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confesiones de un gendarme


[Debbie Nathan] De Guantánamo. El mundo de pesadilla de torturas y suicidios de gendarmes de la prisión.
Un psiquiatra que ha tratado a ex militares que sirvieron en el campo de prisioneros de Guantánamo está contando una historia de prisioneros torturados y suicidios de gendarmes allá, que le contó un guardia nacional que trabajó en Guantánamo cuando el campo recién abría sus puertas.
El doctor John R. Smith, 75, es un psiquiatra de Oklahoma que en los últimos años ha trabajado en destinaciones militares. También es consultor del Departamento de Psiquiatría y Ciencias de la Conducta de la Universidad de Oklahoma, y está asociado a la sección de asuntos de veteranos del Hospital Administrativo de Oklahoma. El examen psiquiátrico ordenado por tribunales de Timothy McVeigh, que colocó una bomba en el Edificio Federal Murrah en 1995, fue realizado por Smith. Hace unos años empezó a trabajar como psicoterapeuta, tratando a miembros en servicio activo de las fuerzas armadas norteamericanas.
Smith habló el 22 de febrero de 2008 en el congreso anual de la Academia Americana de Ciencias Forenses realizado en Washington D.C. Su ponencia giró sobre el impacto psicológico sobre los gendarmes que trabajan en Guantánamo. Se concentró en un escalofriante caso, la historia de un paciente al que llamó "el señor H".
Smith describió al señor H como un trabajador latino en sus cuarenta que había hecho servicio de rutina en la Guardia Nacional durante varios años antes de ser llamado a Kuwait. Poco después del 11 de septiembre de 2001, fue dirigido desde Kuwait a Guantánamo. El campo de detención recién había abierto sus puertas. El señor H fue destinado allá para trabajar como gendarme.
Sin haber sido preparado para el trabajo, el señor H se asustó con los detenidos. Le arrojaban excremento y orina, contó Smith, y trataron de que les ayudara a enviar cartas fuera del campo, diciéndole que si no lo hacía se encargarían "de que su familia sufriera las consecuencias". Los prisioneros también se burlaban del señor H, porque sus servicios para las fuerzas armadas lo convertían en un "traidor" de los latinos y otras minorías. El señor H vivía confundido y angustiado
Entretanto, dijo Smith, "este buen católico y hombre de familia que había acatado siempre las órdenes" fue llamado a participar en la tortura de prisioneros. Uno de sus trabajos era "llevar a los detenidos a ciertos lugares y esposarlos en posiciones difíciles, habitualmente desnudos, para prepararlos para sus interrogatorios".
El señor H a menudo observaba los interrogatorios. Vio cómo presionaban a los prisioneros hasta que estos se quebraban. A menudo reaccionaban a la tortura con "defecación, vómitos y orina" y con "reacciones psicóticas, como llorar y gritar cosas bizarras".
Smith observó que el señor H dijo que él debía "esposarlos desnudos y mantenerlos apretados contra el suelo". Los prisioneros también debían caminar "con sus rodillas sobre piedras afiladas". Los detenidos, contó el señor H a Smith, a veces trataban de evitar los interrogatorios frotándose las rodillas hasta que sangraban para que los trasladaran al hospital de la prisión.
De acuerdo a Smith, los comentarios del señor H sobre estos episodios "eran amargos y simples: ‘Lo que hicimos estaba mal'. Mientras estuvo en Guantánamo reaccionó a su participación en las torturas "con sentimientos de culpa, gritos y llantos. Pero por supuesto le estaba prohibido hablar con otros sobre lo que estaba viviendo. Empezó a deprimirse cada vez más". Aparentemente, lo mismo ocurría a otros guardias. Smith dijo que el señor H le contó que en su primer mes en Guantánamo se habían suicidado dos guardias.
Smith dijo que para cuando vio al señor H, este "estaba muy enfermo. Tenía pensamientos suicidas, estaba terriblemente depresivo y ansioso" y "sufría de insomnio y tenía terribles pesadillas y recuerdos". Ya había consultado a dos terapeutas militares y no había mejorado. Pero esos terapeutas "eran militares en servicio activo y él no se atrevía a contarles" lo que había visto en Guantánamo. Smith no estaba en servicio activo, y después de dos o tres sesiones el señor H empezó a contarle su experiencia en la prisión. Sus tendencias suicidas se redujeron con medicamentos y psicoterapia, pero estaba demasiado enfermo para continuar su servicio militar.
Tres años después del tratamiento del señor H, Smith recibió a tres nuevos pacientes que fueron guardias en Guantánamo en periodos posteriores. Dijeron que las condiciones habían mejorado mucho, que "les encantaba Guantánamo y que se iban a nadar al Caribe". Sin embargo, un guardia tenía problemas relacionados directamente con su trabajo allá. Contó que "tuvo que descolgar a un detenido" que había tratado de colgarse después de haber roto a mordiscos una vena de su brazo. Había sangre por todos lados. Cuando el guardia dejó Guantánamo, sufría de "ataques de ansiedad y pánico".
Smith dijo que su ponencia en el congreso de la Academia Americana de Ciencias Forenses fue la primera vez que hablaba en público sobre sus pacientes de Guantánamo. Decidió hablar, dijo, porque le preocupa el hecho de que los veteranos sean generalmente inelegibles para subsidios de incapacidad por trastorno de estrés post-traumática si el estado no está relacionado con situaciones de combate. Considera que los guardias de Guantánamo "son un grupo de víctimas pasado por alto". Pero al defender su posición, Smith asumió un papel único. Hasta ahora casi todas las versiones sobre torturas en Guantánamo provenían de grupos de derechos humanos no-gubernamentales o de detenidos y sus abogados. Los informes del FBI en 2004 son muy contradictorios. Smith, un prestigioso médico, divulgó informes desde dentro de las fuerzas armadas.

Debbie Nathan es una periodista de Nueva York que escribe a menudo para CounterPunch. Su correo electrónico es naess2@gmail.com

27 de febrero de 2008
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