sexo, drogas y dudas
[Geraldine Baum] En Holanda en estos días no todo es posible. Muchos holandeses piensan que su estilo de vida tolerante ha ido demasiado lejos; otros dicen que lo que ido demasiado lejos son las nuevas restricciones.
Amsterdam, Países Bajos. Las vacaciones pasaron volando. Después de dejar sus mochilas en un hostal, Ryan Ainsworth y su compañero Richie Bendelow encontraron una tienda que vendía pociones herbales que prometían colocarlos y hacerlos felices de quinientos modos. Pero los jóvenes británicos se fueron directamente a los hongos alucinógenos empaquetados en envases de plástico transparente tal como que se veían en casa en el verdulero.
La pareja cogió la octavilla con información que aconsejaba hervir primero los hongos para producir un té "y acelerar el efecto". También advertía no ingerirlos al mismo tiempo que drogas duras o alcohol, pero que "un porrete de marihuana no es un problema y te puede dar una sensación positiva y relajante".
Estos tíos no necesitaban consejos: ya lo habían hecho antes en este paraíso de valores libertinos y elegantes canales. Después de pagar 24 dólares se dirigieron al exuberante Vondelpark y entre los dos se tragaron toda la caja.
Al día siguiente, cuando salían de una cafetería donde habían comprado medio gramo de marihuana, no tenía mucho que decir sobre la tarde en el parque. "Oye, estamos de vacaciones en Holanda", dijo Ainsworth, 22, instructor de piragüismo. "Cualquiera cosa puede pasar".
Pero puede ser la última vez para las drogas, el sexo y la filosofía de vive y deja vivir en Holanda, uno de los países más famosos del mundo por su tolerancia.
La prostitución, el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual y los hongos mágicos son legales aquí desde hace bastante tiempo, y las drogas blandas como la marihuana son técnicamente ilegales, pero vendidas con la venia oficial en pequeñas cantidades en ‘cafeterías' [coffieshops]. Sin embargo, en los últimos años la inquietud sobre la inmigración musulmana y negra así como un estilo de vida que muchos creen que ha ido demasiado lejos ha modificado las actitudes de los holandeses, alejándolo de la tolerancia y de la permisividad.
En 2006 el parlamento prohibió que las cafeterías vendieron alcohol si vendían al mismo tiempo marihuana; ahora los legisladores están discutiendo su localización a al menos 250 metros de las escuelas. Este año entrará en vigor la prohibición de la venta de hongos alucinógenos.
"Llevo quince años en este negocio, y nunca antes había sentido tanta presión", dijo Olaf van Tulder, gerente de la Green House, parte de una cadena de populares cafeterías de propiedad de un holandés al que la revista High Times ha apodado el ‘Rey del Cannabis'.
En un día de semana hace poco eran sólo las diez de la mañana, pero los vendedores de marihuana, en el mesón de marihuana en la parte de atrás de la Green House, ya estaban pesando diligentemente pequeñas bolsas de hierba en una balanza y la mayoría de las mesas estaban ocupadas por clientes liando sus porretes.
Casi nadie bebía café.
Dos jóvenes italianos, que ya se veían algo perdidos, levantaron dos dedos y apuntaron al hachís más caro que había en el menú, el Dutch Ice-Olator Supreme a 51.80 dólares el gramo. Eduardo, el amable vendedor, puso dos gramos en dos bolsas, mostró el precio a los italianos en una calculadora y los despidió con un ‘Ciao babies!'.
Los negocios marchan bien, pero la lucha diaria con la nueva unidad de la policía antinarcóticos hace sentirse a van Tulder como si estuviera bajo sitio. "Si encuentran una moto aparcada en doble fila frente a nuestro local, pueden cerrarnos", dice.
Como la mayoría de los amsterdameses, van Tulder, 35, no fuma marihuana muy a menudo, pero está preocupado de que las políticas conservadores maten la cultura holandesa. "Escucha, esta gente quiere imponer su religión a la sociedad, y creo que Amsterdam se está muriendo debido a eso. Es agradable escapar de la realidad".
Joel Voordewind creció en esta ciudad deleitándose en la escena musical punk, y tocando la batería en una banda llamada No Longer Music (debido a su volumen). Pero nunca se sintió cómodo con el uso de las drogas y la prostitución en Amsterdam y de niño evitaba el barrio rojo "porque ahí te puedes meter en problemas".
Ahora este hombre alto, de cara de niño e hijo de un pastor evangélico, tiene 42 años y es miembro del Parlamento. Su partido Unión Cristiana, que basa gran parte de su programa político en las doctrinas bíblicas, está tratando de reformar a un gobierno que estima que está moralmente a la deriva. Aunque su partido controla sólo dos de los dieciséis ministerios, se ha unido a los liberales en la lucha por la defensa de los refugiados, las familias pobres y el medio ambiente, al mismo tiempo que condena la homosexualidad, la eutanasia, el aborto y la experimentación juvenil "con todo".
"La gente está harta de la actitud indolente del gobierno. La llamamos, ‘Si está prohibido, lo toleraremos'. Como con las drogas blandas. Están prohibidas, pero hacemos la vista gorda", dijo, sorbiendo café en un bar de la estación de trenes de Amsterdam. "Tenemos un montón de políticas de ese tipo, y eso ha dado a la gente la sensación de que el gobierno les estaba diciendo que podían hacer lo que querían".
Aunque la tolerancia y la diversidad han sido durante largo tiempo objeto de orgullo nacional, una serie de inquietantes acontecimientos ha hecho a los holandeses más receptivos a la idea "de un gobierno firme con normas y valores claros", dijo.
El asesinato del poco ortodoxo político populista Pim Fortuyn en 2002 y del cineasta [de extrema derecha] Theo van Gogh dos años después, que ambos avivaban los temores por el extremismo islámico, han traumatizado a este país predominantemente blanco y cristiano.
Los extrovertidos holandeses acogió a los extranjeros -y sus mezquitas y escuelas islámicas-, pero se han mostrado menos tolerantes con aquellos que no comparten su tipo de tolerancia. Y también se están preguntando porqué invitan a los turistas a drogarse en sus parques y permiten que sus bonitos vecindarios degeneren en escabrosos Disneylands con clubes de sexo y en locales de masaje.
Amsterdam posee el más famoso e histórico barrio rojo de Europa occidental. Aunque después de ocho siglos no es probable que desaparezca dentro de poco, está en medio de una reinvención.
El mes pasado, el alcalde de Amsterdam y el Ayuntamiento revelaron un plan para eliminar los burdeles y los servicios de escolta obligando a los dueños a solicitar nuevos permisos y elevando la edad mínima de las prostitutas de dieciocho a veintiún años. La ciudad también está gastando 37 millones de dólares en la compra de un propietario que posee un cuarto de los edificios de la ciudad donde mujeres prácticamente desnudas posan detrás de vitrinas en los ventanales, con luces rojas destellando literalmente sobre sus cabezas.
Si el ayuntamiento se sale con la suya, las ventanas con mujeres a la venta cederán el paso a vitrinas de ropa de mujeres, y los históricos edificios serán remodelados para instalar hoteles y restaurantes de lujo, con el resto de los burdeles a apenas unas cuadras de distancia.
"La imagen romántica de la zona es anticuada. Hay muchos abusos en la industria del sexo y es por eso que el ayuntamiento tiene que hacer algo", dijo en una rueda de prensa anunciando los cambios el alcalde de Amsterdam Job Cohen, miembro del Partido Laborista. "No queremos eliminar la prostitución, pero sí queremos limitar significativamente la delincuencia".
Políticos locales en toda Holanda han concluido que al legalizar la prostitución en 2000, abrieron sus ciudades a organizaciones criminales internacionales que trafican en mujeres, niños y drogas duras. Las autoridades quieren erradicar la delincuencia y están también harta de los turistas de fines de semana borrachos mirando prostitutas y comprando drogas ilegales en la calle.
De hecho, estas sórdidas escenas son una sorpresa en esta bella ciudad llena de viejas iglesias y bicis -hay seiscientas mil, para 750 mil personas. En el barrio del centro, las calles están bordeadas de edificios de los siglos diecisiete y dieciocho, con muchas tiendas que venden pintorescamente chanclos y quesos o librerías de viejo que atraen a los estudiantes.
Pero dobla una esquina y verás en una ventana a un maniquí que adquiere vida a medida que una joven polaca desbordándose de su bikini. Sobre la ventana hay un número y un tubo de luz de neón roja. Cuando cambia de postura, con los hombros hacia atrás y estirando el mentón, trata de mantener el equilibrio sobre un alto taburete.
Unas ventanas más allá albergan a dos dominicanas más viejas vestidas con una combinación blanca y compartiendo un gordo porrete; se ven aburridas y congeladas. Cerca de ahí, una chica con un traje de baño de cuero negro -es una holandesa de largo pelo rubio- habla por su celular mientras hace guiños con sus ojos y sopla besos a un grupo de rusos.
Los hombres vuelven a pasar un par de veces, pero la chica holandesa decide alentarlos, y cuando se ven indecisos, se baja del taburete y se deja caer sobre la cama de una plaza de su diminuto cuarto. Entonces cierra los ojos.
Marisha Majoor, que dirige el Centro de Información sobre la Prostitución, empezó a hacer la calle hace veinte años cuando casi todas las prostitutas eran holandesas y el comercio estaba menos organizado. Finalmente abandonó el oficio y empezó el centro, un pequeño local al lado de una de las iglesias más antiguas de Amsterdam. Opera más o menos como cualquiera tienda turística, excepto que vende decenas de artículos relacionados con el sexo, como lápiz labial en forma de pene y magnetos de nevera de pechugonas prostitutas.
Majoor, 37, está convencida de que la nueva inquietud sobre la explotación de las mujeres y la delincuencia es simplemente un truco para remodelar estas zonas y, desde su punto de vista, sólo significará que más prostitutas serán obligadas a trabajar en condiciones inseguras.
También atribuye la nueva ansiedad sobre el barrio rojo al temor de los inmigrantes.
"Para muchas mujeres del mundo, trabajar en Holanda es mucho mejor que trabajar en sus propios países", dice Majoor.
Mientras habla, un joven británico entra a la tienda para preguntar cuánto dinero cobran las mujeres en las vitrinas (de 52 a 74 dólares por diez a quince minutos). Cuando el joven pregunta sobre el sexo seguro, una colaboradora de Majoor le vende una ‘Pleasure Guide' con los hechos y advertencias pertinentes.
Voordewind quiere cambiar radicalmente el barrio rojo de su ciudad natal. Hace poco propuso convertirlo en una colonia de artistas, como el barrio Montmartre de París. Quiere que el ayuntamiento compre las vitrinas restantes y remodele los edificios en su belleza original e instale allí talleres de artistas y galerías de arte.
"Ahora el barrio es una atracción turística no debido a los bellos edificios, sino por las vitrinas", dijo. "Es una situación muy deprimente... Quiero cambiarla completamente".
La pareja cogió la octavilla con información que aconsejaba hervir primero los hongos para producir un té "y acelerar el efecto". También advertía no ingerirlos al mismo tiempo que drogas duras o alcohol, pero que "un porrete de marihuana no es un problema y te puede dar una sensación positiva y relajante".
Estos tíos no necesitaban consejos: ya lo habían hecho antes en este paraíso de valores libertinos y elegantes canales. Después de pagar 24 dólares se dirigieron al exuberante Vondelpark y entre los dos se tragaron toda la caja.
Al día siguiente, cuando salían de una cafetería donde habían comprado medio gramo de marihuana, no tenía mucho que decir sobre la tarde en el parque. "Oye, estamos de vacaciones en Holanda", dijo Ainsworth, 22, instructor de piragüismo. "Cualquiera cosa puede pasar".
Pero puede ser la última vez para las drogas, el sexo y la filosofía de vive y deja vivir en Holanda, uno de los países más famosos del mundo por su tolerancia.
La prostitución, el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual y los hongos mágicos son legales aquí desde hace bastante tiempo, y las drogas blandas como la marihuana son técnicamente ilegales, pero vendidas con la venia oficial en pequeñas cantidades en ‘cafeterías' [coffieshops]. Sin embargo, en los últimos años la inquietud sobre la inmigración musulmana y negra así como un estilo de vida que muchos creen que ha ido demasiado lejos ha modificado las actitudes de los holandeses, alejándolo de la tolerancia y de la permisividad.
En 2006 el parlamento prohibió que las cafeterías vendieron alcohol si vendían al mismo tiempo marihuana; ahora los legisladores están discutiendo su localización a al menos 250 metros de las escuelas. Este año entrará en vigor la prohibición de la venta de hongos alucinógenos.
"Llevo quince años en este negocio, y nunca antes había sentido tanta presión", dijo Olaf van Tulder, gerente de la Green House, parte de una cadena de populares cafeterías de propiedad de un holandés al que la revista High Times ha apodado el ‘Rey del Cannabis'.
En un día de semana hace poco eran sólo las diez de la mañana, pero los vendedores de marihuana, en el mesón de marihuana en la parte de atrás de la Green House, ya estaban pesando diligentemente pequeñas bolsas de hierba en una balanza y la mayoría de las mesas estaban ocupadas por clientes liando sus porretes.
Casi nadie bebía café.
Dos jóvenes italianos, que ya se veían algo perdidos, levantaron dos dedos y apuntaron al hachís más caro que había en el menú, el Dutch Ice-Olator Supreme a 51.80 dólares el gramo. Eduardo, el amable vendedor, puso dos gramos en dos bolsas, mostró el precio a los italianos en una calculadora y los despidió con un ‘Ciao babies!'.
Los negocios marchan bien, pero la lucha diaria con la nueva unidad de la policía antinarcóticos hace sentirse a van Tulder como si estuviera bajo sitio. "Si encuentran una moto aparcada en doble fila frente a nuestro local, pueden cerrarnos", dice.
Como la mayoría de los amsterdameses, van Tulder, 35, no fuma marihuana muy a menudo, pero está preocupado de que las políticas conservadores maten la cultura holandesa. "Escucha, esta gente quiere imponer su religión a la sociedad, y creo que Amsterdam se está muriendo debido a eso. Es agradable escapar de la realidad".
Joel Voordewind creció en esta ciudad deleitándose en la escena musical punk, y tocando la batería en una banda llamada No Longer Music (debido a su volumen). Pero nunca se sintió cómodo con el uso de las drogas y la prostitución en Amsterdam y de niño evitaba el barrio rojo "porque ahí te puedes meter en problemas".
Ahora este hombre alto, de cara de niño e hijo de un pastor evangélico, tiene 42 años y es miembro del Parlamento. Su partido Unión Cristiana, que basa gran parte de su programa político en las doctrinas bíblicas, está tratando de reformar a un gobierno que estima que está moralmente a la deriva. Aunque su partido controla sólo dos de los dieciséis ministerios, se ha unido a los liberales en la lucha por la defensa de los refugiados, las familias pobres y el medio ambiente, al mismo tiempo que condena la homosexualidad, la eutanasia, el aborto y la experimentación juvenil "con todo".
"La gente está harta de la actitud indolente del gobierno. La llamamos, ‘Si está prohibido, lo toleraremos'. Como con las drogas blandas. Están prohibidas, pero hacemos la vista gorda", dijo, sorbiendo café en un bar de la estación de trenes de Amsterdam. "Tenemos un montón de políticas de ese tipo, y eso ha dado a la gente la sensación de que el gobierno les estaba diciendo que podían hacer lo que querían".
Aunque la tolerancia y la diversidad han sido durante largo tiempo objeto de orgullo nacional, una serie de inquietantes acontecimientos ha hecho a los holandeses más receptivos a la idea "de un gobierno firme con normas y valores claros", dijo.
El asesinato del poco ortodoxo político populista Pim Fortuyn en 2002 y del cineasta [de extrema derecha] Theo van Gogh dos años después, que ambos avivaban los temores por el extremismo islámico, han traumatizado a este país predominantemente blanco y cristiano.
Los extrovertidos holandeses acogió a los extranjeros -y sus mezquitas y escuelas islámicas-, pero se han mostrado menos tolerantes con aquellos que no comparten su tipo de tolerancia. Y también se están preguntando porqué invitan a los turistas a drogarse en sus parques y permiten que sus bonitos vecindarios degeneren en escabrosos Disneylands con clubes de sexo y en locales de masaje.
Amsterdam posee el más famoso e histórico barrio rojo de Europa occidental. Aunque después de ocho siglos no es probable que desaparezca dentro de poco, está en medio de una reinvención.
El mes pasado, el alcalde de Amsterdam y el Ayuntamiento revelaron un plan para eliminar los burdeles y los servicios de escolta obligando a los dueños a solicitar nuevos permisos y elevando la edad mínima de las prostitutas de dieciocho a veintiún años. La ciudad también está gastando 37 millones de dólares en la compra de un propietario que posee un cuarto de los edificios de la ciudad donde mujeres prácticamente desnudas posan detrás de vitrinas en los ventanales, con luces rojas destellando literalmente sobre sus cabezas.
Si el ayuntamiento se sale con la suya, las ventanas con mujeres a la venta cederán el paso a vitrinas de ropa de mujeres, y los históricos edificios serán remodelados para instalar hoteles y restaurantes de lujo, con el resto de los burdeles a apenas unas cuadras de distancia.
"La imagen romántica de la zona es anticuada. Hay muchos abusos en la industria del sexo y es por eso que el ayuntamiento tiene que hacer algo", dijo en una rueda de prensa anunciando los cambios el alcalde de Amsterdam Job Cohen, miembro del Partido Laborista. "No queremos eliminar la prostitución, pero sí queremos limitar significativamente la delincuencia".
Políticos locales en toda Holanda han concluido que al legalizar la prostitución en 2000, abrieron sus ciudades a organizaciones criminales internacionales que trafican en mujeres, niños y drogas duras. Las autoridades quieren erradicar la delincuencia y están también harta de los turistas de fines de semana borrachos mirando prostitutas y comprando drogas ilegales en la calle.
De hecho, estas sórdidas escenas son una sorpresa en esta bella ciudad llena de viejas iglesias y bicis -hay seiscientas mil, para 750 mil personas. En el barrio del centro, las calles están bordeadas de edificios de los siglos diecisiete y dieciocho, con muchas tiendas que venden pintorescamente chanclos y quesos o librerías de viejo que atraen a los estudiantes.
Pero dobla una esquina y verás en una ventana a un maniquí que adquiere vida a medida que una joven polaca desbordándose de su bikini. Sobre la ventana hay un número y un tubo de luz de neón roja. Cuando cambia de postura, con los hombros hacia atrás y estirando el mentón, trata de mantener el equilibrio sobre un alto taburete.
Unas ventanas más allá albergan a dos dominicanas más viejas vestidas con una combinación blanca y compartiendo un gordo porrete; se ven aburridas y congeladas. Cerca de ahí, una chica con un traje de baño de cuero negro -es una holandesa de largo pelo rubio- habla por su celular mientras hace guiños con sus ojos y sopla besos a un grupo de rusos.
Los hombres vuelven a pasar un par de veces, pero la chica holandesa decide alentarlos, y cuando se ven indecisos, se baja del taburete y se deja caer sobre la cama de una plaza de su diminuto cuarto. Entonces cierra los ojos.
Marisha Majoor, que dirige el Centro de Información sobre la Prostitución, empezó a hacer la calle hace veinte años cuando casi todas las prostitutas eran holandesas y el comercio estaba menos organizado. Finalmente abandonó el oficio y empezó el centro, un pequeño local al lado de una de las iglesias más antiguas de Amsterdam. Opera más o menos como cualquiera tienda turística, excepto que vende decenas de artículos relacionados con el sexo, como lápiz labial en forma de pene y magnetos de nevera de pechugonas prostitutas.
Majoor, 37, está convencida de que la nueva inquietud sobre la explotación de las mujeres y la delincuencia es simplemente un truco para remodelar estas zonas y, desde su punto de vista, sólo significará que más prostitutas serán obligadas a trabajar en condiciones inseguras.
También atribuye la nueva ansiedad sobre el barrio rojo al temor de los inmigrantes.
"Para muchas mujeres del mundo, trabajar en Holanda es mucho mejor que trabajar en sus propios países", dice Majoor.
Mientras habla, un joven británico entra a la tienda para preguntar cuánto dinero cobran las mujeres en las vitrinas (de 52 a 74 dólares por diez a quince minutos). Cuando el joven pregunta sobre el sexo seguro, una colaboradora de Majoor le vende una ‘Pleasure Guide' con los hechos y advertencias pertinentes.
Voordewind quiere cambiar radicalmente el barrio rojo de su ciudad natal. Hace poco propuso convertirlo en una colonia de artistas, como el barrio Montmartre de París. Quiere que el ayuntamiento compre las vitrinas restantes y remodele los edificios en su belleza original e instale allí talleres de artistas y galerías de arte.
"Ahora el barrio es una atracción turística no debido a los bellos edificios, sino por las vitrinas", dijo. "Es una situación muy deprimente... Quiero cambiarla completamente".
geraldine.baum@latimes.com
8 de enero de 2008
4 de enero de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
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