diputada tohá quiere nueva constitución
6 de octubre de 2008
Como consecuencia de todos estos factores, la política chilena resulta ser muy poco competitiva y deliberante, muy eficaz para generar estabilidad pero inadecuada para procesar reformas significativas, bastante elitista en su composición y en su funcionamiento y poco transparente en su forma de procesar los conflictos.
No es raro, entonces, que exista el desencuentro que todos conocemos entre política y ciudadanía: nuestro sistema nunca les dio demasiada importancia a los ciudadanos y éstos, que aceptaron este orden de cosas en el pasado, se han vuelto harto más exigentes, desconfiados y opinantes de lo que eran al inicio de los noventa. Los chilenos ya no tienen miedo ni son tan obsecuentes hacia la autoridad. Enhorabuena.
El sistema político, que en el pasado fue una gran fortaleza de nuestro país, se está transformando en un problema. Algo tenemos que hacer para ponerlo en línea con lo que hoy es Chile y con lo que esperan los ciudadanos. No se trata de hacer un ajuste por aquí y un retoque por allá, sino de cambiar la filosofía de base que tiene nuestro sistema: desconfianza de los ciudadanos y blindaje contra el cambio. En lugar de ello, necesitamos acordar un sistema caracterizado por la transparencia, la participación, la competencia, la deliberación y transformarlo en menos refractario al cambio. Para ir en esa dirección de manera armoniosa y coherente, se requiere un replanteamiento de nuestro orden constitucional. La actual Constitución tiene un pecado de origen por haber sido elaborada en dictadura y entre cuatro paredes por personeros cuya adhesión a la democracia era precaria, y porque fue aprobada en un plebiscito que no contó con las mínimas garantías. Esto atenta contra su plena legitimidad y genera la percepción de que no es compartida por todos los chilenos.
Contrariamente a lo que se suele pensar, la historia constitucional de nuestro país ha estado marcada por experiencias similares, en que el orden constitucional ha surgido del punto de vista de los vencedores y ha dejado fuera la visión de los derrotados. Por lo dicho, ha llegado la hora en que los chilenos nos atrevamos a discutir abierta y democráticamente un arreglo que exprese valores compartidos. No se trata de reproducir experiencias traumáticas y conflictivas de algunos países de la región, sino, al contrario, de proponernos un debate pacífico y con altura de miras para definir las reglas del juego que regirán nuestra vida democrática hacia adelante, como lo hicieron en su momento con mucho éxito España y Brasil tras salir de sus experiencias autoritarias. Los chilenos nos hemos ganado con creces el derecho a soñar con una Constitución que nos represente a todos, generada democráticamente y actualizada con el país que hoy somos y con el que queremos llegar a ser.
©el mercurio
0 comentarios