el hambre al acecho
26 de mayo de 2008
Al mismo tiempo, la sequía ha diezmado el rebaño de cabras de su familia, convirtiendo su única fuente de sustento en una pila de huesos blanqueados y cueros tan delgados como papel.
La consecuencia es que la señora Safia, de 25 años y madre de cinco hijos, no ha comido en una semana. Su hijo de un año también se está muriendo de hambre -un niño adorable, lánguido, que no responde ni cuando se le pellizca.
Somalia -y gran parte del volátil Cuerno de África- era el último lugar en la Tierra que necesitaba una crisis de la alimentación. Incluso antes de que los precios de los alimentos empezaran a dispararse en el planeta, la guerra civil, los desplazamientos y las operaciones de ayuda ahora en peligro habían empujado a mucha gente aquí al borde de la hambruna.
Pero ahora con el precios de los alimentos disparándose fuera del alcance de la gente y el ganado derrumbándose muerto en la arena, los campesinos de esta comarca aplastada por el sol dicen que cientos de personas están muriendo de hambre y sed.
Esto es lo que ocurre, dicen los economistas, cuando la crisis mundial de la alimentación se junta con el caos.
"Estamos en la tormenta perfecta", dice Jeffrey D. Sachs, economista de Columbia e importante asesor de Naciones Unidas, que visitó hace poco la vecina Kenia.
Hubo una colisión de problemas en toda la región: lluvias miserables, cosechas desastrosas, precios desenfrenados, el ganado muriéndose de hambre, la espiral de violencia, la inflación descontrolada y una ayuda alimentaria cada vez más reducida debido a muchos de estos factores.
Al otro lado de la frontera en Etiopía, en la región de Ogaden, asolada por la guerra, la situación es igual de mala. En Darfur, Naciones Unidas tuvo que reducir las misiones de distribución de raciones debido a un aumento del bandolerismo que pone en peligro las entregas de alimentos. Kenia también se ve vulnerable.
Un reciente titular en uno de los diarios más importantes de Kenia decía que "veinticinco mil campesinos corren riesgo de muerte", atribuyéndolo a una combinación de la sequía, los costes más altos de fertilizantes y combustible y la violencia post-electoral que ha desplazado a miles de campesinos. "Esos lugares no están al borde del abismo", dijo Sachs. "Ya cayeron al abismo".
Muchos somalíes están tratando de paliar el hambre con una delgada papilla hecha de las ramas machacadas de un árbol espinoso llamado jerrin. Algunos viejos dicen que sus niños están chupando sus propios labios y lenguas debido a que no tienen comida. El tiempo ha sido inclemente: días intensamente calurosos seguidos por noches cruelmente frías.
Esta semana Saida Mohamed Afrah, otra escuálida madre, dejó a sus dos hijos debajo de un árbol y salió a buscar comida y agua. Cuando volvió dos horas después sus hijos habían muerto.
No tenía mucho que decir sobre la sequía. "Me hubiese gustado que mis niños murieran en mi regazo", dijo.
Naciones Unidas ha declarado a un amplio tramo del centro de Somalia en situación de emergencia humanitaria, el estado anterior a una hambruna declarada. Pero Christian Balslev-Olesen, director de operaciones de la Unicef en Somalia, dijo que era probable que la situación empeorara en las próximas semanas.
El hambre se define según varios criterios, incluyendo la malnutrición, la mortalidad, la escasez de alimentos y agua y la destrucción de las fuentes de vida. Algunos de estos factores, como una aguda tasa de malnutrición de hasta un veinticuatro por ciento en algunas zonas de Somalia, ya han pasado los umbrales de emergencia y se están acercando a una situación de hambruna. Balslev-Olesen dijo que hace poco la Unicef recibió informes de gente que está muriendo de hambre y sed. Es difícil saber cuántos exactamente, dijo, aunque los viejos de la localidad dicen que se trata de una cincuentena.
"Tenemos todos los indicadores de una catástrofe", dijo Balslev-Olesen said. "Pero todavía no podemos declarar la situación de hambruna. Pero temo que se trate de una cuestión de semanas".
Mucha gente considera que Somalia ya es una catástrofe. Tiene una de las tasas de malnutrición más altas del mundo -y en un buen año. El colapso del gobierno central en 1991 lanzó a Somalia a una espiral de sangre en una guerra entre clanes de la que todavía debe emerger. La época comenzó con una hambruna que mató a cientos de miles de personas.
El consenso ahora es que los mismos elementos de principios de los años noventa -un conflicto de alta intensidad, desplazamientos étnicos y sequía- se están acumulando de nuevo, y en momentos en que se producen a nivel mundial los precios más altos de los alimentos en los últimos treinta años. Naciones Unidas dice que 2.6 millones de somalíes necesitan ayuda y esa cifra podría llegar pronto a los 3.5 millones, casi la mitad de la población. Si cayeran lluvias abundantes o si se proclamase repentinamente la paz, la crisis podría mitigarse. Pero las proyecciones climatológicas e incluso los pronósticos políticos más rosados no predicen eso.
Si Somalia se desliza hacia la hambruna puede depender de la ayuda, y ahora mismo ese aspecto no se ve muy bien. Once colaboradores fueron asesinados este año, y funcionarios de Naciones Unidas dicen que Somalia está más complicada y peligrosa que nunca.
Más allá de los señores de la guerra y las guerras entre clanes, ahora existe un conflicto en ciernes con los colaboradores occidentales. El gobierno de Bush dice que terroristas de al-Qaeda se están ocultando en Somalia, protegidos por musulmanes locales, y los ha atacado con bombardeos aéreos. Pero un reciente ataque norteamericano contra un líder musulmán en Dusa Marreb, una ciudad en el centro de la zona de sequía, ha provocado una ola de amenazas de venganza contra los colaboradores occidentales. Naciones Unidas y organizaciones privadas de ayuda dicen que ahora es demasiado peligroso extender su trabajo hacia Dusa Marreb.
"Ahora estamos en un contexto diferente", dijo Chris Smoot, director de programa para los proyectos de World Vision en Somalia. Dijo que había "elementos renegados anti-occidentales que te pueden cerrar en cualquier momento, de cualquier manera".
La ayuda es también un serio problema en la región de Ogaden en Etiopía, al otro lado de la frontera. Un informe reciente escrito por un contratista que trabaja para la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional dijo que la sequía estaba "claramente empeorando" y que la respuesta del gobierno etíope, uno de los más estrechos aliados de Estados Unidos en África, era "absolutamente terrible".
Es probable que no sea accidental. El gobierno etíope está luchando contra la subversión en Ogaden, y el informe dice que el gobierno está "claramente utilizando el alimento como arma" para hambrear las zonas rebeldes. También se descubrió una misteriosa bodega de alimentos donados por Estados Unidos frente a una base del ejército etíope. "El gobierno de Estados Unidos no puede permitir que la operación alimentaria continúe de este modo", dice el informe. "En otro país esta situación sería absolutamente vergonzosa".
El informe no fue hecho público, aunque se entregó una copia al New York Times. Cuando se le preguntó sobre el informe, un funcionario de la ayuda norteamericana dijo que el informe era "simplemente una instantánea y las observaciones e impresiones de una persona". Pero el funcionario, que habló a condición de conservar el anonimato, también dijo que "no estamos diciendo que no hay crisis en Ogaden. No estamos diciendo que la respuesta etíope haya sido satisfactoria. Pero se ha hecho algún progreso. Y necesitamos más".
Funcionarios etíopes se negaron a comentar el asunto y han rechazado las acusaciones de violaciones de los derechos humanos en Ogaden.
En toda la región, una de las más miserables entre las miserables, a menudo se deja a la gente a merced del desierto. En Somalia central, por ejemplo, en el último año han caído menos de cinco pulgadas de lluvia, dicen funcionarios. Los vientos son violentos, las gargantas están secas. Esta zona, como gran parte del Cuerno de África, es demasiado árida como para permitir la agricultura. La gente aquí, en zonas aisladas como Dagaari, sobrevive criando cabras, ovejas, ganado y camellos, vendiendo los animales por dinero para comprar alimentos.
"Pero nadie quiere una cabra flaca", explicó Abdul Kadir Nur, un pastor de Dagaari.
Eso era casi todo lo que le quedaba después de que la sequía terminara con cuatrocientos de sus cuatrocientos cincuenta animales.
No lejos de la pila de huesos de cabra hay un círculo de piedras. Es la tumba de su hijo pequeño.
Abdul Kadir dijo que el niño murió de hambre y que había cavado su sepultura en un ángulo "para dormir tranquilo".
Avanzó unos pasos más, sus chancletas hundiéndose en la resquebrajada tierra. Llegó a la choza de Safia, donde un grupo de personas se asomaba por la puerta, mirándola sudar en el suelo de tierra. El hospital más cercano estaba a sólo media hora de distancia, pero nadie tenía dinero para pagar el viaje.
"Probablemente morirá", dijo un viejo y se alejó caminando.
El hijo de Safia parecía saberlo. Se acurrucó junto a su madre con la cara apretada contra la húmeda tela que la cubría. Sus costillas se movían de arriba a abajo, respirando apenas.
17 de mayo de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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