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el instinto moral 7


[Steven Pinker] Muchos temen que la moral sea un truco del cerebro. ¿Sirve para algo la honestidad, o es una gilipollez?

Todo esto nos lleva a la pregunta de si el sentido moral puede ser universal y variable a la vez. Los cinco pares o esferas morales son universales, un legado de la evolución. Pero cómo se ordenan en importancia, y cuál de ellas se utiliza para imbuir de moral la vida social -el sexo, el gobierno, el comercio, la religión, el régimen de alimentación, etc.- depende de la cultura. Muchas de las asombrosas prácticas en lugares remotos se hacen más comprensibles cuando reconocemos que el mismo impulso moral que las elites occidentales canalizan hacia las violaciones del dolor y la honestidad (nuestras obsesiones morales) es canalizado en otros lugares hacia las otras esferas. Pensemos en el temor japonés a la inadaptación (comunidad), las abluciones sagradas y las restricciones alimentarias de hindúes y judíos ortodoxos (pureza), la indignación que sienten los musulmanes cuando se insulta al Profeta (autoridad). En el Occidente, creemos que en los negocios y en el gobierno la honestidad debería prevalecer por sobre la comunidad y tratamos de erradicar el nepotismo y el favoritismo. En otras partes del mundo, esto es incomprensible -¿qué gilipollas desalmado favorecería a un perfecto desconocido por sobre su hermano?
El orden y colocación de las esferas morales también divide a liberales y conservadores en Estados Unidos. Muchos puntos de conflicto, como la homosexualidad, el ateísmo y las familias monoparentales para la derecha, y las desigualdades raciales, la explotación laboral y el salario de los ejecutivos para la izquierda, reflejan diferentes valoraciones de las esferas. En un extenso sondeo en la web, Haidt constató que los liberales colocan atribuyen más valor al daño y a la honestidad que a la lealtad de grupo, la autoridad y la pureza. Por su parte, los conservadores dan más importancia a todos los pares. No sorprende que cada lado piense que es motivado por loables valores éticos y que el otro lado es ruin y carente de principios.
Reordenando una actividad en una esfera o par diferente, o sacarla completamente de algunas de las esferas morales no es fácil. La gente cree que una conducta pertenece a su esfera como algo motivado por una necesidad sagrada y que el mero acto de cuestionar una asignación es un ultraje moral. El psicólogo Philip Tetlock ha mostrado que la mentalidad del tabú -la convicción de que es pecaminoso pensar algunas ideas- no es sólo una superstición de los polinesios, sino un esquema mental que puede manifestarse fácilmente en estadounidenses con estudios universitarios. Pedidles que piensen sobre cómo aplicar el par o esfera de la reciprocidad a las relaciones normalmente regidas por la comunidad o la autoridad. Cuando Tetlock preguntó a algunos encuestados sus opiniones sobre si las agencias de adopción deberían asignar niños a las parejas dispuestas a pagar más, o si la gente debería tener el derecho a vender sus órganos o si deberían poder sobornar a un jurado, los encuestados no sólo estuvieron en desacuerdo sino que se sintieron personalmente insultados y se indignaron de que alguien pudiera plantear esas interrogantes.
Las instituciones de la modernidad cuestionan y experimentan a menudo con el modo en que se asignan las actividades a las esferas morales. Las economías de mercado tienden a colocar todo a la venta. La ciencia priva de moral a un mundo que quiere entender los fenómenos antes que simplemente juzgarlos. La filosofía laica cuestiona todas las creencias, incluyendo aquellas fortalecidas por la autoridad y arraigadas en la tradición. No es sorprendente que estas instituciones sean vistas a menudo como moralmente corrosivas.

¿No Hay Nada Sagrado?
Y ‘moralmente corrosivo' es exactamente el término que algunos críticos aplican a la nueva ciencia del sentido moral. El intento de diseccionar nuestras intuiciones morales puede parecer un intento de desacreditarlas. Los psicólogos evolucionistas parecen que quieren desenmascarar nuestros motivos más nobles y presentarlos en última instancia como interesados -para mostrar que nuestro amor por los niños, la compasión por los desafortunados y el sentimiento de justicia son simples tácticas en la lucha darwiniana por la perpetuación de nuestros genes. La explicación de cómo culturas diferentes apelan a diferentes esferas podría conducir a un relativismo abúlico en el que no podríamos tener nunca base alguna para criticar las prácticas de otras culturas, sin importar lo bárbaras que sean, debido a que "nosotros tenemos un cierto tipo de moral, y ellos, otra". Y todo el proyecto parece estar arrastrándonos hacia un nihilismo amoral, en el que la moral misma podría ser degradada y pasar de ser un principio transcendente a un invento de nuestros circuitos neurales.
En realidad, ninguno de esos temores son justificados, y es importante que veamos por qué no. El primer malentendido involucra a la lógica de las explicaciones evolucionistas. Los biólogos evolucionistas a veces antropomorfizan el ADN por la misma razón que los profesores de ciencias encuentran útil que sus estudiantes imaginen el mundo desde el punto de vista de una bacteria o de un rayo de luz. Un atajo a la comprensión de la teoría de la selección sin pasar por las matemáticas es imaginar que los genes son pequeños agentes que tratan de hacer copias de sí mismos.
Desgraciadamente, el meme del gene del egoísta escapó de los libros de biología y se introdujo en la idea de que los organismos (incluyendo a la gente) son despiadadamente interesados. Pero esto no es así. Los genes no son una reserva de nuestros deseos inconscientes más inconfesables. Los genes del ‘egoísmo' son perfectamente compatibles con los organismos desinteresados, porque el objetivo metafórico de un gene de replicarse egoístamente a sí mismo puede ser implementado estimulando el cerebro del organismo para hacer cosas desinteresadamente, como ser simpático con los parientes o ayudar a desconocidos. Cuando una madre se queda despierta toda la noche para cuidar a un niño enfermo, los genes que la dotan con ese cariño son ‘egoístas' en sentido metafórico, pero no está siendo egoísta de ninguna manera.
El altruismo recíproco -el motivo evolutivo racional detrás de la honestidad- tampoco implica que la gente haga cosas buenas con la expectativa cínica de ser recompensado por ello. Todos conocemos los actos buenos sin condiciones, como dar propina a una camarera en una ciudad que no volverás a pisar o lanzarse sobre una granada para salvar a tus compañeros del pelotón. Para los biólogos, estos estallidos de bondad no son tan anómalos como se podría creer.
En su clásico artículo de 1971, Trivers, el biólogo, mostró que la selección natural podía empujar la evolución hacia un genuino altruismo. La emergencia de la reciprocidad ojo por ojo, que permite que los organismos intercambien granjerías sin ser estafados, es apenas el primer paso. Alguien que hace un favor no sólo tiene que evitar a estafadores descarados (aquellos que aceptan un favor, pero que no lo devuelven) sino también preferir a personas generosas (aquellas que lo devolverán con el mayor favor posible) por sobre las tacañas (las que reciprocarán con el favor más pequeño a su alcance). Debido a que es bueno recibir favores, surge pronto una competencia para que nos vean como los amigos más generosos. Más precisamente, surge una competencia para que te vean como el amigo más generoso, ya que el dador de favores no puede ni leer la mente ni ver el futuro. La reputación de honestidad y generosidad se convierten en capital.
Ahora, esto mismo inicia una competencia entre beneficiarios potenciales que inflan su reputación sin hacer sacrificios que las respalden. Pero también pone presión sobre el dador de favores para que desarrolle radares cada vez más sensibles para distinguir a los colegas genuinamente generosos de los hipócritas. Esta competencia finalmente alcanza una conclusión lógica. El modo más efectivo de parecer generoso y honesto es simplemente ser generoso y honesto. A largo plazo la reputación sólo la garantiza la perseverancia. Al menos algunos agentes evolucionan y se convierten en personas nobles y altruistas -son éticos no por lo que les reporta, sino porque es así como son.
Por supuesto, una teoría que postule que todos se sacrifican siempre por el bienestar de otros sería tan escandalosa como una teoría que propugnara que nadie fue nunca altruista. Junto a los nichos de los santos, hay nichos para personas que devuelven los favores a regañadientes, que atraen escasos amigos y más pobres, pero no hacen los sacrificios necesarios para gozar de una buena reputación. Y ambas pueden coexistir en estafadores declarados, que explotan los encuentros ocasionales imprudentes. Un ecosistema de los nichos, cada uno con una estrategia distinta, puede evolucionar cuando el rédito de cada estrategia dependa de cuántos jugadores están aplicando las otras estrategias. El ambiente social humano tiene su cuota de personajes generosos, rácanos y torcidos, y la variación genética de la personalidad parece llevar la marca de este proceso evolutivo.

15 de marzo de 2008
13 de enero de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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