riqueza de los miserables de somalia
[Stephanie McCrummen] Lazos tribales abren puertas para refugiados de la capital.
Marka, Somalia. Después de escapar del campo de batalla urbano de Mogadishu, de caminar durante veinte días en el abrasante calor, de dormir en la arena, de soñar con explosiones y de mirar cómo sus cuatro hijos se volvían cada vez más escuálidos, Asiya Ali llegó una tarde hace poco a esta desconocida ciudad costera.
No había ninguna agencia internacional de ayuda para socorrerla, sino sólo el sol y una ciudad llena de gente angustiada por la peor cosecha de la historia reciente. Y así, asustada y cansada, dijo Ali, se volvió hacia el único recurso que le quedaba: su clan.
"Yo soy bimal", le contó a alguien que había encontrado recorriendo las suaves calles de arena de Marka, un proceso que la llevo a Fatima Mohamed, una pariente lejana que no conocía de antes.
"Nos dio té, azúcar para los niños, nos dio tomates y pan", dijo Ali. "Nos dijo: ‘Bienvenidos'".
Casi un año después de la invasión por tropas etíopes de Somalia, que contaban con el apoyo de Estados Unidos para expulsar al movimiento islámico de allá, la capital somalí de Mogadishu sigue enfrascada en una violenta guerra urbana que ha desplazado hacia el campo a unas seiscientas mil personas -más de la mitad de la población de la ciudad.
Funcionarios de Naciones Unidas dicen que Somalia hace frente a la peor crisis humanitaria del continente, una situación que ha significado hambruna en algunas zonas.
Sin embargo, en las estrechas calles que serpentean por esta ciudad de edificios pintados de cal es difícil encontrar siquiera un campamento de personas desplazadas o una familia que haya sido devuelta.
En lugar de eso, los hambrientos y fatigados recién llegados -unos quince mil este año- han sido albergados discretamente en las casas de techumbre de hojas de los residentes locales, como Mohamed, que estima que el año pasado llegó a alojar a diez familias. La mayoría de ellos, dijo, estaban relacionados con ella a través del clan -la intrincada red de familias de Somalia, algunas de las cuales trazan su origen a Adán.
"No tenemos nada", dijo Mohamed. "Pero hacemos lo que podemos".
Mientras otras partes de África, especialmente la región occidental de Sudán, Darfur, tienen niveles comparables de desnutrición infantil, existen pocos lugares donde la brecha entre la necesidad y la satisfacción es tan grande. El déficit se ha atribuido a la falta de seguridad en Somalia, a su gobierno a menudo hostil y a la presencia de numerosos grupos de ayuda que trabajan para solucionar la crisis en Sudán.
Más de doscientas mil personas que han escapado de Mogadishu están viviendo a lo largo del único camino que sale de la ciudad, un tramo de dieciséis kilómetros que se cree que es el grupo más grande de personas desplazadas del mundo.
El resto se ha dispersado hacia el norte, el oeste y el sur, llegando en camión, en burros y a pie a ciudades como esta a unos ochenta kilómetros de Mogadishu.
Aquí en la región baja del río Shabeelle, conocida durante largo tiempo como la panera del país, sus enormes plantaciones de maíz, sorgo y frijoles se están secando por falta de lluvias, y los precios de los alimentos se han disparado.
Incluso sin los agobiados recién llegados que llegan todos los días, la situación se ha puesto tan difícil que Naciones Unidas envió este mes dos buques con alimentos para abastecer a la población local.
Mohamed dijo que ella tenía exactamente una barra de pan y algunos tomates para su propia familia cuando llegó Ali el mes pasado. Los compartió.
Tenía una pequeña habitación extra en su casa, y Ali y sus hijos todavía están durmiendo allí. Tenía un vestido que no le hacía falta y un trozo de tela color rosa, que dio a Ali. "Sin ella, estaríamos muy mal. Estamos agradecidos de que tenga tan buen corazón", dijo Ali, que llevaba su vestido.
Otros que han llegado aquí han encontrado refugio con grupos somalíes locales, como el que dirige Mana Abdurahman, que este año ha acogido a más de doscientos niños huérfanos, así como a familias de clanes más marginales de Somalia.
"No me interesa de dónde vengan", dijo Abdurahman, hija de un importante líder tribal.
Abdurahman cruzó el lugar que llama su "pueblo", un callejón de arena y chozas y frondosas palmas, para saludar a dos familias llegadas recientemente y a una niña llamada Asha, que había sido dejada allí por sus vecinos de Mogadishu.
En un pequeño gesto de piedad, Abdurahman ha decidido esperar antes de contarle a la niña que ella es la única que queda de su familia de siete personas. Los demás murieron en un atentado con bomba en Mogadishu.
"¿Dónde está Ibrahim?", le preguntó Abdurahman, cariñosamente.
"¡Está en su casa!", dijo Asha, alegre.
"¿Dónde está tu padre?", preguntó Abdurahman.
"¡Está en casa!", dijo Asha.
"¿Dónde está tu madre?", preguntó Abdurahman.
"¡Está en casa!", dijo la pequeña, y así pasaron un rato, Abdurahman abrazándola.
En ausencia de una ayuda internacional más robusta, los somalíes están dependiendo sobre todo de este tipo de amabilidad y del dinero que les envían sus familiares desde el extranjero, así como de las estructuras sociales como los clanes, que han sido tan a menudo responsabilizados de socavar los intentos de formar un gobierno central viable.
"Los clanes pueden ser manipulados y mal usados por los políticos", dijo Mohamed Uluso, líder político de un poderoso linaje. "Pero el clan es parte de la vida y bienestar de la sociedad somalí, especialmente debido a que no tenemos un gobierno que se ocupe de nosotros en estos momentos".
De hecho, las organizaciones de ayuda han acusado al gobierno de transición del presidente somalí Abdullahi Yusuf de torpedear los magros intentos de ayuda.
En una sesión del Consejo de Seguridad la semana pasada, el director de ayuda humanitaria de Naciones Unidas, John Holmes, apeló a las naciones donantes a enviar más socorristas y ayuda a Somalia, pero también enfatizó la necesidad de ocuparse de las causas políticas subyacentes de la crisis.
Puestos de control manejados por soldados del gobierno y milicias independientes, por ejemplo, están exigiendo hasta cuatrocientos dólares para dejar pasar camiones y otros vehículos de rescate. Empleados de Naciones Unidas han sido arrestados por soldados del gobierno en Mogadishu, donde los asesinatos políticos son cada vez más frecuentes.
Y apenas la semana pasada, el jefe de seguridad de Somalia, citando una orden de Yusuf, cerró abruptamente todas los caminos y puertos al sur de Mogadishu, dejando 3.700 toneladas de alimentos en los buques anclados frente a la costa.
La orden fue levantada al día siguiente sin explicación alguna, y un batallón de botes de remos se dirigieron a descargar los sacos con el sello de la bandera norteamericana.
El otro día una multitud de varias decenas de familia llegaron en carretas de madera para llevarse los sacos de sorgo y guisantes almacenadas en una escuela abandonada que hacía las veces de punto de distribución.
Entre ellos se encontraba Hawa Robleh, 45, que dijo que estaba recibiendo ayuda por primera vez en su vida. Tenía que alimentar no solamente a sus ocho hijos, sino también a una familia de parientes lejanos de Mogadishu que habían estado viviendo con ella durante los últimos dos meses.
"La vida es difícil para mí, pero es más difícil para ellos, porque abandonaron sus casas", dijo Robleh. "Hemos compartido todo lo que teníamos".
Agregó, sin embargo, que incluso con las raciones de alimento su generosidad no sería suficiente.
"Desde que llegaron", dijo, refiriéndose a sus huéspedes, "los niños han enflaquecido".
No había ninguna agencia internacional de ayuda para socorrerla, sino sólo el sol y una ciudad llena de gente angustiada por la peor cosecha de la historia reciente. Y así, asustada y cansada, dijo Ali, se volvió hacia el único recurso que le quedaba: su clan.
"Yo soy bimal", le contó a alguien que había encontrado recorriendo las suaves calles de arena de Marka, un proceso que la llevo a Fatima Mohamed, una pariente lejana que no conocía de antes.
"Nos dio té, azúcar para los niños, nos dio tomates y pan", dijo Ali. "Nos dijo: ‘Bienvenidos'".
Casi un año después de la invasión por tropas etíopes de Somalia, que contaban con el apoyo de Estados Unidos para expulsar al movimiento islámico de allá, la capital somalí de Mogadishu sigue enfrascada en una violenta guerra urbana que ha desplazado hacia el campo a unas seiscientas mil personas -más de la mitad de la población de la ciudad.
Funcionarios de Naciones Unidas dicen que Somalia hace frente a la peor crisis humanitaria del continente, una situación que ha significado hambruna en algunas zonas.
Sin embargo, en las estrechas calles que serpentean por esta ciudad de edificios pintados de cal es difícil encontrar siquiera un campamento de personas desplazadas o una familia que haya sido devuelta.
En lugar de eso, los hambrientos y fatigados recién llegados -unos quince mil este año- han sido albergados discretamente en las casas de techumbre de hojas de los residentes locales, como Mohamed, que estima que el año pasado llegó a alojar a diez familias. La mayoría de ellos, dijo, estaban relacionados con ella a través del clan -la intrincada red de familias de Somalia, algunas de las cuales trazan su origen a Adán.
"No tenemos nada", dijo Mohamed. "Pero hacemos lo que podemos".
Mientras otras partes de África, especialmente la región occidental de Sudán, Darfur, tienen niveles comparables de desnutrición infantil, existen pocos lugares donde la brecha entre la necesidad y la satisfacción es tan grande. El déficit se ha atribuido a la falta de seguridad en Somalia, a su gobierno a menudo hostil y a la presencia de numerosos grupos de ayuda que trabajan para solucionar la crisis en Sudán.
Más de doscientas mil personas que han escapado de Mogadishu están viviendo a lo largo del único camino que sale de la ciudad, un tramo de dieciséis kilómetros que se cree que es el grupo más grande de personas desplazadas del mundo.
El resto se ha dispersado hacia el norte, el oeste y el sur, llegando en camión, en burros y a pie a ciudades como esta a unos ochenta kilómetros de Mogadishu.
Aquí en la región baja del río Shabeelle, conocida durante largo tiempo como la panera del país, sus enormes plantaciones de maíz, sorgo y frijoles se están secando por falta de lluvias, y los precios de los alimentos se han disparado.
Incluso sin los agobiados recién llegados que llegan todos los días, la situación se ha puesto tan difícil que Naciones Unidas envió este mes dos buques con alimentos para abastecer a la población local.
Mohamed dijo que ella tenía exactamente una barra de pan y algunos tomates para su propia familia cuando llegó Ali el mes pasado. Los compartió.
Tenía una pequeña habitación extra en su casa, y Ali y sus hijos todavía están durmiendo allí. Tenía un vestido que no le hacía falta y un trozo de tela color rosa, que dio a Ali. "Sin ella, estaríamos muy mal. Estamos agradecidos de que tenga tan buen corazón", dijo Ali, que llevaba su vestido.
Otros que han llegado aquí han encontrado refugio con grupos somalíes locales, como el que dirige Mana Abdurahman, que este año ha acogido a más de doscientos niños huérfanos, así como a familias de clanes más marginales de Somalia.
"No me interesa de dónde vengan", dijo Abdurahman, hija de un importante líder tribal.
Abdurahman cruzó el lugar que llama su "pueblo", un callejón de arena y chozas y frondosas palmas, para saludar a dos familias llegadas recientemente y a una niña llamada Asha, que había sido dejada allí por sus vecinos de Mogadishu.
En un pequeño gesto de piedad, Abdurahman ha decidido esperar antes de contarle a la niña que ella es la única que queda de su familia de siete personas. Los demás murieron en un atentado con bomba en Mogadishu.
"¿Dónde está Ibrahim?", le preguntó Abdurahman, cariñosamente.
"¡Está en su casa!", dijo Asha, alegre.
"¿Dónde está tu padre?", preguntó Abdurahman.
"¡Está en casa!", dijo Asha.
"¿Dónde está tu madre?", preguntó Abdurahman.
"¡Está en casa!", dijo la pequeña, y así pasaron un rato, Abdurahman abrazándola.
En ausencia de una ayuda internacional más robusta, los somalíes están dependiendo sobre todo de este tipo de amabilidad y del dinero que les envían sus familiares desde el extranjero, así como de las estructuras sociales como los clanes, que han sido tan a menudo responsabilizados de socavar los intentos de formar un gobierno central viable.
"Los clanes pueden ser manipulados y mal usados por los políticos", dijo Mohamed Uluso, líder político de un poderoso linaje. "Pero el clan es parte de la vida y bienestar de la sociedad somalí, especialmente debido a que no tenemos un gobierno que se ocupe de nosotros en estos momentos".
De hecho, las organizaciones de ayuda han acusado al gobierno de transición del presidente somalí Abdullahi Yusuf de torpedear los magros intentos de ayuda.
En una sesión del Consejo de Seguridad la semana pasada, el director de ayuda humanitaria de Naciones Unidas, John Holmes, apeló a las naciones donantes a enviar más socorristas y ayuda a Somalia, pero también enfatizó la necesidad de ocuparse de las causas políticas subyacentes de la crisis.
Puestos de control manejados por soldados del gobierno y milicias independientes, por ejemplo, están exigiendo hasta cuatrocientos dólares para dejar pasar camiones y otros vehículos de rescate. Empleados de Naciones Unidas han sido arrestados por soldados del gobierno en Mogadishu, donde los asesinatos políticos son cada vez más frecuentes.
Y apenas la semana pasada, el jefe de seguridad de Somalia, citando una orden de Yusuf, cerró abruptamente todas los caminos y puertos al sur de Mogadishu, dejando 3.700 toneladas de alimentos en los buques anclados frente a la costa.
La orden fue levantada al día siguiente sin explicación alguna, y un batallón de botes de remos se dirigieron a descargar los sacos con el sello de la bandera norteamericana.
El otro día una multitud de varias decenas de familia llegaron en carretas de madera para llevarse los sacos de sorgo y guisantes almacenadas en una escuela abandonada que hacía las veces de punto de distribución.
Entre ellos se encontraba Hawa Robleh, 45, que dijo que estaba recibiendo ayuda por primera vez en su vida. Tenía que alimentar no solamente a sus ocho hijos, sino también a una familia de parientes lejanos de Mogadishu que habían estado viviendo con ella durante los últimos dos meses.
"La vida es difícil para mí, pero es más difícil para ellos, porque abandonaron sus casas", dijo Robleh. "Hemos compartido todo lo que teníamos".
Agregó, sin embargo, que incluso con las raciones de alimento su generosidad no sería suficiente.
"Desde que llegaron", dijo, refiriéndose a sus huéspedes, "los niños han enflaquecido".
10 de febrero de 2008
9 de diciembre de 2007
©washington post
cc traducción mQh
0 comentarios