haciendo rico al enemigo
Los altos precios del petróleo limitan la influencia de Estados Unidos y envalentonan a nuestros adversarios geopolíticos.
El precio del petróleo ha estado levitando desde que el presidente Bush usara las palabras "Irán" y "Tercera Guerra Mundial" en la misma frase. Pero las inestabilidades geopolíticas no son la única razón por la que el petróleo ha subido en más de treinta dólares el barril en el último año -y diez dólares en el último mes solamente. Los precios se habían estado acercando a los noventa dólares incluso antes de la fanfarronada de Bush, Turquía había estado concentrando tropas en la frontera iraquí y se habían anunciado nuevas sanciones de Estados Unidos contra la Guardia Revolucionaria de Irán. La demanda de petróleo es sólida; el suministro no lo es. Así que los economistas no pueden calcular exactamente cuánto del aumento del precio se puede atribuir al ‘recargo geopolítico' que los vendedores de petróleo agregan a cada barril cuando temen que una guerra u otra situación inestable interrumpa el abastecimiento.
Lo que sí sabemos es a quién conviene: Arabia Saudí, Rusia, Noruega, Irán, los Emiratos Árabes Unidos y Venezuela, los más grandes exportadores de petróleo del mundo, en ese orden. Dado que dos de estos países son abiertamente hostiles a los intereses estadounidenses y dos más tienen una atormentada relación con Washington, es razonable preocuparse de que cada vez que Estados Unidos compra un barril de petróleo, estamos enriqueciendo a nuestros adversarios.
Y el problema está empeorando. En 1970, antes del embargo de petróleo de la OPEC, los más grandes exportadores de petróleo hacia Estados Unidos eran Venezuela y Canadá. Arabia Saudí representaba menos del uno por ciento de nuestras importaciones. A medida que las reservas fáciles de exportar se agotaban, la producción de petróleo pasó a Oriente Medio y luego a países todavía menos estables, como Nigeria, Argelia y Sudán.
Hoy, la economía estadounidense depende mucho menos del petróleo que en el pasado. El aumento de la eficiencia nos han permitido reducir drásticamente la cuota del producto interno bruto utilizado para pagar el petróleo, aún con una economía en crecimiento. Las importaciones de petróleo cuestan casi la mitad por dólar del PIB que en 1972. La economía estadounidense ha superado sin grandes trastornos los precios más altos del petróleo este año.
Sin embargo, los beneficios por el petróleo han cambiado dramáticamente los destinos político y económico de Rusia, Venezuela, Irán y Sudán, de modos que no favorecen la seguridad nacional estadounidense. El presupuesto nacional iraní de este año se basó en un precio promedio del barril de petróleo de sesenta dólares, de acuerdo al Washington Post. Ahora Teherán está disfrutando de un excedente presupuestario inesperado y está sentado encima de un cojín de reservas de divisas extranjeras, dinero que le ayudará a comprar el apoyo de sus inquietos ciudadanos y a soportar las sanciones económicas estadounidenses.
Y la dinámica de los mercados del petróleo favorece a Teherán, no a Washington. Los intentos de presionar a Irán para que abandone sus aspiraciones nucleares -y ciertamente las amenazas de acción militar de Estados Unidos- sólo asustan más a los mercados del petróleo, castigando a las empresas estadounidenses y fortaleciendo al régimen en Teherán que Washington quiere contener o cambiar.
Por supuesto, la mayoría de los estadounidenses están de acuerdo en que impedir que Irán se haga con una bomba atómica vale cualquier precio. Los conservadores alegan que todo beneficio económico de corto plazo para Irán causado por la presión estadounidense son irrelevantes en el contexto geopolítico más amplio, porque un Irán nuclear aterraría a Oriente Medio y provocaría un fuerte aumento de los precios del petróleo. Pero si la presión diplomática lograra persuadir a Irán de que abandone el enriquecimiento de uranio y compre su combustible civil nuclear a Rusia, los temores de guerra cesarán, el recargo geopolítico será menor y el precio del petróleo podría bajar.
Los liberales argumentarán que la bonanza del petróleo para gobiernos indeseables es otra razón más para invertir en energías alternativas. Pero la globalización significa que incluso si Estados Unidos fuera capaz de reducir sus importaciones de petróleo, los nuevos comilones de petróleo del mundo -China e India- simplemente comprarían más, volviendo a hacer subir los precios. Todo lo cual quiere decir que el próximo presidente de Estados Unidos necesita una estrategia energética global -y que transcienda la ideología- para hacer frente a un mundo hostil que podría ver pronto un barril de petróleo a cien dólares.
Lo que sí sabemos es a quién conviene: Arabia Saudí, Rusia, Noruega, Irán, los Emiratos Árabes Unidos y Venezuela, los más grandes exportadores de petróleo del mundo, en ese orden. Dado que dos de estos países son abiertamente hostiles a los intereses estadounidenses y dos más tienen una atormentada relación con Washington, es razonable preocuparse de que cada vez que Estados Unidos compra un barril de petróleo, estamos enriqueciendo a nuestros adversarios.
Y el problema está empeorando. En 1970, antes del embargo de petróleo de la OPEC, los más grandes exportadores de petróleo hacia Estados Unidos eran Venezuela y Canadá. Arabia Saudí representaba menos del uno por ciento de nuestras importaciones. A medida que las reservas fáciles de exportar se agotaban, la producción de petróleo pasó a Oriente Medio y luego a países todavía menos estables, como Nigeria, Argelia y Sudán.
Hoy, la economía estadounidense depende mucho menos del petróleo que en el pasado. El aumento de la eficiencia nos han permitido reducir drásticamente la cuota del producto interno bruto utilizado para pagar el petróleo, aún con una economía en crecimiento. Las importaciones de petróleo cuestan casi la mitad por dólar del PIB que en 1972. La economía estadounidense ha superado sin grandes trastornos los precios más altos del petróleo este año.
Sin embargo, los beneficios por el petróleo han cambiado dramáticamente los destinos político y económico de Rusia, Venezuela, Irán y Sudán, de modos que no favorecen la seguridad nacional estadounidense. El presupuesto nacional iraní de este año se basó en un precio promedio del barril de petróleo de sesenta dólares, de acuerdo al Washington Post. Ahora Teherán está disfrutando de un excedente presupuestario inesperado y está sentado encima de un cojín de reservas de divisas extranjeras, dinero que le ayudará a comprar el apoyo de sus inquietos ciudadanos y a soportar las sanciones económicas estadounidenses.
Y la dinámica de los mercados del petróleo favorece a Teherán, no a Washington. Los intentos de presionar a Irán para que abandone sus aspiraciones nucleares -y ciertamente las amenazas de acción militar de Estados Unidos- sólo asustan más a los mercados del petróleo, castigando a las empresas estadounidenses y fortaleciendo al régimen en Teherán que Washington quiere contener o cambiar.
Por supuesto, la mayoría de los estadounidenses están de acuerdo en que impedir que Irán se haga con una bomba atómica vale cualquier precio. Los conservadores alegan que todo beneficio económico de corto plazo para Irán causado por la presión estadounidense son irrelevantes en el contexto geopolítico más amplio, porque un Irán nuclear aterraría a Oriente Medio y provocaría un fuerte aumento de los precios del petróleo. Pero si la presión diplomática lograra persuadir a Irán de que abandone el enriquecimiento de uranio y compre su combustible civil nuclear a Rusia, los temores de guerra cesarán, el recargo geopolítico será menor y el precio del petróleo podría bajar.
Los liberales argumentarán que la bonanza del petróleo para gobiernos indeseables es otra razón más para invertir en energías alternativas. Pero la globalización significa que incluso si Estados Unidos fuera capaz de reducir sus importaciones de petróleo, los nuevos comilones de petróleo del mundo -China e India- simplemente comprarían más, volviendo a hacer subir los precios. Todo lo cual quiere decir que el próximo presidente de Estados Unidos necesita una estrategia energética global -y que transcienda la ideología- para hacer frente a un mundo hostil que podría ver pronto un barril de petróleo a cien dólares.
4 de noviembre de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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