un cura y sus fieles milagreros
[Erik Eckholm] Un cura difiere de sus fieles sobre los milagros.
Chimayo, Nuevo México, Estados Unidos. "¡No es la tierra la que hace los milagros!", dice el Padre Casimiro Roca, exasperado.
Es verdad que decenas de muletas desechadas se exhiben al interior del Santuario de Chimayo, una pequeña iglesia de adobe en este pueblo del norte de Nuevo México conocido como el Lourdes de América.
Es verdad que decenas de miles de peregrinos recorren el Viernes Santo los trece kilómetros o más que los separan del santuario, algunos acarreando pesadas cruces y otros avanzando de rodillas. Decenas de personas lo visitan todos los días el resto del año, muchas de ellas con la esperanza de sanar de las enfermedades o discapacidades con oraciones, agua bendita y, más famosamente, la tierra sanadora, que los visitantes recogen de un hoyo en el suelo al interior de la iglesia.
Ahora, ese desprecio de la tierra suena discordante, ya que viene del Padre Roca, que ha dedicado gran parte de su vida a crear el santuario actual y es su venerada eminencia. A sus 89, luce una boina que delata sus orígenes barceloneses
Hace unos cincuenta años se hizo cargo del abandonado y arruinado sitio de la iglesia, que data de 1816. Supervisó la reconstrucción del santuario -incluyendo el hoyo sagrado- en el impecable lugar que es hoy, con brillantes pinturas y estatuas dentro y los gigantescos álamos americanos en el patio, que plantó él mismo. Se ha convertido en una parada habitual de los buses turísticos que hacen la pintoresca ruta hacia Taos, así como de los vecinos que buscan solaz o curas, y que fue declarado un monumento nacional en 1970. Los visitantes traen sus propias bolsas o contenedores o pueden comprar pequeños contenedores de plástico con la leyenda ‘tierra bendecida' en la tienda de recuerdos de la iglesia.
Pocos se marchan sin llevarse un poco de tierra rojiza, extraída de un pocito que es constantemente vuelto a llenar por un sacristán, explica rápidamente el Padre Roca, pese a los prolongados rumores de que el pozo era rellenado por la intervención divina.
Señaló un pequeño edificio donde se almacena la tierra. "Incluso he tenido que comprar tierra limpia", se queja.
Alguna gente se lleva tierra para tener suerte, mientras que los enfermos pueden llegar a comerla, preparar infusiones con ella o fregarla contra la parte afectada del cuerpo.
Una fría mañana de febrero, Rosa y Ben Salazar, ambos de 78, del cercano San Pedro, visitaron el santuario para orar y recoger agua bendita y tierra.
"Aquí ha habido milagros", dijo la señora Salazar. Han aumentado sus visitas desde que le diagnosticaran cáncer a su marido. "Tiene manchas en los pulmones, y el doctor dijo inicialmente que tendría que someterse a quimioterapia", dijo.
"Venimos siempre aquí a orar", dijo, y en casa frota la tierra sobre el pecho y los pies de su marido. Y, maravilla, después de su último escáner CAT, dijo la señora Salazar, el doctor les dijo que se veía mejor y que después de todo la quimioterapia no sería necesaria.
El Padre Roca también cree en milagros, pero, dijo: "Son la obra de Nuestro Señor".
"Siempre le digo a la gente que yo no tengo fe en la tierra, que tengo fe en el Señor", dijo. "Pero la gente puede creer lo que quiera".
El Padre Roca prefiera dirigir la atención al crucifijo de madera de 1.82 metros en el altar mayor, y cuenta feliz su legendaria historia.
Según cuenta la leyenda, un oscuro Viernes Santo de 1810 los hombres de una cofradía de penitentes secreta realizaban un rito en un cerro de Chimayo -no está claro si se trataba de autoflagelación, de la crucifixión de un miembro del grupo o simplemente oraciones prolongadas. Uno de ellos, don Bernardo Abeyta, vio una extraña luz brillando arriba en el valle.
Cuando los hombres bajaron a investigar, la luz desapareció pero en su fuente encontraron un crucifijo de madera semi-enterrado. Enviaron a por el sacerdote más cercano, a dieciséis kilómetros de distancia en Santa Cruz, que hizo trasladar el crucifijo en una procesión hacia la iglesia parroquial. Pero a la mañana siguiente había desaparecido y vuelto a aparecer en el lugar donde lo habían encontrado los hombres primero.
Así ocurrió tres veces, dice la leyenda, antes de que se entendiera el mensaje. Don Abeyta construyó una pequeña capilla para el crucifijo en el lugar de su hallazgo en el valle que, observan los historiadores, había sido un lugar sagrado para los indios pueblo. Pronto se difundió la noticia de que en este lugar se curaban los cojos y los ciegos. Hoy, se dice que el hoyo de tierra está en el lugar donde fue hallado el crucifijo, explicando su poder y la permanente fe de sus visitantes, incluso si saben que la tierra la traen desde otro lugar.
El Padre Roca dijo que había evidencias de que el crucifijo había sido traído originalmente a la zona por un sacerdote guatemalteco y que anteriormente había sido llamado Nuestro Señor de Esquipulas, en homenaje a un importante santuario en Guatemala.
En cuanto a la tierra, la mejor atracción de esta visitada parroquia, dijo: "No me gusta pensar mucho sobre eso. La gente no viene aquí por el crucifijo, sino por la tierra, y alguna gente incluso la vende".
La señora Salazar, que cree en el poder curativo de la tierra, dijo que no sabía nada del fastidio del Padre Roca. "Yo pensaba que la tierra la bendecían los padres, ¿no?", preguntó.
Es verdad que decenas de muletas desechadas se exhiben al interior del Santuario de Chimayo, una pequeña iglesia de adobe en este pueblo del norte de Nuevo México conocido como el Lourdes de América.
Es verdad que decenas de miles de peregrinos recorren el Viernes Santo los trece kilómetros o más que los separan del santuario, algunos acarreando pesadas cruces y otros avanzando de rodillas. Decenas de personas lo visitan todos los días el resto del año, muchas de ellas con la esperanza de sanar de las enfermedades o discapacidades con oraciones, agua bendita y, más famosamente, la tierra sanadora, que los visitantes recogen de un hoyo en el suelo al interior de la iglesia.
Ahora, ese desprecio de la tierra suena discordante, ya que viene del Padre Roca, que ha dedicado gran parte de su vida a crear el santuario actual y es su venerada eminencia. A sus 89, luce una boina que delata sus orígenes barceloneses
Hace unos cincuenta años se hizo cargo del abandonado y arruinado sitio de la iglesia, que data de 1816. Supervisó la reconstrucción del santuario -incluyendo el hoyo sagrado- en el impecable lugar que es hoy, con brillantes pinturas y estatuas dentro y los gigantescos álamos americanos en el patio, que plantó él mismo. Se ha convertido en una parada habitual de los buses turísticos que hacen la pintoresca ruta hacia Taos, así como de los vecinos que buscan solaz o curas, y que fue declarado un monumento nacional en 1970. Los visitantes traen sus propias bolsas o contenedores o pueden comprar pequeños contenedores de plástico con la leyenda ‘tierra bendecida' en la tienda de recuerdos de la iglesia.
Pocos se marchan sin llevarse un poco de tierra rojiza, extraída de un pocito que es constantemente vuelto a llenar por un sacristán, explica rápidamente el Padre Roca, pese a los prolongados rumores de que el pozo era rellenado por la intervención divina.
Señaló un pequeño edificio donde se almacena la tierra. "Incluso he tenido que comprar tierra limpia", se queja.
Alguna gente se lleva tierra para tener suerte, mientras que los enfermos pueden llegar a comerla, preparar infusiones con ella o fregarla contra la parte afectada del cuerpo.
Una fría mañana de febrero, Rosa y Ben Salazar, ambos de 78, del cercano San Pedro, visitaron el santuario para orar y recoger agua bendita y tierra.
"Aquí ha habido milagros", dijo la señora Salazar. Han aumentado sus visitas desde que le diagnosticaran cáncer a su marido. "Tiene manchas en los pulmones, y el doctor dijo inicialmente que tendría que someterse a quimioterapia", dijo.
"Venimos siempre aquí a orar", dijo, y en casa frota la tierra sobre el pecho y los pies de su marido. Y, maravilla, después de su último escáner CAT, dijo la señora Salazar, el doctor les dijo que se veía mejor y que después de todo la quimioterapia no sería necesaria.
El Padre Roca también cree en milagros, pero, dijo: "Son la obra de Nuestro Señor".
"Siempre le digo a la gente que yo no tengo fe en la tierra, que tengo fe en el Señor", dijo. "Pero la gente puede creer lo que quiera".
El Padre Roca prefiera dirigir la atención al crucifijo de madera de 1.82 metros en el altar mayor, y cuenta feliz su legendaria historia.
Según cuenta la leyenda, un oscuro Viernes Santo de 1810 los hombres de una cofradía de penitentes secreta realizaban un rito en un cerro de Chimayo -no está claro si se trataba de autoflagelación, de la crucifixión de un miembro del grupo o simplemente oraciones prolongadas. Uno de ellos, don Bernardo Abeyta, vio una extraña luz brillando arriba en el valle.
Cuando los hombres bajaron a investigar, la luz desapareció pero en su fuente encontraron un crucifijo de madera semi-enterrado. Enviaron a por el sacerdote más cercano, a dieciséis kilómetros de distancia en Santa Cruz, que hizo trasladar el crucifijo en una procesión hacia la iglesia parroquial. Pero a la mañana siguiente había desaparecido y vuelto a aparecer en el lugar donde lo habían encontrado los hombres primero.
Así ocurrió tres veces, dice la leyenda, antes de que se entendiera el mensaje. Don Abeyta construyó una pequeña capilla para el crucifijo en el lugar de su hallazgo en el valle que, observan los historiadores, había sido un lugar sagrado para los indios pueblo. Pronto se difundió la noticia de que en este lugar se curaban los cojos y los ciegos. Hoy, se dice que el hoyo de tierra está en el lugar donde fue hallado el crucifijo, explicando su poder y la permanente fe de sus visitantes, incluso si saben que la tierra la traen desde otro lugar.
El Padre Roca dijo que había evidencias de que el crucifijo había sido traído originalmente a la zona por un sacerdote guatemalteco y que anteriormente había sido llamado Nuestro Señor de Esquipulas, en homenaje a un importante santuario en Guatemala.
En cuanto a la tierra, la mejor atracción de esta visitada parroquia, dijo: "No me gusta pensar mucho sobre eso. La gente no viene aquí por el crucifijo, sino por la tierra, y alguna gente incluso la vende".
La señora Salazar, que cree en el poder curativo de la tierra, dijo que no sabía nada del fastidio del Padre Roca. "Yo pensaba que la tierra la bendecían los padres, ¿no?", preguntó.
2 de marzo de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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