reencuentro con el niño lobo
11 de agosto de 2008
La comunidad de Puerto Varas estaba alerta ante un extraño ser que perseguía animales, robaba los huevos a las gallinas y se desplazaba sigiloso entre lo matorrales. La insólita presencia siempre al acecho alimentaba el temor de los lugareños acostumbrados a lidiar en su imaginario con leyendas que hablaban de apariciones tan extravagantes como surrealistas. Hasta que un día el misterio se rompió en el retén de Río Pescado cuando el cabo José Elías Fuentealba Solís capturó a un ser fenomenal de pelo largo que se movilizaba en cuatro patas, tenía la cara y el cuerpo cubiertos de vello y se defendió con mordiscos y rasguños tratando de no ser atrapado. A pesar de su extraña fisonomía en la que predominaba una gran cabeza desproporcionada a su menudo cuerpo, se descubrió que se trataba de un niño hambriento y asustado al que se le calculó la edad de 10 años.
El hallazgo generó tal expectación que nadie quedó ajeno, la gente se conglomeraba para conocerlo sin certeza alguna del origen del pequeño salvaje que emitía un único sonido "Caucau…caucau". La primera acción fue mantenerlo seis días en el retén y dos más en la cárcel, de donde logró arrancarse en un descuido de Fuentealba. Él mismo lo encontró nuevamente en el río Tepú engullendo un salmón en actitud desaforada.
Confundido y sin saber qué hacer el cabo optó por enviarlo a Santiago donde sería examinado rigurosamente y se le entregaría la asistencia necesaria. Su llegada a la capital marcó con un hecho simbólico lo que sería el abrupto tránsito del pequeño salvaje a la civilización: Caucau sufrió una severa indigestión luego de comer un plato de porotos calientes, a los que no estaba acostumbrado.
Tránsito a la Civilización
Este es el punto de partida de la historia de Vicente, o Caucau, a quien la prensa llamó ‘el Niño Lobo’, encontrado el 10 de agosto de 1948 en las profundidades de la provincia de Llanquihue cuando todavía existía ese bosque espeso del que ya no queda mucho y en el que milagrosamente sobrevivió pese a sus escasos años.
En Santiago el lobato humano fue recibido por los psiquiatras Gustavo Vila y Lucía Capdeville y el doctor Armando Roa. Varios estudios y análisis médicos descubrieron algunas inusuales capacidades en Vicente Enrique de la Purísima, nombre con que lo bautizaron las monjas del hospicio adonde fue enviado. Su fuerza era descomunal, tenía una visión nocturna privilegiada y un olfato altamente desarrollado que le permitía detectar una carnicería a metros de distancia. Todas estas condiciones se le fueron atrofiando durante el proceso de reinserción a la sociedad. Lo primero que perdió paulatinamente fue el vello de su rostro y de su cuerpo.
La noticia de la existencia de este niño mitad humano mitad animal traspasó las fronteras. Hasta la BBC de Londres se interesó en documentar la historia del pequeño que se dice logró subsistir amamantado por una puma. Mito o realidad, lo cierto es que este antecedente le concedió el privilegio de formar parte del reducido grupo a nivel planetario de los catalogados ‘niños lobos’. En India, por ejemplo, está la historia de Kamala, que fue la inspiración de Mowgli, el personaje central de ‘El libro de la selva’. Y en Francia circula la historia de un pequeño que dio vida a la película ‘El niño salvaje’ de Francois Truffat. Aquí se hablaba del Tarzán chileno, pero no le hicieron película. Sólo Cristián Vila, hijo del psiquiatra que lo atendió en Santiago, escribió el libro ‘Crónica de un niño lobo’, editado por LOM en 1998 donde reproduce esta historia que ha logrado reconstruir a partir de los años que ha pasado junto a Vicente.
Berta, Su Madre Adoptiva
La milagrosa sobrevivencia de un niño tan pequeño en lo más profundo del bosque se transformó en un verdadero misterio. Berta Riquelme, pedagoga y lingüista, cuñada del psiquiatra Gustavo Vila y avecindada en Villa Alemana, se hizo cargo de ‘civilizar’ a Vicente y registró minuciosamente la forma en que el niño se acomodó a su vida en sociedad. En forma reiterada dejó constancia en su bitácora de la profunda ternura del pequeño salvaje que siempre la llamó ‘Mamá Berta’.
Es que ella, profesora de lenguaje, lo acogió como un hijo; no sólo le enseñó a leer, hablar y escribir, también con ella Vicente supo de afectos y cariños. Así empieza para él una vida nueva. Todo un acontecimiento fue, pasados sus 20 años, compartir la llegada de un nuevo miembro a la familia: Cristián, sobrino de Berta e hijo de Gustavo Vila y de la escritora Marina Riquelme.
Como si desentrañara sus recuerdos de cachorro, el muchacho salvaje se fascinó con esta guagua que acunaba debajo de un gran parrón y entre ellos nació una relación entrañable, como de hermanos. "Recuerdo que lo primero que vi fue un ser extraño que cuando había luna llena se ponía a aullar. Era notable porque empezaban todos los perros del sector a hacer lo mismo, entonces era un concierto de aullidos maravilloso como para filmar a Bela Lugosi o para una cinta de Kieslowski. También jugaba a ser el cuco, ponía los ojos en blanco y nos perseguía. Nos asustaba de verdad", cuenta Cristián, quien en el 2005 recibió en Valparaíso el Premio Municipal de Literatura.
Triste Infancia
A medida que progresaba, su memoria también daba ciertas luces de su origen y estadía en el corazón de los tupidos bosques del sur. Berta documentaba estos repentinos recuerdos y fue reconstruyendo de a poco la triste infancia del niño lobo. Algo logró armarse en 1953 cuando El Llanquihue, principal diario de la zona, publicó una entrevista con Antolín Caucau Nempo, su padre biológico.
Él y su familia vivían en un rancho de precarias condiciones en el sector de Las Cascadas, en las faldas del volcán Osorno. Caucau Nempo convivía con una joven de 19 años porque la verdadera madre de Vicente, Sara Barría, era alcohólica y lo había abandonado a él y a sus tres hijos: Sofía, José Mercedes (nombre real de Vicente) y Alfonso.
José nació el 6 de octubre de 1936 y desde los tres años empezó a escaparse. Se cree que los malos tratos de parte de la conviviente de Antolín desencadenaron esta costumbre, hasta que una noche de luna llena desapareció sin dejar rastro. A las pocas semanas, se dio al niño por muerto. "Creímos que se lo habían comido los animales", declaró Antolín al diario hace 55 años.
Vicente siempre prefirió el bosque, la libertad y la vida agreste, ahí era donde se sentía en su verdadero hogar. Por eso cuando lo encontraron sus manos y pies tenían enormes callosidades y su cuerpo varias cicatrices que quedaron como evidencia de su costumbre de andar colgado de los árboles. El problema es que él no sólo había sufrido golpes y abandono. Un fórceps mal hecho en su nacimiento le produjo secuelas irreparables que en un principio diagnosticaron como oligofrenia. Debido a esto, nunca superó la edad mental de un niño de 8 años lo que no tuvo mayores consecuencias mientras estuvo bajo el cuidado de Berta.
Con ella se empinó a la adolescencia, etapa en la que manifestó cierta picardía que algunos suelen denominar malicia indígena. En el Colegio Alemán de Villa Alemana Berta recibía muchas quejas porque Vicente lanzaba traviesos agarrones a las escolares. Él nunca tuvo una matrícula en un colegio normal, pero en la casa le encargaban las tareas del día, como cuidar los animales, las plantas y los árboles, áreas en las que se manejaba con notable experticia, según recuerda Cristián Vila.
Gran Personaje de Horcón
Con el escritor conoce la caleta de Horcón donde la familia Vila Riquelme tenía una casa de veraneo y donde Cristian se radicó definitivamente para dedicarse a la literatura y la docencia. Ahí surge uno de los mitos más conocidos en torno a Vicente. Siempre se dijo que la playa Caucau se había denominado así en honor al niño lobo, lo que Vila desmiente tajantemente. Es sólo coincidencia, asegura.
Desde el principio Vicente se encantó con el lugar en el que afloró una impresionante adicción por el mar. Era capaz de bañarse hasta altas horas de la noche aunque estuviera lloviendo. Nadie tuvo que enseñarle nada y sin temores desde el primer día se internó olas adentro.
El entorno se transformó en una bendición cuando su mamá adoptiva falleció. Vicente tenía 25 años y desde este suceso surgió en él una extraña fijación. Lo rondaba la idea de que cuando muriera lo iban a trozar en pedacitos para echarlo al mar. Eso lo angustiaba por lo que pasó mucho años visitando la tumba de Berta y regándola ilusionado en que con eso la reviviría.
La figura de Vicente y su halo de misterio caló hondo en este balneario que siempre ha tenido una impronta particular dado al auge del hippismo, movimiento que encontró en este enclave un espacio para manifestarse a sus anchas. Durante muchos veranos llegó gente motivada a escuchar las historias de este personaje que parecía sacado de una película. Muchas de sus lagunas mentales parecieron disiparse al borde del mar; además, tenía la cualidad de contar sus peripecias siempre en tiempo presente, como si estuvieran sucediendo ese mismo instante, lo que provocaba una alta fascinación en sus oyentes que retribuían con unas suculentas onces.
Con el tiempo Vicente conoció a Irma Rodríguez, una señora bonachona y generosa que lo recibió en su casa. Ella le enseñó a hacer pan y le encomendó algunas labores domésticas en las que él se acomodó a las mil maravillas. Al poco tiempo ella se trasladó a la localidad de Campiche, a pocos kilómetros de la caleta y él la siguió. Con ella vive actualmente ayudándole a amasar y hacer hallullas, lo que disfruta plenamente junto con otras labores de la casa.
Sesenta Años Después
Es de pocas palabras, risa fácil y mirada perdida, hoy sus historias están en el recuerdo de quienes tuvieron la suerte de escucharlas y forman parte de la mitología que se construyó en torno a la aventurada existencia de Vicente. Intentamos en esta entrevista reanudar estas sesiones de cuentacuentos, pero su memoria tuvo el retroceso lógico de alguien con sus limitaciones. Imposible al mirarlo apartar las imágenes del niño lobo chileno que trascendieron hace seis décadas y que hoy en ciertos rasgos se condicen con su aspecto actual. Una profusa melena que cubre bajo un jockey recuerda el vello que cubrió su rostro y su cuerpo y que hizo que Caucau fuera confundido con un animal salvaje. Sin embargo sus ojos esconden una tristeza enorme que disimula con una sonrisa infantil y aliviana la dureza de su rostro marcado por su hazaña en el bosque solo e indefenso.
Próximo a cumplir 72 años, es evidente la pérdida de las condiciones que en algún momento lo hicieron especial. Hay que hablarle fuerte porque escucha poco. Será por eso que tiende a observar fijamente el mar de Horcón, esperando que se seque la tierra mojada por la lluvia para cumplir con el compromiso de podar el pasto con la máquina eléctrica en la casa de su entrañable ‘hermano’ Vila. Sabe que eso le significa una retribución monetaria, una de las pocas cosas que lo cautiva del mundo civilizado: el gusto por el dinero. Y es que Caucau tuvo que pagar un alto precio por insertarse a la sociedad. De su fuerza inusual y agudo olfato no queda nada, sí perdura su debilidad por los asados cuyo aroma detectaba a increíble distancia.
Sus acostumbrados baños de mar y su espíritu libre también han perdido impulso. Donde más se acomoda es en el balneario preferido de los artesanos luego de pasar años de peregrinaje porque siempre tuvo tendencia a escaparse. De hecho una de sus mejores anécdotas tiene que ver con ese hábito. Fue en 1964, cuando sin aviso previo dejó Villa Alemana para volver al sur.
Relación con la Muerte
Era época de candidaturas presidenciales, de lo que poco y nada entendía Vicente. Los familiares de origen mapuche decidieron devolverlo en avión a la Quinta Región. Casualmente, en el mismo vuelo viajaba el candidato Julio Durán al que lo esperaba en Santiago un contingente de periodistas. Luego de aterrizar bajó Durán de la nave siendo acosado por la prensa. A los pocos minutos descendió tras él el niño lobo, lo que llamó mucho más atención de los reporteros que en seguida se congregaron a su alrededor, obviando la presencia del político. "Ahí Vicente debería haber lanzado su candidatura", comenta graciosamente Vila.
Este episodio también da cuenta de la dificultad que siempre tuvo para restablecer los nexos con sus parientes. Sólo Sofía, que al saber de la existencia de su hermano en Villa Alemana, juntó dinero para viajar a verlo desde el sur. El reencuentro no duró mucho, a los tres años ella murió de un ataque cardíaco. Hoy sólo su hermanastra María se preocupa de la suerte de Vicente. Sin embargo, para él su familia está en Horcón, Cristián e Irma en Campiche y quienes los frecuentan, del resto poco y nada sabe.
Concentrado en el oleaje del mar horconino Vicente es un hombre desconectado de la realidad. Mira al escritor sentado en el living de su casa, con una taza de té en la mano y espontáneamente recuerda cuando lo acunaba y lo paseaba en una carretilla. Poco se le entiende pero no importa porque acompaña su relato con la mímica de sus recuerdos, algunos vagos, otros nítidos. De un lado a otro mece sus brazos como si realmente estuviera cargando a la guagua y con los ojos empequeñecidos de alegría. "Vamos Cristián…vamos al parrón…" Apenas se le entiende, pero sigue ahora de pie y empuja una carretilla imaginaria en la que también pasea al niño. Con insistencia repite la acción hasta que, parece, el recuerdo se esfuma; se sienta de nuevo en la mesa y fija nuevamente la mirada en el mar exactamente en la misma posición que estaba y vuelve a ensimismarse.
Así se queda con sus recuerdos, imposible desentrañarlos todos, sólo él sabe de esos temores que lo asaltan por sorpresa y lo obligan a expresarlos en alaridos desgarradores que incluso lo llevan a veces agredirse.
"Vicente no quiere cortar pasto porque puede morirse electrocutado", desliza Caucau dando cuenta una vez más de su sensación de cercanía con la muerte, la única que puede aliviarle todos los dolores de su existencia en especial el de haber perdido a su ser más querido: "Mamá Berta".
Recuento Cronológico
1948: 10 de agosto: Caucau fue encontrado en el retén Río Pescado de la provincia de Llanquihue. Parecía un animal salvaje y no se sabía de su procedencia. Se calculó que tenía 10 años.
1950: La profesora Berta Riquelme asume la responsabilidad de cuidarlo. Lo lleva a vivir con ella a la localidad de Villa Alemana.
1953: El diario El Llanquihue publica una entrevista con Antolín Caucau Nempo, padre biológico de Caucau, el hombre manifiesta que el niño desde los tres años se arrancaba al bosque.
1955: Nace el sobrino de Berta, Cristián Vila, que se transforma en el gran amigo de Vicente. Él lo acuna bajo un parrón surgiendo una amistad entrañable.
1959: Muere ‘Mamá Berta’ la madre adoptiva de Vicente, para quien esto es un gran golpe. Durante mucho tiempo la visita a diario en el cementerio y regaba su tumba a ver si volvía.
1960: Se traslada a Santiago a la casa de la familia Vila Riquelme, donde está bastante tiempo y apoya las labores de la casa.
1964: Se arranca al sur a la casa de sus familiares en Llanquihue. Allá lo mandan de vuelta en el mismo avión donde viaja el candidato presidencial Julio Durán.
1988: Vicente se traslada definitivamente a Horcón, donde conoce a la señora Irma Rodríguez. Con ella aprende hacer pan y se convierte en un personaje típico de la caleta.
1992: Canal 13 cuenta en el programa ‘Contacto’ la historia de Caucau, del que no se sabe con exactitud cuánto tiempo vivió en el bosque, solo y en estado salvaje.
1998: Cristián Vila, escritor e hijo del psiquiatra Gustavo Vila, edita el libro ‘Crónica de un niño lobo’, en honor a la fascinante historia de Vicente, su amigo entrañable.
2000: Canal 13 edita una segunda parte del programa dedicado a contar la historia de Caucau 52 años después de que fue encontrado.
2008: Vicente vive en Campiche con Irma. Próximo a cumplir 72 años, mantiene su sonrisa fácil pero también una mirada de profunda tristeza. Nada queda de su vista privilegiada, su olfato sobrenatural y fuerza descomunal.
©mercurio de valparaíso
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