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milicianos con miedo


Los jóvenes milicianos que han aterrorizado a la oposición por encargo del partido del presidente Mugabe temen represalias.
Harare, Zimbabue. Cuando los milicianos de Robert Mugabe recorren las calles, saben que todos les temen. Pero lo que no sabe todo el mundo, es que los milicianos también tienen miedo.
Los jóvenes milicianos son tan notorios aquí que parecen malos de historieta: unidimensionales y malvados. Pero la cara común del mal es mucho más humana, y más amenazante.
Dos de los jóvenes, que han pasado meses golpeando, saqueando, violando y matando a gente en su barrio cerca de Harare, se veían hace poco con la mirada preocupada y las cejas fruncidas. Se veían tan inofensivos que era difícil imaginarlos golpeando a un niño de doce por el delito de llevar ropa roja, o ayudando a incendiar una casa donde la gente murió entre las llamas en los meses previos a la segunda vuelta del 27 de junio. Se comportaban como chicos culpables, justificando sus ‘tareas’.
"No sentí que estuviese peleando contra mis hermanos", dijo uno de ellos, un hombre de veinticinco que habló a condición de permanecer en el anonimato, negándose a usar incluso su nombre de pila. "Nos obligaron a hacer esas cosas".
El nivel de violencia "dependía de tu ánimo de ese día, o de esa hora", dijo.
La entrevista fue realizada en un coche en movimiento porque los dos tenían miedo de sufrir las violentas represalias que esperan a los que hablan con periodistas occidentales. Mientras el coche pasaba por las monótonas calles suburbanas donde jugaban los niños y las mujeres se encaminaban hacia el mercado, los murmullos suaves y avergonzados de los hombres producían una desconcertante simpatía.
Como sus víctimas, el chico de veinticinco vive con miedo. Cree que los espíritus de la gente que mató volverán a vengarse. Tiene miedo de andar solo en las calles de su barrio, porque podría aparecer una turba de gente indignada y matarlo por lo que hizo en nombre de Mugabe.
Y tiene miedo de sus superiores.
"Si no lo haces, te pueden acusar de ser un espía, te pueden pegar y te pueden matar".
Siente remordimiento, hasta cierto punto; pero responsabiliza a sus comandantes. Él sólo "obedecía órdenes".
"Cuando llegamos por primera vez a la base, nos dijeron las reglas y órdenes, que no pueden ser rechazadas", dijo. "Si el comandante te manda a hacer algo, tienes que obedecer".
Los milicianos eran tropas de asalto de la campaña paramilitar del régimen para asesinar y dispersar a los opositores, y obligar a la gente a votar por Mugabe en la segunda vuelta. Cientos de sedes fueron instaladas antes de las elecciones. Hoy la mayoría de ellas han sido cerradas.
La oposición dice que la violencia continúa, pero en menor escala, y el miedo permanece.
Mugabe está bajo una intensa presión internacional para parar la violencia, con negociaciones en camino en Sudáfrica para buscar una solución política. Pero si se desvanece la presión internacional y Mugabe quiere castigar o destruir a la oposición, la violencia podría volver a estallar.
Durante semanas después de la segunda vuelta, el hombre de veinticinco tuvo demasiado miedo como para escapar de la sede de la milicia donde pasaba la mayor parte del tiempo, por temor a ser atacado. Pero hace poco logró reunir coraje y se marchó.
Se veía limpio y bien vestido, con una impecable camiseta de manga corta y una gorra de béisbol. Estaba pensativo, pero profundamente preocupado. Hablaba con tranquilidad y titubeando, especialmente cuando tenía que admitir sus delitos más graves, como violaciones o asesinatos.
"Golpeábamos a la gente y los dejábamos por muertos", dijo.
Su amigo Martin, 28, miembro de la misma milicia, se había vestido para verse a la moda, con una gorra de béisbol varias veces su talla, una sudadera y vaqueros. También lucía una enorme cruz colgando del cuello.
También hace poco reunió Martin el coraje para abandonar el campamento, aunque está aterrado de que se quieran vengar de él.
"Me siento un poco inseguro porque ahora tengo miedo de que cualquiera me pueda atacar, cualquiera de las personas a las que atacamos", dijo.
Tiene cara de bebé, sus ojos se mueven nerviosamente. De vez en vez, ante una pregunta difícil, se le escapa una torpe risa tonta. Dejó que su camarada se encargara de las respuestas, agregando a veces algunas palabras, contando que los milicianos golpeaban a cualquiera que anduviera con alguna ropa roja en la calle, especialmente a las niñas. La razón era que las prendas rojas podrían simbolizar una tarjeta roja para Mugabe [como en el fútbol]. Describió haber golpeado a un viejo y haberle roto brazos y piernas.
Los dos pasaron por un campamento de adiestramiento juvenil dirigido por el partido político gobernante ZANU-PF, tres meses en 2002. Varios entrevistados dijeron que la mayoría de la gente entró a los campamentos con la esperanza de encontrar trabajo y oportunidades.
Pero lo que recibieron fue un lavado de cerebro político en apoyo de la "unidad" y del estado con partido único, y contra el Occidente y los "vendidos" de la oposición.
Los dos dijeron que fueron criados en la creencia de que el ZANU-PF era lo mejor para Zimbabue.
"Al principio creímos en el ZANU-PF, porque pensábamos que quizás era bueno para el país, pero nos dimos cuenta de que estábamos peleando contra nuestros hermanos y hermanas", dijo Martin al empezar la entrevista. Más tarde, los dos expresaron su decepción por el hecho de que nunca fueron pagados.
Martin empezó a sentir miedo cuando empezó a asistir a las reuniones del ZANU-PF en 2002.
"Me dio miedo por mi familia y por mi vida. Era imposible no asistir a esas reuniones", dijo.
En la reciente campaña de violencia patrocinada por el estado, los dos hombres pasaron gran parte del tiempo borrachos y colocados con marihuana.
Se dejaban caer en bares en su barrio en las afueras de Harare, la capital, golpeando a clientes para quedarse con su dinero y seguir bebiendo. Siempre llevaban consigo bombas incendiarias y a veces quemaban casas.
A la gente la golpeaban con palos, correas de ventilador y alambre de púa.
"Todos los días llevábamos dos personas a la base -cualquier que no pudiera entonar los lemas del ZANU-PF y cualquiera que llevara ropa roja. Nos emborrachábamos y la pasábamos bien", dijo el de veinticinco, refiriéndose a las golpizas. "Terminábamos golpeando a la gente simplemente porque estábamos borrachos".
Los dos reconocieron que habían violado a unas veinte niñas obligadas a vivir en la base, víctimas que "temían por sus vidas. No tenían alternativa. No podían escapar", dijo el de veinticinco. Sobre las violaciones dijo: "En esos momentos estábamos demasiado borrachos; sólo disfrutábamos del momento".
Cuando se tocó el tema de los asesinatos, la conversación se vio marcada por pausas y frases sin terminar. El de veinticinco insistió en que no sabía cuánta gente había matado en las golpizas.
"La mayor parte de las veces nos marchábamos cuando estaban casi muertos. Los dejábamos cuando estaban agonizando", dijo.
Cuando los milicianos recorrían las calles, o desviaban el tráfico, o levantaban puestos de control, casi todo el mundo tenía miedo de ellos. Pero el de veinticinco dijo que ese poder no era bueno.
"Ah, no", dijo. "Cuando todos te tienen miedo, no puedes salir a caminar solo. Podrían formar un grupo y asesinarte. No se dan cuenta de que tú obedeces órdenes y que no puedes desobedecer".
El problema es que, en la cultura africana, los espíritus de los muertos vuelven a vengar sus muertes.
Él se unió a los milicianos por la aventura.
"Al principio pensamos que era excitante. Yo pensé que el ZANU-PF me ayudaría a sostener a mi familia, pero no fue así", dijo. "En estos días nos sentimos como prisioneros".

30 de julio de 2008
24 de julio de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
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