mostraba reluctante a hacer este viaje, pero ahora se sienten estimulados por las mejoras en la situación de seguridad", dijo Ameen. "Me gustaría que esa tendencia continuara, y que podamos volver a los niveles de distribución de preguerra, quizás incluso más".
Con nuevas tiendas como la inauguración de Ameen en áreas seguras cerca de los puestos militares occidentales fortificados, algunos tenderos dicen incluso que sus ventas han decaído debido a la competencia. En una dudosa medida de progreso, dicen que el mayor peligro ya no son las milicias que los atacaban por razones religiosas, sino los criminales que los secuestran para arrebatarles su renacidas fortunas.
Ameen, 27, un hombre fornido con un enorme bigote, recuerda haber llegado a su vieja tienda de licores al este de Bagdad una noche hace tres años, sólo para descubrir que ya no existía. "La explosión la había convertido en pedazos, tal como te digo", dijo.
Tenía una segunda tienda en la comuna de Karada, predominantemente chií, pero la cerró por miedo a que sufriera el mismo destino. Entonces trasladó su negocio a la Puerta de los Asesinos, un ornado arco de arenisca justo frente a la entrada a la Zona Verde. Hace dos meses, se hizo con un local más grande al otro lado de la calle.
Ahmed Abud, 35, vive en el distrito chií de Ciudad Sáder, donde han cerrado todas las tiendas de licores. Pero como camionero, tiene buenos motivos para recorrer la ciudad y aprovechó la oportunidad para parar donde Ameen para comprar dos torres de Heineken, que cuestan algo más de un dólar cada uno. (El whiskey está a unos 21 dólares la botella).
"Soy de Ciudad Sáder y no puedo comprar alcohol allá como antes de la guerra, por eso tengo que hacer viajes como este", dijo Abud. "Sería simpático si pudiéramos comprar más cerca de casa".
Las restricciones sobre el consumo de alcohol empezaron en los años noventa, cuando, en un intento por obtener el apoyo de los conservadores religiosos, Hussein prohibió beber en público, incluyendo restaurantes, clubes, bares y hoteles.
La medida también tenía un aliciente económico, porque impedía el consumo conspicuo del caro alcohol occidental por parte de una clase alta cada vez más chica, limitando el resentimiento entre una creciente clase de iraquíes de ingresos bajos y moderados picados por las sanciones de Naciones Unidas de la época que ya no podían permitirse esos lujos.
Los clubes y bares que eran legendarios por su hedonismo de toda la noche, desaparecieron.
Sólo se permitió las tiendas de licor de propiedad de no-musulmanes, y el jolgorio iraquí fue relegado a sus hogares. Pero incluso eso se hizo difícil después de la invasión norteamericana de 2003, cuando las tiendas de licores en todo Iraq, especialmente en el sur chií, cerraron en medio de protestas y violencia.
Mehdi Hindi, un cristiano de 19 cuya familia ha estado largo tiempo en el negocio del alcohol, abrió una tienda en la Puerta de los Asesinos después de recibir una llamada hace cuatro años en la que sus vecinos de su tienda de Karada le dijeron que esta había sido destruida por una bomba. Entonces se mudó a un nuevo local hace cuatro meses para evitar que le subieran el alquiler.
"Este lugar ha sido siempre seguro debido a su proximidad a la Zona Verde y a las oficinas del gobierno", dijo. "Los negocios han estado remontando últimamente, especialmente durante los últimos tres meses. Creo que esto tiene que ver con la mejor situación de seguridad. La gente viene de todo Bagdad a este lugar a comprar su alcohol, debido a que las tiendas en sus barrios han cerrado".
Pero aunque los iraquíes estén volviendo a las tiendas de licores, todavía procuran no llamar la atención. Un día hace poco frente a una tienda de licores de la Calle de Saadoun, dos hombres con una caja de Johnnie Walker en su coche estaban sacando las botellas de la brillante caja para colocarlas debajo de sus asientos y en otros escondites.
Los dueños de tiendas se están moviendo con cautela. Ninguna de las nuevas tiendas tiene letreros que las identifiquen como tiendas de licores, y la mayoría de las antiguas licorerías han retirado sus anuncios y letreros. Universalmente las tiendas guardan toda su mercadería detrás de la barra. En muchas áreas, los bordillos son bloqueados con alambre concertina para protegerse de atentados con coches bomba, y pasan frecuentemente convoyes de seguridad.
Nawar Sabah, 33, empleado de gobierno, paró en la tienda Hindi hace unos días para comprar algunas Heineken. Luego, aparentemente calculando cómo reducir sus visitas a la tienda, pidió cinco. Y luego diez.
"Desde la invasión, las cosas no han sido las mismas", dijo. "La gente tiene que cruzar toda la ciudad para comprar sus bebidas, y todos sabemos que mientras más tiempo estés en la calle, más probabilidades habrá de que te conviertas en víctima de algún incidente, si acaso no te conviertes en un blanco".
Algunos bebedores están especialmente felices de que haya terminado la sequía.
Un obrero de la construcción y habitante de Ciudad Sáder, de 47 años, que accedió a ser entrevistado a condición de guardarse su identidad, dijo que el año pasado había sido golpeado por el Ejército Mahdi, la milicia leal al clérigo chií Moqtada Sáder, después de que su hermano se quejara ante milicianos sobre su hábito.
Ahora que el ejército iraquí ha tomado el lugar de los milicianos de Mahdi, dijo, ya no tiene que ocultar su licor debajo de su asiento cuando conduce por su barrio.
"Ahora la situación está mejor que antes -llevo el alcohol en una bolsa de plástico negra y a nadie le interesa saber qué tengo ahí", dijo. "Yo siempre bebo, incluso en mi trabajo, en casa en la noche, e incluso en la mañana. No dejaré de beber sino el Día del Juicio Final".

christian.berthelsen@ latimes.com

Usama Redha contribuyó a este reportaje.

3 de noviembre de 2007
los angeles times
©traducción mQh
rss


0 comentarios