volvió la coca al perú
Después de una pausa, la producción vuelve a subir debido a la creciente demanda desde Brasil, Europa y el este asiático, dicen funcionarios.
[Patrick J. McDonnell] Santa Lucía, Perú. Caravanas de mulas transportan los químicos indispensables para el funcionamiento de laboratorios clandestinos en la selva.
Campos minados mantienen alejados a los intrusos.
Excursionistas que no se ven nunca en el Discovery Channel transportan en sus mochilas el caro producto final en épicos viajes desde sofocantes escondites en el Amazonas hasta los depósitos de distribución en las frías tierras altas.
Y un misterioso residuo del infame ejército rebelde Sendero Luminoso, dirigido por un carismático señor llamado Artemio, usa sus músculos para meterse al bolsillo una fortuna con el negocio de la protección.
La industria de la cocaína en el Perú, una de las más grandes y más violentas a fines de los años ochenta y principios de los noventa, está de nuevo en fase de expansión. Desde 1999, los terrenos plantados con coca, cuyas hojas producen la cocaína, han aumentado en casi un tercio, a unas cincuenta mil hectáreas, de acuerdo a estimaciones peruanas y de Naciones Unidas.
Y esta vez, los traficantes pueden ser más difíciles de combatir porque los horteras barones de Colombia han sido remplazados por una red de pequeños transportistas, una especie de fiebre del oro de empresarios internacionales.
Según el Departamento de Estado la producción todavía está por debajo de sus máximos históricos de principios de los noventa, y la vecina Colombia ha superado a Perú como el líder global de la cocaína, abasteciendo al noventa por ciento del mercado norteamericano. Además, el presidente Alan García es un decidido enemigo de las drogas.
"Perú no se resignará a ser un país del narcotráfico", prometió el presidente pro-norteamericano, que asumió el cargo en 2006.
Pero Perú, el segundo productor del mundo, abastece a una creciente demanda de Brasil, Europa, el este asiático y de lugares tan remotos como Australia, dicen las autoridades. Según los expertos, en algunos casos la densidad de las plantaciones de coca se ha duplicado, y la hoja producida con fertilizantes entrega ahora una mayor proporción del alcaloide de la cocaína, el ingrediente activo de la cocaína.
Una ola de delitos relacionados con las drogas -asesinatos, emboscadas, amenazas contra los fiscales- ha avivado temores sobre el tipo de inestabilidad asociada a las drogas en Colombia y México. Se cree que el cartel de Tijuana es responsable del asesinato de 2006, en Lima, la capital peruana, de un juez que veía el caso contra un presunto capo del cartel.
Y la renovada militancia entre los campesinos que cultivan la hoja de coca ha provocado cierres de caminos y violentos enfrentamientos con la policía antinarcóticos.
Inicialmente el gobierno de García accedió a suspender las campañas de erradicación, un elemento principal de la política antidrogas de Estados Unidos. Pero más tarde García revertió su decisión e incluso sugirió que los laboratorios clandestinos fueran allanados y bombardeados. Ahora que la ayuda norteamericana llega a cincuenta millones de dólares al año, Perú ha adiestrado y desplegado cientos de agentes de policía antinarcóticos.
"Si no acabamos con el peligro", declaró García, Perú podría verse confrontado a "una subversión tan grande como en el país vecino" -una referencia a Colombia, donde la cocaína sostiene a los ejércitos de guerrilleros.
El ex ministro del Interior, Fernando Rospigliosi, ha advertido sobre el efecto corrosivo del próspero negocio de la droga. "Sus tentáculos llegan a los pasillos de las más altas autoridades", dijo.
Durante los años noventa, campañas policiales financiadas por Estados Unidos empujaron a gran parte de la industria de la coca hacia Colombia. Algunos dicen que ahora está ocurriendo lo contrario: La presión sobre Colombia está enviando la producción hacia acá.
Pero hoy el panorama es distinto al descarado paisaje de fines de los ochenta y principios de los noventa.
Desaparecieron los barones de la droga colombianos pavoneándose en opulentos escondites en la selva, como la cercana ciudad de Uchiza, considerada en el pasado la capital del comercio de cocaína, con sus chillonas discotecas y burdeles. Los colombianos han sido remplazados por una red internacional que llega, desde la cuenca del Amazonas, al mercado global.
"Nos enfrentamos a un ejército de hormigas", dijo el general Miguel Hidalgo, que dirige la policía antinarcóticos nacional de Perú.
Las autoridades han detectado organizaciones de traficantes de México, Colombia, Brasil, Nigeria y la República Dominicana, entre otros países. Una organización peruana dirigida presuntamente por una mujer conocida como Floricienta (por el personaje de un culebrón argentino del mismo nombre) controlaría, según se dice, una importante red de abastecimiento de agentes químicos.
Hoy, los traficantes peruanos producen cocaína pura para la exportación, no la pasta que era, antes, enviada regularmente a Colombia para su procesamiento final.
Las campañas policiales financiadas por Estados Unidos han clausurado pistas de aterrizaje clandestinas y pellizcado el acceso carretero a regiones de plantíos aisladas en las exuberantes laderas orientales de los Andes. Pero los siempre flexibles traficantes han expandido las zonas de cultivo, manteniendo abierto el flujo ilícito con animales de carga y mochileros.
Negociando en terrenos extremos, se utilizan legiones de mulas para el transporte de los precursores químicos esenciales, y mochileros cargados de cocaína usan clandestinamente senderos de la época de los incas debajo de la canopia forestal, creando rutas de contrabando invisibles.
"Ahora todo se hace a pequeña escala, un montón de pequeños eslabones", dijo el coronel Whitman Ríos, jefe de una base de operaciones especiales antinarcóticos financiada por Estados Unidos aquí en el Valle del Alto Huallaga, una de las zonas de producción más conocidas del Perú.
Esta es una región de una hipnótica belleza natural, donde el majestuoso Río Huallaga recorre serpenteando exuberantes cerros y suntuosas tierras bajas como una galleta de color chocolate en un enorme océano verde. Desde el aire, no hay indicio alguno de las guerras que se libran en esas verdes expansiones.
En el suelo, las fuerzas gubernamentales se despliegan contra objetivos deducidos mediante imágenes de satélite e informantes. Luego, helicópteros de la época de la Guerra de Vietnam transportan a los ‘erradicadores', armados con herramientas de metal diseñadas para arrancar de raíz las plantas de coca. A diferencia de Colombia, Perú prohíbe la aspersión química; todo se hace a mano.
Los productores de coca, conocidos como cocaleros, han ideado ingeniosas medidas de protección: Algunas plantas están cargadas de bombas caseras; unas ratoneras sirven como artefactos detonantes.
"Traté de jalar la planta y estalló en mi cara", dijo José Ángel Solano Gómez, 40, un erradicador que perdió su ojo izquierdo y sufrió otras lesiones en un encuentro con una bomba casera amarrada a una planta de coca. Dice que la explosión lo lanzó tres metros en el aire.
En los últimos dos años, 73 trabajadores erradicadores han sido heridos; dos murieron, dice el gobierno. Más de dos docenas de agentes de policía han muerto en incidentes violentos relacionados con las drogas.
Escoltados por hombres armados, los erradicadores trabajan en el sofocante calor, como una rara amalgama de guerreros antiguos y del futuro: Llevan cascos, protectores para los ojos y chalecos antibalas y, cuando lo necesitan, lanzas de tres metros para crear alguna distancia de los matorrales con bombas. Los paramédicos llevan consigo antídotos para picaduras de serpientes y medicinas para el tratamiento de heridas causadas por explosiones y tiros. Equipos de perros adiestrados para detectar bombas recorren olisqueando las plantaciones.
"Los campesinos dicen que les estamos destruyendo sus medios de vida", dijo Hugo Gozar, 50, un veterano erradicador, refiriéndose a los jornaleros.
En la cuenca andina del Amazonas, el imperativo del mercado empuja a los campesinos a la más fiable planta de la coca. Cerca de 65 mil familias peruanas viven de la hoja de coca y de su comercialización, de acuerdo a un informe del Departamento de Estado dado a conocer el mes pasado.
Cultivos alternativos como el aceite de palma y el cacao han tenido algún éxito, dicen funcionarios norteamericanos. Pero muchos campesinos pobres insisten en que ningún producto legal puede reemplazar a la planta envuelta en mitos y sus rentables cosechas.
"Aquí no hay alternativas para la coca", dijo Juan León Echegaray, padre de seis niños y cocalero de Tingo María. "Los otros se aparecen por acá y nos ofrecen unos pollos y un poco de cacao. ¿Cómo voy a sobrevivir con eso?"
Pese a la hostilidad de los cocaleros, las autoridades lograron erradicar el año pasado unas once mil hectáreas de coca en el Alto Huallanga. Pero eso sólo se mantiene al ritmo de nuevas plantaciones, a menudo en zonas erradicadas previamente.
Muchos cocaleros han emigrado a terrenos más y más remotos en los valles del Apurimac y de Ene, conocidos en el habla de los narcos como ‘zonas liberadas'.
"Los narcos y sus sicarios actúan en esas zonas con absoluta impunidad", dijo Rospiglioso, el ex ministro de Interior. "Han comprado a los funcionarios locales y controlan todo".
Según las autoridades el floreciente comercio de la droga está fomentando una nueva encarnación del grupo rebelde maoísta Sendero Luminoso, que aterrorizó al país antes de que fuera finalmente desmantelado en los años noventa. Sendero Luminoso no fue derrotado nunca en las zonas cocaleras, donde los rebeldes cobran ‘impuestos' a los narcotraficantes, leñadores y otros.
La banda de Sendero en el Huallaga es dirigida por el elusivo ‘Camarada' Artemio, un veterano guerrillero que tiene bajo su mando a algo más de cien hombres armados, dicen las autoridades.
Siguiendo el esquema de las guerrillas colombianas, dice la policía, los cuadros de Sendero Luminoso están profundamente implicados en el tráfico de drogas y emboscan a la policía, atacan a los erradicadores y asesinan a sospechosos de ser informantes. Las guerrillas también proporcionan seguridad para los mochileros cargados de cocaína y laboratorios secretos, donde letreros escritos a mano advierten a los reclutas que irse de lengua les puede cortar literalmente la cabeza.
Como sus contrapartes colombianas, dicen las autoridades, los senderistas se están integrando verticalmente: Los subversivos están produciendo coca, plantándola, procesando las hojas, y vendiéndola.
"Sendero Luminoso ya no tiene ideología", dijo el general Juan Zárate, que dirige la campaña de erradicación del Perú. "Ahora son narcotraficantes".
Campos minados mantienen alejados a los intrusos.
Excursionistas que no se ven nunca en el Discovery Channel transportan en sus mochilas el caro producto final en épicos viajes desde sofocantes escondites en el Amazonas hasta los depósitos de distribución en las frías tierras altas.
Y un misterioso residuo del infame ejército rebelde Sendero Luminoso, dirigido por un carismático señor llamado Artemio, usa sus músculos para meterse al bolsillo una fortuna con el negocio de la protección.
La industria de la cocaína en el Perú, una de las más grandes y más violentas a fines de los años ochenta y principios de los noventa, está de nuevo en fase de expansión. Desde 1999, los terrenos plantados con coca, cuyas hojas producen la cocaína, han aumentado en casi un tercio, a unas cincuenta mil hectáreas, de acuerdo a estimaciones peruanas y de Naciones Unidas.
Y esta vez, los traficantes pueden ser más difíciles de combatir porque los horteras barones de Colombia han sido remplazados por una red de pequeños transportistas, una especie de fiebre del oro de empresarios internacionales.
Según el Departamento de Estado la producción todavía está por debajo de sus máximos históricos de principios de los noventa, y la vecina Colombia ha superado a Perú como el líder global de la cocaína, abasteciendo al noventa por ciento del mercado norteamericano. Además, el presidente Alan García es un decidido enemigo de las drogas.
"Perú no se resignará a ser un país del narcotráfico", prometió el presidente pro-norteamericano, que asumió el cargo en 2006.
Pero Perú, el segundo productor del mundo, abastece a una creciente demanda de Brasil, Europa, el este asiático y de lugares tan remotos como Australia, dicen las autoridades. Según los expertos, en algunos casos la densidad de las plantaciones de coca se ha duplicado, y la hoja producida con fertilizantes entrega ahora una mayor proporción del alcaloide de la cocaína, el ingrediente activo de la cocaína.
Una ola de delitos relacionados con las drogas -asesinatos, emboscadas, amenazas contra los fiscales- ha avivado temores sobre el tipo de inestabilidad asociada a las drogas en Colombia y México. Se cree que el cartel de Tijuana es responsable del asesinato de 2006, en Lima, la capital peruana, de un juez que veía el caso contra un presunto capo del cartel.
Y la renovada militancia entre los campesinos que cultivan la hoja de coca ha provocado cierres de caminos y violentos enfrentamientos con la policía antinarcóticos.
Inicialmente el gobierno de García accedió a suspender las campañas de erradicación, un elemento principal de la política antidrogas de Estados Unidos. Pero más tarde García revertió su decisión e incluso sugirió que los laboratorios clandestinos fueran allanados y bombardeados. Ahora que la ayuda norteamericana llega a cincuenta millones de dólares al año, Perú ha adiestrado y desplegado cientos de agentes de policía antinarcóticos.
"Si no acabamos con el peligro", declaró García, Perú podría verse confrontado a "una subversión tan grande como en el país vecino" -una referencia a Colombia, donde la cocaína sostiene a los ejércitos de guerrilleros.
El ex ministro del Interior, Fernando Rospigliosi, ha advertido sobre el efecto corrosivo del próspero negocio de la droga. "Sus tentáculos llegan a los pasillos de las más altas autoridades", dijo.
Durante los años noventa, campañas policiales financiadas por Estados Unidos empujaron a gran parte de la industria de la coca hacia Colombia. Algunos dicen que ahora está ocurriendo lo contrario: La presión sobre Colombia está enviando la producción hacia acá.
Pero hoy el panorama es distinto al descarado paisaje de fines de los ochenta y principios de los noventa.
Desaparecieron los barones de la droga colombianos pavoneándose en opulentos escondites en la selva, como la cercana ciudad de Uchiza, considerada en el pasado la capital del comercio de cocaína, con sus chillonas discotecas y burdeles. Los colombianos han sido remplazados por una red internacional que llega, desde la cuenca del Amazonas, al mercado global.
"Nos enfrentamos a un ejército de hormigas", dijo el general Miguel Hidalgo, que dirige la policía antinarcóticos nacional de Perú.
Las autoridades han detectado organizaciones de traficantes de México, Colombia, Brasil, Nigeria y la República Dominicana, entre otros países. Una organización peruana dirigida presuntamente por una mujer conocida como Floricienta (por el personaje de un culebrón argentino del mismo nombre) controlaría, según se dice, una importante red de abastecimiento de agentes químicos.
Hoy, los traficantes peruanos producen cocaína pura para la exportación, no la pasta que era, antes, enviada regularmente a Colombia para su procesamiento final.
Las campañas policiales financiadas por Estados Unidos han clausurado pistas de aterrizaje clandestinas y pellizcado el acceso carretero a regiones de plantíos aisladas en las exuberantes laderas orientales de los Andes. Pero los siempre flexibles traficantes han expandido las zonas de cultivo, manteniendo abierto el flujo ilícito con animales de carga y mochileros.
Negociando en terrenos extremos, se utilizan legiones de mulas para el transporte de los precursores químicos esenciales, y mochileros cargados de cocaína usan clandestinamente senderos de la época de los incas debajo de la canopia forestal, creando rutas de contrabando invisibles.
"Ahora todo se hace a pequeña escala, un montón de pequeños eslabones", dijo el coronel Whitman Ríos, jefe de una base de operaciones especiales antinarcóticos financiada por Estados Unidos aquí en el Valle del Alto Huallaga, una de las zonas de producción más conocidas del Perú.
Esta es una región de una hipnótica belleza natural, donde el majestuoso Río Huallaga recorre serpenteando exuberantes cerros y suntuosas tierras bajas como una galleta de color chocolate en un enorme océano verde. Desde el aire, no hay indicio alguno de las guerras que se libran en esas verdes expansiones.
En el suelo, las fuerzas gubernamentales se despliegan contra objetivos deducidos mediante imágenes de satélite e informantes. Luego, helicópteros de la época de la Guerra de Vietnam transportan a los ‘erradicadores', armados con herramientas de metal diseñadas para arrancar de raíz las plantas de coca. A diferencia de Colombia, Perú prohíbe la aspersión química; todo se hace a mano.
Los productores de coca, conocidos como cocaleros, han ideado ingeniosas medidas de protección: Algunas plantas están cargadas de bombas caseras; unas ratoneras sirven como artefactos detonantes.
"Traté de jalar la planta y estalló en mi cara", dijo José Ángel Solano Gómez, 40, un erradicador que perdió su ojo izquierdo y sufrió otras lesiones en un encuentro con una bomba casera amarrada a una planta de coca. Dice que la explosión lo lanzó tres metros en el aire.
En los últimos dos años, 73 trabajadores erradicadores han sido heridos; dos murieron, dice el gobierno. Más de dos docenas de agentes de policía han muerto en incidentes violentos relacionados con las drogas.
Escoltados por hombres armados, los erradicadores trabajan en el sofocante calor, como una rara amalgama de guerreros antiguos y del futuro: Llevan cascos, protectores para los ojos y chalecos antibalas y, cuando lo necesitan, lanzas de tres metros para crear alguna distancia de los matorrales con bombas. Los paramédicos llevan consigo antídotos para picaduras de serpientes y medicinas para el tratamiento de heridas causadas por explosiones y tiros. Equipos de perros adiestrados para detectar bombas recorren olisqueando las plantaciones.
"Los campesinos dicen que les estamos destruyendo sus medios de vida", dijo Hugo Gozar, 50, un veterano erradicador, refiriéndose a los jornaleros.
En la cuenca andina del Amazonas, el imperativo del mercado empuja a los campesinos a la más fiable planta de la coca. Cerca de 65 mil familias peruanas viven de la hoja de coca y de su comercialización, de acuerdo a un informe del Departamento de Estado dado a conocer el mes pasado.
Cultivos alternativos como el aceite de palma y el cacao han tenido algún éxito, dicen funcionarios norteamericanos. Pero muchos campesinos pobres insisten en que ningún producto legal puede reemplazar a la planta envuelta en mitos y sus rentables cosechas.
"Aquí no hay alternativas para la coca", dijo Juan León Echegaray, padre de seis niños y cocalero de Tingo María. "Los otros se aparecen por acá y nos ofrecen unos pollos y un poco de cacao. ¿Cómo voy a sobrevivir con eso?"
Pese a la hostilidad de los cocaleros, las autoridades lograron erradicar el año pasado unas once mil hectáreas de coca en el Alto Huallanga. Pero eso sólo se mantiene al ritmo de nuevas plantaciones, a menudo en zonas erradicadas previamente.
Muchos cocaleros han emigrado a terrenos más y más remotos en los valles del Apurimac y de Ene, conocidos en el habla de los narcos como ‘zonas liberadas'.
"Los narcos y sus sicarios actúan en esas zonas con absoluta impunidad", dijo Rospiglioso, el ex ministro de Interior. "Han comprado a los funcionarios locales y controlan todo".
Según las autoridades el floreciente comercio de la droga está fomentando una nueva encarnación del grupo rebelde maoísta Sendero Luminoso, que aterrorizó al país antes de que fuera finalmente desmantelado en los años noventa. Sendero Luminoso no fue derrotado nunca en las zonas cocaleras, donde los rebeldes cobran ‘impuestos' a los narcotraficantes, leñadores y otros.
La banda de Sendero en el Huallaga es dirigida por el elusivo ‘Camarada' Artemio, un veterano guerrillero que tiene bajo su mando a algo más de cien hombres armados, dicen las autoridades.
Siguiendo el esquema de las guerrillas colombianas, dice la policía, los cuadros de Sendero Luminoso están profundamente implicados en el tráfico de drogas y emboscan a la policía, atacan a los erradicadores y asesinan a sospechosos de ser informantes. Las guerrillas también proporcionan seguridad para los mochileros cargados de cocaína y laboratorios secretos, donde letreros escritos a mano advierten a los reclutas que irse de lengua les puede cortar literalmente la cabeza.
Como sus contrapartes colombianas, dicen las autoridades, los senderistas se están integrando verticalmente: Los subversivos están produciendo coca, plantándola, procesando las hojas, y vendiéndola.
"Sendero Luminoso ya no tiene ideología", dijo el general Juan Zárate, que dirige la campaña de erradicación del Perú. "Ahora son narcotraficantes".
patrick.mcdonnell@latimes.com
Felipe Paucar en Tingo María y Adriana León en Lima contribuyeron a este reportaje.
30 de marzo de 2008
23 de marzo de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
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