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cómo terminar con el hambre


[Celia W. Dugger] Simple: Ignorando a los expertos.
Lilongwe, Malawi. Malawi estuvo durante años suspendido al borde de la hambruna. Después de una desastrosa cosecha de maíz en 2005, casi cinco de sus trece millones de habitantes tuvieron que depender de la ayuda alimentaria de emergencia.
Pero este año, un país que ha estado permanentemente extendiendo al mundo el cuenco de la limosna, ahora está alimentando a sus vecinos hambrientos. Está vendiendo más maíz al Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas que cualquier otro país del sur de África, y está exportando millones de toneladas de maíz a Zimbabue.
En Malawi mismo, la prevalencia de una aguda hambruna infantil ha disminuido drásticamente. En octubre, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia envió tres toneladas de leche en polvo a Uganda, que estaban almacenadas aquí para el tratamiento de niños con problemas de malnutrición graves. "Ahora no podremos usarlas", dijo feliz Juan Ortiz-Iruri, representante de la Unicef en Malawi.
Los campesinos explican el extraordinario vuelco de Malawi -que tiene amplias implicaciones para los métodos de control del hambre en África- con una sola palabra: fertilizantes.
En los últimos veinte años, el Banco Mundial y algunos países ricos de cuya ayuda depende Malawi, han presionado periódicamente a este pequeño y mediterráneo país para que implementara políticas de libre mercado y redujera o eliminara los subsidios a los fertilizantes, aunque Europa y Estados Unidos subsidiaban extensamente a sus propios granjeros. Pero después de la cosecha de 2005, que fue la peor en una década, Bingu wa Mutharika, el nuevo presidente electo de Malawi, decidió hacer lo que hacía Occidente, en lugar de seguir sus prédicas.
Picado por la humillación de suplicar por caridad, abrió el camino para reiniciar y profundizar los subsidios a los fertilizantes pese a una escéptica recepción de parte de Estados Unidos y Gran Bretaña. La tierra de Malawi, como en toda el África subsahariana, se encuentra gravemente agotada, y muchos de sus campesinos, si no la mayoría, son demasiado pobres como para adquirir fertilizantes a precios de mercado.
"Mientras sea presidente, no quiero volver a viajar a otras capitales a mendigar alimentos", declaró Mutharica. Patrick Kabambe, alto funcionario del ministerio de Agricultura, dijo que el presidente dijo a sus asesores: "Nuestra gente es pobre porque carecen de los recursos para usar la tierra y el agua que tenemos".

El exitoso uso que ha hecho el país de los subsidios está contribuyendo a una revaluación más amplia del crucial papel de la agricultura para mitigar la pobreza en África y la fundamental importancia de las inversiones públicas en los elementos básicos de la economía agrícola: fertilizantes, semillas importadas, capacitación campesina, créditos e investigación agrícola.
Malawi, un país abrumadoramente rural del tamaño de Pensilvania, es un ejemplo extremo de lo que ocurre cuando faltan esas cosas. A medida que su población crecía y los terrenos heredados se encogían, los campesinos pobres plantaban cada pulgada de terreno. Desesperados por alimentar a sus familias, no podían ni fertilizar sus tierras ni dejarlas en barbecho. Con el tiempo, sus agotados terrenos produjeron menos alimentos y los campesinos cayeron en una profunda miseria.
Los presidentes de Malawi ha apoyado durante largo tiempo los subsidios a los fertilizantes, pero aceptaban a regañadientes las prescripciones de los donantes, a menudo determinadas por modas sobre la ayuda extranjera en Washington, que mostraban fe en los mercados privados y antipatía hacia la intervención del gobierno.
En los años ochenta y nuevamente en los noventa, el Banco Mundial presionó a Malawi para que eliminara completamente los subsidios a los fertilizantes. Su teoría en ambas ocasiones era que los campesinos de Malawi debían pasar a los cultivos comerciales para la exportación y el uso de las divisas extranjeras para importar alimentos, de acuerdo a Jane Harrigan, economista de la Universidad de Londres.
En una fulminante evaluación del historial del Banco Mundial en la agricultura africana, el propio watchdog interno del banco concluyó en octubre que el retiro de los subsidios en África no sólo había provocado exorbitantes precios de los fertilizantes, sino además el banco mismo no había logrado reconocer que el mejoramiento de las agotadas tierras de África era esencial para aumentar la producción agrícola.
"Los donantes asumieron el rol del gobierno y los desastres se multiplicaron", dice Jeffrey Sachs, economista de la Universidad de Columbia que cabildeó ante Gran Bretaña y el Banco Mundial en defensa del programa de fertilizantes de Malawi y que ha defendido la idea de que los países ricos deben invertir en fertilizantes y semillas para los campesinos de África.
Aquí en Malawi, importantes subsidios a los fertilizantes y algo menores para las semillas, y ayudados por las abundantes lluvias, ayudó a los campesinos a obtener en 2006 y 2007 cosechas de maíz que rompieron récords, de acuerdo a estimaciones oficiales. La producción de maíz saltó de 1.2 millones en 2005, a 2.7 millones de toneladas métricas en 2006 y 3.4 millones en 2007, informó el gobierno.

"El resto del mundo se alimenta debido al uso de buenas semillas y fertilizantes inorgánicos, punto", dijo Stephen Carr, que ha vivido en Malawi desde 1989, cuando se retiró como el principal agrónomo del Banco Mundial para el África subsahariana.
"En la mayor parte de África, esta tecnología sigue sin ser usada. El único modo de ayudar a los campesinos a tener acceso a esta tecnología es regalándola o subsidiándola fuertemente".
"El gobierno ha cogido al toro por las astas y ha hecho lo que querían los campesinos", dijo. Algunos economistas han cuestionado que la excepcional cosecha de 2007 en Malawi se deba a las lluvias o a los subsidios, pero una evaluación independiente, financiada por Estados Unidos y Gran Bretaña, concluyó que el programa de subsidios era responsable de una gran parte del aumento de este año en la producción de maíz.
La cosecha también ayudó a los pobres reduciendo el precio de los alimentos y aumentando los salarios de los obreros agrícolas. Investigadores del Imperial College de Londres y la Universidad de Michigan concluyeron en su informe preliminar que un programa de subsidios bien administrado en una economía gestionada con inteligencia "tiene el potencial de empujar hacia arriba el crecimiento y salir de la trampa de la pobreza en la que se encuentran muchos malawianos y la economía malawiana".
Campesinos entrevistados hace poco en el sur de Malawi y regiones centrales dijeron que los fertilizantes habían mejorado fuertemente su capacidad de llenarse la barriga con nsima, la gruesa papilla de maíz que es el pan de Malawi.
En el villorrio de Mthungu, Enelesi Chakhaza, una viuda cuyo marido murió de hambre hace cinco años, alardeaba que obtuvo dos carretas de maíz este año en su pequeño terreno, en lugar de la media carreta de años anteriores.
El año pasado, casi la mitad de las familias campesinas del país recibieron cupones que les daban derecho a comprar dos sacos de cincuenta kilos de fertilizante, suficientes para media hectárea de tierra, por cerca de quince dólares -un tercio del precio de mercado. El gobierno también les dio cupones de semillas para plantar un poco menos de media hectárea.

Los malawianos están todavía obsesionados por la temporada de hambre de 2001-2002. Esa temporada, un programa ya reducido que otorgaba a los campesinos pobres suficientes fertilizantes y semillas para plantar un octavo de hectárea, volvió a ser reducido. Además, las inundaciones regionales redujeron también las cosechas. El precio del maíz se disparó. Y con el gobierno entonces en el poder, se vendió toda la reserva de maíz del país como consecuencia de la mala administración y la corrupción.
Esa temporada, la señora Chakhaza vio morir de hambre a su marido. Su vigor fue menguando a medida que trataban de subsistir comiendo hojas de calabaza. Fue uno de los muchos que sucumbieron ese año, dijo K.B. Kakunga, el funcionario local del ministerio de Agricultura. Recordó que había madres y niños suplicando por algo de comer en su puerta.
"Yo tenía algo, pero no podía ayudar a todo el mundo", dijo. "Fue terrible, muy terrible".
Pero Kakunga se animó cuando habló sobre el impacto de los subsidios, que dijo que en su jurisdicción habían más que duplicado la producción de maíz desde 2005.
"¡Es maravilloso!", exclamó.
La determinación de Malawi de subsidiar fuertemente los fertilizantes y el resultado en una mayor producción están comenzando a cambiar la opinión de los donantes, dicen economistas que han estudiado la experiencia de Malawi.
El ministerio de Desarrollo Internacional de Gran Bretaña contribuyó el año pasado ocho millones de dólares al programa de subsidios. Bernabé Sánchez, economista de la agencia en Malawi, estimó que el maíz producido con esos 74 millones de dólares de subsidios valía entre 120 y 140 millones de dólares.
"Realmente fue una buena inversión", dijo.
Estados Unidos, que desde 2002 ha enviado a Malawi 147 millones de dólares en ayuda norteamericana como ayuda de emergencia, pero sólo 53 millones para ayudar a Malawi a producir su propio alimento, no ha entregado ningún aporte financiero al programa de subsidios, excepto para ayudar a pagar su evaluación. Con los años, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional se ha concentrado en el fomento del papel del sector privado para el suministro de fertilizantes y semillas, y consideraba que los subsidios socavaban ese esfuerzo.
Pero Alan Eastham, el embajador norteamericano en Malawi, dijo en una entrevista reciente que el programa de subsidios había funcionado bastante bien, aunque había desplazado las ventas de algunos fertilizantes comerciales.
"El hecho es que Malawi tuvo suerte el año pasado", dijo. "Recibieron los fertilizantes que necesitaban. La suerte es que llovió".
Y ahora el Banco Mundial apoya a veces el uso temporal de los subsidios destinados a los pobres y realizados de un modo que fomente los mercados privados.
Aquí en Malawi, empleados del banco dicen que ellos normalmente apoyan las políticas de Malawi, aunque critican al gobierno por carecer de una estrategia que ponga fin a los subsidios, se preguntan si acaso las cifras de producción de maíz para el 2007 no han sido infladas y dicen que todavía se puede mejorar enormemente la gestión de los subsidios.
"El problema es, hagámoslo mejor", dijo David Rohrbach, economista agrícola del banco.
Aunque los donantes son a veces ambivalentes, los campesinos de Malawi han acogido los subsidios. Y el gobierno decidió este año dar a su gente un control más directo en su distribución.

Los aldeanos de Chembe se reunieron una mañana hace poco bajo las crecidas ramas de un árbol kachere para decidir quién necesitaba cupones de fertilizantes para la inminente temporada de plantación. Sólo tenían suficiente para diecinueve de las 53 familias del villorrio.
"Señoras y señores, ¿empezamos con los ancianos o los huérfanos?", preguntó Samuel Dama, representante del clan Chembe.
Los hombres dirigían la asamblea, pero las mujeres sentadas en el suelo a los pies de los hombres pronunciaron casi todos los nombres de los más necesitados, apuntando a las familias con niños huérfanos por el sida o que cuentan con ancianos desdentados.
Había más familias pobres que cupones, así que empezaron los murmullos de aquellos que sabían que tendrían, el próximo año, que quedarse mirando mientras los fertilizados maizales de sus vecinos adquirían un verde profundo.
Sintiendo surgir el resentimiento, el jefe de la aldea, Zaudeni Mapila, se levantó. Descalzo, con polvorientos vaqueros y una chaqueta azul real, representó una idiota pantomima sobre unos maridos llenándose los pantalones con mazorcar para venderlas disimuladamente para conseguir dinero con el que emborracharse en la cantina. Las mujeres aullaron de risa. La tensión se esfumó.
Terminó la asamblea con una admonición que ahogaría toda envidia.
"No quiero oír quejarse a nadie", dijo. "No soy yo quién elige. Son ustedes".
Las mujeres cantaron en coro para agradecerle, y luego se marcharon a sus casas y campos.

4 de diciembre de 2007
2 de diciembre de 2007
©new york times
©traducción mQh
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