contratistas en iraq seducen a latinos
[Patrick J. McDonnell] Miles de latinos con oportunidades limitadas son seducidos por el dinero; pero para algunos de los que quedan lesionados o incapacitados, el costo es alto.
Lima, Perú. A veces despierta con un estremecimiento, pensando que debe buscar dónde esconderse, rápido. Otras veces, sueña que está corriendo y los proyectiles siguen cayendo, ardientes fragmentos de metal rasgando su cuerpo.
"Necesito pastillas para dormir", dice Gregorio Calixto, cogiendo una caja de fármacos baratos, para los que no necesita receta, los únicos que puede pagarse.
En Estados Unidos, Calixto podría estar siendo tratado por trastorno de estrés post-traumático adquirido durante su estadía en Iraq, y recibiría terapia física y psicoterapia. Aquí es un vendedor ambulante desempleado, que vive en una espartano cuarto de alquiler y que lucha por recuperarse física y emocionalmente de las graves heridas que le causó la metralla.
Es uno de los miles de latinoamericanos que han trabajado para contratistas norteamericanos como guardias de seguridad en Iraq y Afganistán. Unos mil doscientos peruanos se han marchado a Iraq, principalmente para custodiar edificios en la Zona Verde de Bagdad. También hay chilenos, colombianos, salvadoreños y hondureños que han servido como parte del políglota ensamblaje que trabaja en zonas de guerra norteamericanas.
Aunque la mayoría de ellos han retornado a América Latina ilesos y con suficiente dinero como para comprar casas, taxis y negocios, otros, como Calixto, no han tenido suerte: gravemente heridos en Iraq y dejados a su suerte para negociar en un laberíntico y, dice, inadecuado sistema de seguros norteamericanos.
El principal reclutador aquí, la Triple Canopy, una firma con sede en Virginia fundada por veteranos de las Fuerzas Especiales y la Delta Force norteamericanas, defiende sus prácticas. Los peruanos no son tratados de manera diferente que otros empleados norteamericanos, dice la compañía, y el 85 por ciento se ofrece para prolongar sus contratos.
"Creemos que Triple Canopy ha desarrollado un modelo bastante sofisticado para la gestión de cuerpos de guardias de seguridad nacional en terceros países", dijo Mark DeWitt, director de asuntos de gobierno de la compañía, en una declaración.
Los reclutas latinoamericanos son en su mayoría ex soldados y agentes de policía, muchos de ellos con experiencia en la guerra contra rebeldes de izquierdas.
"Ellos saben que provenimos de una tradición militar, que somos disciplinados", dice Norman Solano, 46, un robusto veterano de la campaña peruana contra las guerrillas maoístas de los años ochenta que pasó más de un año trabajando como guardia de seguridad en Iraq.
Los peruanos no están entre los peces gordos que ganan más de quinientos dólares al día, los que escoltan convoyes norteamericanos y aliados, como los guardias de Blackwater USA que han sido acusados de disparar primero y preguntar después. Esos exclusivos mercenarios provienen normalmente de Estados Unidos o Gran Bretaña.
Más bien, los peruanos y otros de países en desarrollo son polis de alquiler, y se encargan de los puestos de control, custodian torres de alta tensión y desarrollan labores de vigilancia. Muchos de ellos no han disparado nunca sus armas.
Triple Canopy dice que ningún empleado extranjero de la empresa ha muerto en Iraq, pero se negó a proporcionar datos sobre los latinoamericanos lesionados allá. Sin embargo, dos empleados de la compañía que pidieron no ser identificados dijeron que una docena de peruanos han sido alcanzados por ‘fuego indirecto' (proyectiles y morteros). Un empleado dijo que la peor herida la había sufrido un peruano que perdió un ojo. Las bajas ocurridas fuera de situaciones de combate incluyen a un hombre que murió de un ataque al corazón y otro que sucumbió a la leucemia poco después de ser enviado a casa.
Para los reclutas latinoamericanos, la paga es el mayor atractivo.
Los empleados peruanos ganan normalmente unos mil dólares al mes; novecientos dólares son girados a cuentas bancarias personales, mientras que cien dolares ‘para los gastos' son pagados en Iraq. Todos los gastos, incluyendo alojamiento, pensión y viajes, son pagados por la empresa. Trabajan en turnos de seis días.
Para ex soldados y agentes con poca educación es una situación difícil de manejar. Algunos retornados describen con nostalgia esas misiones como una especie de trabajo ideal, pese a los peligros, tedio, la separación de la familia y los abrasantes veranos.
"Me gustaría poder volver", dice Solano, que, como Calixto, trabajó allá desde 2005 a 2007 como parte de un destacamento de peruanos para proteger la misión norteamericana en la sureña ciudad de Basra. "Nunca comí tanto. Teníamos salmón, carne, arroz todos los días. ¡Y el postre! Algunos de nosotros engordamos y tuvimos que ir al gimnasio para bajar de peso".
Desde que volviera al Perú hace más de un año, Solano ha buscado trabajo incansablemente. Dijo que su petición de volver a Iraq ha sido rechazada debido a la estrés que adquirió allá, que le provoca falta de aliento.
"Prefiero morir en una guerra que morir de hambre en mi propio país", dice Solano, durante una pausa de su trabajo actual como guardia de una bomba municipal en la ciudad portuaria de Chimbote, al norte del país -una ciudad que apesta con el penetrante hedor de las plantas procesadores de pescado.
"Para mí, Iraq fue una buena época", dice Solano, padre de dos niños que gana unos doscientos dólares al mes, aunque hace dos meses que no le pagan.
Calixto, 27, ex sargento en el ejército peruano y el séptimo de once hermanos, estaba vendiendo cigarrillos y caramelos en un carro cuando oyó hablar a un pariente sobre una firma norteamericana que buscaba reclutas para Iraq. Solicitó en una oficina de un subcontratista de Triple Canopy en el centro de la ciudad y fue contratado al día siguiente, por un contrato de un año.
"Pensé que podría ahorrar dinero para estudiar cuando volviera", dice Calixto, con su voz suave, que quiere aprender inglés y estudiar para contable.
Completó su contrato de un año en noviembre de 2006 y dice que aceptó feliz una prolongación del contrato por cuatro meses, con un aumento importante de su salario -mil seiscientos dólares al mes.
Su suerte se acabó el siete de enero de 2007. El familiar chirrido de un proyectil puso a correr a todo el mundo.
"Empezamos a correr para buscar refugio, y yo oía los proyectiles que pasaban a mi lado", dice Calixto. "Luego oí una fuerte explosión. Empecé a gritar. Miré mi pierna y vi un montón de sangre. Podía ver el hueso. Pero nunca me desmayé... Eso fue algo que impresionó a mis jefes".
La metralla hizo una profunda herida en su muslo derecho. Calixto pasó un mes en hospitales norteamericanos y británicos en Iraq, donde recibió un injerto de piel antes de ser enviado a casa en febrero pasado. Con muletas. Su oído izquierdo también quedó lesionado; ahora usa un audífono.
Calixto dice que no se queja de cómo le trataron en Iraq. El problema, dice, ha sido encontrar ayuda en Perú. La Ley Básica de Defensa norteamericana exige que contratistas como Triple Canopy proporcionen cobertura, incluyendo la discapacidad, para lesiones relacionadas con el trabajo. Las solicitudes, sin embargo, son revisadas por el Departamento del Trabajo de Estados Unidos y administradas por una compañía de seguros norteamericana.
Calixto describe el frustrante proceso de llamar por teléfono a representantes en Estados Unidos y descubrir que nadie habla español; de los frecuentes viajes al centro de Lima, la capital, para hablar con representantes de Triple Canopy; las súplicas para que le reembolsen las cuentas de la clínica, las medicinas, el taxi, las llamadas internacionales y otros gastos. Asiste de manera irregular a sesiones de terapia. El reembolso toma demasiado tiempo.
Vive con una pensión por discapacidad de 492 dólares al mes que recibe a través del seguro de la Triple Canopy. Pero dice que no sabe cuánto tiempo durará. Tampoco la considera suficiente. Las lesiones han limitado severamente sus perspectivas laborales en un país donde los mutilados se ven a menudo mendigando en la calle. También dice que le deben dos meses de pensión.
La Triple Canopy se niega a comentar sobre casos individuales, pero reconoció "retrasos en la paga" de su plan de seguros. La compañía dice que está trabajando para hacer más eficiente el sistema. El año pasado, la Triple Canopy pasó de subcontratista a subsidiaria completa, dice, "para servir mejor al personal peruano".
Sin embargo, Calixto dice que no lamenta haber ido a Iraq. Durante su tiempo allá, ahorró doce mil dólares, que fueron suficientes para comprar una destartalada casa de adobe a unas calles del sofocante cuarto por el que todavía paga cuarenta dólares al mes.
"Tengo que arreglarla, pero para empezar está bien", dice el cojo Calixto.
Nos dice adiós, sentado solo en un polvoriento catre en su casa de ensueño sin tejado, recordando una distante guerra sobre la que aquí no piensa nadie.
"Necesito pastillas para dormir", dice Gregorio Calixto, cogiendo una caja de fármacos baratos, para los que no necesita receta, los únicos que puede pagarse.
En Estados Unidos, Calixto podría estar siendo tratado por trastorno de estrés post-traumático adquirido durante su estadía en Iraq, y recibiría terapia física y psicoterapia. Aquí es un vendedor ambulante desempleado, que vive en una espartano cuarto de alquiler y que lucha por recuperarse física y emocionalmente de las graves heridas que le causó la metralla.
Es uno de los miles de latinoamericanos que han trabajado para contratistas norteamericanos como guardias de seguridad en Iraq y Afganistán. Unos mil doscientos peruanos se han marchado a Iraq, principalmente para custodiar edificios en la Zona Verde de Bagdad. También hay chilenos, colombianos, salvadoreños y hondureños que han servido como parte del políglota ensamblaje que trabaja en zonas de guerra norteamericanas.
Aunque la mayoría de ellos han retornado a América Latina ilesos y con suficiente dinero como para comprar casas, taxis y negocios, otros, como Calixto, no han tenido suerte: gravemente heridos en Iraq y dejados a su suerte para negociar en un laberíntico y, dice, inadecuado sistema de seguros norteamericanos.
El principal reclutador aquí, la Triple Canopy, una firma con sede en Virginia fundada por veteranos de las Fuerzas Especiales y la Delta Force norteamericanas, defiende sus prácticas. Los peruanos no son tratados de manera diferente que otros empleados norteamericanos, dice la compañía, y el 85 por ciento se ofrece para prolongar sus contratos.
"Creemos que Triple Canopy ha desarrollado un modelo bastante sofisticado para la gestión de cuerpos de guardias de seguridad nacional en terceros países", dijo Mark DeWitt, director de asuntos de gobierno de la compañía, en una declaración.
Los reclutas latinoamericanos son en su mayoría ex soldados y agentes de policía, muchos de ellos con experiencia en la guerra contra rebeldes de izquierdas.
"Ellos saben que provenimos de una tradición militar, que somos disciplinados", dice Norman Solano, 46, un robusto veterano de la campaña peruana contra las guerrillas maoístas de los años ochenta que pasó más de un año trabajando como guardia de seguridad en Iraq.
Los peruanos no están entre los peces gordos que ganan más de quinientos dólares al día, los que escoltan convoyes norteamericanos y aliados, como los guardias de Blackwater USA que han sido acusados de disparar primero y preguntar después. Esos exclusivos mercenarios provienen normalmente de Estados Unidos o Gran Bretaña.
Más bien, los peruanos y otros de países en desarrollo son polis de alquiler, y se encargan de los puestos de control, custodian torres de alta tensión y desarrollan labores de vigilancia. Muchos de ellos no han disparado nunca sus armas.
Triple Canopy dice que ningún empleado extranjero de la empresa ha muerto en Iraq, pero se negó a proporcionar datos sobre los latinoamericanos lesionados allá. Sin embargo, dos empleados de la compañía que pidieron no ser identificados dijeron que una docena de peruanos han sido alcanzados por ‘fuego indirecto' (proyectiles y morteros). Un empleado dijo que la peor herida la había sufrido un peruano que perdió un ojo. Las bajas ocurridas fuera de situaciones de combate incluyen a un hombre que murió de un ataque al corazón y otro que sucumbió a la leucemia poco después de ser enviado a casa.
Para los reclutas latinoamericanos, la paga es el mayor atractivo.
Los empleados peruanos ganan normalmente unos mil dólares al mes; novecientos dólares son girados a cuentas bancarias personales, mientras que cien dolares ‘para los gastos' son pagados en Iraq. Todos los gastos, incluyendo alojamiento, pensión y viajes, son pagados por la empresa. Trabajan en turnos de seis días.
Para ex soldados y agentes con poca educación es una situación difícil de manejar. Algunos retornados describen con nostalgia esas misiones como una especie de trabajo ideal, pese a los peligros, tedio, la separación de la familia y los abrasantes veranos.
"Me gustaría poder volver", dice Solano, que, como Calixto, trabajó allá desde 2005 a 2007 como parte de un destacamento de peruanos para proteger la misión norteamericana en la sureña ciudad de Basra. "Nunca comí tanto. Teníamos salmón, carne, arroz todos los días. ¡Y el postre! Algunos de nosotros engordamos y tuvimos que ir al gimnasio para bajar de peso".
Desde que volviera al Perú hace más de un año, Solano ha buscado trabajo incansablemente. Dijo que su petición de volver a Iraq ha sido rechazada debido a la estrés que adquirió allá, que le provoca falta de aliento.
"Prefiero morir en una guerra que morir de hambre en mi propio país", dice Solano, durante una pausa de su trabajo actual como guardia de una bomba municipal en la ciudad portuaria de Chimbote, al norte del país -una ciudad que apesta con el penetrante hedor de las plantas procesadores de pescado.
"Para mí, Iraq fue una buena época", dice Solano, padre de dos niños que gana unos doscientos dólares al mes, aunque hace dos meses que no le pagan.
Calixto, 27, ex sargento en el ejército peruano y el séptimo de once hermanos, estaba vendiendo cigarrillos y caramelos en un carro cuando oyó hablar a un pariente sobre una firma norteamericana que buscaba reclutas para Iraq. Solicitó en una oficina de un subcontratista de Triple Canopy en el centro de la ciudad y fue contratado al día siguiente, por un contrato de un año.
"Pensé que podría ahorrar dinero para estudiar cuando volviera", dice Calixto, con su voz suave, que quiere aprender inglés y estudiar para contable.
Completó su contrato de un año en noviembre de 2006 y dice que aceptó feliz una prolongación del contrato por cuatro meses, con un aumento importante de su salario -mil seiscientos dólares al mes.
Su suerte se acabó el siete de enero de 2007. El familiar chirrido de un proyectil puso a correr a todo el mundo.
"Empezamos a correr para buscar refugio, y yo oía los proyectiles que pasaban a mi lado", dice Calixto. "Luego oí una fuerte explosión. Empecé a gritar. Miré mi pierna y vi un montón de sangre. Podía ver el hueso. Pero nunca me desmayé... Eso fue algo que impresionó a mis jefes".
La metralla hizo una profunda herida en su muslo derecho. Calixto pasó un mes en hospitales norteamericanos y británicos en Iraq, donde recibió un injerto de piel antes de ser enviado a casa en febrero pasado. Con muletas. Su oído izquierdo también quedó lesionado; ahora usa un audífono.
Calixto dice que no se queja de cómo le trataron en Iraq. El problema, dice, ha sido encontrar ayuda en Perú. La Ley Básica de Defensa norteamericana exige que contratistas como Triple Canopy proporcionen cobertura, incluyendo la discapacidad, para lesiones relacionadas con el trabajo. Las solicitudes, sin embargo, son revisadas por el Departamento del Trabajo de Estados Unidos y administradas por una compañía de seguros norteamericana.
Calixto describe el frustrante proceso de llamar por teléfono a representantes en Estados Unidos y descubrir que nadie habla español; de los frecuentes viajes al centro de Lima, la capital, para hablar con representantes de Triple Canopy; las súplicas para que le reembolsen las cuentas de la clínica, las medicinas, el taxi, las llamadas internacionales y otros gastos. Asiste de manera irregular a sesiones de terapia. El reembolso toma demasiado tiempo.
Vive con una pensión por discapacidad de 492 dólares al mes que recibe a través del seguro de la Triple Canopy. Pero dice que no sabe cuánto tiempo durará. Tampoco la considera suficiente. Las lesiones han limitado severamente sus perspectivas laborales en un país donde los mutilados se ven a menudo mendigando en la calle. También dice que le deben dos meses de pensión.
La Triple Canopy se niega a comentar sobre casos individuales, pero reconoció "retrasos en la paga" de su plan de seguros. La compañía dice que está trabajando para hacer más eficiente el sistema. El año pasado, la Triple Canopy pasó de subcontratista a subsidiaria completa, dice, "para servir mejor al personal peruano".
Sin embargo, Calixto dice que no lamenta haber ido a Iraq. Durante su tiempo allá, ahorró doce mil dólares, que fueron suficientes para comprar una destartalada casa de adobe a unas calles del sofocante cuarto por el que todavía paga cuarenta dólares al mes.
"Tengo que arreglarla, pero para empezar está bien", dice el cojo Calixto.
Nos dice adiós, sentado solo en un polvoriento catre en su casa de ensueño sin tejado, recordando una distante guerra sobre la que aquí no piensa nadie.
patrick.mcdonnell@latimes.com
Adriana León en Lima y Andrés D'Alessandro en Buenos Aires contribuyeron a este reportaje.
7 de marzo de 2008
28 de enero de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
3 comentarios
silvestre axayacal salazar jarero -
att. silvestre A.salazar jarero
pedro garcia -
jesus landeros -