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calles y plazas con nombres de criminales


columna de mérici
No conozco en Chile ninguna calle que lleve el nombre del demonio. Ninguna calle de Satanás. Ninguna de Lucifer. Ninguna de los otros numerosos diablos menores que pueblan la dimensión del infierno. Ninguna calle ni plaza de Abigor, de Belzebú, de Abraxas, de Agalariept, de Alastor, de Bael...

Ninguna plaza que celebre al Señor de la Codicia, Aamon, otro habitante del infierno.

Al menos en Chile, tampoco conozco ninguna calle de Hitler, ni calle o plaza de Himmler, o de Goebel, ni otros chacales nazis. Ni calle de Stalin, ni calle de Idi Amin Dada, ni plaza de Ceacescu, ni plaza ni calle de Pol Pot, ni rotonda de Milosevic, el dictador yugoslavo. Ni parque de Videla, el criminal argentino. Ni plazoleta de Batista, el tirano cubano.

Tampoco tenemos calles con nombres de asesinos en serie. Ni de simples criminales. No existe una Calle del Chacal de Nahueltoro, para nombrar a uno.

Sin embargo, tenemos numerosas calles, plazas, plazoletas, parques, avenidas y rotondas con nombres de personajes de nuestra historia cuya mera mención provoca el terror y escalofrío de la gente de bien. Hay calles y plazas nombradas en homenaje a notorios criminales de nuestra historia, a los responsables y ejecutores de las peores matanzas cometidas hasta no hace mucho y que manchan de sangre las páginas de nuestro pasado y en particular de las clases pobres del país.

Hay calles y avenidas Pedro Montt, el presidente responsable de la matanza de Santa María de Iquique. Calle llamadas en un insólito homenaje a Roberto Silva Renard, encargado del asesinato de decenas sino cientos de mujeres, niños y hombres de los pueblos mineros de comienzos del siglo veinte. Calle de Ledesma, el coronel que lo acompañaba; calles y plazas de Rafael Sotomayor, otro criminal de entonces; calle Carlos Eastman (véase crónica digital). Rotonda Pérez Zujovic, responsable de la atroz masacre de familias de pobladores desarmados en Pampa Irigoin, cuando carabineros abrieron fuego matando a once de ellos, incluyendo a un bebé de apenas meses el 9 de marzo de 1967 (consúltese aquí).

Tenemos calles y plazas con nombres de seres de deleznables cobardía.

Hoy publica Antonio Gil en su columna en La Nación un alegato contra este tipo de celebración de criminales de nuestra historia recordando la formación en 2004 del Regimiento Reforzado No. 7 Chacabuco, una de cuyas unidades -el Grupo de Artillería No. 3- fue bautizado nada menos que como Silva Renard, el encargado de la cobarde matanza de 1907, por cuya ocurrencia viene el gobierno, por intermedio del ministro Belisario Velasco, de pedir perdón a los chilenos a nombre del estado.

Pero la curiosísima petición oficial no va acompañada de ningún gesto más resuelto. Y uno de esos gestos, que sería ciertamente, bienvenido sería iniciar las medidas necesarias para erradicar a ese notorio y cobarde criminal, y otros de nuestra historia, de las calles, plazas y espacios públicos e instituciones de nuestro país. Sería un bonito gesto de reconocimiento de la profunda demencia y repudio de la injustificada violencia ejercida por instituciones gubernamentales contra los ciudadanos.

Termina Antonio Gil su columna escribiendo: "¿Qué honra el Ejército poniéndole el nombre de un chacal a una de sus fuerzas? ¿Qué herencia de coraje le debe a su memoria? ¿Dónde diablos está el ministro de Defensa? ¿Y los encargados de la conmemoración, nunca se enteraron? Desde estas líneas exigimos enérgicamente que, por respeto a la memoria de los hombres, mujeres y niños masacrados, sea borrado para siempre el nombre de ese asesino alevoso de la historia de Chile y sus instituciones. No es propio de un país civilizado bautizar con nombres de criminales cobardes como ése ni a la más inmunda cloaca".

Esta decisión de llamar con el nombre de ese criminal a una de las unidades del ejército se inscribe obviamente en la permanente campaña de provocaciones de las fuerzas armadas contra el gobierno electo y simplemente contra los chilenos, en el contexto de su proyecto de contaminar la historia de Chile celebrando a ojos vista a sus peores elementos. No han sido pocos los intentos de dar el nombre de Pinochet, uno de los Hijos de Satanás, a calles y espacios públicos del país, logrando sus seguidores sus objetivos en una plazoleta de Linares.

Todavía celebran algunos militares y oficiales de las fuerzas de orden, cuya presencia en el seno de las fuerzas armadas sigue siendo incoherente e incomprensible, los arteros e injustificados crímenes cometidos por las jaurías militares desde 1973 en adelante -como el prefecto Máximo Basualdo en Linares, que sorprendentemente aún sigue en servicio activo -fue tan sólo trasladado después de su llamado, este año, a la sedición, demostrando que la jerarquía militar aún tolera, si no aplaude, las manifestaciones de insubordinación de las ratas pinochetistas en el seno de las fuerzas armadas y de carabineros (véase mérici o mQh y mérici o mQh).

No sabe uno si, pese a sus manifestaciones recientes, el gobierno simplemente persiste en hacer la vista gorda. O si persiste en su insensato proyecto de mezclar aceite con vinagre. No se puede lamentar la Matanza de la Escuela de Santa María de Iquique en 1907 y, al mismo tiempo, obligar a los chilenos a la cotidiana humillación y dolor de pasear por calles y plazas que celebran justamente a los mal paridos que fueron responsables de ese y otros alevosos crímenes. Menos aún que haga la vista gorda cuando los elementos renegados -pinochetistas- provocan a la opinión pública chilena bautizando a algunas de sus unidades con los nombres de notorios asesinos de entre sus filas.

Quizá sería una buena cosa que los ciudadanos empecemos a exigir a los parlamentarios elegidos que se esfuercen por cambiar este estado de cosas y no tengamos los chilenos tener que seguir sufriendo el dolor de calles y plazas con nombres de perversos, como la calle de Pedro Montt, en Valparaíso y otras ciudades, Rotonda de Edmundo Pérez Zujovic, en Santiago, calle de Roberto Silva Renard, la rata responsable de la masacre de 1907, plaza de Rafael Sotomayor...

Es simplemente intolerable y nada justifica que se mantengan esos nombres. Nada bueno hicieron por Chile, y, al contrario, por sus crímenes contra las clases obreras del país, mancharon y siguen manchando nuestra historia y nuestras calles y plazas.

Y, al contrario, deberíamos dejar espacio para honrar en calles, plazas y espacios públicos la memoria de las víctimas de estos chacales, como, por ejemplo, José Santana Chacón o Arnoldo González Flores, algunos de los pobladores asesinados en marzo de 1967*, o con los nombres de los caídos en la Escuela Santa María, si aún pudiesen ser identificados.

[mérici]

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Dar a calles y plazas los nombres de las víctimas de la violencia del estado. Pero también aún es tiempo para pagar reparaciones a las familias de los asesinados en 1967 en Pampa Irigoin.

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